14
El miércoles era el día de la semana que menos le gustaba a Nuria, tenían una hora más de clase al mediodía, y no era otra que la de don Gabino. Estaba segura de que se iba a quedar dormida, porque había estado leyendo hasta muy tarde la noche anterior y comenzaba a notar el sopor a pesar de estar solo en tercera hora. Estaba tan cansada que ni hablaba en las clases; seguro que los profesores suspiraban aliviados al no escuchar su incesante parloteo.
Tocó el timbre de cambio de clase y apoyó la cabeza en la mesa para dormitar hasta que llegase Fermín. A su alrededor podía escuchar a sus compañeros hablando y gritando, levantándole dolor de cabeza. Cerró los ojos e intentó desconectarse, pero no lo logró, alguien tocó su hombro.
—Bella durmiente, tenemos que hablar —le susurró Daniel al oído.
—¿Eh? —contestó Nuria bostezando y estirándose a la vez—. Ay, con el sueño que tengo, lo que tiene que sacrificarse una por sus amigos. A ver, cuéntame.
—No, aquí no, ¿nos vemos en la biblioteca a la hora del patio?
—Uy, qué misterioso —contestó Nuria desperezándose del todo—. Vale, nos vemos allí entonces.
No pudieron hablar mucho más porque enseguida llegó el profesor y cerró la puerta. No parecía tan contento como en otras ocasiones, parecía más bien preocupado. Dejó un cuaderno y un libro en la mesa del profesor y suspiró.
—Fermín, ¿estás bien? —preguntó Lucía, extrañada ante la apatía del profesor.
—Sí, hija, sí. Estoy triste, la verdad. Acabo de escuchar en la radio una tertulia sobre la sentencia a la Manada5 y todavía me cuesta leer y escuchar comentarios que les defienden. ¡Es una vergüenza!
—¿Crees que les reducirán mucho la condena, Fermín? —preguntó Nuria preocupada.
—Me gustaría pensar que no, pero conociendo cómo se han aplicado las leyes a otros casos similares, no tengo mucha fe. Es que con un abogado y unos jueces que no reconocen la violación porque, como decían algunos, ella rehízo su vida después, te puedes esperar cualquier cosa.
—Pero ¿qué mierda es esa? —preguntó Nuria poniéndose de pie a la vez que se tapaba la boca—. Uy, perdón, Fermín, que se me ha escapado. Es que me indigna que la gente diga esas cosas. Pero, vamos a ver, ¿es que quieren que se quede encerrada en casa toda la vida?
—Perdonada, entiendo la situación. Exacto, es lo mismo que opino yo. No se puede detener la vida por culpa de otros, sería hacerles ver que han ganado, que no solo te han humillado el cuerpo, sino también la mente.
—Pero lo que no entiendo es cómo puede haber gente que no vea clara la sentencia posible. ¿Qué quieren, que esté muerta para demostrar que opuso resistencia? Porque es lo que le hubiese pasado si hubiese intentado algo contra cinco hombres que le doblaban en fuerza y tamaño —preguntó Lucía.
—Exacto. Si no les condenan con todo el peso de la ley, estarán dando un mensaje horrible a la sociedad, sobre todo a vosotros, chicos —explicó Fermín abriendo su mano como un abanico al dirigirse a ellos—. ¿Qué creéis que os diría?
—Que violar sale gratis —contestó Rodrigo—, y no lo digo como gracia, que conste.
—Exacto, a las chicas les dice que se quedan sin ayuda; a los chicos, que pueden hacer lo que quieran. Es horrible, horrible. Y lo peor es que cada vez hay más casos que les imitan porque ven que no hay castigo o el castigo es mínimo.
Nasha, que se había mantenido en silencio, levantó la mano y preguntó con voz temblorosa si podía ir al baño. Cuando la respuesta fue afirmativa, salió corriendo, rompiendo a llorar en el pasillo sin que la vieran, incapaz de contener las lágrimas más tiempo.
Como tardaba en volver y se había ido tan rápido, Nuria pidió permiso para salir a ver si su amiga se encontraba bien.
En el baño, Nasha estaba apoyada en uno de los lavabos, llorando a moco tendido y sin parar de temblar. Nuria entró y se quedó parada en la puerta del baño aturdida ante la imagen de su amiga sufriendo. Dudó unos instantes, pero entonces se acercó a ella y la abrazó sin decir nada.
Nasha se fue calmando poco a poco en sus brazos, dejando que solo los hipos que salían de su boca se oyesen entre sollozos aislados. Escuchar a Fermín hablar de esos animales le había recordado demasiado a Óscar. Nadie sabe cómo se siente uno de indefenso ante una situación así, da igual que sean uno o cinco los que te atacan. Una mujer está absolutamente en sus manos, y ella tiene una cicatriz para demostrarlo.
—Ay, lo siento, Nuria, es que…
—Shhh, Nasha, tranquila, no hables, no importa, llora si lo necesitas, llorar es bueno.
—No, está bien. Creo que necesito contárselo a alguien. Mis padres tienen razón, debería ir a un psicólogo. No he querido hablar con nadie desde que pasó y necesito sacármelo de dentro. Pero duele tanto hablar de ello. Antes de contártelo, quiero que veas una cosa —dijo mientras se levantaba la camiseta, dejando ver su cicatriz.
—¡Madre mía! ¿Pero qué te pasó?
—¿Recuerdas mi relato sobre el miedo para el taller de escritura?
—No, no, no puede ser verdad, ¿todo eso te pasó a ti? —preguntó Nuria sorprendida.
—Sí, pero realmente fue mucho peor, porque no solo estuvo mi ex allí, también sus amigos. Si no llega a ser por el fuego, me hubiesen violado todos. Tengo esta marca en el estómago para siempre. Muchas veces la toco y la odio, pero luego pienso que no, que la tengo que querer porque en cierto modo es mi recuerdo de que estoy viva, de que pude no estarlo si se hubiesen salido con la suya.
—No sé qué decir, Nasha, lo siento muchísimo. Siento que hayas tenido que pasar por algo así, nadie lo merece.
—Bueno, como he dicho, estoy viva. Creo que voy a hablar con Fermín, se me ocurre que como estamos en clase de Lengua y Literatura, podemos utilizar esto para hacer un trabajo sobre el tema, buscar poemas feministas, escribir relatos, etc., ¿qué te parece?
—¡Seguro que le gusta! ¿Quieres que volvamos ya?
—Sí, creo que ya estoy mejor. Déjame que me lave la cara un momento para que se quiten las lágrimas y volvemos.
Entraron en clase como si nada. Se sentaron en sus sitios y propusieron la idea que habían tenido en el baño. A Fermín le gustó mucho, y encajaba con lo que había pensado por la mañana al escuchar la radio, por eso había llevado un libro de poemas a clase.
—Como estamos estudiando a Sor Juana Inés de la Cruz, os propongo recitar una de sus poesías llamada «Hombres necios». ¿La conocéis?
—¡Yo sí! —exclamó Nasha.
—Por supuesto, como siempre tiene que ser la empollona la que sepa todo —dijo Rodrigo en voz alta.
—Pues si tanto te molesta, di tú algo para variar que no sean estupideces, Rodrigo —contestó molesta.
—Haya paz, chicos. Y mira, Rodrigo, ahí Nasha tiene razón, si no vas a decir nada constructivo, mejor no digas nada.
—Gracias, Fermín —contestó volviéndose hacia Rodrigo para sacarle la lengua.
—¿Qué tienes, tres años? —murmuró él en voz baja resoplando.
—¿Alguien más lo conoce o lo quiere leer? —preguntó el profesor.
—Yo lo conozco y me encantaría leerlo, si puede ser —contestó Nuria—. Este poema es uno de los favoritos de mi madre. El día de la mujer siempre lo leemos juntas. Dice que parece mentira cuánta razón sigue teniendo a pesar de llevar escrito más de trescientos años, esta mujer fue una adelantada a su tiempo. Bueno, empiezo:
«Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:
si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?… »6
Y así, recitando, se terminó la clase. Nasha recogió sus cosas lentamente, sintiendo que el nudo que llevaba casi permanentemente en el estómago desde que tuvo esa horrible experiencia se aflojaba un poquito. No mucho, todavía lo sentía allí apretando y haciendo que a veces fuese difícil respirar, pero lo bastante como para saber que no servía de nada guardar esos recuerdos dentro, necesitaba hablar con una profesional que la ayudase a librarse de ellos. No se encontraba muy bien, así que se quedó en clase leyendo esperando que no la encontrasen los profesores y la obligasen a bajar.