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Cuando abrieron la puerta del instituto, entraron todos juntos hablando, como habían planeado. Álex cogía la mano de Dani con fuerza. Él ya había salido del armario hacía tiempo, pero su novio se tenía que enfrentar a esa experiencia obligado y no era algo agradable. ¿Qué le importaba a la gente de quién estuvieses enamorado? Se pararon frente a las taquillas para hacer tiempo. ¿Dónde estaba Rodrigo?

Como habían imaginado, hubo todo tipo de reacciones. La gran mayoría los miraba y pasaba de largo, como si no fuese nada especial. Otros pocos no podían evitar cuchichear entre risitas y codazos. No había ni rastro de Rodrigo ni de sus amigos, ¿qué se traerían entre manos? Seguro que algo estaban planeando, de eso estaban seguros.

Don Gabino apareció por el pasillo y todos entraron a clase como flechas, nadie quería sufrir sus comentarios sarcásticos y encima tener partes o puntos negativos por protestar. Dani se despidió de Álex con un beso rápido, ya que estaba en otra clase, y ocupó rápidamente su asiento. La hora pasó lenta, como cada clase de este profesor que apreciaba más el silencio en el aula que el aprendizaje real de sus alumnos.

Daniel sabía que Montse le miraba de vez en cuando, pero él prefería fijar la vista en su cuaderno. No sentía ganas de hablar con ella, que salía con Rodrigo. ¿Qué podía decirle? «Oye, mira, tengo miedo de tu novio, mantenle ocupado».

Carlos y Nuria se escribían notas en el cuaderno. ¿Dónde estaba Nasha? Pensaban que llegaría a primera hora. Nuria sonreía. Carlos y ella eran amigos desde primaria y nunca le había visto tan enamorado como ahora. Creía que a Nasha también le gustaba su amigo, pero a veces, cuando parecía que se iban a dar la mano por fin, o sentarse más juntos de lo normal, Nasha ponía una cara extraña y se apartaba como si Carlos quemase, y eso la tenía confundida, porque en otras ocasiones la había pillado mirándole embobada. Ahora que sabía más de su historia, pensó que posiblemente se debía a la mala experiencia que había vivido con su anterior pareja. ¿Quién podía culparla por ello?

Mientras tanto, en el despacho del director del instituto, los padres de Nasha salían más tranquilos tras explicar todo lo que le había pasado a su hija y el peligro existente de que el exnovio apareciese en cualquier momento. Admitieron su error al no contar al centro nada con anterioridad, pero pensaron que estando tan lejos y con una orden de alejamiento, no pasaría nada. Gran error, por supuesto, ahora lo sabían. Hubiesen deseado que su hija confiase en ellos desde el primer mensaje de texto recibido, pero mejor tarde que nunca.

—No se preocupen, va a estar vigilada en todo momento, no permitimos que entren en el centro menores que no sean alumnos, y no saldrá hasta que entren a recogerla ustedes—confirmó el director—. Además, estaremos en contacto con la policía por si detectamos algo fuera de lo normal.

—Sí, precisamente ahora mismo vamos a ir a la Comandancia a poner una denuncia, pero queríamos comunicárselo a ustedes también para que estén alerta. Nos llevamos a Nasha para que pueda hablar con ellos y en cuanto termine la declaración la volvemos a traer. Muchísimas gracias por su tiempo.

—No hay de qué, para eso estamos, al final del día, los alumnos se convierten en parte de nuestra familia, y si ellos sufren, nosotros lo hacemos también, por difícil que pueda parecer a veces de creer. Se tiende a ver a los profesores como el enemigo, pero somos quienes pasamos más horas con ellos. Les repito que pueden irse tranquilos, Nasha estará perfectamente con nosotros.

Dispuestos a ir a la policía, se dirigieron hacia el coche y, justo cuando estaban a punto de abrirlo, Nasha se fijó en que entre su coche y el de al lado había algo. Fue con precaución por si Óscar hubiese decidido esconderse allí al reconocer el coche de sus padres, pero una mirada más atenta le desveló algo que no esperaba encontrar allí.

—¡Rodrigo! ¿Qué te ha pasado? —preguntó preocupada acercándose a él al ver las heridas y moratones que aparecían ya en su cara y su cuerpo tras la paliza de su padre—. ¡Rodrigo! Oye, me estás asustando, ¿qué te pasa?

Su madre acudió a su lado alarmada y se agachó para ver qué había alterado tanto a su hija. Cuando vio que se trataba de alguien inconsciente, volvió corriendo al instituto para dar la voz de alarma y que llamasen a una ambulancia. De inmediato salieron el director y el jefe de estudios, que reconocieron a Rodrigo y llamaron a su casa para que sus padres estuviesen al tanto. Al poco tiempo, Nasha notó cómo Rodrigo intentaba abrir los ojos, así que le cogió la mano y no le soltó hasta que llegó la ambulancia.

—Nasha—susurró Esther—. Por favor, coge el cuaderno que hay en mi mochila y escóndelo. Dentro está mi ejercicio para el taller de escritura, dáselo a la profesora, pero prométeme que no lo vas a leer hasta la semana que viene.

—Claro, te lo prometo, no te preocupes. ¿Qué te ha pasado? Me has asustado mucho.

—Nada, una pelea con unos chicos, no tiene importancia. En serio, no leas el cuento de clase, el cuaderno sí, pero solo tú, no le puedes decir a nadie qué pone. Quería contarte todo, pero no he podido, es una locura, no sé…

—Bueno, no te canses, que viene ya la ambulancia y te van a curar, ya verás. Nos vemos luego, ¿vale? —dijo dándole un apretón en la mano y dejando paso al personal de la ambulancia, que acababa de llegar—. En cuanto te den el alta me llamas y voy a verte.

Nasha subió al coche con sus padres y se marcharon una vez vieron que se llevaban a su amigo. Durante unos minutos no hablaron, hasta que por fin su madre rompió el silencio.

—¿Este era el chico del que me hablaste?

—Sí, es él. No sé qué le ha podido pasar. No me creo que unos chicos le hayan dado una paliza, por muy insoportable que sea, en el fondo creo que es de los que mucho de boquilla, pero a la hora de la verdad nada de nada.

—Bueno, supongo que luego te contará la verdad, no te preocupes.

Llegaron en seguida a la comandancia de la Guardia Civil y esperaron su turno hasta que les tomaron declaración y llevaron a Nasha de vuelta al instituto.

Una vez en el hospital, hicieron varias pruebas a Rodrigo, querían estar seguros de que no tenía algún tipo de derrame en la cabeza, ya que presentaba un gran golpe. Al salir del TAC, le llevaron a una sala en la que iba a estar en observación unas horas. Allí le esperaba su madre, quien se levantó de la silla como un resorte al verle entrar.

—Ay, mi hijo, mi hijo, madre del amor hermoso, mi niño, ¿estás bien?

—Mamá…

—Perdón cariño, yo… mi hija. Esther. Sí, Esther…

Esther miró a su madre, que se había agachado para abrazarla en la camilla y rompió a llorar. Su hija. La había llamado su hija. Por fin…

—Disculpe, ¿ha dicho Esther? —preguntó la enfermera desorientada.

—Sí, ella me ha dicho hoy que no es un chico, yo no quería saber nada, pero en cuanto me llamaron ustedes y pensé que podía haberla perdido…

—¿Estos golpes tienen algo que ver con eso? —preguntó la enfermera dirigiéndose a Esther—. Si quieres podemos hablar contigo a solas.

—No, no, no ha pasado nada, ha sido una pelea con unos chicos de mi barrio, pero no tenía nada que ver con esto.

—¿Tu madre también se ha peleado con los mismos chicos? Porque la marca de su cara no se ha hecho sola.

—No, no, es que me choqué con una puerta, no tiene nada que ver —se apresuró a contestar su madre.

—Mira, en cualquier caso, si conoces a los agresores, hay que poner una denuncia.

—No, no, por favor, prefiero no hacerlo. Si ya estoy bien, además, ha sido más el susto que otra cosa.

—Bueno, hasta que el doctor no te dé el alta, no vamos a descartar nada. ¿Has acudido alguna vez a la Unidad de Género? ¿Has hablado con tu médico de cabecera sobre la transexualidad? ¿Algún psicólogo?

—No, nada de eso, yo no sabía muy bien qué era lo que me pasaba hasta hace poco, pensé que era gay, pero lo ignoré para intentar ser normal, no quería disgustar a mi familia —contestó mirando a su madre, que no le soltaba la mano.

—Es que somos muy tradicionales, ¿sabe usted? —dijo su madre dirigiéndose a la enfermera—. Yo esta mañana lo he pasado muy mal con la noticia, pero ella es lo más bonito que me ha pasado en la vida, es una buena niña, ¿sabe? Su padre… no creo que se lo tome bien cuando se entere, me va a culpar a mí de que se haya convertido en un chico desviado…

La enfermera miró detenidamente a esa señora tan mayor. Más que la madre de la chica, parecía su abuela. Bajo el maquillaje, podía distinguir claramente los moratones que le quedaban en la cara de la que posiblemente hubiese sido la última paliza de su marido. Había visto muchos casos así. Estaba segura de que tanto los moratones de la chica como los de ella eran por causa del marido, no de un golpe de la puerta, pero si no denunciaban, no podía hacer nada.

—Dime, ¿cómo quieres que te llamemos cuando nos dirijamos a ti? Aquí pone Rodrigo, pero entiendo que has elegido como nombre Esther, ¿verdad?

—Esther, por favor, sí, no sabe lo que significa esto para mí, es algo increíble.

—Mira, cariño, te espera un camino muy duro, tienes que saberlo, y no siempre vas a encontrar profesionales que te reconozcan por tu nombre elegido, por mucho que me duela admitirlo. Pero mientras podamos hacerte la estancia en el hospital más cómoda, aunque solo sea emocionalmente, me aseguraré de que el resto de compañeros que te traten, se dirijan a ti como prefieras. —Y para mostrarle que iba en serio, le enseñó su historial, en el que había apuntado «Paciente trans, dirigirse a ella con el nombre de Esther».

—Muchas gracias, la verdad es que tengo más miedo de lo que hay fuera del hospital que de lo que me podáis hacer aquí. ¿Cómo voy a decirle a todo el mundo que soy una chica? ¿Cómo voy a poder ir a clase como una más, si me he dedicado a machacar a mis compañeros, especialmente a los gais? He sido una persona horrible, no sé cómo lidiar ahora con la bondad de los demás.

—Bueno, eso es algo a lo que vas a tener que enfrentarte tú sola, pero te voy a pasar el contacto de la asociación Chrysallis, que precisamente se dedican a ayudar a familias con hijos e hijas trans, para que no estés sola en este camino y puedan a ayudar a tus padres a entender todo por lo que estás pasando.

—Vamos a necesitarlo, sí… —contestó la madre de Esther apesadumbrada, mientras no dejaba de acariciar la mano de su hija. Su hija. Tendría que acostumbrarse a pensar en Esther y no en Rodrigo, como su hija, pero lo conseguiría.