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Nasha llegó a la librería Serendipias unos minutos antes de que empezase la reunión. Lucía y Nuria estaban terminando de colocar las sillas para todos, así que les ofreció su ayuda. Mientras esperaban a que terminasen de llegar los demás, le comentó a su amiga lo raro que había visto a Rodrigo en la Biblioteca.

—Espera, ¿has quedado con Rodrigo? Pensé que hablarías con Fermín para que te cambiase de grupo, sobre todo por cómo se mete contigo. Y mira que mi piel es canela porque ya sabes que mi padre era pakistaní, pero nunca he tenido que aguantar tantas tonterías de él como estás teniendo que aguantar tú. De pequeños sí se metía conmigo, pero mi madre puso un alto a eso una vez que se lo encontró por la calle y le explicó amablemente que si no me dejaba tranquila, tendría que hablar con sus padres. Funcionó bastante bien, la verdad.

—Bueno, es cierto que lo pensé, pero al final decidí que si quedaba con él en un lugar público no podría hacer mucho para molestarme, así que le di una oportunidad.

—¿A quién le has dado una oportunidad? —preguntó Daniel sentándose a su lado, ya que acababa de llegar.

—Cotilla, jajaja. Pues a Rodrigo. Le estaba contando a Nuria que parecía otra persona, le he notado muy raro. Hemos trabajado muy a gusto y nos ha ido tan bien que de hecho hemos terminado antes de tiempo y le he ayudado con Sociales.

—¿Sociales? ¿Tú sabes que es una de sus asignaturas favoritas y que saca siempre sobresaliente? —preguntó Nuri sorprendida.

—¿En serio? Pues no sé, parecía sincero cuando me pidió ayuda. Esto sí que es extraño.

—A ver si le gustas, Nasha —añadió Nuria—. Y lo de Sociales era solo una excusa para pasar más tiempo contigo.

—¡Eh! Qué dices, eso ni pensarlo. No, no puedo gustarle a alguien que se pasa todo el tiempo metiéndose conmigo por el color de mi piel. O casi todo el tiempo, visto lo visto. No, no, yo creo que el verdadero motivo tiene que ser otro, ya os digo que estaba muy raro. Y más raro todavía, ahora que me doy cuenta, es que esté participando en esto de ser voluntario si ha dicho que no le gustaba leer.

—Pues eso sí que es extraño, la verdad —contestó Lucía—. A lo mejor le ha obligado a apuntarse Fermín, ni idea.

La madre de Nuria apareció con Anabel Botella, la escritora invitada ese mes al club de lectura, y dejaron su charla para más adelante. Comentaron Dos instantes, el libro que habían leído ese mes. Les había gustado a todos bastante, así que se pasaron una hora y media hablando sobre los personajes, sobre el poder de los padres para influir en sus hijos, sobre la enfermedad de Marta, una de las protagonistas, que casi todos desconocían antes de haber leído la novela. También les contó la anécdota de que Marta se llamaba así porque había sido una alumna de la madre de Nuria cuando todavía daba clases de secundaria, Marta Domínguez, y como Anabel sabía que le gustaban mucho sus libros, le hizo un pequeño homenaje.

 

Cuando terminaron la reunión, se llevaron el libro que leerían al mes siguiente: Clementine de Clara Cortés. Clara había asistido a más reuniones del club y les había encantado, era una escritora simpática y sencilla, además de muy joven, lo que le hacía conectar mucho con ellos. Daniel estaba entusiasmado, ya había leído otros libros de la autora con anterioridad y le habían gustado mucho. El poder conocerla era algo con lo que no contaba y le encantaba.

—Daniel, disculpa —se dirigió a él un chico del club que también se había apuntado nuevo—. Soy Alejandro, estoy también en el grupo de la Lego League del instituto, he estado enfermo y no he podido ir a muchas de las reuniones, por eso no me recuerdas mucho.

—Ah, sí, perdona, ¡ya decía yo que me sonabas!

—La verdad es que me ha alegrado encontrar en el club una cara conocida, ninguno de mis amigos es muy lector y bueno, casi que tengo que venir a escondidas aquí.

—¿En serio? Bueno, yo los pocos que conozco aquí son de mi clase: Nuria, Lucía y Nasha. Es cierto que somos pocos chicos en el club, no sé por qué será.

—Bueno, mis amigos dicen que es una cosa «de chicas» —contestó Alejandro entrecomillando con las manos al decirlo y poniéndose muy rojo—. Yo les digo que no es así, pero bueno, la prueba es que aquí hay pocos chicos. Y de los que estamos…

—Eh, ¿perdona? —se metió Nuria en la conversación con ese tono chulesco que solía poner ella cuando quería dejar claro su punto de vista, levantando la mano con gesto teatral, antes de que pudiese contestar Daniel—. Pero ¿qué tontería es esa? Tus amigos son un poco imbéciles, ¿no crees?

Sí, sí, si yo no estoy de acuerdo con lo que han dicho —respondió Alejandro—. A mí me parece que la lectura es para todos y punto.

—Exacto —respondió Nuria—. Estoy tan harta de escuchar comentarios machistas u homófobos que se hacen pasar por bromas que a la mínima salto. Mi madre os puede contar muchas cosas sobre este tema respecto a los padres que vienen a comprar libros de niños o de niñas, sin darse cuenta de que los libros son libros.

—Eh, chicos, una conversación muy interesante y prometo contaros otro día lo que dice Nuria, pero siento informaros de que es hora de cerrar y tengo que llevar a Anabel a la estación —intervino la madre de Nuria—. No os olvidéis de recoger el libro, que Clara viene en unas semanas a veros.

Salieron todos y algunos se dirigieron a la parada del autobús, lo que Daniel aprovechó para mirar a Alejandro de arriba abajo. El caso era que parecía simpático. ¿Qué había querido decir con los chicos que iban al club? Sabía que dos de ellos eran heteros porque los había visto con sus novias; de hecho, uno tenía novia en el club, lo que les dejaba a ellos dos. Entendía por su tono que quería decir que el resto eran gais. ¿Se referiría a sí mismo o se excluía de esa observación? Estaba tan acostumbrado a estar a la defensiva siempre, que lo primero que hacía era pensar lo peor de las intenciones de los demás. ¿Y si quería averiguar su orientación sexual para burlarse de él con sus compañeros de la Lego League? No les conocía tanto como para saber de qué pie cojeaban. Por otra parte, parecía realmente simpático e interesado en hablar con él. Además, le gustaron sus uñas pintadas de negro y el hecho de que se pintaba la línea del ojo, eso le parecía muy atractivo.

—¿Para dónde vas, Álex? —preguntó Daniel.

—Cojo la línea cuatro, nos acabamos de mudar a la zona nueva, ¿y tú?

—Yo vivo aquí cerca, por la zona de los bomberos, si quieres te acompaño hasta que venga tu autobús y luego ya me voy andando. Puf, no me apetece nada volver para enfrentarme a los deberes, pero es que antes del club estuve viendo una serie y se me fue el tiempo volando.

—¿Ah, sí? ¿Qué serie estás viendo? Yo estoy muy enganchado a una que se llama Years and years, ¿La has visto?

—Ay, sí, ¡me ha encantado! Me la recomendó Nuria, de la librería, de hecho. Ahora estoy viendo Lucifer con mi madre. Sí, no me mires así, estamos los dos muy enganchados, la verdad.

—Puf, no me extraña, es que Tom Ellis está muy bueno… —Y, tras decir esto, fijó su mirada en Daniel para ver su reacción, con una media sonrisa que estaba a punto de borrar al no escuchar nada de él. ¿Se habría equivocado con Daniel? Su gaydar solía funcionarle, pero ¿y si Daniel no había salido del armario todavía o no quería reconocer lo que él veía claramente? Le había observado en el instituto, no solo en el club. De hecho, se apuntó al club para intentar conocerle un poco más, pero a lo mejor había estropeado esa oportunidad.

Daniel bajó su mirada al suelo. Su mente funcionaba a toda prisa. Estaba claro que Álex le acababa de decir sin palabras que le gustaba un hombre. ¿Qué hacía? Su corazón latía a mil por hora. Por un lado, pensaba en Carlos y sus pecas, sabiendo que nunca le iba a hacer caso. Por otro, los ojos con la línea de maquillaje negro de Álex, que le daban ese aire un tanto gótico de malote que tanto le gustaba, se le habían clavado en la mente. Tomó una decisión.

—¿Verdad que sí? Pero si te gusta también, vas a tener que pelearte por él, porque mi madre, la madre de Nuria y yo estamos como locos por él —contestó provocando una carcajada en su nuevo amigo.

—Vale, uf, pensé que la había cagado, Dani. Vale, vale, espera que cojo aire que me estaba empezando a poner muy nervioso.

—Yo creo que me estoy poniendo nervioso ahora. Eres la primera persona que sabe oficialmente que soy gay, además de mi madre, claro. Salí del armario el curso pasado y, bueno, digamos que el cambio de instituto se debe en parte a eso.

—¿En serio? Ya lo siento. Aquí yo no he tenido nunca problemas, aunque ya sabes que nunca se puede estar seguro del todo. Tres Cantos, aunque es muy moderna, es una ciudad muy conservadora. Solo los amigos de Rodrigo me han insultado de vez en cuando, pero qué se puede esperar de ellos, son de los que van con la banderita verde los fines de semana por la avenida de Colmenar. El año pasado en las fiestas un chico llevó una bandera arcoíris consigo y fue insultado y la gente se metió con él en las redes sociales. Ya sabes, lo típico de «yo no soy homófobo, pero esas cosas mejor en sus casas». En fin, menos mal que acaban de crear la asociación Tres Cantos Entiende; si quieres, puedes venir conmigo a la siguiente reunión, la verdad es que la gente que va es muy maja.

El autobús de Álex pasó de largo ante su mirada. Decidió coger el siguiente y se sentaron uno frente al otro en un banco cercano, charlando. Detrás de ellos, sin que se dieran cuenta, apareció Nuria llevando cajas de cartón al contenedor. Cuando levantó la vista y los vio estuvo a punto de unirse a ellos, Álex le había parecido majo durante la reunión. Pero su instinto le dijo que lo mejor era dejarlos solos. Era la primera vez que veía una luz de emoción en los ojos de Daniel desde que le conocía. Y eso la hacía feliz.