Epílogo

Lucy

Seis meses después

Creo en el sexo. De verdad.

Creo que cuando tienes sexo con la persona que amas, especialmente si la tiene grande, experimentas algo fuera de este mundo. Es difícil de explicar. No es lo mismo que tener sexo con alguien a quien solo conoces una noche, aunque sea un dios en la cama. No me malinterpretéis: el sexo con ese tipo también será bueno porque los orgasmos suelen ser bastante mágicos, pero de lo que estoy hablando es de otra cosa.

Escuchadme atentamente.

Amar a una persona, tener sexo con alguien que te ama con todo su ser, que confía en ti más que en nadie en el mundo…, es hermoso, humillante, desgarrador, y para ser sinceros, una locura.

Pero sí, si pones en una balanza el sexo con un rollo de una noche con el sexo con Adam…, digamos que Adam le gana de calle.

¿Queréis saber qué tipo de sexo me gusta más? Ya sabéis casi todo sobre mí, así que veo bien que también sepáis eso.

El sexo que empieza cuando estoy dormida. Me encanta esa clase de sexo, lo podría tener a todas horas.

Y concretamente, debo decir que me encanta follar de esa manera con Adam Connor. Despertarme y tener su boca sobre mí, jadear contra su mano mientras trata de mantenerme en silencio para que mis gemidos y gritos no sean escuchados por el perfecto y pequeño humano que duerme al otro lado del pasillo… Despertarme con una polla mágica metiéndose dentro de mí… La polla mágica de Adam Connor, por si acaso no lo habéis entendido… Sí, me encanta follar así.

Como me gusta tanto que me despierten para tener sexo, esa fue la llamada de atención perfecta para el mejor día de mi vida. Me desperté con una mano grande en un pecho, apretando y pellizcando mi pezón. Cuando gemí, me hizo callar con suavidad. Tenía los labios contra mi cuello, y me besaba, lamía y mordía.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté aturdida, y un pequeño escalofrío me recorrió de arriba abajo mientras él me mordía suavemente la piel. Todavía seguía en algún lugar entre el mundo de los sueños y el real.

Su mano viajó desde mi pecho hasta mi muslo, y me subió la pierna y me la pasó por encima de su muslo. Yo sonreí, todavía con los ojos cerrados, y lo ayudé moviéndome hacia atrás hasta que mi culo desnudo chocó con sus duros abdominales.

Aseguró mi pierna sobre su muslo, me cubrió la cadera con la mano y me bajó un poco.

—Adam —murmuré somnolienta al notar su dura polla entre las piernas. Ya me sentía envuelta en un hormigueo por la emoción de tenerla tan cerca.

Giré las caderas para acercarme tanto como pude con él a mi espalda, y giré la cabeza hacia su boca para obtener mi beso matutino.

En el momento en que mis labios estuvieron lo suficientemente cerca, se apoderó de ellos en un beso lento y seductor. Gemí y dejé que mi cuerpo se ablandara en sus brazos cuando su calor me llegó a los huesos. Poco a poco todo se desvaneció, y no sentí nada más que amor entre nosotros.

Sin que sus labios se apartaran de los míos, sentí que me abría con la mano, y me di cuenta de que se estaba asegurando de que estuviera preparada para él. Entonces se introdujo en mí despacio, moviendo sus caderas con mucha lentitud. Cuando fue demasiado para mí, me separé de su beso y contuve la respiración. Un último centímetro y estuvo dentro.

Completamente dentro. Completamente mío.

Deslizó un brazo debajo del mío y curvó los dedos en mi hombro, para mantenerme quieta mientras se movía con empujones perezosos.

—Buenos días, Lucy —susurró mientras yo soltaba el aliento tan silenciosamente como podía.

No estaba preparada para decir nada. «Mmmm…» era a lo máximo a lo que podía llegar.

Se retiró, para dejar solo el voluminoso glande dentro de mí, y luego empujó lentamente hacia dentro mientras yo luchaba por sujetarme a su bíceps con la mano derecha.

—Ahhhh —murmuré, demasiado excitada para decir ninguna palabra.

—Me encanta despertarte así —me susurró al oído, logrando de alguna manera mantener sus empujes firmes—. Estás tan dócil, tan dispuesta a hacer todo lo que te digo cuando te despiertas…

Me dio un beso en el hombro, perfectamente sincronizado con un fuerte empujón.

«¡Dios!».

—¿Cuándo no he estado dispuesta a meterme en la cama contigo? —le eché en cara.

—Nunca, pero hay algo diferente en ti cuando te follo a primera hora de la mañana. Creo que a ti también te encanta.

Me encantaba todo con él, punto, pero sí, me encantaba que hiciera todo el trabajo mientras me tenía entre sus brazos y me dejaba observarlo con ojos somnolientos. Algunas mañanas me despertaba antes que él, y cuando eso ocurría, siempre me aseguraba de que tuviera un buen comienzo de día…, un comienzo muy bueno y relajante.

—Me encanta tu polla, y punto —admití—. No importa la hora que sea, me encanta tenerla dentro de mí a cualquier hora del día.

Me las arreglé para abrir las piernas y empecé a mover las caderas hacia abajo, instándolo a impulsarse más rápido.

—Siempre tan codiciosa e impaciente —murmuró antes de chuparme el lóbulo de la oreja—. Te amo, Lucy.

Con sus palabras, me contraje a su alrededor y sonreí al oírlo gemir.

—Te amo, Adam. —Ya no hubo ni un momento de vacilación—. Y me gusta mucho correrme a primera hora de la mañana.

—¿Eso quieres? ¿Correrte en mi polla? ¿Lo de anoche no fue suficiente para ti?

—Ayer solo me corrí dos veces. Estabas cansado, así que no quise presionarte. —Le hice girar la cabeza—. Es culpa tuya —susurré, cuando mis ojos finalmente se fijaron en los suyos—. No me siento satisfecha a menos que consigas que me corra tres veces en el mismo polvo. Es como si me faltara algo.

—Mmmm, ¿así que tienes que correrte ahora tres veces?

Le sonreí antes de que cambiara de ángulo e impactara en el punto más sensible haciéndome gemir. Ahora conocía todas mis debilidades, todos mis rincones.

—Shhh —me calmó mientras me clavaba la polla, empujándome hacia algo para lo que no estaba preparada—. No querrás que Aiden te oiga y venga a rescatarte, ¿verdad?

Negué con la cabeza y le agarré el antebrazo hasta donde pude. Los envites perezosos habían desaparecido hacía tiempo; ahora su misión era conseguir que me corriera, y sabía exactamente cómo conseguirlo. Amaba a Aiden con todo mi corazón, pero el hecho de que viniera a rescatarme de su padre en ese momento era lo último que quería. Quería que su padre me hiciera estallar, aunque, en realidad, ya lo había hecho.

Me llevó justo a donde quería embistiendo profundamente dentro de mí y hundiéndose más y más. ¡Oh, y eso fue todo! Le agarré la mano y me la puse encima de la boca mientras me acercaba a él, y no dejó de follarme hasta que me temblaron las piernas, y tuvo que sujetármelas para mantenerme quieta. Incluso después de eso, me hizo ponerme boca abajo suavemente y colocó las piernas a ambos lados de mis caderas.

En ese nuevo ángulo, con un ajuste más firme, me siguió penetrando todavía despacio pero con empujes más profundos. Se entregó por completo esa mañana, y yo lo acepté de la misma forma.

—Me vuelves loco, Lucy —me murmuró al oído en algún momento mientras intentaba no desmayarme ante todas las sensaciones—. Me haces feliz.

Si creéis que esas palabras no llegaron al rincón más profundo y escondido de mi corazón, no acertáis ni un poquito.

Esa mañana disfruté de varios orgasmos, y él de dos, porque, sí, yo también era así de buena.

Con ese extra, debería haber imaginado que pasaba algo.

—Buenos días.

—Arrgggh, nooo…

—Buenos días, Aiden.

—No. Déjame dormir un poco más, Lucy.

—Pero tienes que despertarte.

—¿Por qué? ¿Por qué? Tengo mucho sueño, Lucy. No creo que tenga que despertarme todavía.

—Pero quiero hacer tortitas, Aiden. Se lo he pedido a tu padre, pero no me quiere ayudar. Estaba segura de que lo haría, pero…

Se dio la vuelta y abrió esos ojos que eran exactamente iguales a los de su padre.

—¿No va a ayudarte?

Negué con la cabeza e intenté parecer muy triste.

—¿De verdad quieres tortitas? ¿De verdad de verdad?

Asentí con la cabeza.

—Me temo que sí. De verdad quiero tortitas con jarabe de arce. Con mucho jarabe de arce.

Aiden soltó un suspiro de sufrimiento y dio una palmada a la cama con su pequeña mano. Había cumplido seis años hacía un mes, pero todavía seguía siendo un pequeñajo a mis ojos. No había sido agradable ver a Adeline cuando celebramos su cumpleaños, pero era la madre de Aiden, al menos eso era lo que él pensaba. Cuando contemplé esa enorme sonrisa en su cara al ver a sus amigos, los globos, los juguetes y el enorme y colorido castillo hinchable en el jardín trasero…, su alegría hizo que valiera la pena estar en el mismo lugar que esa mujer.

Para ser justos, después de que Adam la obligara a hacer una declaración disculpándose conmigo, no había hecho nada que me molestara demasiado. Desde el momento en el que Adam había comprado el vídeo con contenido sexual, había tenido curiosidad por verlo, pero era consciente de que ya la había destruido, y ella no había seguido comportándose como una cabrona. Incluso había firmado sin rechistar los papeles que le concedían la custodia exclusiva a Adam.

Oh, Aiden todavía estaba algún tiempo con ella, todavía pasaba algunas noches en su casa, pero siempre era más feliz cuando su padre estaba cerca. Lo mismo que yo.

—Papá me va a deber un favor muy grande —murmuró mientras deslizaba las piernas y se bajaba de la cama.

—¿Me vas a ayudar? —Estaba totalmente segura de ello. Le gustaban las tortitas tanto como a Olive y a mí.

—Ya me has despertado, así que supongo que puedo levantarme para poder comer tortitas. Siempre comes más que papá y que yo. ¿Cómo es eso, Lucy?

—Oh, perdone usted, pero eso pasó solo una vez, y me moría de hambre.

Me miró por encima del hombro mientras iba al cuarto de baño con una hermosa sonrisa.

—Siempre tienes hambre, Lucy.

Pequeño monito…

Así que con aquel ayudante tan dispuesto, hice tortitas mientras su padre se duchaba y se preparaba para un día de rodaje. A petición de Aiden, habíamos invitado a nuestros vecinos favoritos a desayunar. Ya que Adam y Jason eran coprotagonistas, los cinco pasábamos mucho tiempo juntos, en el rodaje y fuera de él. Por suerte, aún faltaban algunas horas, según su agenda, para que tuviera que estar en el set.

Olive me ayudó a poner la mesa del comedor mientras Aiden y Jason protegían las tortitas de nosotras. Creedme, Olive se había puesto tan furiosa como yo cuando Jason apoyó a Aiden en aquella cuestión de que comíamos demasiadas tortitas. Jason había sido entonces lo suficientemente listo como para rodear la cintura de Olive con el brazo y besarla justo después de esa declaración, y tuvo suerte de que Olive no viera cómo chocaba los cinco con Aiden.

Cuando Adam salió de la ducha con un elegante traje negro, tuve que mirarlo dos veces.

—¿Qué celebramos? —le pregunté en voz baja mientras se pasaba los dedos por el cabello húmedo.

—Es un día especial —me apresó entre sus brazos y me besó con suavidad en los labios. Dejé el plato de fruta que llevaba en las manos y me volví hacia él con sorpresa.

—¿Y eso?

—Es que hoy hace cinco meses —declaró.

Yo ya lo sabía. Habían pasado cinco meses desde que me había mudado con él y Aiden. No había sido realmente una mudanza, porque no había llegado a alquilar el apartamento al que tenía echado el ojo. Un día Adam hizo traer toda la ropa que tenía en casa de Olive y punto. No tuve voz ni voto, pero tampoco me quejé. Como os he dicho ya, el sexo cuando todavía estaba dormida se había convertido en mi tipo de sexo favorito.

Y Aiden… Su reacción a todo eso de que «tu padre y yo tenemos ahora una relación seria, ¿te parece bien?» fue brindarme una sonrisa tan pícara como tierna. Se parecía demasiado a su padre.

—¿Significa eso que papá podrá besarte cuando quiera? —me preguntó entonces Aiden, sin dejar de sonreír.

—Sí, supongo que eso significa que podrá besarme cuando quiera. Aunque si me enfado con él, no podrá ni acercarse a mí.

Se rio.

—¿Qué más significa?

Significaba muchas cosas que sus pequeños oídos no podían ni debían oír, pero me las guardé todas para mí.

—Si estáis de acuerdo, significa que me quedo con vosotros.

—¿Aquí?

—Sí.

—¿Aquí, en esta casa? ¿Ya no vivirás con Jason y Olive?

—No, viviría aquí.

Abrió los ojos como platos.

—¿Vivirás con nosotros? ¿Para siempre?

—Vamos a ir más despacio, pequeño humano. Si tu padre hace que me cabree, no estoy segura de cómo me sentará ver su cara cerca. La tuya, sin embargo… —Le di un golpecito en la barbilla con los nudillos—. La tuya no me importaría verla siempre.

Las risas llenaron la habitación mientras Aiden corría a decirle a su padre que yo lo prefería a él antes que a Adam.

Ya he mencionado antes que era el pequeño humano más perfecto del mundo, ¿no?

Adam me dio otro beso, esta vez más duro, más intenso, de alguna manera aún más hermoso y me llevó de vuelta al presente.

—¿Y esto? —le pregunté cuándo me dejó respirar.

—Esto es porque hoy es el día de nuestra boda.

La sonrisa que tenía en los labios se me borró al instante, y me alejé de él.

—¿Qué?

—Es el día de nuestra boda.

—Otra vez… ¿qué? ¿De alguna manera he viajado en el tiempo y me he perdido la propuesta?

Hizo desaparecer la distancia entre nosotros y me impidió retroceder, aunque ni siquiera me había dado cuenta de que estaba retrocediendo.

—Te he estado proponiendo matrimonio todos los días con cada beso, Lucy.

—¿En serio?

—No es culpa mía que te hayas tomado tu tiempo para darme una respuesta. Ahora no estás en posición de pedirme una propuesta. Es demasiado tarde para ello.

—¿De verdad?

—Sí, Lucy. Lo siento.

—Pero quiero mi propuesta, Adam. La quiero de verdad. Propónmelo de verdad. Por favor.

Se inclinó y me dio un beso suave en el borde de los labios.

—Lo siento, cariño.

—Entonces, ¿no tengo propuesta? ¿Qué significa eso exactamente?

—Significa que nos vamos a casar.

—¿«Vamos»? ¿Cuándo?

—Hoy.

—¿Qué? —Mi voz era apenas audible

De repente, Olive apareció por la esquina, y me quedé paralizada en el sitio cuando vi lo que llevaba en las manos. Un vestido de novia. Un puto vestido de novia, y tengo que admitir que era un puto vestido de novia precioso.

Me cubrí la boca con las manos, y me quedé allí parada, asimilándolo todo. Había lágrimas en sus ojos, así que, obviamente, había algunas lágrimas también en los míos.

—Es que… Es que… —tartamudeé.

Aiden se movió, y le vi coger la mano de su padre mientras me sonreía. Todavía no lograba articular ninguna palabra. Entonces Olive se acercó a mi lado.

—Te deseo toda la felicidad del mundo, Lucy. Te deseo todas las sonrisas, todas las risas, todo el amor. —Se rio y se secó las lágrimas—. Te mereces tanto, mi preciosa amiga… Mereces la mejor historia de amor, te mereces el mejor final, y me siento honrada de estar a tu lado cuando te cases con el amor de tu vida.

Se me cayeron las manos y se me escapó una risita, pero no os preocupéis, todavía seguía llorando.

—¿Quién ha dicho que es el amor de mi vida? —Lo era, por supuesto—. Y tampoco recuerdo haberte pedido que fueras mi dama de honor, mi olivita.

Le pasó el delicado vestido a Jason y se arrojó en mis brazos.

—No es necesario que digas nada. Intenta impedírmelo, te reto.

Justo cuando terminó de hablar, Jason entró y la alejó de mis brazos, sosteniéndola contra su cuerpo, y Olive se relajó contra él. Ninguna de los dos estaba en su mejor momento, con los ojos rojos y llorosos.

—Y supongo que como nunca me has pedido que te dejara llamarme «papá», no es necesario que me des permiso para acompañarte al altar para casarte con este tipo —dijo Jason antes de darme un beso en la mejilla.

Me reí y miré su cara sonriente a través de las lágrimas.

Aiden dejó caer la mano de su padre y corrió a mi lado. Todavía llevaba el pijama de Supermán.

—No llores, Lucy. ¿No quieres casarte con nosotros?

—Hijo, no puedes preguntarle eso, ¿recuerdas? —le interrumpió Adam.

—Pero ¿por qué? No lo entiendo.

—Sí, apoyo la moción —intervine—. Yo tampoco lo entiendo. ¿Por qué no podéis preguntarme eso?

Se acercó a mi lado y ahuecó una mano sobre mi cara. Apenas me di cuenta de que Aiden me soltaba la mano e iba al lado de Jason. Adam siempre me hacía eso, siempre conseguía que me resultara imposible apartar la mirada de él.

—Porque no quiero que pienses. Porque no quiero que tengas la opción de decirme que no. Eres mía, Lucy. Cuando solo hay una respuesta a una pregunta y ya sabes cuál es, no tiene sentido hacerla. Te vas a casar conmigo hoy. Te convertirás en mi esposa y serás mía para siempre.

Su esposa.

Su maldita esposa.

Tragué saliva y asentí con la cabeza.

—Tienes razón. No tiene sentido preguntar cuando se sabe la respuesta.

Levantó la otra mano, y me mantuvo quieta.

—Entonces, ¿sí? ¿Vas a hacerlo?

—Me ha parecido oírte decir que no tenía la opción de decir que no.

—Y no la tienes —insistió en voz baja, deslizando la mirada por cada centímetro de mi cara—. Pero nunca puedo estar seguro de lo que harás.

—Entiendo. Pues… vale. —Levanté mis temblorosas manos y las puse sobre las suyas—. Vamos a casarnos. Y por qué no hoy, ¿verdad? Es un día tan bueno como cualquier otro, y si todas mis personas favoritas estarán presentes, bueno, eso significa que es el mejor día del mundo.

Sonrió lentamente, como si realmente hubiera temido que yo dijera que no, como si no supiera que no hubiera podido. Luego, cuando su sonrisa se hizo más grande, mis ojos se llenaron de más lágrimas.

—Ya basta, Lucy —murmuró, besándome las lágrimas que caían de mis ojos—. Ya basta, mi hermosa guerrera.

Me estremecí, y Adam me rodeó con sus brazos antes de que pudiera marearme y caerme al suelo.

Sus susurros era lo único que oía.

—Nunca serás como ellas, Lucy. No estás maldita, cariño. Nunca lo has estado. Solo era necesario que te encontrara. —Su voz era tierna, llena de amor—. ¿A quién estoy engañando? Ni siquiera pudiste esperar a que te encontrara. Te colaste en mi jardín, te plantaste ante mi cara.

Todavía llorando entre sus brazos, lo agarré con más fuerza. Me había encontrado. Nunca lo reconocería, pero sí, Adam me había encontrado.

—Te amo —susurré contra su camisa ahora empapada por mis lágrimas.

—Y yo te amo a ti, mi Lucy. —Sentí sus labios en la parte superior de mi cabeza y cerré los ojos.

Era perfecto. Era todo lo que siempre había temido querer para mí.

Levanté la cabeza y, mirándolo a los ojos, me las arreglé para brindarle una sonrisa temblorosa.

—Adam Connor, después de todo, eres el héroe de mi historia. Eres el inesperado príncipe azul que rompió mi maldición. Quién lo iba a pensar, ¿eh? Creo que me alegro de que seas tú, porque hubiera odiado empezar de cero y tener que enseñar a otro a besar correctamente.

Se rio mientras me miraba con ternura.

—Me temo que no vas a poder besar a nadie más que a mí. ¿Estás de acuerdo con eso?

Asentí con la cabeza, con el corazón todavía encogido en el pecho.

—Me acostumbraré.

—Vale.

—Entonces, Lucy, ¿nos casamos o no? —dijo una voz.

Solté a Adam y me incliné para besar las mejillas de Aiden.

—Gracias por preguntarme, mi pequeño príncipe. Mi respuesta es un sí rotundo.

—Bien. ¿Y ahora podemos comernos las tortitas? Tengo mucha hambre, y he estado esperando con mucha paciencia.

Me reí y me enderecé.

—Sí. Sí, podemos comernos las tortitas.

Una Olive que ya no lloraba me guiñó un ojo con rapidez y fue a ayudar a Aiden y a Jason con el desayuno.

Adam me acogió de vuelta en sus brazos, y yo agradecí su calidez y cercanía.

—Gracias, Lucy.

—¿Por qué?

—Por espiarme. Por ser mía.

—Eso es mucho que agradecer.

—Y tengo pensado agradecértelo cada vez que pueda.

—Deberías hacerlo. Tres veces al día, por favor.

Adam sonrió, y yo me derretí.

—Gracias por confiarme tu hermoso corazón —me susurró al oído después de inclinarse hacia mí.

Así que ese mismo día, después de dar cuenta de las tortitas, le di el «sí, quiero» a Adam Connor con los ojos llenos de estúpidas lágrimas de felicidad.

Después del primer beso como marido y mujer, me puse de puntillas y le susurré un pequeño secreto al oído. Nunca olvidaría la mirada que me puso…, la que decía que yo era su mundo. Apoyó la mano en mi vientre, en nuestro pequeño bebé, y me dio otro beso perfecto, uno más que añadir a la lista.

La niña que se había pasado los días llorando, que se había esforzado al máximo para saber por qué su madre no podía quererla lo suficiente como para abrazarla y estar con ella, que no podía entender por qué su abuela nunca la había amado como necesitaba…, esa misma niña que a lo largo del camino había entendido y aceptado que no todo el mundo consigue tener su propio «y comieron perdices» en este mundo…, la niña que había sido…, la esperanzada niña que seguía habitando en mí sonrió.

Sonrió, y sonrió, y sonrió, y siguió sonriendo.