Prólogo
Cuando una serendipia se cruza en nuestro destino, no somos conscientes en ese momento de que la vida está tomando un nuevo rumbo. Puede ser que acabemos de conocer al que será nuestro mejor amigo o encontrar un billete de diez euros cuando nos han robado la cartera y necesitamos el dinero para coger el bus que nos lleva a esa entrevista de trabajo que será decisiva. En mi caso, no descubrí la penicilina ni encontré dinero: Encontré una librería. Ajá, sí, como lo estáis leyendo. ¿Qué tiene de especial eso? Normal que os lo preguntéis, hoy en día es casi algo vintage pisar una. Bueno, lo mío no va por modas, se debió más bien a la necesidad de comprar los libros de lectura del instituto y decidirme por la primera que me mostró Google que no me pillaba lejos de casa.
Ahora me suena a cachondeo del destino que el nombre de la librería fuese precisamente Serendipias. En aquel momento no tenía ni idea de lo que significaba el nombre, y tuve que apuntarlo en un papel porque no estaba seguro de si me iba a acordar de cómo se llamaba si me perdía. Y no es que sea tonto, es que para los que no hayáis estado nunca en Tres Cantos, esta ciudad es un maldito laberinto dividido en sectores peatonales donde para encontrar el número de un portal, tardas casi tanto como Ulises en volver a Ítaca y es tan difícil como las doce pruebas de Hércules. ¿En qué estaban pensando cuando decidieron no poner nombres de calles al construir la ciudad y hacer todo tan peatonal? Que sí, que es muy bonito, no lo niego, pero es una locura para situarse como vengas de fuera. Es como si Tres Cantos solo se dejase conocer a los que viven aquí, quizá eso diese pie a una novela de ciencia ficción… En otra ocasión quizá.
Dejadme primero, antes de que os cuente qué ocurrió, que os explique algo sobre mí. Podría decorar un poco mi presentación para parecer más interesante, pero si algo he aprendido con la historia que os quiero contar, es que ser uno mismo es importante, así que no os voy a engañar: me llamo Daniel Otero, tengo dieciséis años y voy a 4º de la ESO. Tengo altas capacidades, vamos lo que la gente suele llamar ser superdotado. No mola tanto como decir que eres capitán del equipo de fútbol, pero sí soy capitán del equipo de la Lego League del insti. ¿Sabéis que somos los mejores del mundo? Bueno, friki fardeo aparte, esto que puede no parecer importante, el tener altas capacidades, me ha fastidiado la vida bastante hasta hace relativamente poco.
Los AACC somos los incomprendidos de todos los centros educativos, los que damos miedo porque nadie sabe cómo lidiar con nosotros, los que «como van bien, para qué vamos a adaptarles nada». Somos un grano en el culo para muchos profesores porque les ponemos en situaciones incómodas con nuestras preguntas; pero mirad, yo qué queréis que os diga, no lo hacemos con mala intención. Es que, como casi nunca nos adaptan nada, nos aburrimos como ostras y nuestra mente da mucho de sí… Recuerdo que en uno de los centros a los que fui en primaria me pasé casi todo el año castigado en el pasillo por hablar. Mi madre ya estaba desesperada de pedir tutorías para rogarles que me adaptasen el temario o me adelantasen un curso. Como no sacaba sobresalientes (¿si me aburría cómo querían que los sacase?) decían que no hacía falta y que además para adelantar un curso debía saber el contenido del curso superior y, obviamente, no era el caso. Que digo yo, que antes de saber un contenido tendré que estudiarlo, ¿no? A lo mejor por ciencia infusa… En fin, las maravillas del sistema educativo español… ¡Menos mal que en este instituto hacen muchas cosas para nosotros!
Como veis, mi mente empieza hablando de una cosa y se va a otra continuamente; os tendréis que acostumbrar, lo siento. Bueno, sigo. Os contaba que lo pasé mal hasta hace poco, hasta que encontré a un grupo de gente con la que por fin pude sentirme cómodo, sin tener que esconder mis conocimientos ni fingir que me gustaban cosas que en realidad odiaba (hola, no me gusta el fútbol, solo jugaba para evitar las collejas que me daban si me quedaba leyendo en el patio). Y no habría conocido a ese grupo de lectores si no hubiese sido por la librería. Y aquí vuelvo al principio, encontrar la librería Serendipias fue… sí, una serendipia en sí misma, que acabaría llamando a muchas más con el paso de los días.
He elegido la tercera persona, el narrador omnisciente, para justificar saber cosas que, aunque muchas las he vivido y otras muchas me las han contado el resto de los protagonistas, no podría saber de otra manera. O, como dice nuestro profesor de literatura, Fermín, me convierte en el Dios absoluto de mi novela, y así puedo jugar con qué piensan, qué sienten. En fin, que me parecía mejor para que los lectores pudiesen tener una visión global de la historia y no solo mi punto de vista. Hasta aquí la explicación.
Y ahora sí, repetid conmigo Se-ren-di-pia. Una de las palabras más bonitas del mundo. Como croqueta, os lo digo yo. Y si no, leed, leed, que como buenos cotillas que somos todos en el fondo (y no tan en el fondo), seguro que os morís por conocer un trocito de nuestras vidas.