De todo el vocabulario psiquiátrico, depresión es ciertamente el término que se ha hecho más familiar. La depresión es una enfermedad que puede conllevar hospitalización del paciente. Se distinguen principalmente las depresiones psicógenas, que incluyen las depresiones reactivas y las depresiones por agotamiento, y las depresiones endógenas, calificadas también como depresiones de melancolía.
La depresión reactiva sigue a un choque moral o afectivo, mientras que la depresión por agotamiento se produce en personas agotadas por sus actividades, porque estas superan sus fuerzas.
La primera está a menudo relacionada con el luto, un divorcio, la infidelidad de la pareja, una enfermedad considerada incurable, un accidente grave. Es normal que la pérdida de un ser querido provoque un sufrimiento moral y la desesperación. Eso no puede compararse a la depresión. Pero cuando este dolor se eterniza, se duplica con una ansiedad insuperable, provoca insomnio o un fuerte replegamiento en sí mismo, entonces aparece la depresión.
La depresión por agotamiento no es exclusiva de los hombres de negocios con gran actividad; aparece también en madres de familia que, después de ocho horas de trabajo fuera de casa, deben preocuparse por los deberes de los niños, la comida, la casa, la ropa etc. Se acuestan tarde, se levantan temprano, están realmente agotadas. Si a eso sumamos problemas conyugales o preocupaciones financieras, bastará a veces con algunas noches de insomnio para que aparezcan los síntomas de la depresión.
La característica de esta depresión es precisamente no tener ninguna causa externa aparente. La persona que la padece se ve atacada por una gran tristeza. Siente a menudo un angustioso sentimiento de desesperación y culpabilidad. Los insomnios se suceden y las noches pueden estar llenas de ideas delirantes: la persona depresiva busca incansablemente en su pasado las razones de su culpabilidad, su tristeza y su pesimismo. Lo ve todo negro y se repliega totalmente en sí misma, sin ningún apetito, ningún placer por lo que sea, sin incluso poder sentir el afecto de los suyos. Piensa que es una incomprendida, mal o poco querida. A veces tiene la convicción de que su cuerpo está invadido por todos los males. Puede encontrarse rápidamente en plena psicosis maníaco-depresiva, que exige una exploración psicológica más profunda para lograr remontarse hasta su origen.
En general, el médico empezará más bien por dar una primera respuesta con medicamentos para aliviar a la paciente. Para iniciar la relación con un psicólogo o psicoterapeuta necesaria, será preciso obtener la total adhesión de la persona deprimida; su participación será por lo tanto obviamente indispensable. Sólo cuando exista el riesgo de suicidio, la enferma puede (e incluso debe) ser hospitalizada, con su consentimiento o no, con el fin de que sea vigilada constantemente.
No, algunas personas pueden mostrar al contrario hiperactividad y exuberancia. Las premisas de una depresión también pueden esconderse detrás de un gran cansancio, bulimia, cefaleas, dolor de espalda, pérdida de apetito, crisis de ahogos… La depresión puede avanzar enmascarada y el médico deberá tener la ingrata tarea de detectarla. Puede afectar a cualquier edad. Se dice que una persona mayor de cada tres la padece, debido al aislamiento y a un sentimiento de inutilidad. La mujer tiene más riesgo depresivo en cada nueva etapa de su vida genital. Su sistema hormonal la convierte en una persona frágil, ya sea en el momento de la menstruación, durante los primeros meses de embarazo y el periodo que lo sigue, o a veces tras una interrupción voluntaria de embarazo. La menopausia, si se vive mal, también puede ser un momento propicio para que aparezca la depresión.
¿CÓMO SE ESCOGE UN PSICÓLOGO?
La psicoanalista Françoise Dolto ha definido de forma muy clara las diferencias entre psicólogos y psiquiatras:
• Los psicólogos «se ocupan sobre todo de la población sana. Algunos se dedican más particularmente a la población infantil […]. Otros se especializan en psicología clínica o patológica: estos son los que se orientan a hospitales psiquiátricos y consultas».
• Los psiquiatras reciben en sus consulta a pacientes que muchas veces han sido enviados por los médicos de cabecera. «El psiquiatra […] prescribe, si eso basta, medicamentos químicos, eficaces para calmar los trastornos. Si considera que el enfermo puede, sin riesgo para él y para los demás, permanecer en familia, o si es más prudente ingresarlo en un centro de descanso bajo vigilancia […]. El psiquiatra, en la prescripción de medicamentos, aconseja a veces una psicoterapia, que conduce él mismo o que encarga a otro». Françoise Dolto también distingue claramente entre:
• La psicoterapia: «Es una serie de conversaciones: se habla, el psicoterapeuta escucha, da confianza, permite expresar lo que no funciona para una persona en sus ‘estados de ánimo’ y en sus relaciones con los demás». Se puede seguir una psicoterapia simple o de apoyo con su médico, un psiquiatra, un psicólogo que sabe crear un clima de confianza, dar la palabra, ayuda a la expresión de lo que se tiene en el corazón.
• La psicoterapia psicoanalítica sólo puede practicarla un terapeuta «psicoanalizado, formado en la escucha del inconsciente, de lo que pasa y se expresa en nuestro interior al mismo tiempo que hablamos […]». Esta «psicoterapia se produce cara a cara; ambos, paciente y terapeuta hablan. El paciente en general habla más que el médico, que interviene para facilitar la conversación, ayuda a la persona a expresarse. Una psicoterapia es […] mucho menos larga, menos astringente que un psicoanálisis. Y sobre todo, la finalidad es directamente terapéutica. Se menciona sólo lo que no funciona actualmente, para entenderlo y salir de la dificultad: no se evoca todo lo que viene en mente»;
• El psicoanálisis: clásicamente, el paciente está en el diván, no ve al psicoanalista que permanece callado. «Se trata para el paciente de decir todo lo que piensa y siente […]. Es como una aventura al final de la que se es menos frágil psíquicamente […]. En un psicoanálisis, se evocan los recuerdos más antiguos, los que se habían olvidado por completo. Es una especie de reviviscencia de toda la vida —amor, odio, desconfianza, confianza…— en torno a la relación imaginaria con el psicoanalista. Es, a menudo, emocionante o angustiante, y es un trabajo largo, donde no se trata directamente de curar». |