Durante los últimos años he comenzado mis propósitos con el deseo de conseguir mi primer trabajo en la industria editorial.
Oficialmente, este año no necesito ponerlo en la lista, aunque en secreto desearé pasar a algo un pelín más exigente que aconsejar a las adolescentes sobre chicos y sobre cómo trenzarse el cabello a lo Katniss Everdeen. No es que no lo disfrute; es más bien que nuestro número de lectores es un tanto modesto y no veo forma de ascender en la revista. Además, ni siquiera me gusta Justin Bieber.
Técnicamente, debería anotar el propósito de buscarme otro sitio donde vivir, porque ya llevo seis meses viviendo con Oscar y siempre se dio por sentado que esta sería una solución temporal. Pero yo no quiero vivir en ningún otro sitio y él no quiere que me vaya, así que no lo escribiré. Parece que nos hemos saltado varias etapas típicas de las relaciones, pero en nuestro caso las cosas han sido así desde el primer momento en que Oscar me habló en Tailandia. De todas formas, ¿quién decide lo que está bien y lo que está mal en el amor? Esto no es una novela romántica por fascículos, es la vida real. Sí, a veces su adoración me resulta abrumadora; es de esas personas que hablan de sus sentimientos a pecho descubierto, y es casi como si se hubiera tatuado mi nombre en él. Al menos una vez a la semana sigue pidiéndome que me case con él, y aunque sé que el noventa por ciento de la pregunta es en broma, creo que reservaría la iglesia si lo sorprendiera y contestara que sí. Le encanta hacer regalos, es un amante considerado y una embarcación estable en la que navegar.
Así que la verdad es que no sé cuál es mi propósito de Año Nuevo. Tratar de no caerme por la borda, supongo.