20 de septiembre

Laurie

—¿Estás segura de que lo llevas todo? ¿Repelente para insectos? ¿Desinfectante en espray?

Asiento, sin dejar de abrazar a mi madre mientras mi padre y ella se preparan para dejarme en el aeropuerto. Su perfume y el tintineo de la pulsera que siempre lleva puesta me resultan tan queridos y familiares que se me forma un nudo en la garganta ante la idea de estar tan lejos de casa.

—¿Linterna? —pregunta papá, siempre tan práctico.

—La tengo —contesto, y entonces es él quien nos envuelve a las dos en un abrazo.

—Venga, tontorronas. Esta tiene que ser una despedida feliz. Es una aventura.

Me desembarazo de ellos y me enjugo los ojos, medio riendo y medio llorando al mismo tiempo que mi padre me ayuda a colgarme la mochila de los hombros.

—¡Ya lo sé!

—Adelante, entonces —dice, y me da un beso en la mejilla—. Largo de aquí.

Me agacho y le doy también un beso a mi madre, luego retrocedo un paso y respiro hondo.

—Me voy ya —anuncio con los labios temblorosos.

Se colocan el uno al lado del otro, mi padre le pasa un brazo por los hombros a mi madre y ambos asienten con la cabeza. Estoy segura de que no me parecería tanta tortura si no me marchara sola; cuando me doy la vuelta en la puerta de embarque para decirles adiós por última vez antes de perderlos de vista, me siento como si tuviera catorce años. Mamá me lanza un beso y papá levanta la mano; después me vuelvo y camino con decisión hacia la puerta. Tailandia me espera.