Para Stern no había nada mejor que una buena comida, un buen vino y una mujer guapa. Y esa noche estaba disfrutando de las tres cosas. El sol se había escondido tras las montañas, tiñendo las copas de los árboles de tonos rojos, naranjas y amarillos. Desde el porche, la vista era espléndida.
¿Y cómo podía describirla a ella? Preciosa, estupenda, sexy… sí, definitivamente sexy. Sentada en la mecedora, con una copa de vino en la mano y admirando la vista, JoJo estaba tan sexy como aquella mañana, en la cocina, con un vestido estampado.
Temblaba al recordar esa mañana.
Después de hacer el amor se habían quedado dormidos y habían despertado antes del almuerzo para tomar el desayuno. Muertos de hambre, habían devorado las tortillas con tostadas y luego, hambrientos el uno del otro, habían vuelto a la cama para quedarse allí hasta que sus estómagos volvieron a protestar.
Hacía fresco, de modo que Stern había encendido la chimenea que había construido en el porche para días como aquel.
–Me resulta difícil creer que haya pasado una semana –dijo JoJo entonces.
–¿Una semana?
–Desde el cambio de imagen.
–¿Y no sabes nada de Carmichael, aparte de que se ha llevado el coche a otro taller?
–No sé nada y espero no saberlo nunca.
En ese momento, Stern estuvo a punto de confesar que la amaba, pero sabía que era demasiado pronto. Tenía que darle tiempo para acostumbrarse a la idea de que eran una pareja. Y que algún día serían marido y mujer.
–Gracias por ser tan paciente conmigo –dijo ella entonces.
–¿Yo? Debes confundirme con otro hombre. No recuerdo haber sido paciente… de hecho, prácticamente te arranqué el vestido.
–Sí, es verdad. Tienes mucha práctica.
–Desde luego.
Stern pensó en las mujeres con las que se había acostado a lo largo de los años. Siempre le había gustado divertirse, pero nunca mentía sobre sus intenciones. Sin embargo, empezaba a preguntarse si JoJo se acostumbraría a que fuesen algo más que amigos. ¿Qué pensaría sobre la idea de casarse?
–Podríamos jugar a las cartas. O al ajedrez.
–Jugamos a las cartas la última vez que estuvimos aquí. ¿Dónde está el Monopoly? Hace tiempo que no jugamos.
–No me apetece jugar al Monopoly –dijo Stern. Entonces se le ocurrió una idea–. Hay un juego al que no jugamos hace años. Normalmente se juega en grupo, pero podría ser interesante entre los dos.
–¿Qué juego es ese?
–Simón dice.
Ella lo miró, incrédula.
–¿Simón dice? ¿Y quién sería Simón?
–Podemos echarlo a suertes. Si tú eres Simón y puedes hacerme obedecer tus órdenes, estaré a tu disposición durante el resto de la noche. Si no, tú estarás a mis órdenes.
JoJo esbozó una sonrisa, como si la idea le gustara. Evidentemente, veía posibilidades.
–¿Y de cuántas órdenes estamos hablando?
–No más de veinte.
–Muy bien. Prepárate.
Stern sonrió. Estaba preparado.
Le dejó elegir cara o cruz y también que tirase ella la moneda. Y, a pesar de eso, ganó él. JoJo juraría que estaba amañado, pero no podría demostrarlo.
De modo que allí estaba, en medio del salón, esperando que le diese la primera orden. No habían jugado a ese juego en muchos años y se preguntó por qué estaría tan interesado, aunque empezaba a hacerse una idea. De hecho, esa sonrisa suya dejaba bien claro lo que pretendía.
–En este juego no se puede hablar.
–Ya lo sé. He jugado muchas veces.
–Bueno, vamos a empezar. Simón dice que levantes la mano derecha.
JoJo obedeció.
–Bájala.
JoJo mantuvo la mano levantada. Si pensaba que iba a engañarla, estaba muy equivocado. Todo el mundo sabía que para que obedeciese la orden tenía que decir: «Simón dice» y no simplemente: «bájala».
–Simón dice que bajes la mano.
JoJo la bajó.
–Simón dice que la levantes.
Ella levantó la mano.
–Vuelve a levantarla.
JoJo no lo hizo.
Stern sonrió y ella le devolvió la sonrisa.
–Simón dice que saltes sobre una pierna.
Ella lo hizo.
–Simón dice que hagas un círculo saltando sobre una pierna.
JoJo lo hizo, riendo.
–Simón dice que puedes bajar la pierna.
Por el momento, le había dado seis órdenes y seguía en el juego. Catorce más y habría ganado… y ya estaba pensando en lo que le mandaría hacer a él. Pintarle las uñas sonaba bien, por ejemplo.
–Simón dice que te quites la ropa.
JoJo frunció el ceño. Simón se estaba poniendo muy fresco. Pero cuando iba a decirlo, Stern la interrumpió:
–Recuerda, si hablas pierdes el juego.
JoJo cerró la boca, pensando que iba a pagarlo muy caro. Cuando él tuviera que obedecer sus órdenes no solo le pintaría las uñas sino que lo haría salir al porche sin camisa para recoger leña.
–Simón dice que no tiene todo el día –insistió Stern–. Así que repito: Simón dice que te quites la ropa.
Ella se quitó el vestido, quedando con un conjunto de sujetador y braga de color naranja.
Si su intención había sido que se desnudara, ¿por qué no había sugerido que jugasen al strip póquer?
–Muy guapa –dijo él, mirándola de arriba abajo con un brillo de deseo en los ojos. Y JoJo se alegró de que sus cuñadas la hubieran convencido para comprar varios conjuntos de ropa interior–. Simón dice que te quites las bragas y el sujetador.
JoJo obedeció, con una sonrisa en los labios.
–Pásate la lengua por los labios.
Ella se detuvo cuando iba a hacerlo porque no había usado la frase «Simón dice». Tenía que estar atenta al juego y no a cómo la miraba él. Además, estaba completamente desnuda y le daba un poco de vergüenza. ¿Se habría dado cuenta Stern de que aún se sentía un poco tímida?
Él tuvo que respirar profundamente para llevar oxígeno a sus pulmones. Nunca había visto una mujer tan bella, pero se había dado cuenta de que la avergonzaba enseñar su cuerpo.
Tenía una pequeña cicatriz en la cadera, que se había hecho al caerse del monopatín a los catorce años. Y otra igual del mismo accidente cerca de la cintura. Apenas se notaban, pero a él le parecían preciosas. Le gustaría decirle que podría estar mirándola todo el día… pero en realidad tenía que hacer un esfuerzo para no lanzarse sobre ella.
–Ven aquí –dijo con voz ronca.
Cuando no se movió, Stern esbozó una sonrisa.
–Simón dice que vengas aquí.
Ella dio un paso adelante.
–Simón dice que me desnudes.
JoJo empezó por quitarle el jersey, luego el cinturón y los vaqueros. Afortunadamente, se había quitado los zapatos y solo tuvo que levantar las piernas para deshacerse de ellos.
Pero antes de que pudiera incorporarse, estaba cara a cara con su erección.
Stern no había pensado darle la siguiente orden, pero al ver un brillo de curiosidad en sus ojos dijo con voz ronca:
–Simón dice que lo pruebes.
JoJo esbozó una sonrisa antes de envolver su miembro con los labios… y él estuvo a punto de caer de rodillas. Echó la cabeza hacia atrás y dejó escapar un gemido gutural mientras ella lo saboreaba. Su curiosidad la hacía audaz, segura de sí misma, mientras usaba la lengua para explorar cada centímetro.
Estaba cerca, muy cerca, y el juego parecía a punto de terminar.
–JoJo, para.
Cuando ella siguió con la tortura, Stern recordó lo que debía hacer:
–Simón dice… que pares.
Ella se apartó, con una sonrisa de satisfacción en los labios. La pequeña bruja sabía muy bien lo que estaba haciendo, pero él no podía quejarse.
No sabía cuánto la adoraba en ese momento, pero iba a hacer todo lo posible para que formase parte de su vida para siempre.
Stern se dejó caer sobre una silla.
–Simón dice que te sientes a horcajadas sobre mí.
JoJo abrió las piernas y se sentó sobre él.
–Simón dice que me hagas el amor.
Ella obedeció y Stern dejó escapar un gemido de placer al notar el roce de la húmeda carne. Tenía una orden más y pensaba que fuese la última. Daba igual que ella ganase el juego, lo único que importaba era que al final los dos habrían conseguido lo que querían.
–Simón dice que vayas más deprisa.
JoJo obedeció de inmediato, girando las caderas, deslizándose por su cuerpo una y otra vez hasta que, temblando, Stern bajó una mano para abrir sus pliegues con los dedos. Sintió que JoJo explotaba en ese momento y se dejó ir, gritando su nombre…
Cuando por fin pudieron respirar, la apretó contra su pecho. Necesitaba sentirla, piel con piel, corazón con corazón.
–Deberíamos subir al dormitorio, ¿no te parece?
JoJo sonrió.
–Mientras recuerdes que, durante el resto de la noche, estás a mis órdenes.
Stern esbozó una sonrisa.
–No tengo ningún problema, cariño. Ningún problema en absoluto.
Si alguien le preguntase, JoJo tendría que admitir que su vida durante las últimas semanas había sido perfecta. En la cabaña, Stern y ella habían decidido que se merecían otro día y, en lugar de volver el domingo, se habían ido el lunes por la tarde, llegando a Denver antes de medianoche.
Stern había pasado la noche en su casa y luego, al día siguiente, JoJo durmió en la suya. Desde entonces eran prácticamente inseparables, salvo cuando Stern estaba viajando.
Debía admitir que la transición de amigos a amantes tenía sus ventajas. Con Stern podía ser ella misma, la JoJo que había sido siempre, pero también una JoJo más descarada. Y él la animaba a serlo.
Resultaba difícil creer que hubieran pasados dos semanas desde que tomaron la decisión de ser amigos con derecho a roce.
Esa noche, Stern iba a llevarla a una cena benéfica y estaba encantada de ir con él. Habían salido a cenar varias veces, al cine y a un partido de fútbol, pero aquella sería la primera vez que iban a ser vistos en público como una pareja y eso la ponía un poco nerviosa.
Por eso se miró al espejo una docena de veces, aunque le encantaba el vestido, un regalo sorpresa de Stern, que había llegado en una caja enorme.
Al verlo se quedó helada. Era de seda blanca, con lentejuelas plateadas solo visibles cuando caminaba. Era sencillamente precioso. Y pensar que Stern conocía sus medidas… al centímetro, además.
El corazón le dio un vuelco cuando sonó el timbre. Después de mirarse al espejo por última vez, JoJo tomó su bolso y se dirigió a la puerta.
El amor de su vida había ido a buscarla.
Aiden Westmoreland miró a su primo.
–JoJo está guapísima esta noche.
Stern asintió con la cabeza, sin dejar de mirarla mientras bailaba en la pista con Derringer.
–Sí, es verdad. ¿Cómo te van las cosas, Aiden? –le preguntó. Su primo era el nuevo médico de la familia y había decidido hacer la residencia en un hospital de Maine.
–Bien, pero tengo mucho trabajo. Necesito un descanso.
–¿Ah, sí? –Stern tomó un sorbo de vino–. Entonces, ¿que hayas vuelto a casa precisamente este fin de semana, igual que Jillian, es una coincidencia?
Al ver que su primo se atragantaba con el vino, Stern le dio un par de golpes en la espalda.
–¿Se te ha ido por el lado equivocado?
Aiden lo fulminó con la mirada.
–¿Tenías que darme tan fuerte?
–Lo he hecho para ver si entras en razón.
–¿Qué quieres decir?
–Espero que sepas lo que haces. Si estás intentando que Jill se vuelva loca…
–¿Qué sabes tú de nosotros?
–Solo lo que vi la última vez que estuviste en casa. Yo estaba montando a Legend Boy la mañana que tú deberías haber llevado a Jill al aeropuerto. Según Pam, debía estar allí a las cinco de la mañana, así que imagina mi sorpresa cuando os vi entrando a hurtadillas en casa de Gemma.
La casa de Gemma estaba vacía porque después de casarse se había mudado a Australia.
–No es lo que tú crees –dijo Aiden a la defensiva.
–Yo no voy a decirte lo que debes hacer, pero espero que Pam y Dil no descubran lo que estás haciendo.
–Estoy enamorado de ella.
–¿Entonces por qué os escondéis?
Aiden se quedó callado un momento.
–Ya conoces los planes de Pam para Jill –dijo luego–. Cuando termine la carrera de Medicina en primavera, Pam espera que…
–¿Y qué quiere Jill? –lo interrumpió Stern.
–Ella desea que estemos juntos, pero no quiere decepcionar a Pam.
–En cualquier caso, deberíais contar la verdad.
–¿Como has hecho tú, contando lo que sientes por JoJo? –replicó Aiden–. No te veo en un tejado gritando que la quieres.
Era cierto, tuvo que admitir Stern. No le había dicho a nadie lo que sentía por JoJo, ni siquiera a la propia JoJo, aunque la gente que lo conocía se daba cuenta de que estaba loco por ella. Sin embargo…
–Lo siento, no debería haber dicho eso –se disculpó Aiden–. Todo el mundo sabe que estás loco por JoJo. Es que estoy de mal humor porque he discutido con Jill.
–¿Por qué?
–Yo quiero contar la verdad, pero ella no quiere que diga nada todavía y eso me molesta. No me gusta engañar a nadie, pero tengo que hacerlo.
–Parece que Jill y tú tenéis que tomar una decisión –dijo Stern.
Y también él tenía que tomar decisiones, pensó.
JoJo salía del lavabo de señoras cuando tropezó con alguien que se había puesto en su camino.
–Vaya, vaya, pero si es mi grasienta amiga. Se puede sacar a una mujer de un taller mecánico, pero no se le puede quitar la suciedad. Estoy seguro de que hay grasa en alguna parte de tu cuerpo.
JoJo fulminó a Walter Carmichael con la mirada. Cuando intentó pasar a su lado, él la agarró del brazo.
–Me avergonzaste en el Punch Bowl delante de todo el mundo y mentiste sobre tu relación con Westmoreland. ¿Tu amigo? No te lo crees ni tú –le dijo, lanzando veneno por los ojos–. Y vas a pagar muy caro haberte reído de mí.
–Suéltame antes de que te parta la cara –le advirtió JoJo.
Walter la soltó inmediatamente y ella se alejó sin mirar atrás, intentando calmarse. Pero cuando entró en el salón donde tenía lugar la cena, vio a Stern dirigiéndose hacia ella.
–¿Pasa algo?
–No, no pasa nada.
–Lucia me ha dicho que un hombre te agarró del brazo cuando salías del lavabo y he pensado que debía ser Carmichael porque lo he visto antes por aquí. ¿Qué te ha dicho?
JoJo pensó en la amenaza de Carmichael, pero decidió callárselo. Aquel tipo era un idiota y lo último que quería era estropear la noche. Además, ella sabía cuidar de sí misma y ese bobo no le daba ningún miedo.
–Nada. Al menos, nada que merezca la pena repetir. Lo he mandado a paseo.
–Si se ha atrevido a tocarte…
–Ya me he encargado de él, Stern. No necesito que soluciones mis problemas.
Él la miró, en silencio, antes de decir:
–¿Se te ha ocurrido pensar que tus problemas son mis problemas?
JoJo se encogió de hombros.
–No, porque eso no es parte de una relación de amigos con derecho a roce.
–Entonces, tal vez tengamos que discutir qué incluye esa relación.
JoJo notó que estaba enfadado y no entendía por qué. ¿Echaría de menos su papel de donjuán? Ella creía que no era así, pero no podía dejar de preguntárselo, especialmente al ver cómo lo miraban las mujeres.
Debía admitir que le molestaba un poco la cantidad de mujeres que habían intentado coquetear con él esa noche. Algunas tan descaradamente que era ridículo. Se acercaban cuando ella estaba a su lado… tal vez pensando que seguían siendo solo amigos. Pero incluso cuando le pasó un brazo por la cintura en un gesto más íntimo y la presentó como su cita, la mayoría torcían el gesto, como diciendo: «Buena suerte intentando que no te deje plantada».
–JoJo, ¿me estás escuchando?
En realidad, no. Sabía que había dicho algo sobre discutir lo que incluía su relación…
–Si crees que tenemos que hablar, me parece bien. Pero cuando se trata de Walter Carmichael, puedo solucionarlo yo sola. No necesito que tú libres mis batallas.
Y después de decir eso, JoJo se dio la vuelta.
Stern tuvo que disimular su enfado el resto de la noche, pero se daba cuenta de que había cierta tensión porque JoJo apenas dijo una palabra mientras volvían a casa.
Y en cuanto la puerta se cerró tras ellos, supo que debían hablar.
–¿Qué te pasa, JoJo?
Ella lo miró, echando chispas por los ojos.
–No me pasa nada, aparte de que tienes algunas exnovias muy descaradas. Nunca he visto mujeres tan poco respetuosas.
Stern se había dado cuenta y sabía que lo habían hecho a propósito para molestarla.
–Espero que no dejes que eso te afecte. Yo no les he hecho ni caso.
–No, pero…
–¿Qué?
–Nada, déjalo.
–Te conozco bien y cuando dices «déjalo» es que pasa algo, así que vamos a hablar –Stern tomó su mano para llevarla al sofá y la sentó sobre sus rodillas–. Cuéntame qué te pasa.
–Siempre te han gustado mucho las mujeres, pero ahora tienes que conformarte conmigo. Imagino que echarás de menos tu estilo de vida.
Él la miró en silencio durante unos segundos. Tal vez era hora de contarle la verdad.
–Te quiero, JoJo.
–Claro que me quieres, ya lo sé. También yo te quiero a ti, por eso nos hemos aguantado durante todos estos años y…
Stern le puso una mano en la boca.
–Escúchame un momento: te quiero. Te quiero como un hombre quiere a una mujer.
JoJo lo miró con los ojos como platos, y habría caído al suelo si no la hubiera sujetado.
–No puedes quererme así.
–¿Por qué no?
–Porque es así como te quiero yo.
Stern se quedó sin habla unos segundos.
–¿Estás diciendo que me quieres como yo te quiero a ti?
JoJo se encogió de hombros.
–No lo sé. ¿Cómo me quieres tú?
–Te quiero y pienso en ti todo el tiempo, incluso cuando estoy trabajando. Huelo tu perfume cuando no estás, eres la primera persona en la que pienso cuando despierto por la mañana y la última en la que pienso antes de irme a dormir. Cuando nos acostamos juntos, siento que estamos haciendo el amor y cuando estoy dentro de ti… deseo sentirme consumido por ti. Pase lo que pase, siempre estaré a tu lado, incluso sabiendo que puedes cuidar de ti misma. Quererte hace que desee cuidar de ti.
Los ojos de JoJo se habían llenado de lágrimas.
–Nunca había oído una declaración de amor tan bonita –murmuró, tragando saliva–. ¿Cuándo lo has sabido?
–Si quieres que sea sincero, no lo sé. Puede que te haya amado desde siempre. Mi familia sospecha que es así, pero yo tuve que reconocerlo hace poco. Tu fascinación por Carmichael hizo que me diera cuenta de lo que significabas para mí.
Ella se mordió los labios.
–Mi interés por Walter era debido a ti. Pensé que lo necesitaba.
Stern enarcó una ceja.
–No lo entiendo. ¿Para qué lo necesitabas?
JoJo le echó los brazos al cuello.
–Para arrancarte de mi corazón. Noté que empezaba a sentirme atraída por ti cuando estuvimos en la cabaña, cazando. En realidad, era algo más que una atracción. Supe que me había enamorado de ti y me asusté porque nunca había sentido eso por un hombre… especialmente por ti, que eras mi mejor amigo. No podía enamorarme de mi mejor amigo, así que se me ocurrió lo que parecía un plan perfecto: encontrar a otro hombre del que enamorarme.
Stern esbozó una sonrisa.
–Me parece que no funciona así, JoJo.
–Ya me he dado cuenta.
–Entonces, ¿estás diciendo que todo esto con Carmichael era un plan que hiciste para olvidarte de mí?
–Algo así. Bueno, no para olvidarme de ti sino de la atracción que sentía por ti. Suena absurdo, ¿verdad?
–No más absurdo que lo que he hecho yo. Me negaba a reconocer la verdad: que estaba enamorado de ti, incluso cuando Zane me lo dejó bien claro. En la cabaña admitimos que nos sentíamos atraídos el uno por el otro, pero deberíamos haber dicho toda la verdad.
–Sí, es cierto, pero vamos a hacerlo ahora –asintió ella–. Te quiero, Stern. Te quiero como mi mejor amigo, mi amante y el hombre al que quiero para siempre en mi vida.
–Y yo te quiero a ti, Jovonnie Jones. Te quiero como mi amiga, mi amante y la mujer a la que quiero para siempre en mi vida.
–Ay, Stern –JoJo exhaló un suspiro–. Temía que descubrieras mis sentimientos por ti y perderte para siempre. Y con todos tus hermanos y primos casándose, me preocupaba que te enamorases de otra mujer que no aceptase nuestra relación.
Él asintió con la cabeza.
–También a mí se me ocurrió cuando parecías obsesionada por Carmichael. Temía que se interpusiera entre nosotros y decidí que eso no podía pasar. Ojalá me hubiera sincerado antes sobre mis sentimientos, pero tal vez las cosas ocurren por una razón.
–¿Tú crees?
–No lo sé, pero ahora sabemos la verdad. Lo que necesito que entiendas es que querer a alguien significa que esa persona te importa por encima de todo. Que quieres consolarla, ser su protector cuando lo necesita. Sé que eres la mejor cazadora y que puedes defenderte de cualquier hombre, pero eso no anula mi deseo de protegerte. Y cuando quiera hacerlo, sígueme la corriente, ¿de acuerdo?
JoJo sonrió.
–De acuerdo.
Stern se inclinó hacia delante para buscar sus labios. La conexión entre ellos era diferente en aquella ocasión porque sabía lo que sentía y JoJo sabía lo que sentía él. Excitado, buscó su boca de nuevo en un beso más ansioso. Necesitaba hacerle el amor; era un deseo intenso, extremo, poderoso.
Se levantó del sofá con ella en brazos. Su destino era el dormitorio, pero solo pudo llegar a la escalera.
–No puedo seguir –murmuró, buscando sus labios de nuevo.
Buscó la cremallera del vestido y tiró de ella ansiosamente para quitárselo. Stern se interrumpió al ver lo que llevaba bajo el vestido: una liga blanca de encaje con tanga a juego. Nunca en toda su vida había visto nada tan sexy.
–Muy bonito –murmuró, casi sin voz.
–Les diré a tus primas y cuñadas cuánto te ha gustado. Fue idea suya que lo comprase.
–Entonces, tienes que ir de compras con ellas más a menudo. Aunque voy a quitártelo ahora mismo.
–Creo que esa es la idea.
Stern la desnudó en unos segundos y JoJo hizo lo propio, empezando por la chaqueta del esmoquin.
–Ahora estamos en paz.
–Si eso te hace feliz… –dijo él, apretando su espalda contra la pared–. Me encantas.
–Tú a mí también.
Dicho eso, Stern le abrió las piernas con una rodilla antes de deslizarse dentro de ella, tan profundamente como era posible. Era tan estrecha, tan maravillosa…
JoJo envolvió las piernas en su cintura mientras se movía, empujando, llenándola, apartándose para llenarla de nuevo una y otra vez. Su aroma lo estimulaba, la suavidad de su piel lo excitaba como nunca y sus gemidos hacían que la desease aún más.
Intentó ir despacio para que durase más, pero cuando ella contrajo sus músculos internos estuvo a punto de perder la cabeza. Estaba muy cerca, pero se negaba a terminar antes que JoJo.
Cuando inclinó la cabeza para chuparle uno de los pezones, ella le clavó los talones en la espalda, las uñas en los hombros. Pero lo único que podía sentir era el éxtasis de estar dentro de ella.
JoJo gritó su nombre y Stern levantó la cabeza para buscar sus labios. Y allí se quedó, incluso mientras sentía los espasmos de un fiero orgasmo.
Sentía algo más que amor por ella, la adoraba. Siempre la adoraría y siempre estaría a su lado.
Por fin, se apartó para tomarla en brazos.
–Creo que esto era lo que íbamos a hacer antes de que nos distrajésemos por el camino –bromeó, mientras subía por la escalera.
–Distraerse puede estar muy bien –susurró ella.
Cuando llegaron al dormitorio, cayeron juntos sobre la cama con la intención de hacer de aquella una noche que ninguno de los dos olvidase nunca.