Capítulo Nueve

 

 

 

 

 

JoJo miró su reloj mientras se levantaba para servirse un café. Eran casi las diez. Hacía mucho tiempo que no trabajaba hasta tan tarde en el taller, pero estaban a final de mes y tenía que terminar un montón de informes.

Wanda se había quedado hasta las siete, pero tenía una cita con su exmarido para cenar, de modo que estaba sola.

JoJo tomó un sorbo de café. No era tan bueno como el que hacía Stern, pero tendría que servir. No podía dejar de sonreír al pensar en su amigo convertido en amante. Después de jurarse amor eterno la semana anterior, el mundo le parecía un sitio maravilloso, pero habían decidido no contar nada hasta que Riley y Alpha se hubieran casado.

En cuanto volvió a sentarse frente al escritorio le sonó su móvil y sonrió al ver que era Stern. Canyon y él se habían ido unos días antes a Miami para firmar un contrato y no volverían hasta el día siguiente.

–Hola, cariño.

–Hola, preciosa.

–No me llamarías preciosa si me vieras ahora mismo. Sigo en el taller.

–¿Tan tarde?

–Tengo que terminar un montón de informes para contentar al gobierno, pero te echo de menos.

–Yo también, pero voy a darte una sorpresa.

–¿Qué sorpresa?

–Canyon y yo hemos decidido volver a casa antes de lo previsto.

–¿Cuándo?

Stern soltó una carcajada.

–Esta noche. Nuestro avión acaba de aterrizar.

–¿Estás en Denver? –exclamó JoJo, incapaz de contener su alegría.

–Acabo de llegar. Canyon ha ido a buscar el coche e iba a pedirle que me llevase a tu casa, pero si sigues en el taller…

Ella ya estaba guardando los papeles en el cajón.

–Me voy ahora mismo para allá.

–No quiero interrumpir tu trabajo.

–Terminaré los informes mañana… –JoJo escuchó un ruido al otro lado de la puerta–. Stern, creo que he oído algo –murmuró, levantándose de la silla.

–¡Espera! ¿Estás sola?

–Sí.

–Entonces, llama a la policía.

Ella puso los ojos en blanco.

–Por favor, yo puedo solucionarlo…

–Sé que puedes, pero hazlo por mí. Canyon acaba de llegar con el coche y vamos para allá. Llegaremos en diez minutos.

JoJo dejó escapar un suspiro.

–Cierra con llave y espérame.

JoJo iba a hacerlo cuando la puerta se abrió de golpe.

–¡Walter!

Stern sintió que se le helaba la sangre en las venas cuando la comunicación se cortó.

–¿JoJo? ¿Qué ocurre? ¿Sigues ahí?

Al no recibir respuesta, marcó el número de emergencias y una operadora respondió inmediatamente.

Canyon, que estaba al volante, pisó el acelerador para tomar la autopista.

–Espero llegar al taller antes de que JoJo destroce a ese hombre. Evidentemente, ese tipo no sabe con quién se las gasta.

Stern apretó los labios, furioso.

–Eso está claro.

 

 

–Quítame tus sucias manos de encima, Walter.

–No pienso hacerlo. Tiene mucha gracia que tú me digas eso, grasienta amiga mía.

JoJo intentó controlar su furia porque si no se contenía le rompería todos los huesos del cuerpo. Aún podía hacerlo si no la soltaba de inmediato. Walter se había lanzado sobre ella, empujándola contra el escritorio y enviando el móvil al suelo…

¿Habría oído algo Stern? ¿Estaría llamando a la policía?

–¿Qué haces aquí, Walter? ¿Qué quieres?

–Te advertí que te haría pagar por haberte reído de mí. Me debes una noche y vas a pagármela, aunque sea a la fuerza.

–¿Estás dispuesto a arriesgar tu reputación, tu trabajo…?

–Mi padre se encargará de todo como hizo con las otras.

Ella tragó saliva.

–¿Qué otras?

–Otras mujeres que intentaron presentar cargos contra mí, como si no hubieran disfrutado conmigo. Pero mi padre demostró que tenían un precio, como lo tienes tú. Él te pagará, no te preocupes. Siempre lo hace para que no nos molesten –Walter cometió el error de empujarla antes de gritar–. ¡Quítate la ropa!

JoJo empezaba a ponerse furiosa de verdad.

–¿Que me quite la ropa para ti? –repitió, incrédula–. Tú no sabes lo que dices.

–No importa. Te la quitaré yo mismo.

JoJo vio que no llevaba ningún arma. Aparentemente, había pensado que podría con ella solo con las manos desnudas.

–¡Para ahora mismo! –le advirtió–. No quiero hacerte daño.

Él soltó una carcajada.

–No puedes hacerme daño, pero yo sí pienso hacerte daño a ti.

Canyon, Stern y el coche patrulla llegaron al taller al mismo tiempo y, casualmente, uno de los agentes era Pete Higgins, el mejor amigo de Derringer. Salieron de los coches a toda velocidad y estaban entrando en el edificio cuando escucharon un alarido… masculino.

Canyon miró a Stern con una sonrisa.

–Parece que llegamos demasiado tarde.

–Ese canalla va a recibir su merecido –dijo él.

Los agentes entraron en el taller pistola en mano e ignorando la orden de que se quedasen atrás, Canyon y Stern entraron tras ellos.

La puerta de la oficina estaba abierta, y Walter Carmichael estaba en el suelo, sujetándose la entrepierna y sollozando como un niño.

JoJo, que estaba tranquilamente sentada tras su escritorio, guardando informes en el cajón, levantó la mirada y esbozó una sonrisa al ver a Stern.

–Ah, hola. Qué rápido habéis llegado.

Los agentes le tomaron declaración y Walter tuvo que ser llevado al hospital.

–Estoy intentando entender cómo pudo desconectar Carmichael la alarma –dijo el policía.

–Sobornando a un empleado del taller –respondió JoJo–. Walter me contó que le había dado dinero a uno de los chicos nuevos para que le contase cuándo me quedaba sola aquí. Y le pagó un extra para que cortase el cable de la alarma.