22
Tumbada en su cama con los ojos cerrados, Nasha escuchaba a The Chainsmokers, su grupo favorito. Intentaba relajarse después del mal humor que se le había puesto por la tarde por culpa de Rodrigo. ¿Cómo podía ser tan gilipollas? Cambiaba de humor constantemente, igual que de forma de comportarse. Tan pronto era un chico estupendo como se convertía en un capullo insoportable.
Unos golpes suaves sonaron en la puerta de su habitación, su madre.
—¿Se puede? —preguntó entrando sin esperar la respuesta de Nasha, que permaneció en la cama sin inmutarse—. Nasha, ¿te ha pasado algo hoy en el instituto? Llevas toda la tarde encerrada y me preocupa…
—No, mamá, no es nada, es que tengo el día tonto.
—Ya, claro. ¿Tiene algo que ver con Barcelona?
—¡No! De verdad, mamá, no puedes pensar que cada vez que me encuentre mal por algo sea culpa de lo que me pasó allí, no tiene nada que ver.
—Ya, bueno, disculpa. Es que como ya has dado el paso de ir a la psicóloga, me preocupa que en ocasiones lo revivas y te encuentres mal. Quizá debería hablar también con Ana y que me aconseje a mí cómo llevar la situación, porque es cierto que estoy alerta todo el día contigo.
—Pues mira, igual es buena opción —contestó Nasha de forma cortante.
—No tienes que tomarla conmigo, hija. Ponte tú en mi lugar por una vez, ¿cómo te sentirías si tu hija hubiese estado a punto de morir quemada cuando su novio intentó violarla? ¿Crees que es fácil para papá y para mí? Pues no lo es, Nasha, es muy duro. No te queremos agobiar, fingimos que todo es normal, pero por dentro estamos aterrados de que te vuelva a pasar algo.
Nasha apagó el reproductor de música y la habitación se quedó en silencio durante unos minutos en los que madre e hija tan solo se miraban sin saber qué más decir.
—Mamá, yo… lo siento. La verdad es que no había pensado nunca en cómo os sentíais vosotros, solo me centraba en mí misma… —No pudo continuar porque comenzó a llorar desconsolada.
—Shhh, shhh, tranquila, cariño. Claro que tienes que pensar en ti misma, tú fuiste la víctima y eres la persona más importante de esta familia ahora mismo. Sabes que te queremos tanto que una vida sin ti junto a nosotros no sería lo mismo. Solo quería que supieses que nosotros también lo pasamos mal por ti, estábamos aterrados en el hospital, pensábamos que íbamos a perderte porque al principio no nos daban apenas información cuando te metieron en el quirófano. Y cuando dejaron libre a Óscar porque no había habido violación, estuve a punto de ir y darle su merecido yo misma, fíjate lo que te digo. No entiendo cómo funciona este sistema judicial, que hasta que la mujer no muere a manos del violador parece que no se dan cuenta de que la persona en cuestión es peligrosa.
Nasha entrelazó los dedos de la mano de su madre con los suyos. Le gustaba el contraste de colores: oscura y sedosa la de su madre, color café con leche la suya. Y completamente blanca la de su padre, siempre le decía que estaba descolorido. Eso le hizo sonreír.
—Mamá, ¿te puedo hacer una pregunta?
—Claro, dime.
—¿Tú lo has pasado muy mal por ser negra cuando eras pequeña? ¿Se metían mucho contigo?
La pregunta pilló por sorpresa a su madre, que pensaba que el estado de ánimo de Nasha se debía a lo ocurrido con su exnovio, que tanto había hecho sufrir a la familia.
—¿Están metiéndose contigo aquí, Nasha?
—Bueno, no más de lo normal, ya sabes, el típico idiota que se hace el gracioso, nada de lo que preocuparse, es solo que tengo curiosidad, no me has hablado mucho de tu infancia en Sudáfrica.
—¿A qué viene esto ahora? ¿Por qué cambias de tema, cariño? ¿Seguro que no es algo más serio?
—No, no es algo peligroso, no te preocupes. Un chico de mi clase la tiene cogida conmigo, pero no lo entiendo, porque a veces es un tío majísimo y otras se comporta como un verdadero imbécil racista.
—Pues sí es extraño, es como si tuviese dos personalidades diferentes dependiendo de la situación.
—Para extraños, sus padres, mamá, he alucinado porque en su casa el padre tenía una foto dándole la mano a Franco y a su madre casi le dio un ataque al corazón cuando me vio. Creo que parte de su comportamiento racista viene de ellos, pero cuando estamos solos no es mala persona, es lo que no entiendo. A veces siento que quiere decirme algo, no sé, como hoy, que hemos ido a por un cuaderno a su casa que tenía escondido en el que escribía algo que me quería enseñar, pero al final hemos discutido y cada uno hemos venido a nuestra casa.
—Bueno, cada persona necesita su tiempo, Nasha. Si no crees que sea peligroso, no me preocupo más, confío en ti y en tu criterio. En el momento en que te notes insegura me avisas y hablo con el instituto para que estén atentos y no os pongan más a trabajar juntos. Quizá lo pase mal con su familia porque se vea obligado a ser de una forma que no es realmente, eso tiene que ser muy frustrante.
—¿Como la gente que ayudaba a los negros en Sudáfrica cuando eras pequeña? ¿Me cuentas cómo fue vivir allí?
—Bueno, la verdad es que no hay mucho que contar…
—Venga ya, mamá, claro que hay mucho, viviste allí durante el Apartheid.
—Pues es que creo que con eso se explica todo, ¿no? Había mucha diferencia entre blancos y negros, no se nos permitía entrar en ciertas ciudades, usar los mismos autobuses que a los blancos, ya sabes, ha salido muchas veces en la televisión.
—Ya, eso lo sé, me refiero a cómo te afectó a ti, porque a veces pienso que después de vivir en esa situación, lo lógico hubiese sido que te hubieses casado con un hombre negro, no sé, pero elegiste a papá, que es como una nube blanca.
—Bueno, es que como te hemos enseñado desde pequeña, yo creo que todos somos personas, da igual el color. En Sudáfrica vivíamos justo en la zona límite entre el barrio de negros y de blancos, y tuve la suerte de conocer a buenas personas blancas. El jefe de mi padre era un afrikáner que no estaba de acuerdo con las leyes de segregación y trataba muy bien a sus empleados negros. Yo me hice muy amiga de su hija, de hecho, todavía mantenemos el contacto, tú la conoces, es la amiga a la que llamas tía Sally. Por supuesto, no era lo común, y el problema era que generaba mucho resentimiento contra los blancos. También viví situaciones frustrantes. Por ejemplo, ¿por qué no podía ir al mismo colegio que mi amiga o salir con ella a bailar cuando éramos adolescentes? También ella tenía amigos blancos que no entendían cómo podía ser amiga de la sucia negra con la que la veían a veces en el jardín de su casa. Y yo tuve suerte porque viví allí cuando las leyes se fueron abriendo un poco y el apartheid llegaba a su fin. Mis padres no lo tuvieron tan fácil de pequeños, todas las leyes eran mucho más restrictivas.
—Pues vaya, no me imagino vivir así, la verdad. Me alegro de que todo eso terminase, me indigna cuando la gente se empeña en hacer diferencias por el color de la piel. En fin, creo que hablando me siento mejor. Gracias, mamá.
—Gracias a ti por hablar conmigo, cariño —contestó su madre dándole un abrazo—; siempre que lo necesites, aquí me tienes. A lo mejor tu amigo lo que necesita es saber que puede hablar contigo para desahogarse, no sé. Si como dices es una persona maja cuando está contigo, merece la pena intentarlo, ¿no crees?
—Pues sí, tienes razón. Lo que pasa es que me desespera tanto con sus cambios de personalidad, que a veces me digo que no quiero verle más. Intentaré hablar con él a ver si consigo que se abra un poco conmigo.
Su madre abandonó la habitación con una sonrisa. No era fácil hablar con adolescentes y temía que Nasha se encerrase en sí misma cuando se encontraba mal, pero parecía que la psicóloga estaba haciendo un buen trabajo.
Nasha cogió el móvil y mandó un mensaje a Rodrigo:
«Rodrigo, creo que tenemos que hablar, ¿qué te pasa realmente? ¿Hay algo que quieras contarme? Aunque me cueste decirlo porque ni yo entiendo por qué sigo confiando en ti, quiero que sepas que me puedes llamar cuando quieras».
No obtuvo respuesta, así que se dejó caer de nuevo en la cama, cogió un libro, e intentó olvidarse de su amigo por un rato y centrarse en la historia que estaba leyendo, aunque tampoco lo logró, porque a los pocos minutos volvió a recibir un mensaje:
+34606…
Nena, ya te vale, me estoy cabreando de verdad. Lo nuestro es amor verdadero, déjame por lo menos que te vea una última vez para despedirnos en condiciones, por favor. Ya sé dónde vives ahora, se lo escuché a Julia el otro día. Voy a verte y hablamos, no puedo vivir sin ti
Nasha soltó el móvil de golpe y se puso de pie. Esta vez no se lo podía callar, Óscar había llegado demasiado lejos. Cogió aire y, sin dudarlo esta vez, volvió a gritar para llamar a sus padres:
—¡Mamá! ¡Papá! ¡Venid, por favor! ¡Rápido, rápido!
Su madre apareció a los pocos segundos extrañada, ya que habían estado hablando hacía poco rato. Su padre se sumó a ellas y entonces, cuando estuvieron juntos, sin decir nada más, Nasha les enseñó el mensaje del móvil.