VII

Hace calor, afuera la calle solitaria arde como un pueblo fantasma. Él se quita la camisa y se retira un poco de la ventana. Veo sus brazos gruesos y pienso que ya es un hombre, Esa fuerza en las manos la heredaste de mi papá, le digo y le pongo una mano en su hombro, Yo estaba con ustedes dos el día del incidente del garaje. Fue hace mucho tiempo en Bogotá, algunos días atrás los soldados habían matado a bayonetazos a varios estudiantes. Llevabas puesto el mismo suéter del día de la foto en el jardincito al lado de los pinos. Tu cabeza motilada como la de un soldado se veía más grande ese día en el que caminaste hacia la calle y no pude detenerte con mis gritos de pánico. No sé cómo empezaste a andar mientras mi papá abría la puerta del garaje para sacar el Oldsmobile. Íbamos a dar un paseo en ese carro gris que dormía solo en el garaje frío, vos debías quedarte junto a mi papá, pegadito de su pierna para dejarlo maniobrar y meter la llave en el candado, darle vuelta, sacarlo y después halar las dos alas de la puerta y sentir el olor de la gasolina y de las sillas de cuero. Mi papá te descuidó un instante, debían casar llave y cerradura y por eso no se dio cuenta de que tus manos ya no le pesaban en el pantalón. Te vi bajar los brazos, mirar hacia la calle y dar unos pasitos. Creí que de ahí no pasarías, pero seguiste caminando, los hombros caídos, parecía como si alguien te llamara y vos fueras a su encuentro sin emoción. Llegaste a la calle y tampoco paraste a pesar del ruido de los carros, yo te grité por primera vez cuando pasó un taxi, el chofer iba lento, miraba las placas de las casas, después me salió un sonido extraño de la garganta que alertó a mi papá y lo hizo mirar a donde un camión retrocedía directo hacia vos. Las manos de mi papá se quedaron pegadas del candado, no se abrieron cuando vio el peligro sino que se cerraron con más fuerza. Le vi la cara de rabia por no poder soltarse y fui testigo del tirón que arrancó el herraje de la puerta y luego corrió a rescatarte de quedar aplastado. En esta foto aparecemos todos en la entrada de pinos, a unos pocos metros del garaje. La tomó un socio de mi papá que ese día estaba de visita en la casa. Parece un domingo, porque mi papá lleva puesta una camisa deportiva y mi hermana, vos y yo estamos vestidos con la ropa incómoda propia de esos días en que nos llevaban a la iglesia y después a un parque, ¿no detestabas, como yo, el corbatín? Ya te ves grandecito ahí sentado en uno de los muros de la entrada. Mi papá te sostiene y trata de hacerte reír, vos mirás como aburrido hacia la cámara, mi mamá le acaricia el pelo a mi hermana que también se ve molesta, yo en cambio sonrío a pesar de estar vestido como un niño banquero. Al fondo se ve la oscuridad de la casa a través de la puerta abierta. Se alcanza a distinguir la escalera del segundo piso que nos separaba de las fiestas de mi papá con sus amigos. Por ahí subían los boleros, los olores del cigarrillo y del aguardiente, las voces de gente extraña que hablaba de negocios, y más tarde subía mi papá mientras cantaba las mismas canciones de toda la noche, ¿te acordás, Gordo? A veces se iba para el cuarto de nosotros dos y se ponía a mirarnos. Se sentaba en tu cama y no se movía hasta que el sueño empezaba a halarle la cabeza hacia el suelo. Él te quería tanto y tenía tanta fuerza en las manos que habría sido capaz de levantar el camión para sacarte de debajo de las llantas si hubiera alcanzado a atropellarte. Yo le miraba las manos gruesas y él no se daba cuenta de que no me había dormido. Abría un poquito los ojos, me quedaba quieto como si estuviera muerto, así él no se incomodaba y te podía mirar todo el tiempo hasta que empezara a pesarle la cabeza.

En la foto vos estás sentado en la columna de ladrillos del portal, mi papá a tu lado, su hombro toca tu pierna de pantalón corto, su mano izquierda te sostiene por la espalda, la derecha te hace cosquillas en el estómago buscándote una sonrisa. Parecés sentado sobre su hombro izquierdo como estuviste muchas veces cuando salíamos a caminar por el parque de enfrente, después te volviste demasiado pesado para cargarte, y empezaste a caminar pegado a su mano, así se te fue pasando su fuerza a tus brazos, también te contagió la costumbre de apretar en vez de aflojar, por eso cuando saludaste a Claudia no pudiste controlar el movimiento de tus dedos a pesar de su expresión de terror, pero no te preocupés, Gordo, ya no debés llorar más, eso ya pasó y ella sabe que no quisiste lastimarla.

Retiro mi mano de su hombro, le acaricio la cabeza y siento el calor que empieza a alterar su organismo. Se va hacia la cocina, allá Rosmira le da un vaso de agua y él se sienta a su lado.