Jack
Preferiría darme un puñetazo en la cara a ir esta noche a una cena en casa de Laurie y Oscar, sobre todo porque también han invitado al hermano de este. Otro banquero chulito. Mira por dónde.
A Sarah solo le ha faltado tatuarme en la frente la hora a la que tengo que llegar. «Lleva flores —me dijo—. Yo llevaré vino.» Creo que ha buscado en Google el protocolo que rige estos acontecimientos.
Acaba de enviarme un mensaje de texto:
Piensa en varias buenas preguntas que hacer esta noche al hermano de
Oscar.
Siento la tentación de enviarle una respuesta borde, pero me limito a apagar el teléfono. Estoy en el trabajo, no tengo tiempo para estas mierdas.
Agradezco tener que preparar listas de reproducción para los próximos siete días y una reunión con el productor agendada para esta tarde para hablar de un nuevo concurso que planeamos hacer.
Cojo un bolígrafo y me anoto en la mano la hora más tardía posible a la que puedo salir y aun así llegar a tiempo por los pelos. Si algo tengo claro es que no quiero llegar pronto.
Laurie
—¿Estás seguro de que ha quedado bien?
Doy un paso atrás, con las manos en las caderas, y observo la mesa del comedor. Oscar me pasa un brazo por los hombros.
—A mí me parece que sí —dice.
Esperaba un elogio más efusivo que ese; es la primera cena de tres platos para adultos que ofrezco, algo que está a años luz de la pizza en el sofá que cenábamos en Delancey Street. Ojalá hubiera tenido oportunidad de invitar solo a Sarah y Jack, de hacer una prueba antes de extender la invitación fuera del círculo. En realidad, no he sido yo quien la ha extendido; se suponía que seríamos solo nosotros cuatro, pero el fin de semana pasado Oscar invitó a su hermano, Gerry, y a su esposa, Fliss, cuando nos los encontramos en Borough Market mientras comprábamos chocolate artesanal para la mousse. Ya lo sé. No podría parecerme más a una maruja ni aunque lo intentara. Sé compasivo conmigo: es mi primera cena y, para prepararme, llevo semanas mirando un programa tras otro de la chef Nigella Lawson partiendo chocolate artesanal para echarlo a una cazuela mientras bate las pestañas ante la cámara.
Solo he visto al hermano de Oscar una vez, y lo único que recuerdo es que Gerry no da la impresión de parecerse mucho a su encantador hermano menor, y que su esposa, Felicity, que está como un palillo, tiene aspecto de sobrevivir a base de aire y Chanel n.º 5. Me recuerda a alguien famoso, pero no soy capaz de caer en quién. Pero bueno, así es como mi agradable cena para cuatro se convirtió en una aterradora cena para seis, y me he pasado todo el día en la cocina siguiendo con gran meticulosidad una complicada receta de coq au vin. Y tampoco es que sea un coq cualquiera. Esta afortunada ave ha sido alimentada con maíz, mimada y envuelta en papel marrón encerado por un carnicero, así que espero con todas mis fuerzas que eso se refleje en el sabor, porque me costó el triple de lo que cuestan sus hermanos envueltos en plástico en el supermercado. He batido la mousse de chocolate hasta dejarla esponjosa, he preparado la ensalada y ahora me muero por una copa de vino.
—¿Te molestaría que te quitara el pintalabios a besos?
—Sí.
Una de las ventajas de trabajar en una revista para adolescentes es la plétora de muestras de productos de belleza que inunda la oficina; es evidente que las adolescentes de hoy en día gastan mucho más dinero en cosméticos que yo hace una década. Esta noche estoy probando una nueva marca de lápices labiales que se ha puesto de moda; el estuche se parece más a un consolador de la era espacial que a un carmín, y aunque no confiere a mis labios más volumen, el prometido aspecto «picadura de abeja», el producto es cremoso e intenso y hace que me sienta un pelín más segura.
Oscar pone cara de desilusión durante unos segundos, pero el ruido del timbre interrumpe la conversación.
—Llega alguien —susurro con la mirada clavada en él.
—Sí, suele pasar cuando das una cena —dice—. ¿Voy yo a abrir o quieres hacerlo tú?
Me acerco a la puerta a hurtadillas y miro por la mirilla con la esperanza de que Sarah y Jack sean los primeros. No tengo suerte.
—Es tu hermano —digo sin voz mientras regreso junto a Oscar de puntillas.
—¿Debo deducir que eso significa que abro yo? —pregunta.
—Me voy a la cocina, tú llámame cuando estén dentro, como si no lo supiera —digo mientras me dirijo a ella.
—¿Puedo preguntar por qué? —dice con suavidad Oscar.
Me quedo parada en la puerta.
—¿Para que no parezca demasiado ansiosa?
La verdadera razón es que necesito echarme al coleto una copa de vino para que me dé valor; de repente, mi característica torpeza social vuelve a estar vivita y coleando.
Cojo el móvil mientras saco el vino de la nevera y envío un mensaje rápido a Sarah:
¡Daos prisa! G. y F. ya están aquí. ¡Necesito refuerzos!
Echo un vistazo al coq au vin, y me complace informar de que se parece bastante a la foto del libro de recetas. Eh, Jamie Oliver, mi polla es mejor que la tuya. Estoy riéndome para mis adentros cuando me vibra el teléfono; en cuanto oigo que Oscar me llama, lo cojo enseguida.
De camino, 5 minutos máx. A Jack se le ha hecho tarde, llegará cuando pueda. Lo siento. ¡No os bebáis todo el vino sin mí!
Cinco minutos. Puedo aguantar. Puto Jack, la semana pasada Sarah prácticamente se echó a llorar aquí mismo, en nuestra cocina, después de que volviera a dejarla tirada porque tenía que trabajar hasta tarde. Y la cosa no hará más que empeorar cuando empiece su nuevo trabajo de presentador dentro de un par de semanas. De aquí a nada, la única manera de saber algo de Jack será sintonizar su programa de radio. Me sacudo el enfado y pongo en la cubitera la botella de vino; después me planto una sonrisa en los labios casi picados por una abeja y me dirijo hacia el salón.
—No creo que aguante mucho más sin secarse —digo.
Sarah y yo bajamos la mirada hacia el ya ligeramente menos impresionante coq au vin y luego mira el reloj y niega con la cabeza.
—Lo siento mucho, Lu, de un tiempo a esta parte se comporta como un completo idiota. Sabe lo importante que esto es para ti.
De momento, Jack lleva más de una hora y media de retraso, y salvo por el mensaje que envió justo después de que Sarah apareciera para anunciarnos que ya no tardaría en llegar, no ha dicho ni mu.
—¿Y si le mando yo un mensaje? A lo mejor le da miedo abrir los tuyos —propongo mientras le relleno la copa.
Hace un gesto de negación.
—No te molestes. Venga, saquemos esto y cenemos. Él se lo pierde.
Tal vez sea mejor que Jack decida no presentarse esta noche al final; ya llega lo bastante tarde para quedar como un maleducado de tomo y lomo, y hay muchísimas posibilidades de que Sarah le arranque la cabeza si aparece.
Son más de las diez, el coq au vin ha sido un éxito y Gerry no está tan mal después de un par de copas. Fliss es horrible: abstemia y vegetariana, manda huevos… Me habría dado igual, ¡pero es que no me había dicho ni una puñetera palabra al respecto hasta que le puse delante un muslo de pollo enorme! (Por cierto: ya he caído en a quién me recuerda: a Wallis Simpson, la duquesa de Windsor, toda una avispa.) Y Jack sigue sin aparecer. Por si fuera poco, ni siquiera ha llamado. Sarah está tan enfadada que ha empezado a referirse a él únicamente como «cara de culo» y a beber más vino del que es habitual en ella; el pobre Oscar está haciendo todo lo posible por defenderlo a pesar de que Jack no ha hecho nada para ganarse esa lealtad.
—¿A quién le apetece un poco de mousse de chocolate? —pregunto en voz alta para cambiar de tema.
—Uf, sí —gime Gerry como si acabara de ofrecerle una mamada, pero al mismo tiempo Fliss emite un siseo similar al grito de la Bruja Mala del Oeste cuando Dorothy le lanza el agua.
Miro primero al uno y luego a la otra, sin saber qué hacer, pero el móvil de Sarah se ha puesto a vibrar y todos lo miramos expectantes. Durante el transcurso de la cena, Sarah ha pasado de tenerlo escondido debajo del trasero para echarle un vistazo furtivo de vez en cuando a dejarlo a plena vista sobre el plato vacío de Jack. Creo que podría ir con segundas.
—Ahí lo tienes. —Oscar respira aliviado—. Dile que no pasa nada, Sarah, que queda comida si no ha cenado.
El móvil se agita y traquetea sobre el plato de porcelana blanca de Jack.
—Personalmente, a mí no se me ocurriría cogerle el teléfono. —Fliss mira a Sarah con desprecio, llena de arrogante desdén—. Menudo caradura.
Sarah me mira, vacilante e insegura.
—¿Qué hago?
—Contéstale —digo más que nada para tocar las narices a Fliss, y un segundo después Sarah coge el móvil y poco menos que hinca un dedo en la tecla.
—Mierda. Ya había colgado —dice. La decepción reluce en sus ojos a pesar de que añade—: Le está bien empleado, por caraculo. —Vuelve a dejar el teléfono en el plato de Jack—. Tomemos el postre.
Cuando empujo mi silla hacia atrás, el teléfono de Sarah vibra de nuevo para avisarla de que Jack le ha dejado un mensaje.
—Seguro que está por ahí, en algún bar —dice Fliss pese a que no tiene derecho a opinar, pues ni siquiera conoce a Jack.
—Estará liado en el trabajo.
Gerry batea a favor del Equipo Jack vete tú a saber por qué, tal vez porque su esposa le cae tan mal como a mí.
Sarah coge el teléfono.
—Enseguida lo sabremos.
Se hace el silencio en torno a la mesa y todos oímos la voz metálica que informa a Sarah de que tiene un nuevo mensaje en el buzón de voz. Mi amiga resopla y pulsa la tecla de nuevo, y yo cruzo los dedos bajo la mesa para que Gerry gane la apuesta.
«Hola, este es un mensaje para Sarah —dice un tipo que habla a toda pastilla con cierto dejo australiano. Sarah alza la vista hacia mí, con el ceño fruncido ante la desconocida voz masculina—. Llamo porque este teléfono se le ha caído del bolsillo a un hombre que acaba de sufrir un grave accidente de tráfico en Vauxhall Bridge Road. Su número aparece como el que marca más a menudo; ahora mismo estamos esperando con él a que llegue la ambulancia. Pensé que querría saberlo lo antes posible. Me llamo Luke, por cierto. Ya me dirá, cuando pueda, qué debo hacer con este teléfono.»
Sarah comienza a derramar lágrimas abrasadoras y aterradas antes de que termine el mensaje, y me arrodillo junto a su silla y le quito el teléfono de entre las manos temblorosas antes de que se le caiga.
—¿Qué hago, Laurie?
Respira demasiado deprisa, aferrada a mi mano. Ha perdido todo el color de la cara; no puede mantener ni un solo dedo quieto.
—Vamos a donde está —digo intentando mantener la voz firme—. Pediré un taxi, llegaremos en unos minutos.
—¿Y si está…?
Tiembla con tanta fuerza que le castañetean los dientes.
—No digas eso —la interrumpo mirándola a los ojos de hito en hito, pues necesito que me escuche—. No lo digas. Ni siquiera lo pienses. Todo va a salir bien. Lo primero es llegar allí, las dos juntas, tenemos que ir paso a paso.
Sarah asiente, aún titubeante, tratando de recuperar la compostura.
—Las dos juntas. Paso a paso.
La abrazo con fuerza, y la mirada desolada de Oscar se cruza con la mía por encima del hombro de Sarah. Miro hacia otro lado.