24 de octubre

Laurie

—No sé qué hacer, Laurie.

Sarah hace girar el vino en la copa con una expresión de lo más desgraciada en la cara. Me envió un mensaje de texto hace un rato para ver si era posible que tomásemos algo después del trabajo; aunque todavía tenía un montón de correos electrónicos pendientes de revisar, por el tono del mensaje deduje que necesitaba desahogarse, así que pasé de los emails y nos vimos. No me equivocaba. Sabía que la vida con Jack no había sido un camino de rosas desde el accidente, pero por lo que Sarah ha estado contándome a lo largo de la última hora parece que últimamente está llevando las cosas a un límite que pronto será intolerable.

—Y ahora ha decidido que ya no va a tomar más analgésicos —me explica—. Anoche los tiró todos al váter. Me dijo que lo atontan, pero yo creo que prefiere sentir dolor para poder quejarse.

Si te parece un poco insensible, no la juzgues con dureza. Ha hecho todo lo posible por poner buena cara en todo momento desde el accidente, y sé con certeza que ha recibido muy poco agradecimiento por parte de Jack. Ya han pasado casi tres meses, y cada vez que lo he visto desde que salió del hospital su actitud ha rozado la grosería, sobre todo con Oscar. Ha llegado a un punto en el que casi prefiero no verlo.

—Supongo que no ha tenido ninguna buena noticia profesional, ¿no?

Conozco la respuesta a la pregunta antes de hacerla. Aunque ahora ya está bastante bien a nivel físico, a nivel emocional dista mucho de haberlo superado. De todas las lesiones que podría haber sufrido, la pérdida parcial de la audición resulta especialmente cruel dada su profesión.

Sarah niega con la cabeza.

—No sé si está buscando y de lo que estoy más que segura es de que no ha contactado con ninguna emisora. —Se come un anacardo de la bolsa abierta que hay en la mesa entre ambas—. Estoy preocupada, Lu. Está enfadadísimo todo el puñetero rato. Y nunca quiere hacer nada; el mero hecho de conseguir que salga de casa es un verdadero tira y afloja verbal. —Suspira—. Me preocupa que esté convirtiéndose en un ermitaño o algo así.

Trato de escoger bien mis palabras:

—Ha pasado por un gran trauma. Puede que sea una estrategia de afrontamiento, ¿no?

—Pero es que ese es justo el problema: no está afrontándolo. Está sentado mirando a la pared y dejándose crecer una barba que le queda como el puto culo.

Relleno nuestras respectivas copas con la botella de vino blanco semivacía de la cubitera que hay al lado de nuestra mesa.

—¿Y si intentas hablar con su médico?

—Jack dice que lo asfixio. —Frunce el ceño con la mirada fija en la copa—. Tendrá suerte si no lo hago, según está comportándose. Ya no me llama ni me escribe. He recibido más mensajes de Luke que de Jack desde el accidente. Así de mal se han puesto las cosas.

Sarah se ha mantenido en contacto esporádico con Luke, el amable australiano que encontró el teléfono de Jack la noche del accidente.

—¿Está mal que me muera de ganas de marcharme la semana que viene?

Hago un gesto de negación.

—No está mal en absoluto. Debes de estar desesperada por tomarte un respiro. —La celebración de la despedida de soltera de su hermana en las islas Canarias no podría haber llegado en un momento más oportuno—. Puede que a Jack le vaya bien rumiar las cosas sin que estés tú para animarlo. Tendrá que arreglárselas solito.

Suspira de nuevo y se encoge de hombros.

—Tú tienes mucha suerte con Oscar. Creo que nunca lo he visto de mal humor.

He de esforzarme mucho para recordar la última vez que discutimos.

—Sí. Es un tipo bastante estable.

—No me harías el enorme favor de ir a ver a Jack mientras estoy fuera, ¿verdad? —Me mira como si fuese su última esperanza—. A lo mejor contigo sí se abre. Bien sabe Dios que conmigo no quiere hablar.

¿Qué se supone que debo contestarle? No puedo decirle que no.

—¿Crees que hablaría con Oscar? Tal vez funcione mejor con un hombre.

Ni siquiera he terminado de decirlo y ya sé que es una idea ridícula.

Sarah niega con la cabeza, abatida.

—Por favor, no te ofendas, Lu, y no se lo cuentes a Oscar, pero no sé si Jack y él están en la misma onda. A ver, a Jack le cae bien, pero creo que a veces le cuesta saber qué decir cuando está con Oscar.

Lo cierto es que no tengo ni idea de cómo reaccionar a eso, así que me limito a asentir y dar un buen trago al vino. Como no me quedan más opciones, meto la mano en mi bolso de Kate Spade y saco la agenda.

—Vale. —La abro y paso un dedo por la página de la semana que viene hasta llegar al sábado—. Me parece que Oscar se va de caza por la mañana.

Me echo a reír cuando Sarah enarca las cejas.

—No preguntes. Una de esas cajas de experiencias que alguien le regaló a su hermano, creo. ¿Podría pasarme a ver a Jack mientras Oscar se marcha a hacer eso?

El alivio le relaja los hombros.

—No sé cómo llegar hasta él; estamos en un punto en el que todo lo que digo le molesta. Tal vez piense que contigo no puede ser tan maleducado y hacer como que no ha pasado nada.

Mi móvil está encima de la mesa, y cuando empieza a vibrar entre las dos me siento casi culpable, pues la pantalla se ilumina con una foto mía y de Oscar en Tailandia.

—Es Oscar, que me pregunta por la cena —comento mientras ojeo su mensaje a toda prisa.

Me aterroriza ignorar los mensajes por si ha pasado algo; no es de extrañar, teniendo en cuenta lo que le ocurrió a Jack.

—Muy hogareño —dice Sarah.

No puedo negarlo. No he hecho el menor avance en la búsqueda de un piso al que mudarme, en parte por lo que le pasó a Jack, pero si te soy honesta, sobre todo porque estoy disfrutando de lo de jugar a las casitas sin la onerosa responsabilidad de la hipoteca y las facturas. Es una forma de vida ridícula, lo sé, pero para Oscar las cosas siempre han sido así, y tengo que reconocer que es increíble sentirse tan segura. De vez en cuando me pregunto si no será demasiado seguro, demasiado estable, pero aquí sentada escuchando a Sarah me doy cuenta de que debería agradecer mi buena estrella.

—Bueno… —Sarah hace un gesto con la cabeza en dirección a mi teléfono, donde destella una foto de la pasta a la boloñesa que Oscar acaba de preparar—. Diría que tienes que marcharte.

Me levanto para irme, pero antes la abrazo con fuerza.

—Todo volverá a ir bien con Jack, Sar, sé que será así. Las ha pasado canutas. Dale tiempo.

—Tengo la sensación de que es lo único que hago —dice mientras se pone la chaqueta.

La temperatura ha bajado en los últimos días. De repente, las calles de Londres se han llenado de abrigos.

—Disfruta un poco del sol.

Me entran muchísimas ganas de marcharme con ella, de bailar, de reír, de que nos mostremos alegres y despreocupadas como cuando vivíamos en Delancey Street.

—Me tomaré un cóctel por ti —dice con una sonrisa.