Para Rodolfo Peña1
otro abrazo equivocado de la muerte.
“Cuando te voy a escribir se emocionan los tinteros: los negros tinteros fríos se ponen rojos y trémulos, y claro color humano sube desde el fondo negro. Cuando te voy a escribir, te van a escribir mis huesos”
—MIGUEL HERNÁNDEZ2
AHORA ES UÑA DE NÁCAR la luna, y su rasgueo en las cuerdas de la noche produce una tempestad en toda forma. Asustada se esconde la luna, niña blanca, luz morena que se arropa con obscuros nubarrones. Ahora es la tormenta de la noche y los relámpagos dibujan en breve y apresurado trazo, árboles y sombras necias. Allá abajo se llueve muchas veces, tantas como se duele la guerra. Se duele y se recuerda, porque es la memoria la que vuelve fértil el dolor. Sin ella nomás doliera doliendo el doliente dolor y nada se nacería ni nada, por tanto, crecería acumulando calendarios, que cada uno es una vida.
La sombra escribe o dibuja. Hay un 15 doble, segundo dos del siete, que es aniversario y fiesta y recuerdo y dolor y alegría y memoria.
Apenas salió la carta uno, paloma de muerte, cuando ya la sombra que nos ocupa empieza a afilar la punta de la segunda, si la uno se fue para quien se marchó, la dos es para quien está siguiendo la senda del ausente. El largo y húmedo caminar de agosto, hasta septiembre se llega y alcanza fechas de celebraciones y recuerdos.
Como memoria insatisfecha, la lluvia tamborilea su impaciencia sobre el techito y, más de una vez, el viento burlón cierra luces y da en el lodo con papeles y tinta. La sombra se afana entre abrir velas y levantar papeles como si de vientos se tratara para quien navega.
Una hoja queda en un rincón de la champita y, bajo el pestañeo de los rayos, algo se alcanza a leer. Un momento. Trataré de acercarme. Claro, el lodo. Y esta niebla que se deja caer así nomás. Es difícil. Bien, ya está. Esto es lo que alcanzo a ver…
EJÉRCITO ZAPATISTA DE LIBERACIÓN NACIONAL. MÉXICO.
Septiembre de 1999.
“Les propongo entonces, con la gravedad de las palabras finales de la vida, que nos abracemos en un compromiso: salgamos a los espacios abiertos, arriesguémonos por el otro, esperemos, con quien extiende sus brazos, que una nueva ola de la historia nos levante. Quizá ya lo está haciendo, de un modo silencioso y subterráneo, como los brotes que laten bajo las tierras del invierno”.
—ERNESTO SÁBATO, “ANTES DEL FIN”
Que, como se verá a continuación explica el por qué del 15 doble y cómo éste es el segundo dos del siete.
CADA AGOSTO, AÑO TRAS AÑO, las montañas del sureste mexicano se las arreglan para parir una madrugada particularmente luminosa. Ignoro las causas científicas, pero en esa madrugada, una sola en todo el desconcertante agosto, la luna es un columpio de nacarado vaivén, las estrellas se acomodan para ser contorno y objeto, y la Vía Láctea luce orgullosa sus mil heridas de luz coagulada. Este agosto de finales de milenio, el calendario anunciaba el día sexto cuando esta madrugada apareció. Así, con el lunado balanceo, se llegó el recuerdo de otro agosto y otro 6, cuando hace 15 años iniciaba mi entrada a estas montañas que fueron y son, sin quererlo ni proponérmelo, casa, escuela, camino y puerto. Empecé a entrar en agosto y no acabé de hacerlo hasta septiembre.
Debo confesarles algo, cuando subía trabajosamente la primera de las empinadas lomas que abundan en estos suelos, sentí que sería la última. No iba yo pensando en la revolución, en los altos ideales del ser humano o en un futuro luminoso para los desposeídos y olvidados de siempre.
No, iba yo pensando que había tomado la peor decisión de mi vida, que el dolor que me apretaba más y más el pecho terminaría por cerrar definitivamente la cada vez más raquítica entrada de aire, que lo mejor sería regresarme y dejar que la revolución se las arreglara sin mí, a más de otros razonamientos parecidos. Si no regresé, fue simplemente por que no conocía el camino de retorno, y solo sabía que debía seguir al compañero que me precedía y que, a juzgar por el cigarro que fumaba mientras cruzaba el lodo sin ninguna dificultad, parecía estar de paseo. No pensé que algún día podría yo subir una loma fumando y sin sentir que me moría a cada paso, tampoco que alguna vez podría sortear el lodo que abundaba tanto como las estrellas arriba. No, yo ya no pensaba, estaba concentrado en cada respiración que trataba de hacer.
En fin, el caso es que en algún momento alcanzamos la punta más alta de la loma y quien venía al mando de la raquítica columna (éramos 3) dijo que descansaríamos ahí. Me dejé caer en el lodo que me pareció más cercano y me dije que tal vez no sería tan difícil encontrar el camino de regreso, que bastaba caminar hacia abajo otra eternidad y que algún día llegaría al punto donde el camión de redilas nos había dejado. Estaba yo haciendo mis cálculos, incluyendo los pretextos que daría y me daría a mi mismo por haber abandonado el inicio de mi carrera como guerrillero, cuando el compañero se me acercó y me ofreció un cigarrillo. Negué con la cabeza, no por que no quisiera hablar, sino porque traté de decir “no, gracias” pero solo me salió un gemido.
Después de un rato, aprovechando que la persona que iba al mando se había retirado un poco para satisfacer necesidades biológicas que llaman primarias, me incorporé como pude sobre la vieja escopeta calibre .20 que portaba, más como bastón que como arma de combate. Así pude ver, desde lo alto de esa montaña, algo que me impactó profundamente.
No, no miré hacia abajo, no hacia el retorcido garabato del río, ni a las débiles luces de los fogones que mal alumbraban un caserío lejano, tampoco a las montañas vecinas que dibujaban la cañada salpicada de pequeños pueblos, milpas y potreros.
Miré hacia arriba. Vi así un cielo que era regalo y alivio, no, más bien una promesa. Estaba la luna como sonriente y nocturno columpio, las estrellas salpicaban azules luces y la anciana serpiente de luminosas heridas que ustedes llaman “Vía Láctea” parecía reposar su cabeza allá, muy lejos.
Quedé viendo un rato, sabiendo que había que subir esa loma endemoniada para ver esa madrugada, que eran necesarios el lodo, los resbalones, las piedras que afuera y adentro de la piel dolían, los pulmones cansados e incapaces de jalar el aire necesario, las piernas acalambradas, el angustiado aferrarse a la escopeta-bastón para poder así liberar las botas de la prisión del lodo, el sentimiento de soledad y desolación, el peso que llevaba a la espalda (que, después lo supe, era solo simbólico, pues en realidad se cargaba siempre el triple o más; en fin, el tal “símbolo” a mí me pesaba toneladas), que todo eso - y mucho más que vendría después-es lo que había hecho posible que esa luna, esas estrellas y esa Vía Láctea estuvieran ahí y no en otro lado.
Cuando escuché a mis espaldas la orden de reanudar la marcha, allá en el cielo una estrella, seguramente harta de encontrarse sujetada al techo negro, logró desprenderse y, cayendo, dejó en la nocturna pizarra un breve y fugaz trazo. “Eso somos—me dije—, estrellas caídas que apenas arañan el cielo de la historia con un garabato”. Según yo, esto sólo lo pensé, pero parece que lo pensé en voz alta por que el compañero preguntó “¿qué dijo?” “no sé—contestó quien tenía el mando—, debe ser que ya le empezó a dar fiebre. Tenemos que apurarnos”.
Esto que les cuento fue hace 15 años. Hace 30, algunos arañaron la historia y, sabiéndolo, empezaron a llamar a otros muchos para que, a fuerza de rayones, rayitas y rayas, acabara por romperse el velo de la historia y se viera al fin la luz, que ésa, y no otra cosa, es la lucha que nosotros hacemos. Así que si nos preguntan qué queremos, sin empacho responderemos: “Abrirle una rendija a la historia”.
Tal vez ustedes se pregunten que pasó con mis intenciones de regresarme y de abandonar la vida guerrillera, y supongan que la vista de esa primera madrugada en la montaña me había hecho abandonar mis ideas de huir, levantó mi moral, y solidificó mi conciencia revolucionaria, Se equivocan, puse en marcha mi plan y bajé la loma. Lo que ocurrió es que me equivoqué de lado, en lugar de bajar por la cuesta que me llevaría de vuelta a la carretera, y de ahí a la “civilización”, bajé por el lado que me adentraba más a la selva y que me llevaría a otra loma, y a otra, y a otra…
Eso fue hace 15 años, desde entonces sigo subiendo lomas y sigo equivocando el lado por el que bajo, agosto sigue pariendo cada 6 una madrugada especial, y todos nosotros seguimos siendo caídas de estrellas arañando apenas la historia.
Vale de nuez. Salud y… ¡un momento!, esperen. ¿Qué es aquello que relumbra a lo lejos? Parece una rendija…
EL SUP ARRIBA DE LA LOMA ECHANDO UN VOLADO PARA VER POR CUÁL LADERA BAJA…
1. Rodolfo Peña, un escritor de tendencias progresistas y miembro del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), fue director de La Jornada, el segundo periódico de mayor tirada de México.
2. Miguel Hernández, poeta español del siglo XX, nació en Orihuela, Murcia. Al término de la guerra civil y con la derrota de la República, fue encarcelado y condenado a muerte, pena conmutada por la de treinta años. Murió en la cárcel en 1942.