20
Daniel era gay. Se lo había olido, pero el confirmarlo con sus propios ojos al leer el mensaje en su móvil había hecho que su cerebro empezase a funcionar a mil por hora. No podía ser, otro más que saldría del armario y no pasaría nada. No podía permitirlo. ¿Qué se habían creído él y Alejandro? ¡Paseando su amor por las calles como si nada! ¡Un amor desviado, pervertido, indecente!
—¡Es un maricón de mierda, Montse! ¡Qué asco!
—¿Pero qué has visto en su móvil, Rodrigo? ¿Estás seguro?
—Que sí, tía, que se estaban mandando mensajes de amor, casi vomito, te lo juro.
Rodrigo paseaba impaciente por el salón de Montse, llevándose las manos a la cabeza con desesperación. No podía permitirlo, lo tenía clarísimo, pero ¿qué podía hacer? Llamaría a sus amigos, a ver si se les ocurría algo, tenían que darles un susto. Si querían ser abominaciones, que lo fuesen en sus casas, no en la calle, alegremente delante de todos.
—Pues vaya, bueno, supongo que no es tan malo, ¿no?
—¿Que no es tan malo? ¿Que no es tan malo? ¡Es asqueroso!
—Bueno, te estás poniendo un poquito dramático, Rodrigo, ¿no crees? A ver, que yo soy poco espabilada para estas cosas porque hasta pensaba que le gustaba, pero de ahí a hacerle algo va un trecho. ¿Qué más te da a ti?
—¡Mucho! —le gritó intimidándola—. ¡No lo entiendes! ¡No puedes entenderlo!
Montse le miraba asustada desde el sofá. Sabía que Rodrigo era muy tradicional en algunos temas, y que no le gustaban los extranjeros, pero de ahí a reaccionar como un loco porque su amigo fuese gay iba un trecho. ¿Qué le estaba pasando? Un escalofrío recorrió su espalda.
—Rodrigo, vale, tienes razón, pero tranquilízate un poco, por favor. Ven, anda siéntate conmigo y vamos a hablar las cosas, dime qué quieres hacer.
Rodrigo la miró unos instantes y se acercó al sofá. Nunca podría contarle el motivo real a Montse, era imposible que ella lo entendiese y no sintiese que la había utilizado. Resopló y se dejó caer a su lado. Como en cada ocasión, cuando ella lo rodeó con sus brazos, tuvo que luchar contra la tentación de apartarse, pero no podía, tenía que obligarse a quedarse quieto, fingir que lo disfrutaba. Antes de que ella intentase besarle, la detuvo diciendo:
—Creo que podríamos hacer una pintada en el patio por la noche, así cuando vayan a clase, no habrá dado tiempo a borrarla, eso estaría bien.
—Ummm, pero yo creo que si lo haces en el instituto, todo el mundo va a saber que has sido tú y se te va a caer el pelo, ¿merece la pena?
—No, no, llamarían a mis padres, es cierto, no es buena opción. Tengo que buscar otro sitio donde hacerlo, quizá en la Torre del Agua, para que lo vean todos desde el instituto, aunque tendría que ser una pintada enorme, tendré que llamar a Diego y a Pelayo para que me ayuden.
—Pero por allí pasa mucho la policía, no creo que os dé tiempo a hacerlo tan rápido sin que os pillen.
—Pero tú, ¿qué pasa? ¿Me quieres convencer para que no lo haga o qué? —preguntó apartándose de ella.
—No, no, no es eso. Es que no quiero que acabes metiéndote en más líos. Piensa en otro sitio para la pintada.
—Bueno, lo pensaré. Voy a mandarle un mensaje a estos a ver qué dicen. Seguramente se les ocurra algo mejor, tengo tanto cabreo ahora mismo que lo único que quiero es partirle la cara.
—¿Pero no vas a hacerlo, verdad? Rodrigo, que no merece la pena…
Se levantó y la miró con desprecio. ¿Por qué parecía que estaba de parte de Daniel? ¿Acaso le gustaba? ¿O temía quedarse sin alguien que le hiciese los deberes de Matemáticas? En cualquier caso, necesitaba irse de allí. No soportaba más a Montse, había cubierto su cupo por ese día.
—Ya veremos. Me marcho, tengo que llegar a casa antes de que vuelva mi padre —dijo dirigiéndose a la puerta y abandonando la casa con un portazo.
Se subió a la bicicleta que había dejado atada a un árbol y pedaleó rápidamente sin rumbo fijo. Solo quería alejarse de allí. Iba tan ensimismado en sus pensamientos que no vio a una señora mayor con el carrito de la compra y solo cuando estuvo casi encima reaccionó para no atropellarla, frenando de golpe y cayendo a un lado.
—¡Si es que no se puede ir con la bici por zonas peatonales, y menos tan rápido! ¡Animal! ¡Casi atropellas a la señora! —gritó una mujer que se acercó corriendo para ver si la anciana había sufrido algún golpe.
—Lo siento, lo siento —contestó Rodrigo malhumorado poniéndose en pie y limpiándose la porquería que se le había pegado en las manos. Le dolía la rodilla, que estaba sangrando, pero volvió a subirse a la bicicleta para marcharse de allí lo antes posible.
Se dirigió corriendo a su casa, lo último que le faltaba era llegar después que su padre, no estaba de humor para aguantarle a él también. Precisamente a él es a quien menos quería escuchar. Cenaría y diría que tenía deberes para marcharse cuanto antes a su habitación.
Dejó la bicicleta en el trastero y subió por las escaleras en lugar de utilizar el ascensor, necesitaba agotarse, soltar adrenalina. Cuando llegó a su piso, abrió la puerta y, tras gritar un saludo a su madre, se metió corriendo al baño a limpiarse la herida y ducharse. No importaba lo que pasara, tenía que estar en perfecto estado antes de las nueve de la noche porque sabía que su padre le miraría de arriba abajo como si estuviese en la mili, no quería provocarle con su inutilidad al caerse.
Mientras tanto, Montse buscaba en su móvil el teléfono de Daniel. Estaba indecisa, ¿le avisaba o no le avisaba de que Rodrigo quería hacerle algo? Al fin y al cabo, posiblemente fuese a poner solo una pintada y ya está, no creía que fuese a hacer nada más, no estaba tan loco, ¿o sí? Esperaría al día siguiente para ver si pasaba algo. Cuando Rodrigo estuviese más calmado, volvería a hablar con él, seguro que le quitaba de la cabeza esa tontería.