Laurie
—Pero, Oscar, sabes que esta noche es muy importante.
No puedo ocultar el tono quejumbroso de mi voz. Oscar me prometió que esta semana volvería un día antes de Bruselas para asistir a la cena de despedida de Sarah. En rara ocasión influyo en sus planes de viaje; soy consciente de que tiene la agenda hasta arriba y de que le resulta difícil reorganizarla, pero pensé que, solo por esta vez, sería capaz de hacer lo que yo necesitaba que hiciera.
—Sé que te lo prometí, y ojalá pudiera cumplirlo, pero tengo las manos atadas —dice—. Brantman ha aparecido aquí esta mañana de repente y, entre tú y yo, creo que podría haber otro ascenso a la vista. ¿Qué impresión causaré si me escaqueo temprano para irme a una fiesta?
Suspiro. Brantman es el jefe de Oscar, el pez gordo.
—Comprendo. No hay problema.
No es que lo comprenda especialmente, y lo de que no hay problema no es cierto, pero no conseguiré nada discutiendo con Oscar: sé que no cambiará de opinión. La enorme entrega con la que afronta su trabajo en el banco pone nuestro matrimonio en peligro de un millón de formas distintas, y la de esta noche no es una fiesta cualquiera. Es una cena de despedida; la noche en la que tengo que abrazar a mi mejor amiga para decirle adiós y desearle lo mejor en su nueva vida en las antípodas.
—Tal vez podamos planear un viaje para ir a verla a Australia el año que viene.
Trata de decir algo que me apacigüe, porque ambos sabemos que no hay la menor posibilidad de que se tome varias semanas libres para encajar una escapada así, y menos aún si consigue ese ascenso. Con la excepción de la luna de miel, nuestras vacaciones han sido más bien como fines de semana largos organizados en torno a su semana laboral en Bélgica: un par de días en París, una visita relámpago a Roma. En ambas ocasiones nos hemos separado en el aeropuerto el domingo por la noche y hemos volado a diferentes países para llegar a trabajar el lunes por la mañana. A pesar de lo mucho que nos esforzamos en el sentido opuesto, nuestro matrimonio está convirtiéndose justo en aquello que dijimos que no sería: un matrimonio a tiempo parcial.
—Entonces te veo mañana por la noche —digo abatida.
—Sí —confirma en voz baja—. Lo siento, Laurie.
Cuelga con un «te quiero» antes de que me dé tiempo a añadir nada más.
—¡Cuánto me alegro de que hayas venido! —Sarah me abraza y empezamos a dar vueltas; luego se echa a reír y mira hacia la puerta del hotel—. ¿Dónde está Oscar?
—En Bruselas. Lo siento, Sar, se le han complicado las cosas.
Frunce el ceño, pero enseguida lo relaja.
—No te preocupes. Tú estás aquí, y eso es lo fundamental.
Nuestros tacones repiquetean contra el suelo de mármol cuando me guía hacia el bar. Sarah ha decidido celebrar una cena de despedida con sus amigos esta noche, justo antes de que Luke y ella se marchen mañana a Bath para pasar sus últimos días en Inglaterra con la familia de ella. Todavía no puedo creerme que mi mejor amiga se vaya a vivir a Australia. Siento que estoy perdiéndola otra vez. Estoy entusiasmada por ella, de eso no cabe duda, pero no pude evitar echarme a llorar cuando me lo dijo, y tampoco volver a llorar cuando, más tarde, se lo conté a Oscar en casa. Por lo que se ve, he llorado bastante en los últimos tiempos.
—Este sitio es precioso —digo con la intención de distraerme. Nunca había estado en este hotel; tiene ese aire íntimo de boutique: todo grises cálidos y candelabros, con jarrones altos de flores por todas partes—. Muy adulto.
Sarah sonríe.
—Tenía que madurar en algún momento, Lu.
—Desde luego, según mi forma de ver las cosas, lo de mudarse a la otra punta del mundo para estar con el hombre al que amas da puntos de madurez.
Me aprieta la mano.
—Según la mía, también. Estoy cagada.
—No sé por qué —digo—. Australia no tiene ni idea de lo que se le viene encima.
Si hay algo que tengo claro es que Sarah va a petarlo allí. Ya ha conseguido un trabajo en una de las principales cadenas de televisión; aclamemos a la nueva y brillante corresponsal del mundo del espectáculo en Australia.
Antes de que atravesemos las puertas de cristal del bar, me coge de la mano para que me detenga.
—Escucha, Lu, tengo que decirte una cosa. —Nos acercamos la una a la otra y me aprieta los dedos—. No puedo marcharme al otro lado del mundo sin disculparme por cómo me puse por lo de… bueno, ya sabes, por todo.
—Madre mía, Sar, no tienes por qué disculparte —respondo, ya intentando tragarme las lágrimas. No creo que nuestra discusión llegue a ser nunca algo de lo que podamos hablar sin ponernos emotivas—. O quizá deba disculparme yo también. Odio todo lo que sucedió aquel día.
Asiente, con los labios temblorosos.
—Te dije cosas horribles. No las sentía de verdad. Perderme el día de tu boda es lo peor que he hecho en mi vida.
—Te hice daño. Nunca fue mi intención, Sar.
Se pasa la mano a toda prisa por los ojos.
—Debí aceptar tu pulsera. Era el regalo más bonito que me habían hecho en la vida. Te quiero como a una hermana, Lu, eres mi mejor amiga de todo el puñetero mundo.
Llevo la pulsera puesta en este instante, así que hago justo lo que tenía planeado. Abro el cierre y me la quito; luego se la pongo alrededor de la muñeca y la abrocho. Las dos nos quedamos mirándola, y Sarah me coge la mano con muchísima fuerza.
—Toma —digo con voz temblorosa—, ahí es donde debe estar.
—Siempre la consideraré un tesoro.
Se le entrecorta la voz y sonrío a pesar de las lágrimas.
—Lo sé. Y ahora, venga. —La envuelvo en un abrazo—. Sécate los ojos. Se supone que esta noche es una noche feliz.
Nos aferramos la una a la otra; es un abrazo de «lo siento», y un abrazo de «te quiero», y un abrazo de «qué voy a hacer sin ti».
Luke me hace una llave de cabeza en cuanto me ve entrar en el bar.
—Ahora ya podemos empezar la fiesta —dice con una sonrisa—. Sarah no paraba de vigilar la puerta.
Es adorable. Tiene la complexión de un jugador de rugby, es ruidoso y la alegría de la huerta, pero solo tiene ojos para Sarah. Cuando Jack y ella estaban juntos, creía que lo que veía era amor. Y puede que fuera amor, o algo parecido, pero no de este tipo, y desde luego no a esta escala. A Sarah y a Luke el amor les rezuma por los poros.
—Laurie.
Me vuelvo cuando alguien me toca el brazo.
—¡Jack! Sarah no sabía si podrías venir.
Una mezcla de placer y alivio me embarga ante su inesperada presencia.
Se inclina y me da un beso en la mejilla, noto su mano caliente en la espalda.
—No he tenido claro si podríamos venir hasta esta mañana —dice—. Me alegro mucho de verte.
«Podríamos.» Lo miro y, durante unos segundos, no decimos nada en absoluto. Luego desvía la mirada hacia una mujer con un vestido de color cereza que acaba de aparecer a su lado con un par de copas de champán en la mano. Jack sonríe al aceptar una de ellas y le rodea la cintura con un brazo.
—Laurie, esta es Amanda.
—Oh —digo, y luego me contengo y, para compensar, me excedo—: ¡Hola! ¡Qué alegría conocerte al fin! ¡He oído hablar mucho de ti!
En realidad no es cierto; Jack la ha mencionado de pasada en algún que otro correo electrónico y la he visto en su muro de Facebook, pero, por alguna razón, eso no me había preparado para verlos juntos en carne y hueso. Es bastante guapa, la típica belleza de pelo rubio dorado. Luce una melena ondulada al estilo de los años veinte que le llega hasta la barbilla y que parece diseñada por uno de esos estilistas superguays de los famosos, y complementa su vestido con una chaqueta de cuero negro y unos botines. Es glamurosa de una manera provocativa, y la mirada alerta de sus ojos azules no encaja del todo con la calidez de su voz.
—Laurie… —Sonríe, y besa el aire junto a mis mejillas—. Por fin nos conocemos.
Trato de no sobreanalizar sus palabras. «¿Por fin?» ¿Qué ha querido decir con eso? Su mirada se demora en mí, como si quisiera añadir algo más.
Sarah nos salva de tener que seguir conversando de manera inmediata cuando se pone a dar palmas para pedirnos a todos que entremos en el restaurante. Somos unos quince, una mezcla de amigos de Sarah y de Luke y de sus compañeros de trabajo más cercanos. Miro las dos mesas circulares y veo la tarjeta con el nombre de Oscar a un lado de la mía y la de Jack al otro, seguida de la de Amanda. Suspiro y me pregunto si será demasiado tarde para hacer unos ligeros cambios con las tarjetas, porque sin Oscar para equilibrarnos esto va a ser toda una prueba. No reconozco ninguno de los demás nombres de la mesa. «Estupendo.»
—Parece que me ha tocado el mejor sitio de todos —dice Jack con una sonrisa cuando se acerca a mí y observa la composición de la mesa.
Mi sonrisa es tan tensa que me extraña que no se me salten los dientes y reboten contra las paredes. Dudo que haya suficiente vino en todo el hotel para hacer que esta noche resulte soportable. Voy a perder a mi mejor amiga, mi marido no ha venido y, encima, tendré que pasar el próximo par de horas conversando educadamente con la preciosa nueva novia de Jack.
Ocupo mi asiento y llamo la atención del camarero que sirve el vino. Creo que esta noche nos veremos mucho.
Jack
Puto Oscar. Es la única vez que de verdad no me importaría que estuviera presente, y ni siquiera puede tomarse la molestia de estar en el mismo país. Aunque por lo que tengo entendido, desde hace un tiempo casi podría decirse que ha emigrado. Pobre Laurie, debe de sentirse bastante sola.
—Genial —exclama Amanda con un suspiro mientras le echa un vistazo a la tarjeta del menú.
Yo también suspiro para mis adentros, porque salir a comer con ella siempre es un poco arriesgado. Es pescetariana y no consume ningún tipo de azúcar, aunque con la del vino hace una excepción porque, según dice, el alcohol la neutraliza. Estoy bastante seguro de que se lo ha inventado y de que, además, es la primera excusa que se le pasó por la cabeza, así que suelo meterme con ella al respecto. Esta noche, sin embargo, quiero que le causemos una buena impresión a todo el mundo, cosa complicada, porque el primer plato es paté de hígado de pato y el segundo pollo, y es culpa mía que nadie sepa que mi novia no come ninguna de las dos cosas. Hace un tiempo, Sarah envió un correo electrónico preguntando si alguien era vegetariano, pero yo no contesté.
—Yo me encargo —murmuro.
Amanda me mira mientras el camarero le llena la copa de vino.
—No te preocupes, seguro que tienen alguna otra cosa. —Se da cuenta de que Laurie la mira—. Pescetariana. —Esboza una sonrisa de disculpa—. Odio tener que montar un numerito.
Intento llamar la atención de Laurie, pero ya ha vuelto a concentrarse en su menú.
—Bueno, ¿y a qué te dedicas, Mandy?
Me molesto en nombre de Amanda; no hay forma de que lo sepa este australiano que está sentado al otro lado de la mesa, imagino que uno de los amigos de Luke, pero si hay otra cosa con la que Amanda se muestra un poco quisquillosa es con que no la llamen Mandy.
—Amanda —lo corrige, sonriendo para suavizar la situación—. Soy actriz.
—¡Qué guay! —Parece que el tipo ya lleva unas cuantas copas de más—. ¿Has hecho algo en lo que te haya visto?
El australiano parece tener una especie de sexto sentido para equivocarse con las preguntas. A Amanda le va bastante bien; ha intervenido en un par de series escocesas y tiene un papel secundario recurrente en una telenovela, pero es muy poco probable que este tipo haya oído hablar de esas cosas.
—Amanda actúa en una telenovela en Escocia —digo.
—Es solo un papel pequeño —matiza entre risas.
El tipo pierde el interés, y me acerco a Amanda y le hablo en voz baja para que nadie más pueda oírme.
—¿Estás bien? Lo siento si es un poco incómodo.
Sonríe con el mejor de los ánimos.
—Nada que no pueda gestionar.
Se da la vuelta y entabla una conversación educada con el hombre que tiene al otro lado, lo cual nos deja a Laurie y a mí comiendo con apuro el uno al lado del otro. No estoy seguro de que traer hoy a Amanda haya sido mi mejor jugada; ella parece estar bien, pero empiezo a darme cuenta de que yo no.
—Está bueno —dice Laurie señalando el paté con su cuchillo.
Asiento.
—¿Cómo va todo?
Da vueltas en el plato a su ensalada.
—El trabajo es interesante. Cubro sobre todo artículos sobre salud femenina, así que tengo mucho que aprender.
—Seguro que sí.
—¿Cómo te va a ti con el tuyo?
—Me encanta, sí. Me acuesto tarde, pero me gusta.
Laurie suelta los cubiertos.
—Edimburgo parece una ciudad preciosa en tus fotos.
—Lo es. Deberías subir alguna vez, te haré una visita guiada. —Noto que Amanda se tensa un poco a mi lado, y que al otro Laurie parece insegura—. Con Oscar, por supuesto —añado para arreglarlo. Y luego lo fastidio de nuevo al rematarlo diciendo—: Si es que puede tomarse unos días libres.
¿Qué estoy haciendo? Que los dos me visiten es mi versión perfecta del infierno.
Me siento aliviado cuando los camareros comienzan a retirar los platos y Laurie se excusa de la mesa. Sonrío a la camarera para que se acerque a rellenarme la copa otra vez. Solo hay una manera de lidiar con este nivel de desastre social.
Laurie
Qué noche. Cada vez que me quedo un par de minutos a solas con Sarah nos hacemos llorar la una a la otra, Oscar no está y la novia de Jack es irritantemente simpática, incluso a pesar de ser pescetariana. Después del primer plato fui al aseo para soltarme una buena regañina y le dije a mi reflejo en el espejo que Amanda es la pareja que Jack ha elegido, y que él es mi amigo, así que he de tratar de ser también amiga de ella. De hecho, debe de haberle echado muchos ovarios para venir hoy. Desde entonces, le he hecho más preguntas sobre su trabajo y sobre Edimburgo, y la verdad es que parece una persona interesante.
—¿Eres de Londres, Amanda? —le pregunté en un momento dado, porque su dejo cockney la delataba con la misma claridad que si hubiera ido vestida de Big Ben.
—Londinense de los pies a la cabeza —contestó sonriendo—. Aunque nadie lo diría cuando estoy grabando. Mi personaje, Daisy, es más escocesa que las gaitas y los kilts, chica.
Adoptó con facilidad un marcado acento escocés lo bastante convincente para arrancarme una carcajada muy a mi pesar.
—Vaya, lo haces muy bien —le dije.
—La práctica hace al maestro —contestó encogiéndose de hombros.
Luego me habló de algunas de las audiciones a las que se ha presentado en los últimos tiempos; nunca había caído en lo duro que es el trabajo de actriz. Puede que al final sí que sea una buena influencia para Jack. No cabe duda de que tiene claro lo que quiere, y no le da miedo esforzarse al máximo para conseguirlo.
Hasta hoy, no la había considerado una persona que ocupara un lugar muy importante en la vida de Jack. Pero ahora que la he conocido, cada vez me resulta más difícil ignorarla. No es que quiera hacerlo; es solo que me impresiona verlo con alguien así. Con alguien que podría ser relevante de verdad para su futuro. Es solo que… No sé. Es algo que no puedo expresar con palabras, como si nunca me hubiera imaginado que la vida de Jack en Escocia pudiera convertirse en su vida para siempre. Quiero que sea feliz, sin duda, pero me sorprende un poco. Esa es la palabra. Amanda me ha sorprendido.
Dedico una sonrisa a la camarera de mejillas sonrosadas que se acerca y me pone el plato principal delante.
—Gracias, tiene una pinta deliciosa.
Jack hace lo mismo y, mientras esperamos a que alguien aparezca con el salmón que están preparando de forma apresurada a Amanda, hace un gesto a la camarera que sirve el vino para que vuelva desde la otra punta de la sala y le rellene la copa una vez más.
Jack
Me siento un poco mal por haber dicho que sí al postre a pesar de lo autoexigente que es Amanda con lo de no tomar azúcar, pero es una de esas cosas con tres tipos de chocolate, y he bebido demasiado vino para encontrar la fuerza de voluntad que rechazarlo me supondría. Ella se excusa de la mesa para ir a tomar un poco el aire, lo que nos da vía libre a Laurie y a mí para ponernos morados.
—Amanda parece maja —dice ella.
—Es una buena chica —convengo.
Laurie no parece tan impresionada con su tarta como yo. Solo ha picoteado los bordes, comiscando.
—Ya lleváis juntos un tiempo, ¿no?
—Unos seis meses.
Es probable que sean unos cuantos más; todavía no me he perdonado por escuchar el angustioso mensaje de Laurie sobre la muerte de su padre con la mano de Amanda en la polla. Nos conocimos en la fiesta de compromiso del amigo de un amigo; hay cierta tendencia a la superposición entre el mundo de la televisión y el de la radio porque los círculos son sorprendentemente pequeños, y más en Edimburgo. Amanda tenía cara de que le apeteciera estar allí tanto como a mí, así que nos pusimos a hablar y una cosa llevó a la otra. No esperaba que pasara de ser algo informal, pero de alguna forma parece haberse convertido en parte de mi vida.
—¿Vais en serio?
Dejo de comer y miro a Laurie.
—Hablas como mi madre.
Pone cara de hastío.
—Solo era una pregunta.
—Me gusta mucho. Sabe lo que quiere, y nos divertimos juntos.
Nos quedamos en silencio, y bebo vino para terminar de tragarme la tarta.
—¿Cómo te va la vida de casada?
Laurie aparta el plato del postre a medio comer y se acerca la copa de vino.
—Bien… A veces es frustrante que Oscar pase tanto tiempo fuera, pero bueno. —Se ríe levemente y se encoge de hombros—. Lo siento. Casados repelentes.
—Ellos serán los siguientes —digo para cambiar de tema, y señalo a Sarah y a Luke, que están sentados a la mesa de al lado.
Laurie sigue la dirección de mi mirada, pensativa.
—¿Alguna vez te has arrepentido de no haber seguido con ella?
No tengo que pensármelo dos veces.
—Joder, qué va. Mírala. No puede dejar de sonreír. Nunca la vi así cuando estábamos juntos.
Laurie sigue con la mirada clavada en Sarah.
—Ojalá se quedaran aquí. La echaré mucho de menos. —Se termina el vino que le quedaba en la copa—. ¿Dónde está la camarera? Necesito otra.
Creo que he bebido demasiado. No estoy borracho de caerme al suelo, pero desde luego tampoco estoy sobrio. Hace un rato que nos hemos trasladado a la sala de eventos y hay un grupo que toca las habituales versiones de temas fiesteros a un volumen algo excesivo. Me ajusto el pequeño audífono que me pusieron cuando por fin entré en razón y fui a ver a un especialista. No hacía mucho que había llegado a Escocia; mudarme fue lo mejor para mi salud, tanto física como mental.
Amanda ha ido afuera para contestar a una llamada y Laurie está bailando con Luke a unos metros de mí. Y digo «bailar», pero en realidad es algo más parecido a hacer acrobacias; él no para de lanzarla por los aires y Laurie ríe tanto que apenas puede respirar.
—Eh, Fred Astaire —digo al acercarme cuando la banda por fin se pone a tocar algo más suave—. Ahora entiendo por qué Sarah está tan enamorada.
—Esa mujer me ha robado el corazón —afirma convencido.
Estoy seguro de que es por las varias cervezas que se ha tomado, pero los ojos se le llenan de lágrimas. Le estrecho la mano; siempre existirá un vínculo extraño entre nosotros. Fue la primera persona que llegó al escenario de mi accidente y, aunque no recuerdo los acontecimientos con claridad, conservo una imagen de él arrodillado a mi lado. Y ahora está con Sarah, y podría haber sido raro, pero no lo es, porque es evidente que están hechos el uno para el otro. A pesar de que no lo conozco muy bien, Luke da la impresión de valer su peso en oro.
—Cuida bien de Sarah por nosotros —le digo—. ¿Te importa si te la robo?
Hace girar a Laurie por última vez y después la recuesta hacia atrás sobre su brazo.
—Toda tuya, amigo.
Laurie lo mira indignada.
—¿Qué pasa, que yo no tengo ni voz ni voto?
Luke le guiña un ojo y la besa en la mejilla.
—Lo siento, Laurie; de todas formas, debería ir a echar un vistazo a la parienta.
Me sonríe mientras se aleja.
Laurie se queda plantada delante de mí. Tiene los ojos brillantes y la cara colorada. Así se parece más a lo que era antes, una chica alegre y despreocupada.
—¿Bailas conmigo, Lu? Por los viejos tiempos…
Laurie
No sé qué responder, porque quiero responder que sí. O, mejor dicho, una pequeña parte de mí quiere responder que sí. La parte más extensa y sensata de mí sabe que Jack es un lugar al que no debería ir. Sobre todo cuando he perdido la cuenta de las copas de vino que me he tomado.
—Por favor…
Miro a mi alrededor.
—¿Dónde está Amanda?
Se pasa una mano por el pelo y se encoge de hombros.
—Ha salido a hacer una llamada. —Frunce el ceño—. O a contestar una llamada. No le importará.
—¿Seguro?
Laurie se echa a reír, como si fuera una pregunta estúpida.
—No es una psicópata celosa, Lu, sabe que eres una de mis amigas más antiguas.
No puedo evitar sonreír porque su risa ha estado ausente de mi vida durante demasiado tiempo. Es tarde y la iluminación es tenue, y sus ojos verdes y dorados son los mismos ojos verdes y dorados a los que miré una noche de diciembre desde el piso superior de un autobús en Camden High Street. Parece que ha pasado un siglo desde entonces. Por esa chica, no puedo decir que no.
—Vale.
Me atrae hacia él, noto una mano cálida alrededor de la cintura y otra agarrada a la mía.
—No me hago a la idea de que se vaya de verdad —digo—. Australia está demasiado lejos.
—Todo irá bien —susurra Jack junto a mi oreja—. Hoy en día ningún sitio está demasiado lejos.
—Pero no puedo llamar a Australia todos los días, y Sarah estará muy ocupada.
—Llámame a mí de vez en cuando, entonces.
Jack apoya el mentón en mi cabeza.
Esto no va según lo previsto. Yo venía decidida a mostrarme educada y cortés con Jack si aparecía por aquí esta noche, a nada más y a nada menos. Sin embargo, no sé muy bien cómo, he acabado bailando con él, está acariciándome la espalda con la mano y el tiempo parece haber sufrido algún cambio extraño, porque no soy la Laurie que era hace un par de horas. Soy la Laurie que era hace siete años. «Ay, Oscar, ¿por qué no has venido?»
—Me acuerdo de lo que me contaste una vez sobre el chico con el que bailaste en la discoteca del instituto —dice con una risa grave y gutural—. No se te ocurra darme un cabezazo.
Apoyo la mejilla en su pecho.
—Hemos compartido muchas cosas a lo largo de los años, ¿eh?
—¿Demasiadas?
No puedo responderle con sinceridad, porque lo que tendría que contestar es que sí, demasiadas. «Ocupas demasiado espacio en mi corazón, Jack, y eso no es justo para mi marido.»
—¿Le has contado a Sarah que te besé? ¿Es ese el motivo por el que no fue a tu boda?
Siempre he sabido que Jack terminaría preguntándomelo un día u otro. Hay muy pocas buenas razones por las que Sarah se perdería mi boda, y seguro que Jack dedujo que no existía ninguna emergencia familiar.
—Sí, pero no le dije que lo hicieras tú, solo que sucedió. —Damos vueltas con lentitud bajo las luces bajas y destellantes, pegados desde los hombros hasta las caderas—. Fui incapaz de mentirle a la cara cuando me lo preguntó.
—Después te perdí durante un tiempo. —Su aliento me calienta el oído—. Fue horrible.
—Para mí también.
Baja la mirada hacia mí y pega su frente a la mía. Para mí, ya no hay nadie más en esta sala. Él es Jack O’Mara y yo soy Laurie James, y cierro los ojos y nos recuerdo.
—¿Crees que siempre hemos estado destinados a conocernos? —pregunto.
En mi mente, estoy llegando a lo alto de la noria con Jack a mi lado, ambos con la cabeza echada hacia atrás para contemplar las estrellas. Puede que sea el vino, pero cuando se ríe con suavidad junto a mi oreja se me encoge un poco el estómago.
—No sé si creo en todos esos rollos del destino, Lu, pero siempre me alegraré de tenerte en mi vida.
Me mira a los ojos, y su boca está tan cerca que hasta noto su aliento en los labios. Es una tortura.
—Yo también —susurro—. Aunque a veces estar contigo hace que me duela el corazón.
Es difícil interpretar la expresión de su rostro. ¿Arrepentimiento, tal vez?
—No lo hagas —me pide—. No digas nada más. —Me coloca el pelo detrás de la oreja, supongo que para que lo oiga mejor, pero lo que en realidad consigue es situar sus labios a tan escasa distancia de mi piel que casi se me para el corazón—. Ambos tenemos demasiado que perder.
—Lo sé —reconozco, y es cierto.
Dios sabe que lo es. Me siento sola la mayor parte del tiempo, pero las continuas ausencias de Oscar no justifican que cruce líneas que jamás deberían ser cruzadas cuando llevas un anillo de casada en la mano.
—Ya no somos unos críos —dice Jack mientras traza círculos lentos con el pulgar en la parte baja de mi espalda—. Eres la esposa de Oscar. Te vi casarte con él, Laurie.
Trato de recobrar la emoción del día de mi boda, pero lo único que mi corazón traicionero consigue evocar es el discurso de Jack.
—¿Alguna vez piensas qué habría pasado si…?
Me interrumpo, porque sus labios me rozan brevemente la piel de debajo de la oreja cuando agacha la cabeza para hacerme callar. Me avergüenza el agudo aguijonazo de lujuria que me atraviesa el cuerpo desde la oreja hasta la boca del estómago. Me deja sin aliento; deseo a Jack con una intensidad que me asusta.
—Por supuesto que me lo he preguntado —dice con una voz tan profunda e íntima que sus palabras se filtran por vía directa en mis venas—. Pero sabemos qué habría pasado, Lu. Ya lo intentamos una vez, ¿te acuerdas? Nos besamos y eso lo empeoró todo para los dos.
—Por supuesto que me acuerdo —jadeo.
Lo recordaré hasta el día de mi muerte.
Modifica la posición de nuestras manos, sus dedos cálidos alrededor de los míos.
Y luego vuelve a mirarme y sus ojos me dicen todo lo que él no puede. Me sostiene la mirada mientras bailamos despacio, y le digo en silencio que siempre lo llevaré en el corazón, y él me dice en silencio que en otro lugar, en otro momento, habríamos estado muy cerca de la maldita perfección.
—Por si te sirve de algo… —Hunde una mano en mi pelo y me acaricia la línea de la mandíbula con el pulgar. Luego añade—: Y ya que por fin estamos sincerándonos el uno con el otro, te diré que eres mi persona favorita de todo el mundo y que aquel fue el mejor beso de mi vida.
Estoy perdida. Perdida en sus palabras, en sus brazos y en lo que podría haber sido.
—Podríamos… —empiezo, pero no continúo porque ambos sabemos que no podemos.
—No —dice—. Todos estamos donde deberíamos estar.
Empiezo a llorar; demasiado vino, demasiadas emociones, demasiadas cosas esfumándose de mi vida esta noche. Jack me atrae aún más hacia sí y pega los labios a mi oreja.
—No llores —dice—. Te quiero, Laurie James.
Levanto la vista, sin saber cómo interpretar sus palabras, y él mira hacia otro lado.
—¿Jack?
Me vuelvo al oír la voz de Amanda, que se abre camino hacia nosotros entre la multitud de bailarines.
—¿Va todo bien?
Mira primero a Jack y después a mí, con expresión inquisitiva, y me seco a toda prisa las mejillas húmedas con las manos.
—Lo siento. Derrumbe emocional. —Cojo aire, temblorosa—. No me hagas caso, es el vino. Estoy disgustada porque Sarah se marcha. —Lanzo una mirada rápida a Jack, evitando sus ojos—. Lamento haberte mojado la camisa. Mándame la factura de la tintorería.
Agotada, en cuanto llego a casa me desnudo para acostarme. Para la cantidad de vino que he bebido, me siento repentinamente sobria. He repasado una y otra vez cuanto Jack y yo nos hemos dicho esta noche y me avergüenzo de la facilidad con la que se han tambaleado los cimientos de mi matrimonio en cuanto se han visto sometidos a cierta presión. La verdad es que llevo demasiados años bordeando el abismo de estar enamorada de Jack. Y eso ha hecho que me dé cuenta de algo inevitable, de algo que se veía venir desde hace tiempo: él y yo estaríamos mejor el uno sin el otro.
Necesito desenmarañar las raíces de Jack O’Mara de mi vida. Él es una parte demasiado esencial de lo que soy, y yo de él. El problema de arrancar las cosas de raíz es que a veces las matas por completo, pero es un riesgo que tengo que correr. Por el bien de mi matrimonio; por el bien de todos.