Jack
Sigo a Amanda sin hacer ruido por su apartamento; y digo «sin hacer ruido» porque acabo de quitarme las Converse: este es uno de esos sitios en los que el calzado de exterior está prohibido tajantemente. Incluso hay un cartel nada más cruzar el umbral de la puerta principal por si se te olvida. No es que me importe mucho. No, eso es mentira. Me toca un montón las narices; me parece pomposo que la gente insista en que te quites los zapatos. Pero no es una queja centrada en Amanda. Me saca de mis casillas lo haga quien lo haga.
—¿Has cocinado?
Estamos en su elegante cocina blanca, que por lo general ve muy poca actividad en lo que a preparar comida se refiere. Amanda tiene muchas características maravillosas, pero sus habilidades culinarias no son legendarias, que digamos. Ella lo reconoce sin complejos: es una maestra del microondas, una amante del sushi a domicilio y un rostro muy conocido en los restaurantes de Edimburgo, así que, ¿por qué querría pelar cebollas con sus propias manos?
—Sí, he cocinado —responde, y abre la nevera para servirme una copa de vino blanco.
—¿Debería asustarme?
Me mira con las cejas enarcadas.
—Deberías mostrarte halagador e increíblemente agradecido, Jack. Me he quemado el dedo por ti.
La observo mientras se mueve por la cocina con un paquete de judías verdes precocinadas en la mano, sosteniéndolo a la distancia justa a fin de poder leer en el reverso las indicaciones para su preparación en el microondas.
—¿Qué vamos a comer?
No sé por qué lo pregunto, porque ya sé que la respuesta es pescado.
—Bacalao —contesta—. Lo he puesto a hornear con limón y perejil.
—¿Has quitado el polvo al horno antes de encenderlo?
Amanda me mira con cara de enfado y me echo a reír.
—Solo me preocupo por ti, hay riesgo de incendio.
—Halagador y agradecido —me recuerda, y me levanto y le quito la bolsa de judías verdes de las manos.
—Halagador, ¿eh?
Le beso el hombro desnudo. Lleva un vestido de verano sin tirantes y un delantal encima.
—Estás sexy con mandil.
—La comida, Jack —dice volviendo la cara hacia mí.
—Vale. Te agradezco que hayas cocinado para mí. —La beso con rapidez—. Y agradezco que parezcas una princesa sueca rubia mientras lo haces. Me pones un montón, princesa Amanda de Ikea.
Se funde con mis brazos y me besa con ganas, metiéndome la lengua en la boca.
—Eso ha sido muy impropio de una dama —digo cuando termina, y empiezo a tirar de las cintas de su delantal hasta que me aparta de un manotazo.
—Haz algo útil —dice—. Ve a poner la mesa en el balcón.
La mesa tiene un aspecto digno de folleto de vacaciones en el balcón digno de folleto de vacaciones de Amanda. Es típico de ella: Grassmarket tiene las mejores vistas del castillo de la ciudad, así que se aseguró de alquilar en esta zona.
Estoy a punto de volver a entrar cuando me vibra el teléfono. Lo miro con la esperanza de que no sea Lorne para avisarme de que tengo que cubrir a alguien. Estoy de suerte; el que destella es el nombre de Sarah. Abro el mensaje y me apoyo en la barandilla del balcón para leerlo.
¿Has hablado con Laurie últimamente?
Joder, qué mensaje más críptico. Miro el reloj de pulsera. Diría que en su zona horaria están en plena noche. Seguro que está pedo en una fiesta en la playa. Le contesto:
Hace tiempo que no. ¡Vete a la cama!
Grassmarket se extiende a mis pies, destellante y atestado de juerguistas del sábado por la noche. Mi móvil vuelve a vibrar.
Llámala, Jack. Hace un par de semanas que se ha separado de Oscar. Se
suponía que no tenía que decírtelo, pero necesita a sus amigos. ¡Yo es-
toy demasiado a tomar por culo para serle útil!
Me quedo mirando la pantalla, leo y releo el mensaje de Sarah y me dejo caer de golpe sobre una de las sillas de exterior de Amanda.
Laurie y Oscar se han separado. ¿Cómo es posible? La vi casarse con él. Se plantó allí, en aquella iglesia y nos dijo a mí y al resto del mundo que él era el hombre con quien quería pasar toda su vida.
¿Qué demonios ha pasado?
Mientras envío a Sarah el mensaje, me pregunto si me dará tiempo a llamarla antes de la cena.
Cosas. Habla con ella. Es complicado.
Me invade la frustración; las palabras de Sarah no me aclaran nada. ¿Por qué está siendo tan imprecisa? ¿«Complicado»? Yo sé bien lo que es complicado: estar en el balcón de tu novia leyendo un mensaje de tu ex sobre otra mujer a la que besaste una vez.
—¿Jack? —La voz de Amanda me sobresalta—. ¿Puedes venir a por esto, por favor?
Miro mi móvil, con la cabeza llena de preguntas, y luego tomo una decisión rápida y lo apago. Esta es mi vida ahora. Aquí tengo algo; mi programa va ganando seguidores, tengo cariño a la gente con la que trabajo, y Amanda es… es todo lo que cualquier hombre podría desear.
Me guardo el teléfono en el bolsillo y entro.