29

Lucy

Leí la entrevista. Leí la entrevista una y otra vez, tratando de encontrarle sentido, pero no, mi nombre seguía ahí, y ella me acusaba, sin rodeos, de romper un matrimonio.

¿Cómo podía haber roto algo que ni siquiera existía? ¿La gente era tan estúpida como para creerlo?

Cuando empecé a leerlo por quinta vez, Olive se vio obligada a arrancar la tableta del agarre mortal con que la sujetaba.

—¡¿Qué coño…?! —grité, y bajé la voz cuando los presentes se volvieron para mirarme mal. Me incliné hacia adelante en el asiento y me sujeté a los bordes de la mesa para controlarme. Entonces, comenzó a sonar mi móvil y mi rabia alcanzó otro nivel—. ¿Cómo han conseguido mi número?

Olive suspiró.

—Menudo desastre…

—Es más que un desastre. ¿Qué coño le he hecho yo?

—Tú no le has hecho nada, Lucy. Sospecho que esto es solo para poner en ti el foco de atención y no en ella… O quizá está tratando de vengarse de Adam; ¿quién sabe? Desde su divorcio, ella ha aparecido en todas partes. Ya conoces el dicho: «Que hablen de mí aunque sea mal…», y creo que se lo ha tomado muy a pecho.

Estábamos en la que era nuestra cafetería favorita, esperando que llegara el nuevo equipo editorial de Olive para repasar con ellos el planeamiento de la próxima novela. Además, íbamos a celebrar la firma del contrato. Nos habíamos enterado de la entrevista de Adeline por Megan, la publicista de Jason, que nos había llamado para decirle a Olive que se había formado un frenesí mediático a mi alrededor y que era probable que me dieran la lata con llamadas telefónicas.

Si hubiera sabido que eso iba a ser así, no habría salido de la casa esa mañana. Los paparazzi empezaron a seguirnos desde el momento en que cruzamos las puertas.

—Quizá esperaba volver con él. Es decir, aparentemente era su intención, según ella. Tal vez si yo no hubiera escalado ese maldito muro, ya estarían juntos de nuevo. Adam nunca me ha comentado nada sobre una posible reconciliación, pero qué sé yo de su relación, ¿verdad? Han estado casados muchos años, y no solo eso: además tienen un hijo juntos.

—No te pongas a pensar eso, Lucy. Si estuvieran destinados a estar juntos, no habría importado cuántos muros hubieras escalado.

Respiré profundamente y solté el aire.

—Podemos marcharnos, ¿sabes? Estoy segura de que si llamamos a Jason o a Adam vendrán a buscarnos.

—Pero ¿por qué tengo que huir yo? No he hecho nada. Y quiero estar presente en esta reunión, maldita sea. No tengo por qué meter el rabo entre las piernas y escapar de los buitres.

La mesa empezó a vibrar de nuevo, así que cogí mi teléfono y lo apagué; se trataba de eso o de dejarlo caer en el vaso de agua que tenía delante.

Antes de que Olive pudiera hablar, fue su teléfono el que empezó a sonar. Gruñí y hundí la cabeza entre mis manos en señal de frustración.

—No, espera, es Adam. ¿Quieres hablar con él?

Valoré si hacerlo o no. No debía sentir la necesidad de responder, y desafortunadamente, así fue.

—No creo que pueda hablar con él ahora mismo —admití finalmente—. No es por él, Olive. No quiero hablar de esto ahora mismo… —añadí cuando Olive hizo un gesto de angustia mientras miraba su teléfono—. Quiero actuar como si no estuviera pasando por lo menos unas horas más y concentrarme en la reunión.

—Vale, entonces no voy a responder. Tienes razón. De todas formas, él sabe dónde vives, así que no vas a poder escaquearte.

—Estos últimos días me he estado preguntando de qué lado estás, y supongo que esta es mi respuesta.

Ella me lanzó una sonrisa de niña cursi.

—¿Qué puedo decir? Me encanta que haya conseguido que te enamores de él tan fácilmente, y creo que has encontrado a tu pareja perfecta; no te dejará escapar fácilmente sin importar lo que hagas o digas. Creo que ya estás libre de maldiciones, Lucy Meyer, y que no sabes qué hacer contigo misma.

—Por favor. —Resoplé—. Estaré libre de maldiciones el día que me case con alguien con un vestido blanco. Ese será el punto de inflexión en nuestra familia. Nadie ha llegado a ese punto todavía. Y aun así…

La mirada de Olive se clavó en algún punto a mi espalda; después agarró el vaso de agua para esconder detrás una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Qué te pasa? ¿De qué te ríes?

Hizo un gesto hacia un punto detrás de mí levantando con rapidez la barbilla, y cuando me di la vuelta, me encontré con el puto Adam Connor acercándose a nosotros a grandes y furiosas zancadas.

—¿Por qué tienes apagado el móvil? — preguntó a modo de saludo.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí?

Me agarró del codo y me obligó a levantarme.

—Te vienes conmigo. Tenemos cosas que discutir.

Por muy cabreado que pareciera, no me había cogido el brazo con firmeza, así que me zafé de él con un rápido giro.

—Aunque todo el mundo parece considerarme una niñera últimamente, en realidad soy agente y tengo una reunión. Ahora mismo no voy a ir a ninguna parte.

Frunció el ceño más profundamente, y se volvió hacia Olive.

—¿Pasa algo si no está en esta reunión?

Olive estaba escuchando nuestro intercambio con fascinación.

—Oh, por favor —se burló—. Llévatela.

Lo siguiente que supe fue que me sacaba por la puerta trasera y me metía en el todoterreno que estaba esperando.

El viaje de vuelta a la casa de Adam fue muy tranquilo. Tan pronto como atravesamos la puerta, me volví hacia él.

—Esa reunión era importante para mí, Adam.

—Y tú eres importante para mí. ¿Por qué has ignorado mis llamadas?

—He pasado de todas las llamadas, no solo de las tuyas. Y, como he mencionado ya, estaba ocupada.

—No voy a dejar que te comas el coco con esto, Lucy. Y menos si puedo evitarlo.

—Muy bien, pues habla. —Crucé los brazos sobre el pecho y esperé a que él siguiera adelante.

Después de observarme durante un buen rato, me ofreció una silla, la cual rechacé.

—Vale, Lucy. Está bien. Hagámoslo a tu manera, siempre y cuando no te escapes de mí. Hablemos primero de la entrevista… Ella dice que en ese vídeo tiene sexo conmigo, que somos nosotros; no es cierto.

—¿Me has traído aquí solo para decirme eso? Has estado casado, Adam. Así que tuviste sexo con tu mujer y lo grabaste. ¿Y qué? ¿Crees que es por eso por lo que me acosan los paparazzi? ¿Para preguntarme lo que pienso de ellos?

Ni siquiera me había parado a pensar en el maldito vídeo. ¿Me gustaría verlo? Ni de coña, pero mi problema no era esa parte de la entrevista.

Él se acercó a mí, y yo dejé caer los brazos, lista para salir corriendo.

—He comprado el vídeo.

Dio un paso adelante, y yo retrocedí con el ceño fruncido.

—¿Qué?

—Esta mañana he pagado un millón de dólares para ser el propietario de un vídeo con contenido sexual que demuestra que mi ex me engañó mientras estábamos casados, con un director… Probablemente para conseguir un papel en una película, algo que no logró.

—¿Por qué has hecho eso?

—Porque le tendí la mano y quiere que le dé el brazo. No me pienso poner frente a las cámaras ni ofreceré entrevistas para alimentar esta estúpida idea de Adeline, así que se me ha ocurrido hacer esto. Y lo he hecho. Ahora, si insiste en ir detrás de mí, o de ti, sabrá que puedo probar que cada palabra suya es mentira.

En ese momento necesitaba tomar asiento.

—¿Vas a chantajearla?

—No se trata exactamente de un chantaje. En teoría, lo es, claro está, pero como ella no puede correr el riesgo de que se haga público, no voy a verme obligado a usar la cinta. Que conste que no es eso de lo que quiero hablarte. Solo quería que supieras que en esa entrevista es la única vez que mi ex pronunciará tu nombre. Si sigue soltando mentiras, tendrá que enfrentarse a las consecuencias.

—Si no es de eso, ¿de qué querías hablarme? —Me recliné contra el respaldo, preparándome.

—Voy a contarte una pequeña historia. Vicky, mi hermana…, tenía dieciocho años cuando se mudó a París. Los amigos que tenía antes no eran exactamente la mejor influencia del mundo, y se metió en el mundo de las drogas… No se convirtió en una drogadicta, pero, aun así, cayó en ellas. Como ya hemos dicho, mis padres organizaban muchas fiestas, y por mucho que me esforcé por mantenerla alejada de todo eso cuando era más joven, cuando llegó a cierta edad, mi ayuda no fue bien recibida. Resumiendo, ella se empezó a relacionar con la gente equivocada y… quedó embarazada.

Fruncí el ceño; no estaba segura de adónde quería ir, pero lo escuché con atención. Adam se sentó en el otro extremo del sofá y cerró los puños con fuerza.

—Mis padres convinieron entonces en que se marchara a París para vivir con una hermana de mi madre. No podían arriesgarse a que estallara un escándalo como ese. Estaba embarazada de un mes y medio cuando la enviaron lejos. Y Vicky… era muy joven, Lucy. —Me miró con una leve sonrisa y desvió la vista hacia otro lado—. Hice todo lo posible para protegerla de mis padres, pero al final fue ella quien tomó sus propias decisiones. Supongo que a veces, por mucho que quieras salvar a alguien, tienes que aceptar el hecho de que no puedes a menos que te deje.

Me lanzó otro vistazo, y luego se levantó y empezó a caminar. No me gustaba el camino que tomaba su historia. No me gustaba nada.

—No quería criar al bebé, pero tampoco quería abortar. Y, bueno… —Se pasó los dedos por el pelo y soltó una risa seca—. Nunca le he contado esto a nadie. Me resulta raro.

Se acercó a la ventana y se quedó allí en silencio, dándome la espalda. Tenía la misma expresión en su rostro que la primera noche que lo espiamos. La única diferencia era que esta vez no había ninguna barrera entre nosotros, ni paredes ni ventanas de cristal. Estaba a pocos metros de mí.

—A mis padres no les gustaba mucho la idea de dar el bebé en adopción —continuó—. Estaban seguros de que acabaría volviéndose contra ellos. Y, mientras ocurría todo esto, yo estaba con Adeline. Vino a París conmigo cuando visitamos a Vicky. Solo sabía lo del embarazo porque estaba allí cuando recibí la noticia, y yo estaba enamorado de ella y ¿por qué no confiar en la persona que amas, verdad?

Se quedó callado, como si esperara algo, o tal vez se estaba preparando mentalmente.

—Aiden no es tu hijo —adiviné, señalando lo obvio para facilitarle las cosas en caso de que fuera eso lo que estaba esperando.

—Es mi hijo, Lucy —me corrigió al instante—. En el momento en que Vicky dio a luz y lo tuve entre mis brazos, se convirtió en mío, y siempre lo será.

—Pero ¿cómo? —lo dije de golpe—. Es decir…, no lo entiendo.

—Fue idea de Adeline. Eso sí, no la compartió conmigo primero. Se lo propuso a mis padres, y ellos aceptaron.

—Pero ¿cómo? —repetí de nuevo. ¿Me sentí estúpida por preguntar lo mismo una y otra vez? Claro…, aunque me daba igual porque quería conocer la respuesta—. Recuerdo haber visto fotos, las de Adeline… Es decir…, estaba embarazada.

—No lo estaba. Pasó mucho tiempo en París, con Vicky. La casa no estaba en la ciudad, así que la posibilidad de que las fotografiaran era mínima. Cuando estaba aquí, en Los Ángeles, se ponía una de esas cosas para fingir un embarazo. Lo mismo cuando subía fotos en las redes sociales. Créeme, el artilugio parece aterradoramente real, y de todas formas, yo estaba rodando, así que ninguno de los dos pasaba mucho tiempo en la ciudad. Muy poca gente sabía lo del embarazo de Vicky, Dan era uno de ellos, así que no había nadie que pudiera relacionarlo todo.

—Guau… —¿Qué más podía decir?

—Adeline quería casarse, y qué mejor momento para casarse que cuando tu novia está en estado.

—¡Guau! —repetí.

Y continuó.

—Mis padres pensaron que era la solución perfecta para todo. Vicky estuvo de acuerdo con ello. Para ser sincero, no le importaba mucho. Todo el mundo quedaba satisfecho.

—¿Y tú? ¿Estabas de acuerdo con todo esto? ¿Te sentías feliz por ello? Lo entiendo, que conste: tu hermana tenía dieciocho años y era muy joven para tener un niño. Por cierto, ¿quién es el padre?

Otra sonrisa forzada.

—No está segura. Muy conveniente, ¿verdad?

—Sí, bueno; lo que intentaba decir es que ella era demasiado joven —continué—, pero tú tampoco eras mayor. ¿Cuántos años tenías? ¿Veintidós?

Hizo un rápido gesto de asentimiento.

—Un bebé habría sido un gran escándalo cuando la madre tenía dieciocho años y era la hija de la pareja perfecta de Hollywood, por no hablar de que no tenían idea de quién era el padre. Podría haber sido uno de los amigos de Vicky, o, demonios, tal vez uno de los colegas de mis padres. Teniendo en cuenta la forma en la que se comportaba Vicky, era imposible adivinarlo. Pero que Adeline Young tuviera un niño conmigo y nos casáramos era una buena noticia. Buenísima. Y yo amaba a Adeline. Y adoraba a mi hermana. Pensaba que tal vez ella había accedido porque si me quedaba con el bebé, ella podría verlo de vez en cuando.

—Todavía vive en París, ¿no?

—Sí. Y no ha consumido nada desde que se enteró del embarazo, pero no quiere volver aquí. Así que voy yo. Me llevo a Aiden conmigo, y voy allí cada año por su cumpleaños.

—Para que pueda ver a su hijo —adiviné en voz baja.

Adam asintió con la cabeza.

—Para que ella pueda ver al precioso hijo que tiene, pero no quiere tener relación alguna con él.

—Adam…, ni siquiera sé qué… —Quería acercarme a él, pero también quería escuchar todo lo que tenía que decir, así que me quedé esperando el momento adecuado.

—No quiere que Aiden sepa de ella, así que Aiden solo nos conocerá a Adeline y a mí como padres. Ya no me importa eso. La última vez que estuvimos en París por el cumpleaños de Vicky, ni mis padres ni Vicky pasaron más de unos minutos a solas con Aiden. No quiero que se sienta poco querido, no quiero que se vea en la tesitura de tener que llamar la atención de alguien así, por lo que no creo que volvamos a París en un futuro cercano.

Yo tampoco quería que Aiden se sintiera poco querido. Nunca le desearía eso a nadie, y mucho menos a un niño.

—Bueno, que les den. Si no ven lo guapo e inteligente que es… Lo siento, sé que son tu familia, pero que se jodan.

—Hasta el momento en que lo tuve en mis brazos, no estuve seguro de poder hacerlo. Evidentemente, no me importaba casarme con Adeline, porque la amaba, pero un bebé… Como acabas de decir, yo solo tenía veintidós años. ¿Qué demonios sabía yo de criar un bebé? Pero entonces me lo pusieron en brazos, y… —Se levantó y se alejó. Esta vez fui tras él, pero me detuve antes de llegar demasiado cerca—. Le toqué la cara, esos pequeños dedos, esas mejillas —siguió explicándome de espaldas. Había una sonrisa en su voz—. Nació prematuro; era muy pequeño, pero perfecto. ¿Cómo podría alguien querer darlo?

Se dio la vuelta y se sorprendió al verme tan cerca de él.

—Pero ¿y los papeles? ¿El certificado de nacimiento?

Levantó la mano y me puso un mechón de pelo detrás de la oreja.

—No tienes ni idea de lo que la gente con tanto dinero y poder como mis padres puede hacer…, puede comprar. Su publicista, Michel, tenía sus medios; esa es una de las razones por las que es tan bueno en lo suyo.

Negué con la cabeza.

—Todo parece una locura.

—Lo es.

—Entonces, ¿por qué me has contado todo esto?

—Hay más de una razón.

—¿Por ejemplo?

—Quería que lo supieras todo porque me das miedo, Lucy Meyer.

«¿Qué coño…?».

—¿Te doy miedo? —pregunté con incredulidad.

Asintió con firmeza

—Otra razón es porque quiero que lo sepas todo. Quiero que sepas que confío en ti. Quiero que sepas que la noche que tuve que dejarte a solas con Aiden, Adeline me había amenazado con hablar a los medios de comunicación y hacerles saber que Aiden no era nuestro hijo. Pensó que sería suficiente para eclipsar ese vídeo con contenido sexual. Por eso me fui pitando.

—¿Por qué querría hacer eso?

—Para salvar lo que queda de su carrera. Para hacerme quedar mal. Ella está cometiendo un error tras otro. Hasta que nos hicieron esas fotos con Aiden, se había convertido en la villana de la historia. Ahora que has aparecido en escena…

—… quiere hacerme parecer la mala para poder convertirse en la buena y salir de todo esto de rositas.

—Exactamente. Pero ya no puede. Si habla de Aiden con alguien, publicaré el vídeo. Si dice una palabra más sobre ti, publicaré el vídeo. En ese vídeo no le hacía a ese tipo solo una mamada, y aunque ella cree que la cara del hombre no se puede ver, está equivocada. Si el vídeo no fuera suficiente, empezaré a conceder mis propias entrevistas, y estoy seguro de que no querría eso.

—Dime que esto no está pasando por mi culpa, Adam.

Me encerró las mejillas entre sus manos.

—Esto no está pasando por tu culpa, Lucy. Si no hubieran existido esas fotos de nosotros juntos, encontraría otra cosa para salirse con la suya. No tiene ningún vínculo con Aiden. De hecho, él fue la razón por la que quiso el divorcio, por lo que he decidido obtener la custodia exclusiva. Ninguna de estas cosas es por tu culpa.

—¿Por qué te doy miedo? —Quería volver sobre eso porque no lo entendía. No entendía cómo podía darle miedo yo, de entre todas las personas del mundo. Sin embargo, él sí me estaba asustando en ese momento, y, para ser sincera, ya no quería hablar más de la bruja malvada de la historia.

—Porque te dije que te amaba y tú no me respondiste nada. —Me acarició el pómulo con el pulgar, y mantuvo los ojos firmemente clavados en los míos—. No esperaba que me correspondieras, al menos todavía no, y estoy de acuerdo en esperar, pero es que actuaste como si no hubieras oído nada.

—No lo hice porque lo dijiste poseído por la adrenalina del momento…

—¿Oh? ¿En serio?

La forma en que sus ojos se movían por mi cara era tan tierna, tan amorosa que se me formó un bulto en la garganta.

—Tienes nueve lunares en la cara. ¿Lo sabías?

«¿Qué?».

—Mmm… no, nunca los he contado.

—Yo sí. Y mi favorito es este. —Me tocó la piel con la punta del dedo, justo debajo del ojo, y luego lo bajó hasta mi mandíbula.

Me limité a ver cómo sus ojos seguían el dedo hasta que lo detuvo en mi barbilla y acercó mi cara a la suya. Esperé su beso conteniendo la respiración, lo esperé, pero no me lo dio. Entonces sus ojos se encontraron con los míos.

—Te amo, Lucy Meyer.

Quería mucho de mí… Y al mismo tiempo, no quería nada. Primero me había presionado para tuviéramos una relación y justo cuando me estaba acostumbrando a esa idea quería más. Puede que no fuera gran cosa para algunas personas, pero para mí lo era todo.

Cerrando la distancia entre nosotros, susurró:

—Sé que tú también tienes miedo, Lucy —susurró, borrando la distancia que nos separaba—, y ¿sabes qué…? Si algo he aprendido sobre el amor, es que debe darte miedo. Poco o mucho, no importa cuánto, pero debe hacerte sentir. Y tú, mi hermosa y terca Lucy… —frotó los labios contra los míos, solo un roce rápido, y se retiró—, me asustas… No, prometí ser sincero contigo: me aterrorizas, Lucy, y me encanta. No pienso dar nuestro amor por sentado nunca, y aun sabiendo que es posible que no me quieras…, te quiero, Lucy Meyer. Me he enamorado de ti.

Cada palabra que decía enviaba una flecha a mi corazón. Me quedé allí, inmóvil, mucho tiempo, presa de unos ligeros estremecimientos y con el aliento atascado en la garganta. Me limité a mirar cómo me miraba. Me capturó la cara suavemente con sus fuertes manos y me besó los labios. Solté el aire con un suspiro. Estaba en un buen lío. Al retirarse, me besó la nariz, los ojos, la frente y los labios otra vez.

—Ahora vas a besarme, Lucy. Sé que no me dirás las palabras que yo te he dicho, pero necesito que me ofrezcas el mejor beso del mundo —susurró, moviendo los labios contra los míos—. Y luego me darás una oportunidad, la misma oportunidad que le diste a Jameson. Me la merezco, y tú me mereces a mí.

¡Oh, qué creído! Iba a recibir más que un beso.

Cuando abrí la boca y lo invité a entrar, no dudó en aceptar todo lo que le ofrecía. Fue un beso lento, nuestras cabezas se movieron en sincronía, nuestras lenguas fueron suaves. Cuando comprendí lo que estaba pasando, por qué me sentía al borde del llanto, me sujeté a sus brazos y le dejé tomar el control. Dio otro paso hacia mí, y nos apoyamos el uno en el otro.

A salvo los dos juntos.

Sabía que recordaría ese momento años más tarde; sabía que cuando mirara atrás, cuando pensara en Adam, sentiría sus cálidas y fuertes manos acunando mi cara. Sabía que recordaría la verdad de sus palabras resonando en mi oreja, estuviera él allí o no.

Cuando terminó, simplemente apoyó la frente en la mía, y respiramos el aire que el otro emitía. Esperaba que hubiera sido su mejor beso. Esperaba que nadie lo volviera a besar así, que solo lo hiciera yo, que mis labios se encargaran.

—Dime que beso bien, Lucy —murmuró, con los ojos cerrados—. Dime que soy el mejor.

Se me escapó una risita al tiempo que deslizaba los brazos alrededor de su cuello y me agarraba a él con un poco más de fuerza mientras me ponía de puntillas para poder deslizar la nariz contra su cuello y emborracharme más de él.

—Te he enseñado bien; por supuesto que ahora eres bueno.

Se rio y me rodeó la cintura con los brazos, haciéndome sentir sus constantes latidos contra los míos.

Respiré hondo, cerré los ojos y me quedé quieta en la seguridad de sus brazos.

—No quiero que te alejen de mí, Adam.

Presionó la palma de la mano contra mi espalda, sujetándome con tanta fuerza y tan cerca como yo lo estaba abrazando a él.

—No permitiré que nadie te aleje de mí, Lucy. Puedes creerme.

Se me escapó una lágrima y me resbaló por la mejilla, así que hundí la cara en su cuello.

Lo siguiente que supe fue que movía las manos por mi cuerpo y me arrastraba con él. Con mi cara aún en su cuello, dejé que me llevara al dormitorio. Me tendió con ternura en su cama y se puso encima de mí, pero su cuerpo ni siquiera quedó apoyado en el mío. Tenía los brazos sobre la cama, con su cara a unos centímetros de la mía.

—Pierdo la noción del tiempo cuando te beso —murmuré, acariciándole la mejilla—. Me haces perder la noción de mí misma cuando me miras a los ojos con tanta intensidad, Adam Connor. Me haces sentir como si fuera la única.

Soltó el aire y cerró los ojos mientras movía la cabeza contra mi mano.

—Vas a decirme que me amas. Dímelo y dame tu corazón, y te prometo, Lucy…, te prometo que lo cuidaré.

—Ya me has robado el corazón, idiota.

—No son las palabras adecuadas, inténtalo de nuevo.

Me reí suavemente.

—Creo que me he enamorado de ti, Adam Connor.

Empezó a decir algo, pero yo le puse el dedo en los labios.

—Te amo —admití en voz baja—. Tienes razón, te amo, y eso me aterra.

Sus labios se extendieron lentamente hasta formar una sonrisa y mi corazón se iluminó con su belleza.

«Hace tiempo que no menciono lo gilipollas que es, ¿verdad?».

—Yo te cuidaré.

—Sí, no haces más que decirlo.

—Porque es verdad. Nunca más tendrás que proteger tu corazón. Siempre estará a salvo conmigo, Lucy. Siempre estarás a salvo conmigo.

Me tragué el grueso nudo de la garganta e ignoré la forma en que el corazón me revoloteaba en el pecho, como si el espacio no fuera suficiente, como si estuviera preparado, ansioso y dispuesto a descansar en las manos de Adam Connor.

«Este estúpido corazón mío…».

Cerrando los ojos, traté de recordar cómo formar palabras y cómo respirar. Adam esperó pacientemente.

—Adam…, cuando digo que estoy maldita, no estoy tratando de ser un reto. Quiero que sepas que da igual cuándo o cómo termine esto entre nosotros: guardaré tus secretos. —Negué con la cabeza con asombro y lo miré fijamente a los ojos—. Lo que hiciste… Eres una persona increíble, un padre increíble, aunque obviamente tienes un gusto cuestionable con las mujeres. —Sus labios se curvaron de nuevo, y me dio un beso, lo que hizo que mi corazón se excitara de nuevo.

—Gracias, nena.

—Esto último no ha sido un cumplido —aclaré.

Me robó otro beso que terminó provocando que tirara de él hacia abajo para poder sentir su peso apretándome contra la cama.

—Espera. Espera…

Se detuvo, con la respiración ya pesada, igual que la mía.

—Te elijo a ti —susurré—. Nunca deseé que un príncipe me salvara, porque puedo salvarme sola, gracias… Pero ahora estoy deseando que lo hagas tú, Adam Connor. Espero, y lo espero con todas mis fuerzas, que tu beso rompa la maldición. Espero que seas tú, Adam. Espero que seas el héroe de mi historia, porque merezco ser amada, maldita sea. Merezco tener a alguien que baile conmigo aunque no haya música. —Me detuve para poder respirar y vi que los ojos de Adam se oscurecían—. Me merezco que seas mío. Me merezco amarte.

Me miró, y solo me miró, durante varios segundos en silencio mientras yo intentaba calmar mi corazón agitado. Luego, sin decir una sola palabra, se puso de espaldas y se quitó la camisa, lo que me permitió echar un vistazo a la parte superior de su cuerpo, ridículamente sexy. Luego agarró el borde de mi camiseta lentamente, como si dispusiéramos de todo el tiempo del mundo. Lo ayudé levantando los brazos, y cuando se concentró en mis vaqueros, también levanté las caderas. En el momento en que todo desapareció y estuve completamente desnuda ante él —en más de un sentido—, se deshizo del resto de su ropa, se acomodó de nuevo sobre mí y se hundió dentro de mí sin soltar ninguna palabra florida. No necesitaba ninguna; solo lo necesitaba a él.

Ya estaba duro, listo para llenarme.

Respiré profundamente y separé las piernas mientras él me penetraba, dilatándome hasta que se asentó en lo más profundo de mi ser, uniéndonos de una manera más mágica, pues cada orgasmo con Adam había sido mágico hasta ese momento.

Esta vez fui yo quien encerró su cara entre las manos y miré las profundidades verdes de sus ojos.

—No me hagas daño, Adam. No me decepciones.

—Nunca, Lucy.

Me hizo el amor con envites lentos y firmes, haciendo que ansiara su polla, haciéndome sufrir por lo mucho que lo deseaba, por la liberación que solo él era capaz de proporcionarme. Luego me hizo rodearle la cintura con las piernas, mientras musitaba susurros y promesas contra mi piel y, por supuesto, haciéndome disfrutar de su gran y hermosa polla. Cuando le llegó el turno, hundió la cara contra mi cuello, profundamente clavado en mi interior, y se dejó llevar con un gemido. Me dejó abrazarlo hasta que nuestros ritmos cardíacos recuperaron la normalidad.

Levantando la cabeza, me pidió que le dijera de nuevo aquellas palabras, así que se las di.

—Estoy completamente enamorada de ti, Adam.

Y eran unas palabras preciosas. En la misma cama que él, mirándolo a los ojos y admitiendo que me había enamorado de él, esperé con todas mis fuerzas que fuera él quien rompiera mi maldición.