XVI

De espaldas, inclinado sobre la mesa, lo veo esforzarse para escribir su nombre sin torcerse. Cada letra es un dibujo de trazos grandes y burdos, la hoja del cuaderno se llena de círculos y cuadros hechos con la punta gastada del lápiz. Me mira de reojo, se deja acariciar la cabeza, sigue escribiendo. El ejercicio de su mano sobre el cuaderno lo tranquiliza, lo hace recordar, Según la siquiatra vos siempre has querido ser como yo, le digo, Por eso, cuando conociste a la señorita Lucía te alegraste y pensaste en volver al colegio después de mucho tiempo de estar encerrado en esta casa. Cuando me veías salir con libros te daban ganas de hacer lo mismo. Era como si se te olvidaran todas las historias tristes del kínder de las monjas y quisieras intentarlo de nuevo. Por una casualidad entraste al colegio de la señorita Lucía. Una tarde te la encontraste de frente cuando ella entraba a la iglesia y vos salías cansado de estar sentado en una de esas bancas mirando a las señoras rezar, al cura en su confesionario, al sacristán como el anunciador del circo que se arrepiente al salir ante el público y de nuevo se esconde en la carpa. Te aburriste de esperar acción en el altar, te entretuviste mirando los vitrales del viacrucis, pensabas en las palabras del padre en la misa acerca del sufrimiento y el cielo. Estuviste varias horas allá, y cuando saliste al mundo verdadero viste de frente a una mujer casi calva, vestida con abrigo de invierno y zapatos gastados en los tacones hacia los lados. Ella también se quedó mirándote y al pasar junto a vos te dijo, Dígale a su mamá que me lo lleve al colegio un día de éstos. Tal vez no entendiste bien, pero cuando llegaste a la casa mi mamá te preguntó las mismas cosas de siempre, A dónde fuiste, Con quién hablaste, Por qué te demoraste tanto, Nos tenías preocupados. Casi nunca le contestabas, solo llegabas directo a la ventana grande, pero esa noche nos dijiste que la señorita Lucía te había invitado a su colegio, y todos nos quedamos pensando en esa señorita Lucía a quien no habíamos vuelto a ver desde hacía muchos años.

Mi mamá sí la había visto varias veces en la iglesia, Es una mujer muy preparada y desde hace tiempos canta en la misa al lado del organista, nos dijo a mi papá, a mi hermana, a vos y a mí. Rosmira también oyó porque estaba detrás de nosotros viéndonos comer, pendiente de las reacciones de mi papá acerca de la comida. A ella se le iluminaba la cara cuando él decía, Qué fríjoles, Rosmira, qué frijoles, por eso alcanzó a oír que volverías al colegio, entonces se te arrimó por la espalda y te puso sus manos redonditas y mojadas en la cabeza. Vos la miraste y sonreíste.

Esta vez no tendrías uniforme de marinero ni lonchera ni compañeros que te molestaran. El colegio de la señorita Lucía sería todo para vos solo. Podrías sentarte en cualquier pupitre del único salón y demorarte cuanto quisieras para hacer una plana de escritura, colorear tus dibujos y salirte de los bordes, nadie te regañaría por dormir sobre la mesita si te diera sueño, y podrías ir al baño en cualquier momento, de todas formas, la señorita no se iba a dar cuenta a pesar de estar sentada frente a vos. Eso lo supe cuando te llevé a tu primera clase. Ella nos miró desde el balcón y nos dio instrucciones para empujar la puerta al sonido de un timbre. Los carpinteros del garaje de enseguida nos miraron con ojos extrañados como si nunca hubieran visto a un muchacho y a su hermano con cuaderno bajo el brazo. Una mezcla de olores se me metió en toda la piel cuando empezamos a subir los escalones de madera. La señorita debía tener encendido el fogón de su cocina, pues sentí la presencia de la aguapanela hirviendo, el aire me supo dulce, Señorita, le dije, Él viene a lo de las clases. Sin mirarnos se sentó en su silla al frente de todos los pupitres y empezó a hablar, Sentate ahí, Gordo, te dije, Yo vuelvo por vos dentro de un rato. Cuando me fui, la señorita Lucía seguía hablando, mezclaba geografía con aritmética, pronunciaba palabras de ciencias naturales y seguía con religión. Abriste tu cuaderno y empezaste a dibujar. Yo te miré desde la entrada antes de bajar los escalones de tabla.

Vos ibas a las clases de la señorita Lucía porque te gustaba hacer las mismas cosas que yo hacía. Todo el tiempo me preguntabas en qué año estaba yo y eso mismo contestabas cuando alguien te decía, Así que estás en el colegio, y ¿en qué año?, la gente siempre ha preguntado demasiado, vos lo sabés. Los carpinteros, por ejemplo, eran tipos muy dados a meterse en las cosas de los demás. Ellos te veían llegar todas las tardes a las tres, tocar el timbre del segundo piso, esperar hasta que la señorita despertara de su siesta y luego de dos o tres horas de clases salir de nuevo para la casa. Uno de ellos te dijo un día, Yo me llamo Guillermo, y vos, ansioso de conseguir otro amigoamigazo, te quedaste contándole tu vida. Después te invitaron a entrar para ver cómo pulían un tablón, te hicieron tocar con las dos manos la madera suave y cuando ya estabas en confianza te rodearon y te dijeron que vos eras el único alumno de ese colegio porque tu profesora estaba loca desde hacía mucho tiempo.

En esa época empezaste a cogerles miedo a las palabras. Delante de vos no volvimos a pronunciar expresiones como loco, bobo, locura, bobada, porque de inmediato sentías ganas de matar a Guillermo el carpintero y nosotros nos imaginábamos historias de tus idas a la clase de la señorita Lucía. A veces, parado frente a la ventana, decías que no le tenías miedo, entonces yo me acercaba a vos y te decía, Contame, Gordo, ¿qué te hizo Guillermo el carpintero?, pero solo conseguía hacerte repetir las mismas amenazas hasta que empezabas a llorar.

A pesar de odiar a Guillermo no dejaste de ir al colegio de la señorita Lucía, y si ahora sumás y restás es porque aprendiste en sus clases. Tus cuadernos están llenos de números grandes que ocupan varios cuadritos de la trama de la hoja y se inclinan como si fueran para el cielo porque la profesora todo el tiempo estaba hablando de Dios. Tu letra es gruesa, con pocas líneas llenás la página. Cuando acababas una plana podías apoyar tu cabeza sobre el pupitre y quedarte dormido o aparentar que lo estabas. La señorita Lucía muchas veces también se quedó dormida dictándote la clase y vos te aburrías de esperarla y salías sin despedirte.

La señorita era sorprendente, una vez participó en un mitin dentro de la universidad al lado de los estudiantes de ciencias bíblicas. Eran diez o quince señoras de batas largas y bolsos negros de cuero, andaban con unos cuantos hombres con caras de misioneros disfrazados de civiles. Recorrieron los corredores y se detuvieron en las cafeterías a echar el discurso en contra de los religiosos mormones que se estaban tomando el país en nombre de los Estados Unidos de América. Yo estaba en Artes con el Mono y con Claudia y nos tocó verlos llegar y repartir propaganda católica. Cuando los aplaudimos la vi sonreír, nos mostró sus dientes trabados y amarillos, después se fueron recitando sus peticiones y les dije a mis amigos, Esa del abrigo azul es la profesora del Gordo. Se veía alegre, balanceándose con sus zapatos gastados en los lados.

Vos pasaste varios años en su colegio como el único alumno. Los lunes ella te sacaba al balcón para clase de gimnasia a mover los brazos hacia los lados, luego llevar las manos hasta los hombros, tratar de agacharte sin perder el equilibrio mientras te tomabas la cintura. Ella hacía lo mismo para darte ejemplo, no le importaba el acecho de los carpinteros abajo que paraban sus trabajos para escuchar las voces de esa rutina de todos los principios de semana. A veces te veo haciendo los mismos ejercicios aprendidos en clase, corrés con dificultad de un extremo a otro de la casa, pasás por la cocina y saludás a Rosmira, después de un rato te cansás y volvés a la ventana. Aunque pensás en ella y extrañás sus clases y los algos con galletas y Coca-Cola, ya no llorás por su muerte como lo hiciste durante mucho tiempo.

Ahora pasa la hoja del cuaderno. Podría seguir hablándole de su vida y me oiría con agrado. De nuevo escribe su nombre al principio de la página, después repite la plana anterior.