EJERCICIO DE ESCRITURA: LOS MIEDOS.
A través de personajes ficticios, elabora un relato de no más de 1000 palabras en el que plasmes el miedo. ¿Qué es el miedo para ti? ¿Qué o quién lo representa? Puede tratarse de algo muy concreto como una araña o algo abstracto como nuestras propias inseguridades. ¡Déjate llevar!
Daniel: Miedo a los profesores.
Cuando Pablo se levantó aquella mañana, no recordó lo que se le venía encima. Se frotó los ojos con pereza, buscó las gafas a tientas en su mesilla de noche, maldiciendo cuando no las encontró y se tuvo que poner a cuatro patas palpando el suelo con las manos hasta encontrarlas. Se las puso y bostezó. Se había quedado leyendo la noche anterior hasta muy tarde y estaba muerto de sueño.
Entró en la cocina y allí vio a su madre tomándose un tazón de cereales, quien, al verlo, se puso de pie y le dio un gran abrazo y un beso en la mejilla.
—Hoy es el día, Pablo, pero no quiero que te preocupes, lo vas a hacer genial.
Pablo se sentó frente a su madre y se llevó las manos a la cabeza, pasándolas por el pelo una y otra vez con nerviosismo. Odiaba los exámenes con toda su alma. Y no porque no estudiase, eso era lo de menos. Simplemente, se bloqueaba.
—¿Por qué no pueden evaluarnos de forma diferente a los que tenemos altas capacidades, mamá?
—Hijo, ya hemos hablado muchas veces de ese tema, España no está preparada para lidiar con estudiantes como vosotros.
—¡Pero no es justo! Yo sé todo lo que estamos dando, incluso mucho más, ya lo sabes, pero no sé qué me pasa en los exámenes, mi cabeza no va, se bloquea, lo ve tan sencillo que no le presta atención, ¡yo qué sé!
La madre de Pablo cogió su mano y cerró los ojos. Era muy frustrante ver a su hijo sufrir por algo que debería ser muy sencillo para él. Cuando le diagnosticaron con altas capacidades, pensó que iba a ser todo más fácil académicamente, que sería un niño sin problemas, de dieces… ¡qué equivocados habían estado! Con el paso de los años, se había dado de bruces con innumerables profesores que no solo no creían en su hijo, sino que le humillaban en clase, burlándose de él delante de sus compañeros. Nunca creyeron que tuviese altas capacidades porque no sacaba todo sobresaliente, y así se lo hicieron saber muchas veces. No tenían tiempo para él, porque tenían más de treinta alumnos en clase, y bastante tenían con ayudar a quien no llegaba. Pablo se aburría muchísimo porque no le dejaban ir a otro ritmo, no podía investigar, crear, no podía hacer nada que se saliese de lo que el profesor creía que era lo correcto.
—Pablo, escúchame —pidió su madre—. Yo creo en ti. Sé que todo va a ir bien porque sé lo que vales. Estoy segura de que en algún momento vas a tener un profesor que de verdad crea en ti, que vea todo el potencial que tienes.
—¡Pero voy a perder la beca!
Pablo se levantó con brusquedad y se dirigió a su habitación. Se vistió con lo primero que encontró tirado por el suelo, cogió su mochila y se fue de casa dando un portazo para dirigirse al instituto.
Su mente parecía un avispero, con miles de ideas dando vueltas que requerían su atención. Había tantas cosas que le interesaban que muchas veces se sentía abrumado ante la falta de tiempo que había para aprender todo y se bloqueaba, no sabía qué hacer primero. Se había acostumbrado a no destacar en clase, a no preguntar nunca, a simular que no sabía la respuesta a pesar de que la sabía antes de que el profesor de turno terminase de formularla. Estaba harto, cansado de todo. Quería terminar la ESO para hacer el bachillerato internacional, que era otra forma completamente diferente de aprendizaje, más «europea», sin apenas exámenes, con proyectos, trabajos, donde se fomentaba la investigación. Para entrar en ese bachillerato se requerían notas buenísimas, y a él la media casi no le llegaba, necesitaba sacar muy buena nota en el examen de Matemáticas para poder llegar al mínimo que pedían. Si no lo lograba… no quería ni pensar lo que iba a ser de él.
Cuando llegó a clase y le repartieron el examen se quedó mirando las preguntas un buen rato. No entendía nada de lo que ponía. ¿En qué idioma estaba escrito? Observó a la profesora, que se había puesto a leer una revista. Desvió la mirada al resto de compañeros de clase, que se afanaban en contestar su examen a toda prisa. ¿Se trataba de una broma? Volvió a intentar leer su examen, pero nada parecía tener sentido. Cerró los ojos y suspiró. Tenía una mente brillante, pero en el instituto parecía un adolescente con problemas de aprendizaje porque nadie había sabido cómo hacer que pudiera usar esa inteligencia, maldita ella, que supuestamente tenía.
Abrió los ojos y, cuando lo hizo, las palabras parecieron moverse y recolocarse de forma que pudo comenzar a entender lo que se le estaba pidiendo que contestase. Se puso a ello, pero sabía que no le daría tiempo a terminar. En fin, haría lo que pudiese.
Pasó el tiempo y llegó el momento de entregar el examen. Cuando llegó su turno, la profesora le dijo que no se marchase.
—Siéntate, voy a corregir el tuyo el primero. Si eres tan listo como tu madre no para de decirnos, lo habrás hecho a la perfección, aunque lo dudo.
Pablo se sentó en silencio con la cabeza gacha y un dolor cada vez más grande en el estómago. Necesitaba aprobar ese examen. No tendría el expediente académico más brillante, pero en el resto de apartados de la solicitud de la beca, como el ensayo que debía escribir, destacaría como el que más.
—Lo que yo pensaba —dijo de repente Mariana, la profesora—. No tienes ni idea. ¿Altas capacidades? Me he cansado de decirle a tu madre que no las tienes y esto lo demuestra: es absolutamente imposible que un alumno que saca un dos en un examen de mi asignatura tenga altas capacidades.
Pablo se levantó y dio un empujón a la silla, dejando a la profesora con la palabra en la boca. Salió corriendo de allí y no paró de correr hasta que algo chocó con su cuerpo, haciendo que saliera volando y acabara tirado en la carretera. Le había atropellado un coche, que no había visto al cruzar.
—¿Estás bien? Dios mío. ¡No te vi, saliste de repente de la acera! Ni siquiera es un paso de cebra. Dime algo, por favor, mi mujer está llamando a la ambulancia. ¿Cómo te llamas?
Pablo cerró los ojos y sintió cómo su mente, por primera vez en su vida, iba silenciándose, como si un motor se estuviese apagando dentro de su cabeza. Qué paz, apenas escuchaba nada a su alrededor. Sentía que le tocaban, pero las voces iban desapareciendo.
Hasta que, por fin, en su mente, solo quedó el silencio.
PS. Profe, sé que me he pasado por unas cien palabras, pero es que quería contar todo eso…
Nota de la profesora: Me has puesto la piel de gallina con tu relato, y me ha invadido una rabia…es casi lo mismo que me ha pasado a mí con mi hija y sus profesores…