Capítulo Tres

 

 

 

 

 

–Aquí está la información que querías sobre ese tal Carmichael.

JoJo miró a Wanda, la recepcionista del taller, y tomó la tarjeta que había dejado en el escritorio.

–¿Vive en Cherry Hills Village?

Una de las zonas más exclusivas de Denver.

–¿Te sorprende? Mira cómo viste y el coche que conduce.

JoJo asintió con la cabeza.

–Tiene treinta y un años, como Stern. Y, según tus pesquisas, no mantiene ninguna relación seria en este momento.

–También como Stern.

JoJo miró a Wanda, que intentaba disimular una sonrisa.

–Pues sí, como Stern.

–Ahora que lo pienso, hay muchas cosas en ese Carmichael que recuerdan a Stern. ¿Hay alguna razón?

Wanda era demasiado lista.

–¿Tú qué crees?

–¿De verdad quieres que te diga lo que creo, Jovonnie?

JoJo se aclaró la garganta. Cada vez que Wanda la llamaba por su nombre completo, era hora de «decir lo que pensaba». Y no le apetecía nada escucharlo.

–¿No tienes que atender al teléfono?

–No te pongas en plan jefa, jovencita. Es mi hora del almuerzo y tengo derecho a descansar un rato.

–Pero yo estoy trabajando. Si no te importa…

–Sí me importa –la interrumpió Wanda, apoyando la cadera en el escritorio–. Y la razón por la que me importa es porque creo que estás cometiendo un error.

Sabiendo que no podría seguir trabajando hasta que la recepcionista dijera lo que tenía que decir, JoJo tiró el bolígrafo sobre la mesa y se arrellanó en el sillón.

–Muy bien, di lo que sea.

Wanda se había casado dos veces. Enviudó de su primer marido a los veintiocho años y, según ella, su segundo matrimonio fue un error porque había intentado reemplazar a un hombre irremplazable…

–Te has enamorado de Stern –anunció la recepcionista, mirándola a los ojos.

JoJo se alegró de estar sentada; se habría caído al suelo. Estaba completamente segura de haber disimulado bien sus sentimientos… ¿cómo era posible que Wanda lo hubiera descubierto? Aunque su padre solía decir que tenía un sexto sentido para las cosas que no eran asunto suyo.

–Admítelo –insistió Wanda.

JoJo tomó el bolígrafo que había tirado sobre la mesa y fingió anotar algo en un documento.

–No voy a admitir nada, no digas bobadas.

–No son bobadas. Tú sabes que soy muy observadora, y deberías saber que nunca se me escapa nada.

–¿Y qué crees que no se te ha escapado?

Wanda esbozó una sonrisa.

–Cómo miras a Stern cuando crees que él no se da cuenta. Cómo sonríes cuando aparece en el taller o te llama por teléfono. Lo emocionada que estabas por ir de caza con él… era como si llevaras dos años sin verlo.

–Esas son pruebas circunstanciales.

–Sí, pero de pronto decides hacer averiguaciones sobre un tipo que podría ser un clon de Stern. Para mí, esa es una señal bien clara.

JoJo se mordió los labios.

–Haces que parezca un poco patética.

Wanda negó con la cabeza.

–Nada de patética, solo confundida.

JoJo se levantó para acercarse a la ventana. Hacía un día precioso, pero solo había que mirar las montañas cubiertas de nieve para saber que el invierno llegaría temprano. Y sería muy frío, además.

Se volvió y, como esperaba, encontró a Wanda apoyada en su escritorio, de brazos cruzados.

–Digamos que tu teoría es cierta. No digo que lo sea, solo es hablar por hablar. ¿Qué hay de malo en buscar algo seguro en lugar de seguir colgada de una causa perdida?

–¿Por qué crees que Stern es una causa perdida?

JoJo lo pensó un momento antes de responder:

–Solo es una causa perdida en lo que se refiere a mí. Lo conozco, es mi mejor amigo y solo puede ser eso. No tiene sentido perder el tiempo queriendo algo más, y tengo un plan que podría funcionar.

–¿Walter Carmichael?

–Así es. Walter Carmichael es justo lo que necesito.

Para alejarse de Stern.

–¿Y si no saliera bien?

JoJo sonrió.

–Saldrá bien. He aprendido del mejor.

Wanda la miró en silencio unos segundos.

–Por favor, dime que no piensas hacer lo que creo que vas a hacer.

–Muy bien, no te lo diré.

–No saldrá bien, cariño. Cuando un hombre te ha robado el corazón, no se puede reemplazar por otro. Te lo digo por experiencia.

JoJo vio a Wanda salir del despacho, en silencio. Un día tenía que preguntarle qué había pasado con su segundo marido. ¿Por qué había sido tan difícil enamorarse de un hombre bueno?

Estaba segura de que no sería tan difícil para ella trasladar su afecto de Stern a Walter. Después de todo, ella no había estado casada con Stern y enamorarse de otro hombre no podía ser tan difícil.

En cierto modo, estaba deseando ir al Punch Bowl el sábado. Por lo que Wanda acababa de decirle, allí era donde Walter solía ir los fines de semana. El Punch Bowl tenía música en directo y era un buen sitio para bailar y conocer gente.

Y eso era lo que ella iba a hacer.

 

 

–Esto debe ser serio –Zane Westmoreland abrió la puerta de su casa y Stern entró sin esperar invitación.

–¿Por qué dices eso?

Su primo se encogió de hombros.

–No recuerdo la última vez que viniste a visitarme.

–Porque tenías una invitada y no quería molestar, pero me han dicho que ya se ha ido –Stern hablaba de la mujer con la que Zane iba a casarse, algo que aún seguía sorprendiéndolo.

–Channing ha tenido que volver a Atlanta, pero se instalará aquí el mes que viene.

–¿Crees que aguantarás hasta entonces?

Zane esbozó una sonrisa.

–No lo sé. Volverá para la boda de Riley, pasaremos el día de Acción de Gracias con sus padres y nos casaremos el día de Navidad.

–Parece que lo tenéis todo bien planeado –dijo Stern, dejándose caer en el sofá.

–Así es. Bueno, ¿qué te trae por aquí?

Zane, que era seis años mayor que él, tenía fama de conocer bien a las mujeres. Antes de comprometerse con Channing había sido un experto en el tema, y ese conocimiento no se habría disipado con el compromiso.

–JoJo.

Su primo enarcó una ceja.

–¿Qué pasa con JoJo?

Stern dejó escapar un largo suspiro.

–Me ha pedido un favor.

–¿Qué clase de favor?

–Quería saber cómo llamar la atención de un hombre. Por lo visto, hay un tipo que le gusta y quiere que le diga qué debe hacer para estimular su interés.

Zane asintió con la cabeza.

–Ah, ya veo.

Stern frunció el ceño.

–Pues yo no.

–No, claro, es normal.

–¿Qué quieres decir con eso?

Zane esbozó una sonrisa.

–Significa que JoJo es tu mejor amiga y para ti es importante.

–Pues claro que es importante. ¿Pero por qué tiene que hacer un esfuerzo para gustarle a un hombre? Si es tonto y no le gusta JoJo, ¿por qué quiere ella presionarlo?

–Porque quiere gustarle. No hay nada malo en eso.

A Stern le parecía que sí había algo de malo en eso.

–Bueno, ¿y qué le has dicho? –preguntó Zane.

–Al principio no la tomé en serio y se enfadó, así que le aconsejé que se pusiera vestidos. JoJo tiene unas piernas preciosas y debería enseñarlas más a menudo. También le dije que se dejara el pelo suelto… tiene un pelo muy bonito, largo y sedoso.

Su primo asintió con la cabeza.

–¿Alguna cosa más?

–Le dije que, después del cambio de imagen, debería averiguar dónde solía ir ese tipo, aparecer allí e impresionarlo con una nueva JoJo. Y que si decidía hacerlo, yo iría con ella.

–¿Por qué?

Stern frunció el ceño, desconcertado.

–¿Cómo que por qué?

–¿Por qué crees que debes acompañarla?

–Porque no conozco a ese tipo –respondió él, a la defensiva–. JoJo no quiere decirme su nombre ni contarme nada de él, aparte de que lleva su coche al taller.

–Eso es todo lo que necesitas saber. De hecho, más de lo que deberías saber. JoJo es una adulta y sabe cuidar de sí misma.

–Eso depende. El tipo podría ser un canalla.

–Estamos hablando de JoJo, Stern. La mujer que donde pone el ojo pone la bala, la misma mujer que es cinturón negro de karate. Los dos sabemos que puede cuidar de sí misma, de modo que debe ser otra cosa lo que te preocupa. ¿Qué es?

Stern miró el suelo.

–Nada –murmuró.

–No has venido aquí para verme la cara, así que tiene que ser algo. Venga, cuéntamelo. Solo podré ayudarte si lo haces.

Él se quedó un momento pensativo.

–Es que tengo miedo –dijo por fin.

–¿Miedo de qué?

–De perder a mi mejor amiga. ¿Y si empieza a salir en serio con ese tipo y él no quiere que sigamos siendo tan amigos? Tú mismo has dicho muchas veces que no te gustaría que una novia tuya tuviese la relación que tenemos JoJo y yo.

–No vas a perderla –dijo Zane.

–No puedo estar seguro de eso y no quiero arriesgarme.

–Pues tendrás que confiar en su buen juicio.

–Confío en el de ella, pero no en el de ese extraño.

Zane puso los ojos en blanco.

–Pero si no lo conoces.

–Por eso. Tengo que averiguar quién es.

–Creo que te estás equivocando.

–Pues yo no –dijo Stern, levantándose–. Adiós, Zane. Me has ayudado mucho.

–Sugiero que examines tus sentimientos por JoJo –insistió su primo. Pero Stern ya había salido dando un portazo.

 

 

Al día siguiente, JoJo salió al porche de su casa y respiró profundamente para llenarse los pulmones de aire fresco. Se había hecho una coleta antes de ponerse una gorra de los Broncos, su equipo de fútbol favorito, pero en lugar del atuendo habitual, vaqueros y camiseta, llevaba una blusa azul, un pantalón de pana negro y un cárdigan porque las noches empezaban a ser frías.

Se volvió al escuchar un ruido y, al ver al hombre que subía los escalones del porche, el corazón se le aceleró. Era Stern, con vaqueros, camisa azul y sombrero Stetson.

«Es demasiado guapo».

–Llegas muy puntual –le dijo, mirando el reloj.

–¿No lo hago siempre? –bromeó Stern, mirando alrededor–. ¿Esperas en el porche a todas tus citas?

JoJo se ajustó la gorra.

–Esto no es una cita. Vamos, la película empieza en veinte minutos.

–¿Por qué tanta prisa? No hay mucho tráfico.

–No quiero perderme el principio.

Cuando estaba con Stern se sentía feliz, pero estaba segura de que se le pasaría en cuanto conociese a Walter un poco mejor. Y hablando de Walter…

–Voy a hacerme el cambio de imagen este fin de semana –le dijo en cuanto subió al coche.

Stern la miró mientras se abrochaba el cinturón de seguridad.

–¿Por qué?

JoJo esbozó una sonrisa.

–He descubierto dónde suele ir los fines de semana.

–¿Dónde suele ir?

–Te lo diré si prometes no aparecer por allí.

–No voy a hacer ninguna promesa.

Ella puso los ojos en blanco.

–¿Por qué te pones así? ¿Aparezco yo en algún sitio si sé que vas a llevar a una chica?

–No, pero yo no te he pedido consejo para atraer a nadie –respondió Stern, mientras arrancaba–. Además, solo quiero comprobar que se muestra respetuoso contigo.

–Sé cuidar de mí misma. Si consigo llamar su atención, charlaremos un rato, escucharemos un poco de música, bailaremos… no creo que sea tan difícil saber si está interesado.

–Pero estará interesado solo por tu aspecto.

–Puedo soportarlo, no te preocupes.

–Entonces ¿de verdad vas a hacerlo?

–Pensé que lo había dejado claro –dijo JoJo.

Y no entendía por qué actuaba como si fuera su hermano mayor.

Un par de horas después, Stern no parecía estar de buen humor. La película era buena, pero cada vez que lo miraba tenía el ceño fruncido.

–Se te va a quedar una marca entre las cejas si sigues así –bromeó JoJo mientras salían del cine.

–Muy graciosa.

–Venir al cine ha sido idea tuya, pero no parece que lo hayas pasado bien.

–Me ha gustado la película… y tu compañía.

JoJo no estaba convencida.

–Es temprano –le dijo, mirando el reloj–. ¿Quieres que vayamos a tomar un café a McKays?

–Muy bien.

Al menos no tenía prisa por irse a casa, pensó ella.

–Le he preguntado a Megan por su estilista y me ha dicho que llame a Pam porque el suyo es mejor. Espero que ella pueda recomendarme a alguien para el cambio de imagen, porque siempre está guapísima. De hecho, todas tus cuñadas son muy guapas.

Pam, que estaba casada con Dillon, el mayor de los Westmoreland, había sido actriz, pero lo había dejado todo para volver a Wyoming cuando su padre murió. Fue allí donde conoció a Dillon.

–¿Y si te dijera que me gustas tal y como estás? –la voz de Stern le interrumpió los pensamientos.

–Muchas gracias, pero tú eres mi mejor amigo y tu opinión no cuenta. Además, no estoy intentando impresionarte a ti. Aunque, siendo un experto en la materia, agradezco tus consejos –respondió JoJo–. Espero que Pam me ponga en contacto con alguien que pueda hacer milagros.

Stern siguió mirando la carretera, en silencio, pero parecía estar apretando los dientes.

¿Le disgustaba que saliera con otro hombre?

Cuando detuvo el coche en el aparcamiento de McKays, JoJo se volvió para mirarlo.

–¿Qué te pasa? ¿Por qué no te gusta que intente ligar si tú lo haces todo el tiempo?

Él tardó unos segundos en responder:

–¿Es malo que quiera protegerte?

JoJo respiró profundamente. Lo que Stern no sabía era que ella estaba intentando protegerlo, pero de ella misma. Si supiera que estaba enamorada de él, probablemente saldría corriendo.

–Es malo porque yo no quiero que me protejas –respondió–. Pareces mi padre. No, eres peor que mi padre porque él me dejaba hacer las cosas a mi manera. De hecho, me decía que debería salir más, arreglarme, conocer chicos. No tenía miedo porque sabía que podía cuidar de mí misma. ¿Por qué no lo crees tú?

–No es eso.

JoJo enarcó una ceja.

–¿Entonces qué es?

Stern frunció el ceño. No sabía cómo explicarle lo que sentía sin parecer egoísta. ¿Iba a negarle una oportunidad de ser feliz solo porque no quería perderla?

–Nada, es que estoy de mal humor. Perdona.

–¿Por qué estás de mal humor?

Él se encogió de hombros.

–Tengo mucho trabajo y muy poco tiempo –respondió.

Al ver un brillo de simpatía en los ojos de JoJo se sintió como un canalla por no contarle la verdad.

–No te preocupes –dijo ella, dándole una palmadita en la mano–. Puedes hacerlo. Tú eres muy inteligente y muy trabajador. Y tienes una buena cabeza encima de los hombros.

Stern no dijo nada. JoJo siempre había creído en él, incluso en los peores momentos. Como, por ejemplo, cuando quería jugar al baloncesto en el instituto pero para hacerlo necesitaba sacar mejores notas. JoJo, que había sido su tutora, lo animaba diciéndole esas mismas cosas… y maldita fuera, siempre la había creído.

–Gracias.

Era una bendición tener una amiga como ella. Mucha gente encontraba extraña esa amistad suya y algunos, como su primo Bailey y los mellizos, pensaban que tarde o temprano serían algo más que amigos. Aunque él les había dicho más de mil veces que no veía a JoJo de esa forma, que era su mejor amiga y nada más. Se negaba a pensar que eso había cambiado.

–¿Vamos dentro? –le preguntó.

–Me vendrá bien un café porque tengo que hacer inventario. No sé qué pasa, últimamente nos quedamos sin repuestos antes de lo previsto.

–Seguro que descubrirás cuál es el problema –dijo él mientras salía del coche–. Siempre lo haces.

–Gracias por el voto de confianza.

–De nada.

Stern le tomó la mano, como era su costumbre, y solo entonces se le ocurrió pensar cuánto le gustaba ir de la mano con JoJo.

 

 

–Gracias por la película y por el café.

–De nada –dijo Stern, entrando en la casa tras ella. Siempre que salían juntos la acompañaba a casa a comprobar que todo estaba bien.

Después de explicarle la razón de su mal humor, su actitud había mejorado bastante y, mientras tomaban café, había bromeado sobre Aiden y Adrian y sus planes de futuro.

También habían hablado del ajetreo en la familia Westmoreland con tantas bodas y compromisos. Stern pensaba que era divertido que algunos de sus hermanos y primos pensaran que él sería el siguiente.

–Todo está bien –anunció, saliendo de la cocina.

–Porque tú has asustado al hombre del saco –JoJo se quitó la gorra, dejando que el pelo le cayera por los hombros. Tal vez el estilista sugeriría que se lo cortase. Nunca lo había llevado corto, pero si de ese modo Walter se fijaba en ella…

JoJo dio un respingo al notar la mano de Stern en su pelo. No lo había oído cruzar la habitación.

–Me encanta tu pelo –dijo él, pasando los dedos por un suave mechón–. Dime que no te lo vas a cortar nunca.

–No puedo. El estilista podría sugerir que me lo cortase.

–¿En serio?

–Me apoyas en esto, ¿no? –le preguntó JoJo, intentando parecer despreocupada. ¿Por qué tenía que oler tan bien?

Stern siguió acariciándole el pelo y ella tragó saliva. Cuando era más joven solía deshacerle las coletas y la ayudaba a lavárselo cuando iban a la cabaña.

JoJo se aclaró la garganta.

–Si piensas ir a la oficina temprano lo mejor será que te vayas a dormir. Yo aún tengo que hacer inventario.

–Sí, tienes razón –asintió él, mirando el reloj–. Se está haciendo tarde.

–Sí, es verdad.

¿Era su imaginación o la voz de Stern sonaba más ronca de lo habitual? Seguía ahí, a su lado, tocándole el pelo. ¿Se había acercado ella sin darse cuenta?

Y entonces, de repente, Stern empezó a inclinar la cabeza…

JoJo levantó la cara, sintiendo que se le doblaban las rodillas al notar el roce de sus labios. Pensando que estaba a punto de perder el equilibrio, Stern la envolvió en sus brazos y, sin pensar, JoJo se agarró a sus hombros. Una vocecita en su cerebro le decía: «Stern es mi mejor amigo y no deberíamos hacer esto».

Pero JoJo ignoró esas voces, dejándose llevar.

Y entonces él hizo algo que la dejó inmóvil: abrió sus labios con la lengua literalmente tragándosela, devorándola. Nunca la habían besado así. Bueno, en realidad nunca la habían besado de verdad. El beso húmedo e inexperto de Mitch Smith en el instituto, antes de que Stern le diese una patada, no era nada comparado con aquello.

Era la clase de beso que describían en las novelas románticas, un beso que te dejaba sin fuerzas. JoJo no podía dejar de preguntarse si estaba poniéndola a prueba. Stern sabía que era inexperta en lo que se refería a los hombres… ¿la estaría besando para comprobar si sabía besar o no?

No era mala idea. De ese modo podría aconsejarla para no meter la pata con Walter. Sí, tenía que ser eso. Esa tenía que ser la razón por la que estaba besándola. Y en ese caso…

JoJo le echó los brazos al cuello. No sabía que un beso pudiera ser tan intenso. Hacía que el pulso se le acelerase y sentía un cosquilleo en el vientre…

Decir que había vivido muy protegida sería decir poco, pero había sido decisión propia. En lugar de estudiar en otro estado, se había quedado en Denver, viviendo en casa en lugar de hacerlo en el campus de la universidad. Su padre había intentado convencerla para que se fuera porque, según él, tenía que vivir un poco, pero ella lo había convencido de que era feliz en casa.

No tenía experiencia con los hombres y que el primer beso se lo diese Stern era algo inesperado y abrumador.

¿Por qué se movían sus caderas instintivamente hacia él? ¿Por qué sentía escalofríos?

La necesidad de respirar hizo que se apartasen.

–Vaya –murmuró él, después de aclararse la garganta.

JoJo lo miró a los ojos.

–Bueno, ¿cómo lo he hecho?

Stern enarcó una ceja.

–¿Perdona?

–¿Cómo lo he hecho? Estabas poniéndome a prueba, ¿no?

Él sacudió la cabeza.

–¿Poniéndote a prueba?

–Claro. Tú sabes mejor que nadie que no tengo experiencia y supongo que no quieres que lo haga mal cuando Walter me bese. ¿Qué tal lo he hecho?

–¿Walter?

JoJo se dio cuenta de que se le había escapado el nombre. Pero debía haber miles de Walter en Denver.

–Dime qué tal lo he hecho.

Él la miró, en silencio.

–Un poco de práctica no te vendría mal –respondió por fin.

–Ah –murmuró ella, decepcionada.

–Pero me ha sorprendido. Lo has hecho mejor de lo que yo esperaba.

–¿De verdad?

–Sí.

JoJo esbozó una sonrisa, pasando de la decepción a la alegría en menos de un segundo.

–Gracias. Por un momento me tenías preocupada.

–No debes preocuparte. Con un poco más de práctica lo harás estupendamente. Y ahora, sobre ese Walter…

Si pensaba que iba a contarle algo más, estaba muy equivocado.

–No me preguntes nada más, no voy a responder. Volvamos a hablar del beso.

Stern cruzó los brazos sobre el pecho.

–¿Qué pasa con el beso? He dicho que no estaba mal.

–También has dicho que con un poco de práctica lo haría mejor, y quiero hacerlo mejor, así que tienes que enseñarme.

–¿Para ese tal Walter?

–Pues sí, para ese tal Walter.

–En otras palabras, quieres aprender a besar para impresionar a un hombre al que ni siquiera conoces.

Ella asintió con la cabeza.

–Sí.

Stern se quedó callado un momento y JoJo tuvo que hacer un esfuerzo para no temblar bajo su penetrante mirada.

–¿Me ayudarás o no?

–Me lo pensaré –respondió él–. Bueno, acompáñame a la puerta, me voy.

–¿Cuándo me darás una respuesta? No tengo mucho tiempo.

–Pronto –dijo Stern, inclinándose para darle el acostumbrado beso en la mejilla–. No te acuestes muy tarde.