10
Nasha no podía creer su mala suerte. Cuando Fermín le dijo con quién iba a tener que trabajar casi le da algo: con Rodrigo. Intentó protestar, pero no sirvió de nada. ¿No se había dado cuenta Fermín de todos los comentarios de tono racista que le decía? Le daba igual que fuesen bromas, a ella le cansaban. Al principio pensó que sería algo de un par de días, pero él seguía insistiendo, parecía que tenía fijación con ella. Ser negra era una mierda en esos casos, era la diana perfecta para los acosadores.
Su piel no era muy oscura, en eso había influido su padre español, que era lo más blanco que se podía imaginar: En verano nunca se ponía moreno, solo rojo como los cangrejos. Nunca había querido no ser mulata, le gustaba mucho su piel y pensaba que no la definía, ella era una persona, no una piel. Pero a veces, era inevitable que lo primero que pensase la gente al conocerla era: ¿de qué país de África será? ¿Vivirá en cabañas su familia? ¡Qué suerte tiene, que aquí no pasa hambre! O, como le había pasado si iba sola con su padre a algún sitio, que pensasen que era adoptada. España todavía tenía mucho que aprender, no estaban acostumbrados a tener gente de otras culturas que se llamasen a sí mismos españoles. En Inglaterra era tan distinto todo. En su escuela había niños de todos los colores, y todos se consideraban ingleses. Eso lo echaba mucho de menos.
Como no le quedaba otra opción que trabajar con Rodrigo, se mentalizó para pasar las tardes que necesitasen con él. Intentaría llevar la voz cantante para no darle opción a que pudiese hacer comentarios negativos sobre ella. Su trabajo consistía en escribir los textos que debían incluirse en los folletos que iban a entregar en los comercios tricantinos y a los vecinos cuando fuesen a intentar conseguir colaboraciones. Como muy bien les explicó Fermín, los escritores también comen, y su trabajo dando charlas debía remunerarse. Como eran un instituto público, no tenían muchos fondos, pero estaban seguros de que entre todos podrían conseguir una colecta que permitiese que la actividad se pudiese llevar a cabo. El profesor se había ocupado de hablar con las empresas grandes de la ciudad y algo iban a colaborar, pero pensaba que si ellos participaban consiguiendo pequeñas ayudas, sentirían los encuentros como algo todavía más suyo, y a ella la verdad era que le encantaba la idea.
Los pies le pesaban como si llevase piedras atadas a los tobillos al acercarse a las grandes puertas de la biblioteca Lope de Vega. La biblioteca había sido uno de sus últimos descubrimientos y le pareció un lugar increíble que no tenía ninguna gana de compartir con Rodrigo. Se aseguró de llegar antes que él para poder echarle un vistazo a la sección de novedades de literatura juvenil. Cuando entró al gran vestíbulo miró un momento a la derecha para saludar a las bibliotecarias del mostrador y se dirigió a la gran escalera que la llevaría a la zona de adultos y juvenil. Una vez arriba giró a la izquierda y llegó hasta el expositor con las novedades, que se encontraba justo detrás de las mesas en las que se iban a sentar. Era su lugar favorito para estudiar, unas mesas pegadas a una especie de mirador que daba al recibidor: allí entraba muchísima luz natural y, por algún motivo que desconocía, le gustaba mirar la gran cristalera que quedaba a su izquierda con la palabra BIBLIOTECA escrita en enormes letras mayúsculas. Dejó su mochila en una de las sillas y se entretuvo leyendo sinopsis hasta que alguien le tocó el hombro.
—Hola, carbonci… Nasha —corrigió rápidamente Rodrigo al ver su mirada iracunda—. ¿Preparada para trabajar con el mejor?
—¿El mejor? ¿El mejor en qué, Rodrigo? ¿En ser cansino?
—No, en saber vender. En verano trabajo en la tienda de mi tío y consigo venderle de todo a las viejas del pueblo, aunque no lo necesiten.
—Claro, y estás orgulloso de engañar a las pobres señoras.
—Pues sí, mira, así demuestro lo que valgo —dijo mientras dejaba la mirada perdida. Su rostro se había ensombrecido al decir esto, y Nasha se imaginó que las cosas no eran tan brillantes como las ponía siempre.
—Bueno, déjate de cháchara y vamos a planificar lo que vamos a decir cuando lleguemos a los comercios, que se nos va la tarde y no hacemos nada.
Le costó que se centrase, pero una vez lo hizo, la verdad fue que tuvo bastantes ideas brillantes y consiguieron crear un texto sencillo pero directo, que esperaban fuese suficiente para captar la atención de los posibles patrocinadores y de los vecinos. Como acabaron antes de lo que pensaban, Rodrigo le sorprendió preguntando si, ya que estaban en la biblioteca, no le importaría ayudarle con los deberes de Sociales. No había empezado con muy buen pie con don Gabino y no quería estropearlo más. Sorprendida ante el hecho de que el siempre prepotente Rodrigo le pidiese ayuda, y sobre todo porque no la había molestado en todo el tiempo que llevaba con él trabajando, decidió echarle una mano. Entre ejercicio y ejercicio, Rodrigo se ponía a hablar, no había manera de que se centrase al cien por cien en las tareas.
—Pero a ver, no entiendo por qué te cae tan bien Carlos. Es un pardillo, siempre haciendo la mista tontería de pretender ser invisible en la puerta, ¿no te parece idiota? —preguntó Rodrigo imitando la postura que hacía su amigo en la puerta.
—Pues no, me parece divertido, ¿qué pasa?, desde que me defendió la otra noche no puedes ni verle, ¿no?
—No, no es eso, es que no sé por qué quedas tanto con él, si acabas de llegar casi a Tres Cantos, ya os he visto paseando al chucho juntos varias veces.
—¿Perdona? Lo primero: Colate no es un chucho, es un perro estupendo. Y lo segundo: ¿Me has estado espiando? —preguntó atónita.
—No, no, es que Carlos no vive lejos de mi casa y a veces cuando vuelvo de entrenar os veo juntos, no lo hago a propósito, te lo prometo.
—Bueno, en cualquier caso, no es asunto tuyo lo que yo haga con mi vida —contestó molesta. Se suponía que era ella la que le quería sacar información y no al revés. Si siempre se estaba metiendo con ella, ¿por qué se interesaba tanto por su vida privada? No le gustaba el cariz que estaba tomando la conversación, así que cambió de tema—. ¿Y qué entrenas?
—Con la bici, en el bike park.
—¿El que está al lado del ferial? Lo vi el otro día desde el coche de mi padre. ¿En serio te tiras por esos montones de arena como las cabras? Ahora entiendo que estés loco…
—Ja, muy graciosa. Me tiro por cosas peores, como una montaña. De hecho, se me da bastante bien, a veces me subo a la Pinilla con otros amigos, una vez al año participo allí también en una competición que es la leche, la Holy Bike. ¿Sabes que nos tiramos por la montaña de noche todos a la vez? Es impresionante.
—Lo que yo te digo, estás muy, muy loco… Bueno, Rodrigo, ya hemos terminado los ejercicios. Me ha gustado por una vez tener una conversación normal contigo, pero siento tener que dejarte, tengo reunión del club de lectura en la librería y no quiero llegar tarde. Paso a limpio lo que hemos hecho y te lo mando luego por email, ¿me apuntas el tuyo en el cuaderno?
—Club de lectura, club de lectura, vaya pijada. ¿Cómo puede gustarte leer tanto? ¿No tienes bastante con lo de clase?
—Pues no, leer me relaja, me descubre mundos nuevos. Mis lugares favoritos del mundo son las bibliotecas y las librerías.
—Puf, yo no había entrado nunca en la biblioteca hasta hoy que has querido quedar aquí, si no, ni de coña vengo, debo de tener alergia a los libros.
—Bueno, pues si tan mal lo pasas, la próxima vez podemos quedar en tu casa, no te digo.
—No, no, en mi casa no podemos —contestó rápidamente, volviendo de nuevo esa sombra a su rostro que hizo que Nasha sospechase que algo no iba bien—. Bueno, vete, que llegas tarde. Ya intentaré irme yo sin tocar nada, no sea que algún libro me dé urticaria.
—Pero qué exagerado eres, por Dios. Tienes a tus espaldas un montón de libros maravillosos, ya podías coger alguno y leer, no muerden, de verdad. Y siempre hay uno para cada persona, solo que no lo has descubierto aún…
—Sí, sí, seguramente. Anda, anda, vete que pierdes el bus —apremió Rodrigo fingiendo indiferencia.
En cuanto se quedó solo, miró su reloj y se dejó caer en la silla. Tenía que hacer tiempo para no llegar a su casa muy pronto. Con desgana, observó las estanterías que tenía detrás y su mirada cayó en un libro cuyo lomo le llamó poderosamente la atención. Se volvió para comprobar si había más gente a su alrededor y, sabiéndose solo en la zona, lo cogió para leer la sinopsis. Se le hizo un nudo en la garganta y lo devolvió a su estante. Recogió sus cosas precipitadamente y salió corriendo. Necesitaba marcharse de allí, desaparecer. Se subió a la bicicleta y no paró de pedalear hasta llegar al bike park. Necesitaba sentir adrenalina que borrase cualquier otro sentimiento y olvidarse de todo lo que le rodeaba.