Jack
—Feliz cumpleaños.
Martique (ya lo sé, es su nombre artístico; se niega a responder a su nombre real, que es Tara; lo sé porque lo vi en su pasaporte) acaba de entrar en mi apartamento con unos tacones más altos que las rótulas de algunas personas y ahora está desabrochándose el vestido.
—No sabía qué regalarte, así que me he comprado ropa interior nueva.
El vestido se desliza hasta sus tobillos, y Martique dobla una rodilla y apoya una mano en la cadera. Está buenísima, y lo sabe. Me recuerda a Sophia Loren cuando era joven: toda curvas deliciosas y ojos ahumados.
—¿Y bien? —Hace un mohín—. ¿Te gusta, Jack?
Ningún hombre con sangre en las venas podría resistirse. Es muy tentadora; no me extrañaría que sacara una manzana de la nada y me preguntara si quiero darle un mordisco.
—Me gusta —digo mientras cruzo la habitación.
—Entonces demuéstramelo.
Su olor es puro burdel, lo cual envía un mensaje directo a mi entrepierna, y su boca sabe a carmín y a uno de los diez millones de cigarrillos que se fuma al día. Me mordisquea el labio inferior, intenta desabrocharme los vaqueros con las manos. Ya llevamos unas cuantas semanas haciendo esto de vez en cuando. Es un acuerdo que nos conviene a ambos. Martique trata de alcanzar la cima, es una de las muchas cantantes en ciernes que pasan por la emisora de radio. Soy su hombre ideal, me dijo cuando nos conocimos. Y con eso sé que se refiere a que soy el escalón perfecto en su camino hacia el estrellato, alguien ligeramente menos guapo que ella a quien puede tirarse sin complicaciones emocionales y sin temor a la publicidad.
Creo que ni siquiera nos gustamos mucho; mi vida personal ha tocado fondo. Aún no ha terminado de quitarse la ropa interior y ya estoy pensando en que esta será la última vez.
Nos desplomamos sobre el sofá, ella sentada a horcajadas sobre mí, y mientras follamos admiro el hecho de que, por alguna razón, hasta el pintalabios corrido la hace parecer sexy. Se echa hacia delante y dice todas las palabras correctas en el orden correcto, y cierro los ojos e intento no sentirme mal.
—Feliz cumpleaños —murmura de nuevo cuando terminamos, y me muerde el lóbulo de la oreja antes de quitarse de encima de mí y echar un vistazo a su móvil—. Tengo que irme.
La observo mientras se viste, todavía con los vaqueros alrededor de los tobillos, y me froto la oreja para ver si me ha hecho sangre. No me da pena que se vaya.
Más tarde, en la estación, me llega un mensaje de Sarah y de Luke, quien, por extraño que parezca, se ha convertido en uno de mis australianos favoritos… aunque tampoco es que conozca a muchos. Le gusta la cerveza y quiere a Sarah de una forma clara y sin complicaciones que ni siquiera intenta ocultar. Me han enviado una foto en la que salen sujetando un cartel de «Feliz cumpleaños, Jack», los dos partiéndose de risa. Están en una playa, y las letras se ven al revés, lo que por lo visto les hace aún más gracia. A mí también me divierte, y les contesto con un rápido:
Gracias, par de idiotas.
Laurie también me ha enviado un mensaje. Lo único que dice es:
Feliz cumpleaños x
Es tan breve que no trasluce absolutamente nada. Aun así, lo releo y me pregunto si siempre pondrá un beso al final de cada mensaje que envía.
Es entonces cuando lo decido. No quiero ser el tipo de persona que se tira a personas que son del tipo de Martique. Quiero lo que Sarah y Luke tienen. Puede que no sea digno de alguien tan bueno como Laurie, pero quiero intentar ser esa persona.
Leo su mensaje una última vez y respondo:
Gracias x