HABÍA UNA VEZ un arbolito que muy solito se estaba pero muy dispuesto de adornar y cantar en el huerto del otro.
Ahí estaba pues el arbolito y entonces llegó el otro a mirarlo y llevarlo. Pero resulta que el otro no era otro sino otros. Los otros querían llevar el arbolito a su respectivo huerto, pero sólo había un arbolito pues, y los otros eran varios otros. Y el arbolito estaba pues dispuesto a plantarse en todos los huertos, pero solo un arbolito había y los otros pues eran varios otros.
Entonces los otros empezaron a discutir que quién se quedaba con el arbolito para llevarlo a su huerto. Y el uno de los otros decía que él lo llevaba porque él era más otro que los otros de los otros. Y el otro uno de los otros decía que no que él llevaba el arbolito porque él tenía un huerto más bonito y etcétera, y otro otro decía que mejor él porque él era mero jardinero y qué mejor que él para cuidar al arbolito y así se estuvieron peleando un rato y no llegaban a ningún acuerdo de unidad, porque aunque eran otros, no respetaban al otro que era de ellos pero era otro. Y entonces acabaron peleando y dijeron que cada quien se iba a llevar un pedazo del arbolito.
Entonces el arbolito habló y dijo así: No estoy de acuerdo porque, además de que no hay que andar cortando árboles porque atenta contra el balance ecológico nadie va a salir ganando. Si uno de ustedes se lleva mis ramas, y otro se lleva el tronco, y el otro la raíz y cada quien lleva su pedacera a su huerto pues no va a salir bien. El que lleve las ramas y las plante pues no va a tener nada porque no tienen el tronco para sostenerse ni la raíz para alimentarse. El que lleve el tronco tampoco va a tener nada porque, sin ramas ni raíz, el tronco no va a poder respirar ni alimentarse.
El que lleve la raíz igual, porque sin tronco ni ramas la raíz no va a poder crecerse ni respirar. Si, en cambio, si hacemos un buen acuerdo entre todos, puedo plantarme un tiempo en el huerto de uno y luego otro tiempo en el huerto del otro y así. De esta manera todos tendrán frutos y semillas en todos y cada uno de los huertos.
Los otros quedaron pensando.
—¿ASÍ TERMINA?—pregunta la Mar.
—Sí pues—digo yo cerrando el libro. La Mar insiste:
—No sé, hay que esperar.-respondo mientras esquivo el lapicero que la Mar me arroja.
Vale de nueve.
EL SUP TARAREANDO AQUELLA QUE DICE “MI PADRE Y YO LO PLANTAMOS, EN EL LÍMITE DEL PATIO DONDE TERMINA LA CASA, ETCÉTERA”.