El año pasado, me hice dos propósitos:
1) Encontrar mi primer trabajo decente en el mundo de las revistas. Bueno, puedo decir con total seguridad que he fracasado estrepitosamente en este frente. Dos «por los pelos» y un par de artículos freelance que nunca han llegado a publicarse no pueden considerarse algo brillante ni fabuloso, ¿no? Es deprimente y aterrador al mismo tiempo que todavía siga trabajando en el hotel; soy consciente de lo fácil que resulta quedarse atascada en una rutina y renunciar a tus sueños. Pero no voy a rendirme, todavía no.
2) Encontrar al chico de la parada del autobús. En teoría, supongo que este propósito puedo tacharlo. He aprendido por mi cuenta y riesgo que cuando te haces propósitos de Año Nuevo has de ser superconcreto… pero ¿cómo iba a saber que tenía que especificar que mi mejor amiga del mundo mundial no debía encontrar a mi alma gemela antes que yo y enamorarse también de él? Gracias por nada, Universo. Das más asco que las pelotas de un burro.
Así que ¿mi único propósito para este año?
Descubrir cómo desenamorarme.