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Rodrigo iba dos pasos detrás de su padre, que marchaba casi con aire marcial de camino a la librería. No se atrevía a abrir la boca hasta que no le preguntase algo, había aprendido a la fuerza a no comentar nada ni hacer charla ligera con su padre. Solo esperaba que al llegar a la librería no estuviese ninguno de sus compañeros de clase, ya que se darían cuenta enseguida de que algo no iba bien.
—¿Qué mierda de nombre es Serendipias? Con lo bonito que hubiese quedado llamar a una librería Don Quijote, o Manuel Machado, por ejemplo.
—Tiene toda la razón, padre, es un nombre ridículo para una librería, desde luego —contestó Rodrigo sin mucha convicción.
Al llegar, su padre se convirtió en la persona encantadora que hacía creer a todos que era y se dirigió a la madre de Nuria, que estaba tras el mostrador.
—Buenos días, señorita, venía diciéndole a mi hijo que qué nombre más bonito le ha puesto usted a su librería, ¿algún motivo especial? —preguntó ante la mirada atónita de Rodrigo.
—Oh, muchas gracias. Pues sí, es mi palabra favorita, y me pareció muy apropiada para una librería. Una serendipia es un hallazgo inesperado, algo que suele ser más interesante o ventajoso que lo que se venía buscando originalmente. Me pareció que con los libros muchas veces pasa eso mismo, uno cree que viene a por uno pero se acaba llevando otro que no espera y resulta maravilloso.
—Vaya, pues sí que es interesante. Bueno, yo vengo a encargarle un libro, a ver si me lo puede conseguir, se llama Voluntarios extremeños de la División Azul. Ahora ya no se hacen libros que nos cuenten la historia real en condiciones, así que cuando hablan de algún libro bueno mis compañeros de regimiento, lo compro siempre. Me recuerda mis años mozos en el ejército, ¿sabe usted? ¡Qué tiempos aquellos! Yo no estuve en la División Azul, fue antes de mi tiempo, pero admiro mucho a esos hombres que lucharon tan fieramente representando a España.
La librera lo miró durante unos segundos sin decir nada. Había aprendido a no expresar sus opiniones respecto a ciertos temas con sus clientes: política y religión. Se veía a la legua que ese hombre tan mayor era franquista, no era el primero que había ido a visitarla y pedirle libros de ese tipo, especialmente ahora que existía el nuevo partido que había sacado de su cueva a todos los que estaban escondidos. Ella siempre se los traía. Al fin y al cabo, tenía que comer, su objetivo era vender libros, no juzgar a los lectores que los pedían. Sus creencias se las guardaba para ella. Además, cada uno cree la historia según la ha vivido, y si no que se lo preguntasen a su abuelo Teodoro, que tuvo muy malas experiencias siendo niño con los comunistas, que entre otras cosas le escupieron e insultaron cuando iba a hacer la comunión en su pueblecito. Cuando fue mayor y se mudó a Madrid, Franco le puso una casa y le dio trabajo en una fábrica, como a muchas otras personas que en las zonas rurales no tenían forma de vivir y tenían que emigrar a Madrid, ¿cuál iba a pensar él que era el bando bueno? No supo muy bien por qué, pero miró al chico que le acompañaba y sintió que tenía que ganarse a ese cliente, así que se acordó de una anécdota que le contó su abuelo una vez.
—¿Sabe usted que mi abuelo fue mecánico del coche de Franco en San Sebastián?
—¡No me diga! ¡Qué honor más grande!
—Pues sí, cuando estaba haciendo la mili, como había sido aprendiz de mecánico, le llevaron junto a tres compañeros a San Sebastián a ocuparse personalmente del coche del Caudillo, para que estuviese siempre a punto durante su estancia en la ciudad; y a él, que era de un pueblecito de Palencia, le pareció una oportunidad estupenda de conocer algo más de España. —Lo que no le contó fue que ella siempre le preguntaba que por qué no le dejó una tuerca suelta al coche, pero bueno, eso no tenía por qué saberlo.
—¡Qué maravilla! Gracias por contármelo, me ha alegrado usted el día.
—¿Ve? Era una serendipia que viniese usted aquí hoy con su hijo para que yo le hablase de mi abuelo. Mire, ya he encontrado el libro, pasado mañana lo tiene, ¿quieren algo más?
—Sí, mi hijo quiere un libro, dile cómo se llama, hijo.
—Cordeluna.
—¡Ah! Así que tú también estás en 4ºESO; espera, creo que estás en clase de mi hija, Nuria. Te llamas Rodrigo, ¿verdad? —preguntó sabiendo perfectamente cuál era la respuesta.
—Ese es mi hijo, espero que su hija le haya hablado bien de él.
La librera miró al chico, al que había identificado nada más entrar como el payaso y abusón del que siempre se quejaban su hija y sus amigos. Había algo en él, sin embargo, que le conmovió. Su mirada reflejaba pánico ante la posible respuesta negativa que pudiese darle a su padre. No le costó ni un segundo tomar la decisión de mentir para ayudarle. A saber lo que tenía que aguantar en casa con un padre tan mayor, quizá pudiese ayudarle de alguna forma.
—Sí, por supuesto, todo bueno. Me ha dicho que escribe muy bien. De hecho, quería invitarle a probar una clase de escritura, ¿qué le parece a usted, señor? Con tanto potencial como al parecer tiene su hijo con la palabra —dijo mirando a Rodrigo con toda la intención de que le quedase claro por qué lo decía—, sería una pena desaprovecharlo.
—Bueno, mi hijo la escritura no sé si la va a aprovechar, ya pierde el tiempo con la bicicleta, pero se lo permito porque es un deporte, escribir no sé en qué le puede beneficiar. En cuanto cumpla los dieciocho va a entrar en el ejército, ¿sabe?
—Oh, pues entonces le puede ayudar bastante. Mi primo Alberto es piloto en las Fuerzas Aéreas y tuvo que estudiar muchísimo para entrar, ser bueno escribiendo le aseguro que le ayudará a ir avanzando. Al parecer las academias militares han cambiado un poco desde sus tiempos, académicamente deben ir muy preparados.
—En ese caso, adelante, y más sabiendo que se queda en buenas manos, con una familia de patriotas como ustedes.
—Estupendo, pues los miércoles a las 18h le esperamos. Les aviso en cuanto llegue el libro que ha encargado.
Cuando se marcharon, Nuria salió de detrás de las cortinas que separaban la zona de librería del taller, desde donde había estado espiando toda la escena sin que la viesen.
—Mamá, ¿estás loca? ¿Va a venir Rodrigo al taller de escritura? ¿En serio? ¿Tú sabes que insulta a Nasha? Tiene una verdadera fijación por ella, esto no puede salir bien. ¡Si es el que se metía conmigo en primaria hasta que tú hablaste con él!
—Cariño, he sentido algo muy extraño cuando han entrado. No sé por qué le he contado la historia de tu bisabuelo, pero creo que, por algún motivo, necesitaba ganarme su confianza, y tenía que ver con su hijo. Creo que Rodrigo tiene algún problema y voy a intentar resolverlo. No había visto nunca a un adolescente parecer tan asustado de su padre como él. Por favor, Nuria, no comentes esto con ninguno de tus compañeros. Tengo una de esas intuiciones que me dan a veces que no quiero dejar de seguir.
—Vale, mamá, no te preocupes, no les diré nada del motivo por el que se apunta, pero mejor les dices tú el día que vengan que empieza también él con la escritura, no sé cómo se lo tomarán. —Dicho lo cual, Nuria volvió al cuarto donde se impartía el taller para poder seguir con los deberes, sin entender del todo los motivos de su madre, pero sabiendo que no era la primera vez que tenía una intuición con alguien, y siempre convenía seguirlas.