Lucy
Me tumbé junto a Aiden mientras dormía. Mis ojos empezaron a cerrarse mientras esperaba a Adam. No estaba segura de si terminaríamos hablando de lo nuestro cuando volviera, y, siendo sinceros, yo era, probablemente, lo último que tenía en mente, pero, aun así, con o sin charla, sabía que me sentiría mucho mejor cuando volviera a casa.
Aiden se durmió a los diez minutos de ponernos a ver la película, después de haber levantado el improvisado fuerte, en el que solo cabíamos nosotros dos. Se acurrucó más cerca de mí mientras dormía, y yo sonreí. Era el crío perfecto.
—¿Me puedes guardar un secreto, Lucy? —me preguntó unos momentos antes de que perdiera la lucha contra el sueño y se quedara dormido.
—Por supuesto. Me encantan los secretos. Cuéntame.
Miró hacia otro lado de la televisión mientras jugaba con la parte inferior del pijama.
—Hoy he estado llorando.
—¿Qué te ha pasado? —susurré tan silenciosamente como él.
Levantó la mirada hacia la mía, aunque seguía retorciendo la tela y tirando de ella.
—Pero no puedes contárselo a mi padre, ¿vale?
Asentí con la cabeza, y esperé a que continuara.
—Mamá estaba hablando hoy por teléfono y se puso a llorar, así que se me ocurrió que podía darle un abrazo para que no estuviera triste, como hice contigo cuando lloraste por El Rey León, pero cuando traté de llamar su atención, se puso a gritarme y me dijo que volviera a mi habitación. La niñera vino detrás de mí y me dijo que mi madre estaba triste, que no era su intención gritarme, pero aun así seguí llorando un poco más porque no quiero que esté triste. Solo quería darle un abrazo.
«¡Zorra!».
—Estoy seguro de que no quería gritarte, Aiden. Creo que hoy ha tenido un mal día, por eso tu padre se ha ido, para poder ayudarla. Pero todo irá bien.
—Lo sé —murmuró—. Pero me hizo llorar de todos modos. Siempre echo de menos a papá cuando ella me grita, porque cuando está papá, ella no me grita nunca.
Intenté encontrar algo que decir, pero no fui capaz.
«¡Joder!».
—Te quiero, Lucy —murmuró, con los ojos ya cerrados.
Se me derritió el corazón, y me puse a planear la mejor forma de matar a esa zorra. ¿Tal vez dejar caer una cámara pesada sobre ella? Eso sería divertido. ¿Quién era capaz de gritar a un niño cuando quería darte un abrazo solo para hacerte sentir mejor? ¿Quién en este puto mundo?
—Yo también te quiero, pequeño humano —murmuré, y le di un besito en la mejilla.
Sentí que los ojos se me cerraban lentamente, así que me recosté y me puse un poco más cómoda sin despertar a Aiden.
No supe si habían pasado unos segundos o unos minutos, pero algo me despertó más tarde. Aturdida y sin saber exactamente lo que estaba pasando, miré a mi alrededor y agucé el oído para ver si había oído a Adam. La puerta no se abrió. No hubo sonido de un coche. Adam no apareció. Había silenciado la televisión antes de cerrar los ojos, pero la luz que emitía la pantalla era suficiente para poder ver con claridad.
Cuando esa extraña sensación no desapareció, me froté los ojos y me senté muy despacio.
Fue entonces cuando escuché el sonido de una ramita rompiéndose. El corazón se me aceleró con fuerza en el pecho, retiré las sábanas y me asomé desde nuestro pequeño escondite para echar un vistazo al jardín trasero. Estaba oscuro en el exterior, y además, el sofá que ocupaba el lugar frente a las ventanas hacía imposible que viera el jardín desde el lugar donde estaba.
De rodillas, salí a rastras del fuerte y esperé.
Me concentré en escuchar.
Nada.
Pero entonces, hubo algo…
Vi que alguien pasaba junto a la ventana porque su sombra cayó sobre el suelo de madera justo delante de mí.
Conteniendo un jadeo, retrocedí y empecé a sacudir a Aiden.
—Aiden. Aiden, tienes que despertarte. —Mi voz apenas era audible.
Gimió y parpadeó varias veces.
—Aiden, tienes que levantarte y hacer todo lo que te diga, ¿vale?
—¿Ha vuelto papá?
—Todavía no, cariño, pero necesito que te levantes ya, ¿de acuerdo?
—Vale —murmuró, dejándome que lo sentara.
Escuché un chasquido que se parecía sospechosamente al que haría alguien que tratara de abrir la puerta, pero un segundo después todo volvió a estar en silencio otra vez. Aiden siguió frotándose los ojos, pero le bajé las manos para reclamar de nuevo su atención.
—Aiden, escúchame. Quiero que…
«¡Joder!».
Me di cuenta de que me había dejado mi teléfono en el cuarto de Adam cuando habíamos bajado sus almohadas.
—Aiden, tan pronto como te lo diga, vamos a correr hasta la habitación de tu padre, ¿vale? ¿Lo harás?
—Pero ¿por qué?
—Porque tenemos que escondernos…
—¿Es una emergencia?
—Sí. Sí, lo es. Tenemos que escondernos para poder llamar a tu padre y decirle que vuelva aquí, ¿vale?
Se rascó la cabeza y me dirigió una mirada adorablemente confusa que habría considerado irresistible si el peligro no hubiera sido tan palpable.
—Pero, si hay una emergencia, tengo que llamar al 911 y a Dan. Papá me lo ha dicho muchas veces.
—Tienes toda la razón, pero primero tenemos que ir a la habitación de tu padre para que pueda coger el móvil, ¿vale?
Asintió con la cabeza mientras lo ayudaba a ponerse de pie y yo me ponía de rodillas. Era lo suficientemente bajo como para que no se le viera por encima del sofá.
Con un respiro tembloroso, me alejé de Aiden un segundo, me sujeté al brazo del sofá, miré al exterior y, cuando estuve segura de que no había nadie acechando frente a las ventanas, me puse de pie y le dije a Aiden que corriera.
No puedo decir lo agradecida que me sentí por que no me hiciera decirlo dos veces y corriera directamente a la habitación de su padre. Yo lo seguí a toda velocidad. Me temblaban tanto las manos cuando cogí mi móvil de la parte superior de la cómoda que apenas fui capaz de encontrar el número de Dan en la lista de contactos.
—¿Va todo bien, Lucy?
—Dan —susurré. El alivio me inundó en cuanto escuché su voz—. Dan, hay alguien en el jardín de atrás. Creo que está tratando de entrar. Tienes que volver ya.
—Lucy. —Su voz era tan firme como siempre, pero por desgracia no sirvió para calmar mi acelerado corazón—. Tienes que esconderte con Aiden. ¿Puedes? ¿Puedes llevar a Aiden a una de las habitaciones y esconderte bien?
—Mira, a lo mejor no es nada —dije cuando terminó de asustarme aún más—. Tal vez solo ha sido…
Alguien golpeó una ventana; el ruido fue tan claro como el tañido de una campana, y yo pegué un brinco, con el corazón en la garganta.
—Dime qué pasa —ordenó Dan con una voz más aguda.
—Bien. Vale, vamos a escondernos, pero tienes que volver aquí ahora mismo, Dan. Acaban de golpear una ventana. ¡Ven ya!
Cuando colgué, me di cuenta de que jadeaba como si acabara de correr una maldita maratón durante el minuto que había estado al teléfono. Luego me topé con los ojos asustados del niño de cinco años, que había escuchado cada palabra que acababa de decir. Me arrodillé delante de él, maldiciéndome para mis adentros, y antes de que pudiera pronunciar una palabra, se arrojó a mis brazos.
—Tengo miedo, Lucy.
—Todo va a ir bien —le aseguré con la que esperaba que fuera una voz firme—. Todo irá bien, Aiden. Estoy aquí contigo, y tu padre y Dan volverán tan pronto como puedan.
Lo que ocurrió entonces fue como mi peor pesadilla: oímos el inconfundible sonido de alguien rompiendo una ventana.
Tan pronto como Aiden empezó a gritar, le puse la mano en la boca y ahogué sus gritos. Sus ojos llenos de lágrimas se encontraron con los míos, y negué con la cabeza. Coloqué sus piernas alrededor de mi cintura, me levanté del suelo y corrí hacia la habitación contigua, que era el vestidor de Adam. Era el peor lugar para ocultarse, o el mejor, a saber… Después de buscar el mejor escondite, separé la fila de pantalones, me arrodillé y le pedí a Aiden que se arrastrara hasta el estrecho espacio entre la ropa y la pared, esperando que cupiéramos los dos. Me arrastré justo después de él y lo envolví de nuevo con mis brazos. Sentía sus lágrimas, que me mojaban la camisa mientras lloraba en silencio.
Contuve la respiración, traté de oír los pasos, pero no pude escuchar nada. Rápidamente marqué el 911, le conté a la operadora lo que estaba pasando en un susurro silencioso, le di la dirección y le hice saber que estábamos escondidos. Me dijo que me mantuviera en línea y que la policía estaba avisada, pero todo lo que podía oír era un hombre susurrando el nombre de Aiden mientras sus pasos se acercaban más y más.
—Estoy oyendo pasos. No puedo hablar. Oigo sus pasos —murmuré a la persona al teléfono, que hacía todo lo posible por mantenerme en calma.
Temblando como una hoja, solté el teléfono y le hice un gesto a Aiden para que permaneciera callado. Para asegurarme, le puse la mano en la boca y le susurré que cerrara los ojos. No me avergüenza admitir que hice lo mismo. La casa y nuestro escondite estaban completamente a oscuras, pero el simple hecho de cerrar los ojos me ofreció una estúpida sensación de seguridad que no significaría nada si ese tipo nos encontraba.
Si hubiera estado sola, si Aiden no se hubiera estado aferrando a mí como si su vida dependiera de ello —y quizás lo hiciera—, habría cogido algo afilado o pesado y…, ¡joder!, no sé, quizás lo habría atacado yo misma. Sabía que no podía hacerlo, que no podía poner a Aiden en peligro.
Los pasos se detuvieron delante de la habitación de Adam, o tal vez el individuo ya estaba en la habitación. Me sentía a punto de desmayarme, y lo único que lo impidió fue que el niño que tenía entre mis brazos temblaba aún más que yo. Luego sentí un escalofrío cuando me llegó otro susurro repitiendo el nombre de Aiden.
—Aiden. Estoy aquí para llevarte a casa. Puedes salir, tu madre me ha enviado a buscarte.
Sostuve al chico con más fuerza y apoyé la cabeza contra la suya, cubriéndole todavía la boca con la mano. La cantidad de presión que estaba imprimiendo a mi cuerpo para mantenernos a ambos inmóviles era colosal. Y aun así, si el tipo entraba en la habitación, estaba segura de que nos descubriría en un abrir y cerrar de ojos.
Los pasos se retiraron sin ningún otro sonido, y me tragué el grito.
Seguimos oyéndole susurrar el nombre de Aiden mientras lo buscaba en cada habitación. Luego me llegó el sonido de las sirenas de la policía: nada me había aliviado tanto en mi vida, y permití que se me cayeran las primeras lágrimas.