26

 

 

 

 

Nasha llegó a clase a la hora del recreo e iba mucho más tranquila después de denunciar los mensajes de Óscar. La Guardia Civil le aseguró que emitían de inmediato una orden de detención, ya que cuando el juez dictaminó la orden de alejamiento, esta incluía la prohibición de comunicarse con la víctima. Les avisarían en cuanto le hubiesen arrestado. Se alegró de haber reunido el valor para haber hablado con sus padres y haber denunciado, sabía que no todas las víctimas lo hacían, pero no quería ser una más de la larga lista de mujeres muertas en lo que va de año y tenía pinta de que a Óscar se le había ido la cabeza y era capaz de cualquier cosa.

Encontró a sus amigos en las escaleras junto a la cafetería, así que se reunió con ellos para ponerse al día de todo lo que había pasado durante la mañana.

—¡Hola! Ya estoy por aquí, perdonad que no haya podido acudir al desayuno, es que ha pasado algo bastante gordo y tenía que solucionarlo. Y luego pasó otra cosa con Rodrigo y bueno, que hasta ahora no he podido llegar.

—¿Con Rodrigo? —preguntó extrañado Daniel—. ¿Te ha hecho algo?

—No, no, ¿no habéis visto que no ha ido a clase? Es que mi familia y yo nos lo hemos encontrado desmayado en el aparcamiento, se lo acabaron llevando en ambulancia. Tenía una pinta horrible, según él, le ha dado una paliza un grupo de chicos, pero no me lo creo, la verdad.

—Pero, a ver, ¿desmayado? ¿Una paliza? Joder, no entiendo nada, la verdad —intervino Carlos—. ¿Quién iba a dar una paliza a Rodrigo sabiendo que sus amigos son lo peorcito y luego irían a por ti? Nosotros pensamos que la paliza se la podría dar a Daniel.

—¿A Daniel? ¿Por qué? —preguntó desconcertada Nasha. En ese momento Daniel cogió la mano de Álex y le dio un beso.

—Por esto. Ayer descubrió que soy gay y estaba furioso, pensábamos que hoy iba a hacerme algo, ya fuese pegarme o, lo más probable, sacarme del armario a la fuerza delante de todo el instituto. Por eso nos hemos reunido esta mañana, vinimos todos juntos y Álex y yo de la mano para que fuese yo quien lo hiciese, no él. Así contrarrestaba un poco su mala intención, aunque sigue fastidiándome que me obliguen a hacer algo que no me apetecía hacer todavía. ¿Por qué yo tengo que salir del armario y no un hetero? ¿Hay algún momento en que los heteros digan: pues hoy os anuncio algo importante, soy cis? Es que es ridículo.

—Tienes toda la razón, Dani—contestó Nasha—, es injusto y además no es del asunto de nadie quién le guste a quién. Lo importante es que la gente sea feliz, y si tú eres feliz, yo soy feliz.

—Bueno, y a ti, ¿qué es eso importante que te ha pasado? —preguntó Álex a Nasha.

Nasha les miró a todos, cerró los ojos y respiró profundamente. Les iba a contar su historia, algo que no había hablado con nadie que no fuese Ana, su psicóloga, el director del instituto y un poco con Nuria.

—Bueno, ¿os acordáis un día en clase, cuando Fermín se puso a hablar de la Manada, que yo me fui al baño corriendo?

—Sí, es verdad —contestó Carlos, que temía lo que iba a decir Nasha a partir de ese momento.

—Bueno, pues hay un motivo para ello. Cuando vivía en Barcelona tuve un novio, Óscar. Al principio todo iba bien, yo era súper feliz, pero bueno, poco a poco la relación se fue convirtiendo en una situación de maltrato, aunque eso lo sé ahora, en ese momento no tenía ni idea de que lo que me hacía era maltrato.

—Entiendo por lo que dices que no te pegaba, que era maltrato psicológico, ¿verdad? —preguntó Nuria—. Mi madre pasó por eso con mi padre y no supo lo que le había pasado hasta después del divorcio, y fue horrible darse cuenta de ello, lo pasó fatal.

—Exacto. Los que estáis en el taller de escritura más o menos os podéis imaginar qué pasaba, lo puse de forma irónica en el relato: me vigilaba los mensajes, criticaba mi ropa, siempre elegía él todo. Y yo como una idiota, me lo tomaba como muestras de cariño.

—No, Nasha, como una idiota no, eso nunca —contestó Nuria—. El maltrato es muy complejo, y, a veces, es muy difícil de identificar. Fuiste una víctima, no eres idiota; el idiota es él, en todo caso.

—Gracias, Nuria —contestó Nasha agradecida—. La verdad es que cuando dan charlas sobre el tema en el instituto nunca prestamos atención, siempre lo vemos como un rato perdido de clase, pensamos que nunca nos va a pasar a nosotros porque somos jóvenes y esas cosas solo les pasan a las señoras mayores, pero el caso es que nos puede pasar a cualquiera, es terrorífico. Lo peor fue cuando pasó al maltrato físico. Una noche quedamos para salir y bueno…

Nasha tuvo que parar. Hablar del maltrato psicológico era una cosa, admitir lo que le había pasado después era algo que le costaba.

—Veréis, intentaron violarme.

—¿Intentaron? —preguntó Daniel.

—Sí, mi novio y sus amigos. Iban todos borrachos. Habíamos quedado en una casa abandonada en la que suelen quedar las parejitas, y resultó que no fue solo. Me cogieron entre tres para sujetarme y comenzaron a arrancarme la ropa y a tocarme. Como me resistía, me quemaron con cigarrillos para que dejase de gritar diciéndome que si volvía a gritar, me volverían a quemar.

—Pero ¡eso es horrible! Madre mía, Nasha, no puedo imaginarlo, no sé qué decir —contestó Lucía apenada.

—Bueno, dentro de lo que cabe, no acabó mal porque hubo un accidente: como me resistía, me pegaron e intentaron quemarme más con los cigarrillos, a Óscar se le cayó una de las cerillas y prendió en mi ropa. Cuando vieron que me estaba quemando, se marcharon corriendo y me dejaron sola. —Miró a sus amigos, que seguían sus palabras ensimismados y horrorizados a partes iguales—. Conseguí apagar el fuego tapándome con un abrigo y restregándome contra el suelo, avisé a mis padres y lo siguiente que recuerdo es despertar en el hospital con mi madre llorando a mi lado.

Nadie dijo nada durante unos segundos. Nuria, que ya conocía la historia, cogió su mano para darle ánimos. Carlos se iba poniendo rojo por momentos, pensando en lo que acababa de escuchar.

—¡Cabrones! —exclamó enojado—. Pero ¿cómo puede existir gente así? No solo intentan hacerte daño, sino que además te abandonan con el fuego. ¿Y si hubieses muerto? ¿Y si no hubieses podido escapar del fuego?

—Ya… cuando sucedió, no solo me dolió físicamente, me dejó una marca para siempre. —Nasha se levantó la camiseta para que viesen la cicatriz, lo que hizo que todos se llevasen la mano a la boca con sorpresa—. Se me rompió el corazón: No podía entender que alguien que en teoría me había querido tanto, hubiese estado a punto de violarme y que me abandonase con el fuego. ¿Sabéis lo que se siente en ese momento? Vacío. Sientes que tu mundo se derrumba y pierde todo sentido. Que no vas a poder seguir adelante sin él y que si te ha hecho eso es porque te lo mereces, porque algo habrás hecho mal. Es algo que no le deseo a nadie.

—Pero ¡que no hiciste nada mal! —exclamó Nuria—. Es que la gente está loca y tuviste la mala suerte de toparte con unos desgraciados, pero no pienses ni por un momento que fue tu culpa.

—Hay algo más… Veréis, desde hace unas semanas, empecé a recibir mensajes de Óscar por Whatsapp. No sé cómo consiguió mi número; bueno, sí, se lo sacó a una amiga de Barcelona, vete a saber cómo. El caso es que él no puede comunicarse conmigo por orden judicial, pero lo está haciendo. Al principio no dije nada a mis padres porque pensé que ignorando los mensajes, dejaría de molestarme y que, total, él está en Barcelona y yo muy lejos, pero resulta… resulta que ayer por la noche me envió un mensaje diciendo que sabía dónde estaba y que iba a venir a por mí, y entonces me asusté. Así que se lo dije a mis padres y hoy hemos avisado al instituto y a la Guardia Civil. En teoría han ido a detenerle, nos avisarán cuando lo hagan.

—Nasha, qué horror todo. Siento mucho por lo que has pasado, de verdad, nadie se merece algo así, y me duele que haya mujeres, como tú llegaste a pensar, que crean que es culpa suya —expresó Carlos.

—Gracias, de verdad, ha sido muy duro. Muchas noches me despierto gritando tras soñar que estoy rodeada de fuego, mis padres lo están pasando muy mal. Ahora ya se fían más de vosotros porque ven que sois majos, pero les costó aceptar que saliese sola por la noche sin que me llevasen y recogiesen ellos por miedo a que me pudiese pasar algo. Menos mal que sois un encanto.

—Pues como tú —contestó Álex sonriendo—. Mira que yo me he unido al grupo más tarde, pero es que sois todos majísimos, y me alego mucho de haber ido a la librería para conoceros, aunque he de confesar que en un principio lo hice por Daniel —dijo mientras chocaba su hombro con el de su novio.

El móvil de Nasha vibró y descubrió que la llamaba un número desconocido. Por un momento, no supo qué hacer, pero entonces, Nuria le quitó el teléfono y contestó.

—Sí, ¿quién es?

Al otro lado de la línea se oía una respiración agitada, pero nadie decía nada.

—Mira, gilipollas, si eres el exnovio de Nasha, déjala en paz, se merece a alguien mucho mejor que tú, pedazo de mierda, ¿te enteras? —le gritó al que estaba segura de que era Óscar, mientras hacía gestos a sus amigos para que llamasen a la policía por otro móvil y fuesen a avisar a alguien.

—Dile a Nasha que se ponga —exigió finalmente una voz al otro lado del teléfono.

—¿Y por qué debería hacerlo, capullo? Nasha no va a ponerse y tú vas a dejarla en paz, ¿entendido?

—¿O qué, mora? ¿Vas a tirarme un libro de los que vende tu madre en la librería? ¡Qué miedo!

Nuria abrió la boca atónita. Por un momento, el pánico la atenazó pensando que ese loco las tenía vigiladas. Solo pensar que podía estar cerca de su madre y podía hacerle daño la llenó de ira.

—Para empezar, yo no soy mora, pero si lo fuese, no sería un insulto porque lo sería a mucha honra. Para continuar, como coja la biografía de Churchill que nos acaba de llegar te ibas a pensar dos veces el probar el daño que puede hacer un libro si te lo arrojo a la cabeza, imbécil.

—No serás tan gallita cuando te parta la cara en persona. Primero voy a ir a por la puta de Nasha, y después iré a por ti. Las dos mestizas asquerosas, las dos contaminando la sangre española, sois una vergüenza.

—¡Vergüenza lo serás tú! Tanto asco no debemos darte, cuando estás obsesionado con Nasha y ahora al parecer conmigo. Ojalá te pillen pronto y acabes entre rejas. Eres un acosador, un maltratador, machista, racista y…

No pudo continuar porque, sin saber de dónde había salido, alguien pasó rapidísimo a su lado empujándola y cogiendo a Nasha del brazo para tirar de ella. Sus compañeros, que no habían podido reaccionar a tiempo, empezaron a perseguirle, pero pararon en el acto cuando se dieron cuenta de que tenía una navaja y la había puesto en el cuello de su amiga.

—Por favor, no le hagas nada a Nasha —suplicó Nuria.

—¿Prefieres que te lo haga a ti? Seguro que lo estás deseando.

—Tío, déjala, estás en el patio del instituto, no tienes mucha escapatoria —explicó Carlos levantando las manos intentando demostrarle que no iba a hacer nada, aunque se estaba acercando paso a paso.

—Ni te acerques, pequitas, precisamente tú, eres el que menos tiene que acercase. ¿La has besado ya? ¿Es buena, eh? Una estrecha en lo demás, pero besa bien la tía. Una pena que no vaya a hacerlo nunca más, porque no pienso dejar que salga de aquí.

—No sé de qué estás hablando, solo somos amigos, pero vamos a ver ¿nos has estado espiando? ¿Y cómo has entrado al instituto?

—Como si fuese tan difícil colarse, saltando la verja, obviamente. Os he observado a todos, sois un grupo de lo más patético, todo el día yendo a esa librería aburrida ¡buscaos algo mejor que hacer!

—¿Como visitarte en la cárcel, por ejemplo? —preguntó Daniel al ver que don Gabino se acercaba sigilosamente por detrás de Óscar en una pose extraña que solo Carlos pudo identificar en ese momento.

—Ni de coña voy a ir a la cárcel, antes me voy a matar, pero primero mirad —dijo clavando con fuerza en el costado de Nasha la navaja—. De esta guarra ya no tendréis que preocupa… —No pudo continuar, con un movimiento rápido, don Gabino le dio un fuerte golpe en la cabeza que le desorientó y, aprovechando el momento, empujó a Nasha a un lado y con una llave de kárate inmovilizó a Óscar contra el suelo.

—En mi ronda de patio, nadie acuchilla a nadie, ¿entiende, caballero?

—¡Don Gabino! ¿Pero desde cuándo hace kárate usted? ¡Lo flipo! —exclamó Carlos alucinando mientras se acercaba a Nasha.

—Cinturón negro, varias veces campeón de España, pero eso es lo de menos, han hecho muy bien en entretener a este individuo. La policía tiene que estar a punto de llegar. Que uno de ustedes vaya dentro a avisar a una ambulancia. Por supuesto, están dispensados de ir a clases el resto del día, acompañen a su amiga.

—Muchas gracias, don Gabino—agradeció Nasha entre lágrimas, tapándose la herida, que sangraba con profusión, con la mano—. Me estoy mareando, ¿podéis llamar a mi madre? —pidió entre susurros rompiendo a llorar, y sus compañeros con ella. Nuria se arrodilló a su lado para intentar consolarla. Carlos se quitó la camiseta y presionó la herida del abdomen con ella para retener la hemorragia.

Más profesores llegaron corriendo para ayudar a don Gabino a retener a Óscar y pronto se dieron cuenta de que muchos estudiantes estaban haciendo un círculo a su alrededor sacando fotos y vídeos con los móviles, por lo que empezaron a mandarlos a clase.

—Pero ¿qué hacéis? ¡Parad! —les gritó Fermín enfadado—. ¿Es que no veis que podría morir aquí mismo? ¿Os gustaría que os hiciesen lo mismo a vosotros? ¡Os tenía que dar vergüenza! ¡Haced algo para ayudar, no mirar y grabar como paparazzis! ¡Esto va a tener consecuencias, hablaré con vuestros padres para prohibir el móvil en el instituto! ¡Qué falta de empatía, qué falta de respeto!

Pronto llegó la ambulancia con un equipo médico que se apresuró a llevarse a Nasha al hospital, dejando a sus amigos desconsolados.