28
Nuria había reunido a sus amigos en la sala del taller de escritura de Serendipias para intentar pasar el mal trago juntos. No sabían nada de su amiga desde que se la habían llevado en la ambulancia y no tenían el teléfono de sus padres para intentar averiguar algo.
—Me voy a volver loco si no nos llaman o nos dicen algo. Tienen su móvil, así que pueden encontrar nuestros contactos, ¿no? —preguntó Carlos desesperado.
—Claro, Carlos, seguro que no tienen nada mejor que hacer que ver el móvil de su hija para llamarnos, con la poca preocupación que deben tener —contestó Lucía.
—Bueno, pero podríamos mandarles nosotros un mensaje, eso sí es buena idea, quizá cuando estén más tranquilos lo vean y nos contesten.
—Eso sí podemos hacerlo —aseguró Nuria, que cogió su móvil y comenzó a escribir un mensaje con la esperanza de que los padres de Nasha lo viesen.
—Yo todavía estoy en shock por lo que ha pasado esta mañana, no puedo creer lo fácil que puede ser quitarle la vida a alguien —expresó compungido Daniel—. Si don Gabino no hubiese hecho esa llave de kárate, quizá Nasha no hubiese tenido oportunidad de sobrevivir.
—Cierto, menudo puntazo lo de don Gabino, ¿quién iba a pensar que tras ese aspecto de carámbano de hielo se escondía alguien tan asombroso? —Álex cogió la mano de Daniel mientras hablaba—. Y es verdad, la vida es algo tan efímero y le prestamos tan poca atención, que cuando vemos lo rápido que puede terminar si alguien a quien queremos enferma o, como con Nasha, es atacado, las prioridades cambian totalmente.
El teléfono de la librería sonó y escucharon a la madre de Nuria hablar y, al poco tiempo, acercarse a ellos.
—Nuria, la madre de una tal Esther, que quiere hablar contigo.
—¿Esther? Pero no conozco a ninguna Esther, ¿es del instituto?
—Pues me dice que sí, que tiene que darte un mensaje importante para que compartas con tus amigos. Toma, te lo paso, que tengo clientes fuera, ya me dices luego —replicó impaciente su madre acercándole el teléfono y saliendo a toda prisa tras la cortina azul del teatrillo para atender a los clientes que acababan de entrar.
—¿Diga? —preguntó Nuria cauta—. ¿Quería hablar conmigo?
—Hola, Nuria, gracias por contestar, no sabía cómo localizarte de otra forma y se me ocurrió que estarías con tu madre en la tienda; espera, te voy a pasar con mi hija Esther, que te tiene que explicar algo.
—Pero si no conozco a ninguna Esther, creo que se ha equivocado —repitió Nuria mientras escuchaba ruido al otro lado de la línea y, de repente, una voz familiar le contestó.
—Sí, la conoces, pero no lo sabes todavía.
—¿Rodrigo? —preguntó extrañada ante la mirada atónita de sus amigos. Daniel y Álex se abrazaron con fuerza ante la mención del nombre de su compañero de clase.
—No exactamente, tengo que explicaros algo cuando vuelva. Pero sí, para ti ahora mismo soy Rodrigo. Le he pedido a mi madre que te llame porque necesito que hables con Daniel lo primero y le pidas perdón de mi parte, no me atrevo a escribirle yo directamente, tengo que hablar con él en persona para que pueda entenderme, pero hasta ese momento, que espero que sea pronto, por favor, díselo.
—Umm, ¿vaaale?
—También hay algo muy importante que te quiero contar y es que estoy en la misma habitación de hospital que Nasha, la han subido hace un rato del quirófano y está bien, sus padres me han pedido que os lo diga.
—¡Nasha! Ay, por fin sabemos algo. Pero ¿cómo vas a estar en su misma habitación? ¿Qué te ha pasado a ti? ¿Cómo es que compartís? Qué raro es todo esto, me parece de lo más surrealista.
—Sí, estoy mejor, esta mañana tuve un pequeño altercado y estoy en observación, pero gracias a ello me he librado de algo muy malo que tenía mi vida en vilo desde hace mucho tiempo. Os lo explicaré todo cuando vuelva. Por favor, dile a Fermín de mi parte mañana que me encanta su asignatura, que prometo recitarle sin rechistar todo lo que me pida y más.
—Rodrigo, ¿estás bien de la cabeza? ¿Se puede saber qué te pasa para que vayas pidiendo perdón a todo el mundo? ¿Cuándo volverá Nasha? ¿Y tú?
—Posiblemente yo pueda volver mañana, Nasha estará un par de días más en observación en el hospital. Sus padres me han dicho que cuando esté mejor podréis venir a visitarla, os diré la habitación cuando nos veamos, pero sabed que se va a recuperar del todo.
—Vale, vale, muchas gracias por pasar la información. Me has dejado bastante descolocada con todo esto, ya nos explicarás todo mejor. Por cierto, ¿me puedes decir quién narices es Esther?
—Ah… la vas a conocer muy pronto, de hecho, ya la conoces, como te he dicho antes, pero no eres consciente de ello. No te preocupes, pasado mañana voy a verte a la librería y cuando lea mi relato, lo entenderás mejor, ya verás.
—Vale, bueno, pues pásale a los padres de Nasha mis saludos y los de los demás del grupo y que por favor, que no duden en contarnos si necesitan algo, estaremos encantados de ayudarles. ¡Hasta pasado mañana entonces!
Cuando colgó el teléfono, Nuria miró a sus compañeros sin saber muy bien qué decir.
—La verdad es que esta ha sido la llamada más extraña que he contestado en toda mi vida, no entiendo nada de Rodrigo. Lo bueno es que nos ha contado que Nasha está bien, así que ya podemos relajarnos un poco. Me ha dicho que pasado mañana viene al taller de escritura para explicar quién es la tal Esther en el relato que ha escrito de los miedos, así que a ver si nos enteramos de algo porque me ha parecido algo muy creepy, como si tuviese una hermana gemela. Es que me lo he imaginado como las gemelas de El resplandor y todo.
—Manda narices que ese capullo pueda ver a Nasha y nosotros no —se quejó Carlos.
—A ver, Carlos, que yo entiendo que lo estás pasando quizá un poquito peor que los demás por Nasha, no intentes ahora decir que no. Pero hombre, que Rodrigo está en el hospital, algo gordo le ha tenido que pasar para que esté allí ¿no? —intentó razonar Lucía.
—Siempre tan práctica… vale, perdón, algo le habrá pasado, dijo Nasha que esta mañana le había encontrado desmayado en el aparcamiento, ya nos contará por qué —contestó Carlos levantando los hombros como si no entendiese nada de nada.
—Dani, quiere que te pida perdón de su parte, ahí ya sí que he alucinado mucho. Que tiene que hablar contigo, pero que de momento, que por favor le perdones —transmitió Nuria a su amigo—. A ver, se ha tenido que dar un golpe muy fuerte en la cabeza para que pase esto, pero oye, yo creo que todo el mundo se merece segundas oportunidades, ¿no crees?
—¿Que me quiere pedir perdón? —preguntó Daniel extrañado—. Bueno, no sé, sigo sin querer quedarme a solas con él. Vendré al taller de escritura porque tu madre estará atenta, no termino de creerme que vaya a ser todo tan normal ahora, no sé qué le habrá pasado, pero él y sus amigos me dan miedo, así de sencillo.
—Bueno, Dani, yo estaré en la librería esperando a que salgas por si acaso, para que no vuelvas solo a casa ese día, no sea que tramen algo —aseguró Álex.
Como no podían hacer nada más, se despidieron para verse al día siguiente en clase. Tenían mucho en lo que pensar. Lo que había dicho Álex era verdad: pensar que se puede perder a una persona querida hace que valoremos más lo que tenemos a nuestro lado.
Nuria, que no le había contado a su madre que Óscar las había estado vigilando también a ellas, se lo contó cuando se marcharon todos y la abrazó con fuerza. No podía ni imaginarse su vida sin la persona a la que más quería en este mundo. Por suerte no tuvieron que lamentar nada, y la amenaza de usar al pobre Churchill como arma arrojadiza se quedó en una bravuconería que no tendría que poner en práctica.
—Mamá, no termino de entender por qué este chico está tan obsesionado con Nasha y parece que ahora conmigo desde que ha descubierto que somos amigas.
—Bueno, no sabría decirte, la verdad, supongo que tendrá algún tipo de enfermedad mental, porque tampoco puedo darte otra explicación. Solo te digo una cosa: te llega a poner la mano encima y no respondo de mis actos. Me da repelús saber que nos ha estado espiando, a saber cuánto tiempo. Espero que le encierren muy lejos de aquí y tarde muchos años en salir, a ser posible rehabilitado y tratado lo que sea que tiene en la cabeza.
—Pues sí, la verdad, pobre Nasha, lo que ha tenido que aguantar, menudo estúpido. Me da pena porque ella ha llegado a pensar que se merecía que la tratase mal, que algo habría hecho ella para ganarse los gritos y los desprecios.
—Ay, no, por favor, que no lo piense. Hablaré con ella cuando se encuentre mejor para contarle un poco de mi experiencia con el maltrato. Cuando una persona que no lo ha sufrido te dice cosas al respecto, te enfadas y no le haces ni caso, pero cuando otra mujer (u hombre, que también hay casos, por supuesto) que ha sido víctima habla contigo de sus experiencias, es más fácil ver que tu historia sea similar y tenga puntos en común. Necesita ver que de todo se sale. Con mucho esfuerzo, pero se puede volver a ser feliz después de vivir esa experiencia.
—Mamá, y pasándolo tan mal como lo pasaste tú, ¿si pudieses volver atrás te casarías con papá?
—Pues claro, porque si no, tú no habrías nacido, y eres lo mejor que me ha pasado en la vida, así que lo volvería a hacer una y mil veces con tal de tenerte a ti. Solo espero que en cada una de esas veces aprendiese cómo devolver esos golpes verbales que dolían tanto, tomaría algunas decisiones diferentes. Por ejemplo, posiblemente no le diría a tu padre que estaba embarazada de ti. Si no se hubiese enterado, todo sería más fácil hoy en día… total, ha sido un donante de esperma más que un padre para ti…
—¡Mamá! Jajajaja, pero tienes razón, en mi vida solo estás tú. Y los yayos. Y… ¡Leo! —contestó Nuria riendo mientras su madre le daba un gran abrazo de osa de esos que le gustaban tanto. No cambiaría su familia por nada del mundo.