—¡Eres idiota! —le grito al niño tras quitarme restos de tarta de los ojos.
—Ha sido sin querer —se defiende él entre risas.
—Melissa, esa boca —me regaña mi madre al mismo tiempo.
Ni esa boca ni nada. Oigo como mi hermana dice palabrotas cada día y, aunque tengo seis años, creo que estoy en mi derecho de poder enfadarme. Sí, seis años que he cumplido hoy y que estaba celebrando hasta que el imbécil ha decidido que era gracioso estamparme la cara en el pastel. Si es que más tonto y no nace. Como diría Chloé, este es uno de los que va de graciosillo, pero se queda en un pringado. Tengo suerte de que el resto de los invitados son amigos míos y no se atreven a reírse o, si lo hacen, intentan disimular; de lo contrario, les atravesaría con mi mirada de mala leche, que más vale que no conozcan. Estoy muy enfadada y, encima, por mucho que me pase las toallitas que me tiende mi madre, mi cara no deja de estar pringosa.
Volviendo al quid de la cuestión no sé qué clase de educación tiene este niño o si piensa que me va a sacar el trono por dejarme en ridículo, pero va listo. Ni siquiera sé por qué le hice caso a mi madre y tuve que invitarlo a mi cumpleaños, esta fiesta es una mierda. Ya sé que a esta edad lo correcto es que asistan todos los niños de la clase, incluso esos que me caen mal y que solo son amigos míos porque así se creen que forman parte de los guays, pero este ni siquiera va a mi colegio. No, ha tenido que venir porque es el hijo del jefe de mi tía o algo así.
—Estás muy graciosa —se mofa Chloé y yo le dedico una mirada asesina, porque seré pequeña, pero mala leche no me falta. ¿No veis que soy la pequeña de la casa? Pues eso…
—Mel lo ha hecho sin querer —pone paz Lorena que, ya con trece años, me trata como si fuese mamá.
—Pues más vale que no me lo vuelva a cruzar, idearé un plan de venganza. —Esas ideas no me las han enseñado mis hermanas, no, esas vienen de mis queridísimos hermanos mayores. Vale, no tengo hermanos, pero como si lo fueran, y Fer siempre me ha dicho que hay que saber contraatacar, defenderse y que él me enseñaría a cobrarme las jugarretas.
—¿Eso le enseñáis? —pregunta Lorena a los hermanos Ramírez cuando yo ya he chocado los cinco con Fer para pedirle que me ayude con esto.
—No podemos dejar que se metan con nuestra pequeña —se defiende él.
—Vamos, que ha sido una cosa de niños sin importancia —le replica Lorena que siempre tiene que ser la justa de todos.
—Pues si tan niña soy, no quiero jugar más en este parque. —Me levanto de mi taburete y pongo las manos en las caderas para que vean que voy en serio—. La tarta que se la coma el idiota este. —Tal como la cojo de la mesa, se la tiro al niño que sigue frente a mí aguantando carcajadas.
—Eres monísima —se sigue mofando cuando esquiva mi lanzamiento.
Me da igual lo que me diga. Me da igual todos los que han venido a la fiesta. Hoy tenía que ser la protagonista y no porque tuviese la cara llena de nata y chocolate. Era mi día, y el imbécil este lo ha estropeado. No sé ni por qué sigo, si ni siquiera sé su nombre, no se lo merece, y espero que no tenga que decirlo nunca más. Si fuese Chloé, ya lo hubiese llamado franchute como mínimo, pero no me voy a rebajar a su nivel. Ya le he tirado los restos de tarta y he fallado, no voy a darle más importancia que esa. Los niños son estúpidos, no valen la pena. Fer siempre me lo dice, que los mantenga lo más lejos posible. Incluso cuando Dani me escribió una carta con corazones y la dejo en mi pupitre, él se encargó de esconderla bajo mi cama y me dijo que mejor olvidarse de esas cosas. Y eso debería hacer. Dejar que se diviertan con sus tonterías, porque es lo único que hacen, el idiota. Solo saben pasarlo bien con una pelota, con coches o levantándonos la falda. Por eso siempre llevo pantalones, porque a mí esos juegos no me gustan.
Para mí se ha terminado la fiesta. Solo queda que vengan a recoger a los invitados, que mañana ya no se acordaran de todo esto porque estaremos en una fiesta de payasos que organiza mi amiga Blanca y como este niño no estará, no podrán seguir riéndole sus bromas. Qué se fastidie si pensaba que de esta manera conseguiría amigos, tendrá que buscarlos en otra parte porque los míos no me los va a robar.
Para mala suerte, el niño ha sido el último en marcharse y mi tía no se ha chivado al padre de lo que había hecho. Yo me he callado porque mi hermana Chloé me ha tapado la boca para que no hiciera nada, dice que el niño es monísimo y que no podía hacerle eso. Tiene solo diez años y se pasa el día diciendo que este es guapo y el otro también. A mí me importa poco como sea porque es idiota y se ha reído de mí en mi cumpleaños. ¡Me ha tirado una tarta por encima! ¡Me ha tirado mi tarta favorita! ¡Me ha jodido el cumpleaños! Y sí, por mucho que mi madre quiera lavarme la boca con jabón, he dicho jodido.
No me acuerdo ni lo que he pedido como deseo al soplar las velas, pero si lo hiciese ahora, sería no volver a ver a este idiota nunca más. Sí, lo pediré el fin de semana cuando celebre mi cumpleaños con la familia. Los deseos cuando soplas velas se cumplen y es el mejor que puedo pedir. Claro que, para entonces, tal vez me haya olvidado de él y lo único que me apetezca es un jersey nuevo, un nuevo tutú de ballet o unos zapatitos.