Mi vida no tiene nada que ver con la de la persona que era hace doce meses; apenas soporto mirar los esperanzadores propósitos del año pasado. ¿Dónde estaría ahora si Oscar y yo nos hubiéramos quedado embarazados al primer o segundo intento? ¿Paseando un cochecito por Bruselas? ¿Habría sido feliz? Todo eso está demasiado alejado de la realidad de mi vida actual para visualizarlo.
En cualquier caso, ahora toca mirar hacia delante.
1) Tengo que encontrar una solución al tema del alojamiento. Este verano cumpliré treinta años, soy demasiado mayor para vivir realquilada en una habitación de invitados.
2) Trabajo. No me disgusta mi trabajo, pero me siento estancada. Aunque me paga las facturas, eso ya no me basta. Es como si solo me mantuviera a flote. De hecho, así es como resumiría toda mi vida en este momento. Es extraño, porque cualquiera pensaría que, con todo el trastorno de la separación, agradecería la estabilidad del trabajo. No obstante, en realidad ha tenido el efecto contrario: ha hecho que me entren ganas de lanzar todas mis cartas por los aires y ver dónde aterrizan. Me mantengo a flote, pero lo que quiero es nadar.
Listo. Ese es, escueto, mi propósito para el año que viene.
3) Nadar.