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Nuria esperaba impaciente a que llegasen sus compañeros a la clase de escritura. Todos los años se apuntaba y era sin duda su extraescolar favorita. Sí, era la hija de la librera, pero eso no tenía nada que ver. Había probado a hacer de todo: patinaje, piano, baile…y al final la única actividad que había mantenido era escribir, algo que llevaba haciendo desde muy pequeña. Miró el reloj, todavía quedaban quince minutos. El tiempo pasa muy lento cuando esperas algo.
Salió al parque que había frente a la librería y se sentó en uno de los bancos, sin poder dejar de dar golpecitos con el pie en el suelo. Empezaban el curso pocos, solo se habían apuntado Nasha y Daniel, pero eso era normal, siempre se apuntaba más gente a lo largo de los meses, como cuando estuvieron Andrea, Neko, Luna, Paula y Teresa. Todas compis de escritura que habían ido pasando por las clases y que eran buenas amigas, a pesar de estar ya en la universidad y no poder seguir en las clases por falta de tiempo.
A lo lejos vio a Nasha, que venía acompañada de Carlos y su perro Colate. Nuria silbó para llamar la atención del perro, que se puso muy contento al verla y tiró de la correa hasta hacer que Carlos casi se cayese al suelo.
—¡Nuria, por dios! Sabes que Colate te adora, no hagas eso que un día me va a dar un infarto de correr detrás de él cuando le llamas —exclamó Carlos riendo mientras llegaba a su lado y el perro se tumbaba para que Nuria le acariciase.
—No tengo la culpa si tu perro es listo y sabe que soy genial. ¡Hola, Nasha! —saludó dirigiéndose a su nueva amiga—. ¿Preparada para las clases de escritura?
—Sí, la verdad es que tengo muchas ganas, me suele gustar escribir, pero nunca había compartido lo que escribo con otros, así que va a ser una nueva experiencia. Carlos, ¿por qué no te apuntas tú también?
—Puf, Nasha, buena suerte con eso, llevo intentando convencerle mucho tiempo y no hay manera, lo suyo solo es el deporte.
—Efectivamente, dedico mi cerebro a planear las llaves perfectas para derribar a mis adversarios, no por nada soy un máquina en mi disciplina.
—Aquí uno, que no tiene abuela, ya ves —contestó Nuria guasona.
—Bueno, es que es verdad, de algo tendré que poder presumir, ¿no?
—Por lo menos puedes hacernos de guardaespaldas, aunque en apariencia casi es más terrorífico Colate, tú con tus pecas, das poco miedo —dijo Nasha sonriendo.
—Son una herramienta de distracción, para que se confíen los adversarios. Piensan, uy mira, un chico con pinta de tranquilito y entonces… ¡zas! Les sorprendo… y gano, por supuesto —explicó muy ufano Carlos.
De repente, Colate se puso a cuatro patas y comenzó a gruñir mientras miraba justo detrás de ellos. Caminando no muy lejos, casi pasando la terraza del bar Chicho, se acercaban Rodrigo y sus amigos. Nuria cogió a Nasha del brazo y la llevó dentro de la librería, no quería tener problemas. Una cosa era solo Rodrigo, que era manejable, y otra sus amigos, que parecían calcos, vestidos iguales, con pinta de estar continuamente enfadados con el mundo, siempre creando problemas.
—Hola, Carlos, ¿no has pensado nunca en comprarte un perro de hombre, un pastor alemán, por ejemplo, y no ese perro salchicha de nenaza que llevas? —preguntó Diego, uno de los compañeros de Rodrigo.
—¿Se puede saber qué te ha hecho mi perro para que te metas con él? Tú no eres nadie para decirme qué perro debo tener o no, así que vete por donde has venido y déjame en paz.
—Uh, uh, cuidado, que se pone brabucón, qué miedo, a ver si nos ataca el perrín —comentó Pelayo.
—Venga, chicos, vámonos, no perdamos más tiempo con este tío —comentó impaciente Rodrigo sin mirar a Carlos a la cara—. Al fin y al cabo, es la niñera de las negras, ya sabéis.
—Joder, Rodrigo, eres gilipollas. Los tres lo sois. ¿Qué problema tenéis con mis amigas? ¿Y qué si son negras o pakistaníes o azules? Prefiero mil veces tener amigas como ellas a personajes sin cerebro racistas como vosotros.
—Mira, niñato, que te meto —amenazó Diego acercándose a él, a punto de dar una patada a Colate.
—Atrévete, gilipollas, que no sales de aquí ileso. Como toques a mi perro o a mis amigas te las vas a ver conmigo.
En ese momento Daniel apareció detrás de ellos, acompañado de Lucía, que necesitaba comprar un regalo. Rodrigo y sus amigos los vieron aparecer y se dieron media vuelta, aunque le hubiesen dado a Carlos una paliza encantados, no era plan de hacerlo delante de todo el mundo y menos de Lucía, por la que uno de ellos estaba colado desde primaria.
—Vaya pinta tienen esos, ¿no? —preguntó Daniel—. ¿Vienen mucho por aquí?
—No, la verdad es que no, no sé dónde irán, pero me han puesto de una mala leche que no te imaginas.
Entraron todos en la librería, incluido Colate, que se puso a jugar con Leo, el perro librero, como lo conocía todo el mundo. Daniel y Nasha se metieron con Nuria en la sala donde se daban las clases, y Lucía y Carlos se quedaron hablando con la abuela de Nuria, que hacía a veces de librera.
—Hola, necesito un regalo para llevarme a Irlanda cuando me vaya de intercambio en unas semanas, que si no lo compro ya, luego se me olvida. ¿Tenéis alguna edición bilingüe de algún poeta?
—¡Ahhh! Es verdad, me comentó Nuria que te ibas al final del trimestre a Irlanda y luego venía aquí una irlandesa a vuestro instituto. Pues mira, justo tenemos una edición bilingüe de Poeta en Nueva York, de Lorca, ¿qué te parece?
—Estupendo, me vale. ¿Me lo puedes envolver, por favor? —preguntó mientras pagaba.
—Claro, ahora mismo. Y tú, Carlos, ¿qué tal con tu judo o tu karate o lo que hicieses, hijo, que no me acuerdo ya?
—Bien, muy bien, este año quiero llegar al Campeonato de España de kárate, a ver qué tal se me da. Algún día iré a las Olimpiadas, ya verás.
La abuela de Nuria empaquetó el regalo y Lucía y Carlos se marcharon a tomar algo mientras salían los demás de la clase de escritura.
Mientras tanto, se habían presentado todos, aunque realmente se conocían de clase. La profesora les explicó que quería trabajar con ellos la expresión de emociones en la escritura, que parecía algo fácil pero no lo era.
—Vuestro primer trabajo va a ser un relato en el que habléis del miedo. No del miedo en sí, sino que plasméis una situación en la que aparezca algo o alguien que os dé miedo. Tiene que tener unas mil palabras. Cuando los tengáis, leeréis uno de vosotros vuestra historia cada clase, ¿vale? Muchas veces cuando escribimos sacamos más de nosotros mismos de lo que creemos, y algo que puede empezar como un simple relato puede mostrar más de nosotros de lo que pensamos. Ahora vamos a hacer algunos ejercicios en clase, que es el primer día y serán divertidos.