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Las palabras que caminan verdades

21 DE OCTUBRE DE 1999

Y ABUSANDO DE SU PACIENCIA, pero aprovechando el vuelo que traen todavía, quisiera que me permitieran platicarles una historia, una historia que tiene que ver con el siete, con el sacrificio, con los antepasados, con la tierra, con la palabra.

La historia que les voy a contar viene de muy lejos. Y no estoy hablando de distancia, ni de tiempo, sino de hondura. Porque las historias que nos nacieron no caminan el tiempo y el espacio, no, se quedan ahí nomás, estando, y estando les va pasando encima la vida y les va haciendo más doble la piel, porque eso es la vida y eso el mundo es, la piel con la que la historia se va abrigando para estarse. Así nomás se van juntando las historias, una sobre otra, y las más primeras están mero adentro, muy lejos. Por eso, cuando digo que la historia que les voy a contar viene de muy lejos, no estoy hablando de muchos kilómetros, no de años, no de siglos.

Cuando los más viejos de los viejos de nuestros pueblos hablan de historias que vienen de lejos, señalan la tierra para enseñarnos que dentro de ella están las palabras que caminan verdades. Morena es la tierra y es morena la morada en donde descansa la palabra primera, la verdadera. Por eso nuestros más primeros padres y madres tenían la piel morena. Por eso, con el color de la noche anda el rostro de quienes traen la historia a cuestas.

La historia de los mundos que hacen este mundo viene de muy lejos. No se encuentra así nomás, colgada de un libro o pintada en un árbol. No anda ni el paso del río ni el vuelo de la nube. No se lee la historia de los mundos que somos agotando calendarios. La historia de cómo nos fuimos naciendo y haciendo no está escondida detrás de letras y papel, no. Esa historia está muy lejos, muy hondo está pues, muy dentro. Pero no es la historia de este mundo en el que caminan tantos mundos la que les voy a contar. O tal vez sí. Tal vez todas las historias son hijas y madres de la historia primera, de la más lejana, de la más profunda, de la más verdadera.

Cuentan los más viejos de los viejos que viven estas montañas, que ya había muchos hombres y mujeres viviendo en este mundo antes de que hubiera día. Grande era el número de la gente y todo seguía siendo noche y agua. El cielo se estaba como dormido. Y de por sí era porque los más grandes dioses, los que nacieron el mundo, los más primeros, dormidos se estaban. Largo se habían trabajado estos dioses primeros. De por sí mucho cansa nacer un mundo nuevo. Dormidos se estaban, pues, los más grandes dioses y dormido los acompañaba el cielo. En cama de noche y agua soñaban los más primeros dioses. Habían ya hecho las montañas, que fue la primera tierra que del agua sacaron. Y algunas fueron aplanadas y otras fueron hendidas y hubo así montañas, valles y quebradas. La primera tierra fue montaña. Por eso, dicen nuestros viejos más viejos, que es en la montaña donde vive la historia más primera, la que se está más lejos.

Cuando los hombres y mujeres se cansaron de tanta agua y noche se dieron en protestarse y regañar mucho. Mucha bulla hacían estos hombres y mujeres que eran muchos y muchas, sí, pero eran los primeros que andaban el mundo y eran también ya muchos los colores que pintaban sus pieles y palabras. Con tanto ruidero, despertaron los dioses más primeros, los más grandes, y preguntaron que por qué tenían ese gritadero los hombres y mujeres que vivían el mundo. Todos y todas empezaron a hablar al mismo tiempo, y a gritar, y a arrebatarse la palabra, y a pelear por ver quién hablaba más y más fuerte, y así tardaron.

No muy entendían los dioses primeros, que eran grandes y habían nacido el mundo pero no podían saber qué querían los hombres y mujeres porque no hablaban sino que puro gritadero y peleadera hacían. Y menos podían dormir los primeros dioses y entonces llamaron a los hombres y mujeres que de maíz habían hecho, los verdaderos, y les preguntaron qué pasaba.

Los hombres y mujeres de maíz tenían el corazón de la palabra, y sabían bien que no es gritando o peleando como la palabra camina para abrazar a hombres y mujeres. Porque cuando nació la flor de la palabra, los más grandes dioses, los que nacieron el mundo, los más primeros la sembraron en el corazón de estos hombres y mujeres de maíz, porque la verdad es buena tierra para que nazca y crezca la palabra. Pero es otra historia.

Resulta que fueron estos hombres y mujeres de maíz a hablar con los dioses primeros.

“Aquí estamos, pues”, dijeron. Y los dioses preguntaron:

“¿Por qué mucho gritan y pelean esos hombres y mujeres? ¿No saben que con tanto ruidero como hacen, no dejan dormir? ¿Qué quieren pues?”.

“Quieren la luz”, dijeron los hombres y mujeres verdaderos a los más grandes dioses.

“La luz”, dijeron los dioses primeros.

“La luz”, repitieron los hombres y mujeres verdaderos.

Se miraron entre sí los dioses y clarito se vio que se estaban haciendo patos porque de seguro a alguno le tocaba lo de la luz, pero nada dijeron.

“Esperen”, les pidieron los más grandes dioses a los hombres y mujeres verdaderos, y se fueron a hacer una su asamblea y tardaron, tal vez porque de por sí tarda sacar acuerdos grandes, porque la luz no era poca cosa, era la luz pues. Regresaron luego los dioses y les dijeron a los hombres y mujeres verdaderos: “La luz de por sí está, pero no aquí está”.

“¿Dónde pues está la luz?”, preguntaron los hombres y mujeres de maíz.

“Allá”, dijeron los dioses y señalaron hacia uno de los 7 puntos que orientan el mundo. Y los 7 puntos que marcan el mundo son el frente y el atrás, el uno y otro lado, el arriba y el abajo, y el centro es el séptimo punto y el primero. Hacia uno de los lados señalaban los dioses y siguieron su palabra: “Mucho pesa la luz, por eso no la trajimos. Allá quedó. Mucho pesa. Ni nosotros que somos dioses primeros podemos cargarla y traerla, por eso allá quedó”. Se quedaron callados y apenados los dioses primeros, porque aunque eran los más grandes, los que nacieron el mundo, no habían podido traer cargando la luz que los hombres y mujeres necesitaban para caminarse los mundos que forman el mundo. Y el más apenado de todos era el Hurakán, también nombrado Caculhá Hurakán, que quiere decir “rayo de una pierna” o “relámpago”, porque aunque era muy grande y poderoso, no había podido traer cargando la luz porque sólo una pierna tenía.

Pensando se quedaron los hombres y mujeres de maíz, los verdaderos, pero como era mucha la gritadera que se traían los demás hombres y mujeres, pues se subieron a una montaña y ahí quedaron callados para buscarse la palabra, y callados la encontraron. Y la palabra les habló diciendo que lo que se necesitaba era hacer algo que pudiera cargar la luz aunque mucho pesara y la trajera hasta este lado del mundo y no nomás se quedara del otro lado.

“¡Ya está pues!”, se dijeron los hombres y mujeres verdaderos, “sólo se necesita hacer algo para cargar la luz y traerla hasta acá”. “Sí pues”, se volvieron a decir los hombres y mujeres de maíz.

Y entonces se pusieron a pensar en cómo hacer esa cosa que pudiera cargar la luz y traerla desde muy lejos hasta este lado. Y pensaron con qué podían hacer esa cosa y vieron que la tierra era buena. Pero la tierra se desmoronaba nomás juntaban un tanto. Y entonces le echaron agua y ya duró un poco, pero cuando se secaba otra vez se desmoronaba. Y entonces agarraron un tanto de tierra y le echaron un poco de agua, y la acercaron al fuego y se puso dura y resistente un rato, pero a luego el mismo fuego la rompió con su calor. Y entonces se dieron la idea de soplarla cuando estuviera al fuego. Y vieron que así duraba bastante la tierra, ayudada por el agua, el fuego y el viento. Fue así como, desde entonces, el barro sirve para cargar y tener cosas. Y muy contentos se pusieron los hombres y mujeres verdaderos porque ya tenían con qué hacer la cosa que cargaría la luz que muy lejos se estaba.

Y entonces se pusieron a pensar que cuál forma le daban a la cosa que traería la luz de este lado. Y entonces se pensaron que, de todas las cosas que en el mundo andaban y se estaban, la mejor forma la tenía el ser humano y entonces se pensaron de darle la forma de un ser humano a la cosa que cargaría la luz para traerla al mundo de todos. Y así que le hicieron una su cabeza, unos sus dos brazos y unas sus dos piernas. Y muy requete contentos se pusieron los hombres y mujeres de maíz porque ya tenía sustancia y forma el carro que traería la luz cargándola desde lejos.

Pero muy oscura estaba la cosa esa y era seguro que se iba a perder en el camino porque de por sí todo era noche y agua y muy tristes se pusieron los hombres y mujeres verdaderos. Pero entonces vino el Hurakán, el corazón del cielo, que así también llaman al relámpago, al trueno, a la tormenta, que sólo un pie camina pero fuerte es y brilla. Y el corazón del cielo, también llamado “Hurakán”, talló la piel de la cosa oscura para pegarle el brillo de su único pie, y mucho talló y raspó el corazón del cielo y por fin brilló la cosa esa, pero ya su forma no era de una cabeza con dos brazos y dos piernas, sino que de tanta talladera se afiló y ahora tenía 5 puntas: una donde estaba la cabeza, dos donde estaban los brazos y dos más donde estaban las piernas. Pero siempre algo brillaba la cosa esa de cinco puntas y contentos se pusieron los hombres y mujeres verdaderos porque con ese brillo seguro que no se perdía en el camino para ir a traer cargando la luz que estaba lejos y mucho pesaba.

Y ya todo parecía estar listo, pero la cosa esa no se movía. Sí brillaba y era fuerte y hasta bonita se veía con sus cinco puntas, pero nada que se caminaba. Y mucho la empujaban los hombres y mujeres verdaderos, pero ahí se estaba nomás.

“¿Y ora?”, se preguntaron los hombres y mujeres de maíz. “Saber”, se respondieron y rascaban su cabeza para ver si así salía la idea, por eso desde entonces los hombres y mujeres, cuando no saben, rascan su cabeza para ver si la idea no se quedó pegada por ahí o dormida. Pero por más que se rascaban no encontraban su idea. Y fueron a preguntar con los viejos más viejos de su comunidad. Y esto fue lo que les dijeron los más viejos de los viejos: “Esa cosa no camina porque no tiene corazón, sólo caminan las cosas que tienen corazón”.

Y entonces muy felices se pusieron los hombres y mujeres verdaderos porque ya sabían por qué no caminaba lo que hicieron. Y entonces dijeron: “Pongámosle corazón a esto que hemos hecho para que así camine y vaya a traer la luz que lejos está y mucho pesa”. Pero no sabían cómo o de qué tenía que ser el corazón de esa cosa, y entonces se arrancaron el corazón que cada uno y una llevaba en el pecho, y juntaron todos los corazones e hicieron un corazón muy grande y fueron y lo pusieron en el centro de las cinco puntas de la cosa que había hecho. Y esa cosa empezó a caminar y muy felices se estaban los hombres y mujeres de maíz, porque aunque se habían quitado el corazón, así habían hecho que esa cosa se moviera.

Pero la cosa andaba de un lado para otro, y venía y se iba y daba vueltas y brincaba, y por más que la empujaban y le señalaban el lado por el que debía de andar para ir a traer la luz que mucho pesaba y lejos estaba, nomás no enrrumbaba, o sea que no agarraba camino de una vez. Y, después de mucho rascarse la cabeza, se desesperaron un poco los hombres y mujeres verdaderos, y fueron otra vez a preguntar con los viejos más viejos de su pueblo: “Ya se mueve porque el corazón le dimos, pero anda de un lado a otro, no agarra el buen camino que queremos, ¿qué hacemos pues?”, preguntaron.

Y los más viejos de los viejos les respondieron: “Las cosas que tienen corazón se mueven, pero sólo las que tienen pensamiento pueden darle rumbo y destino al paso”.

Y otra vez que se ponen contentos los hombres y mujeres de maíz y se dijeron: “Ya sabemos cómo hacer para que tenga rumbo y destino lo que hicimos”. “Sí”, se dijeron, “démosle pensamiento de donde le dimos sentimiento”, y de su pecho sacaron la palabra buena, la verdadera, y fueron y con ella, besaron a esa cosa que mucho se movía, y sí, la cosa esa se quedó quieta un rato y luego habló y preguntó:

“¿A dónde debo ir y qué debo hacer?”.

Aplaudieron los hombres y mujeres verdaderos porque ya habían nacido con qué cargar la luz que mucho pesaba y lejos estaba para traerla a iluminar a todos los hombres y mujeres de todos los mundos. Y así quedó hecha esa cosa, que muy grande y poderosa era, y siete fueron los elementos que la formaron: la tierra, el agua, el fuego, el aire, el rayo, el corazón y la palabra. Y desde entonces, siete son los elementos que nacen y hacen los mundos nuevos y buenos. Y entonces aplaudieron los hombres y mujeres de maíz y ya le dijeron a la cosa por dónde debía ir y lo que debía hacer, y hasta un su mecapal le dieron para que se ayudara porque bien sabían que tanto pesaba la luz que ni los dioses más grandes, los que nacieron el mundo, los más primeros, habían podido cargarla.

Y se fue la cosa esa y algo tardó. Y sentados en la montaña, los hombres y mujeres verdaderos pasaron un buen rato mirando hacia allá, hacia aquel lado. Y la noche seguía estando y no se movía nada. Y los hombres y mujeres de maíz no se desesperaron, tranquilos se estuvieron porque bien sabían que iba a llegar de por sí la luz, porque para eso le habían dado el corazón y la palabra a quien habría de cargar y traer la luz, no importa que muy lejos estuviera y que mucho se pesara.

Y así pasó que algunos ratos después se vio a lo lejos que venía despacio la cosa esa. Paso a pasito se fue llegando hasta este lado, caminando el cielo. Y ya luego que llegó, otro rato pasó, y entonces ya detrás llegó la luz, y hubo sol y hubo día y los hombres y mujeres del mundo se alegraron y siguieron su camino así, buscando con la luz, buscando a saber qué, porque de por sí cada quien busca algo, pero todos buscan.

Ésta es la historia que les quería contar, la historia de cómo llegó la luz a este mundo. Tal vez ustedes piensen que es sólo un cuento o una leyenda de ésas que pueblan las montañas del sureste mexicano. Tal vez. Pero si ustedes velan la noche que abraza nuestros suelos, podrán ver de madrugada, al oriente, una estrella. Ella anuncia el día. Algunos la llaman “estrella del amanecer” o “lucero del alba”. Los científicos y los poetas la han llamado “Venus”. Pero nuestros más antiguos la llamaron “ICOQUIH”, que quiere decir “la que sobre sus hombros lleva el sol” o “la que lleva el sol a cuestas”. Nosotros la nombramos “la estrella del mañana”, porque ella anuncia que la noche está por terminar y que otra mañana llega. Esta estrella, que hicieron los hombres y mujeres de maíz, los verdaderos, camina con sentimiento y pensamiento, y llega como es ley, es decir, de madrugada.

Y si les cuento esta historia no es para entretenerlos y quitarles el tiempo que necesitan para ver todas las cosas que tienen qué ver en esta reunión. No. Se las cuento porque esta historia que viene de tan lejos nos recuerda que es pensando y sintiendo como se trae la luz que ayuda a buscar. Con el corazón y el cerebro tenemos que sernos el puente para que los hombres y mujeres de todos los mundos caminen de la noche al día.