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Al día siguiente, tras el instituto, Carlos cogió el autobús para ver a Nasha en el hospital. Necesitaba hablar con ella después de todo lo que había pasado los días anteriores. Había comprado un precioso ramo de sus flores favoritas, los narcisos amarillos. Le había costado mucho encontrarlos, porque no era la época en que crecían, pero una floristería tenía un invernadero en el que los plantaban todo el año y los llevaba como un tesoro.

Cuando llegó al hospital, empezó a temblar como un flan. No sabía cómo decirle que estaba coladísimo por ella. Posiblemente ya lo supiese, pero nunca se lo había dicho él. Sentía cómo se ponía colorado y empezaba a sudar sin ni siquiera haber entrado a su habitación. Intentó tranquilizarse y, cuando llegó, se le ocurrió hacer la gracia que hacía en clase para hacerla reír: se colocó en el marco de la puerta para parecer invisible, asegurándose de que ella le viese desde la cama.

—¡Carlos! Te estoy viendo —contestó riéndose Nasha desde la cama, ante unos padres estupefactos—. Pasa anda, pasa.

Carlos pasó, con timidez, y saludó a los padres de Nasha, que decidieron ir a tomarse un café a la cafetería mientras su hija tenía visita.

—¡Daffodils! —exclamó Nasha asombrada—, pero ¿cómo los has conseguido, si solo crecen en primavera?

—Bueno, he tirado de contactos de la mafia; ya sabes, mi perro y el perro de un jardinero son amigos, así que me han pasado su contacto, jeje.

—De verdad, que vaya cosas dices. Ahora me imagino a Colate como Vito Corleone… —contestó Nasha sonriendo.

—¿Qué tal estás, Nasha? La verdad es que nos quedamos todos bastante preocupados, pasamos mucho miedo con tu ex, creíamos que te iba a matar.

—Bueno, estoy mejor. Me han cosido y recosido, parezco una muñeca de trapo, la verdad, con tanta cicatriz. Pero cuando me entristece, pienso que podía haber sido peor. Como dices, Óscar tenía otra intención, si no hubiese sido por don Gabino… Por cierto, me han contado mis padres que hizo una llave de kárate para dejar K.O. a Óscar. ¿Tú sabías que él practicaba ese deporte? Es que ni que hubiese salido de una película de súper héroes.

—Qué va, no sabía nada. La verdad es que nos dejó a todos pasmados. Me alegro mucho de que interviniese, no sé qué habría sido de mí si te hubiese pasado algo.

Carlos notó cómo se ruborizaba al instante. Era el momento de expresar todo lo que sentía, no quería dejar pasar más tiempo o empezaría a decir más estupideces.

—Nasha, tengo que decirte algo —comenzó a decir Carlos.

—No, Carlos, no tienes que decirme nada, si ya lo sé. —Le cortó mientras le cogía la mano—. Yo te gusto, ¿verdad?

—¿Que si me gustas? Madre mía, eso se queda corto, Nasha. Estos días no sabía qué hacer con mi vida sin tener noticias tuyas. No puedo creer que haya estado a punto de perderte. Desde el primer día de clase, no he podido olvidarme de ti. Claro que me gustas, Nasha, y bueno, la verdad es que albergaba la esperanza de que fuese algo mutuo —sondeó Carlos mientras la miraba a los ojos. Contuvo la respiración hasta que Nasha le contestó de nuevo.

—Claro que sí, Carlos —comenzó a decir para su alivio—, pero…

—Ay, no, un pero; odio los peros —se lamentó.

—Lo siento. De verdad. No puedo salir contigo. No porque no me gustes, que me gustas mucho, en serio. Es que creo que es momento de que me quiera a mí misma un poco. Han pasado demasiadas cosas malas en mi vida este último año relacionadas con mi falta de autoestima, con buscar el amor a la primera de cambio para sentir que alguien me quería, y siento que me he perdido en todo esto.

—Me atrevería a decirte que yo te quiero…

—Lo sé, Carlos, lo sé. Eres una de las personas más dulces y divertidas que he conocido desde que he llegado aquí. Y me está costando mucho darte calabazas, de verdad, pero lo necesito. Mi familia me necesita. Debemos curarnos juntos, pero especialmente yo.

El labio de Carlos comenzó a temblar, traicionándole al indicar que estaba a punto de llorar. Cuando se subió al autobús no esperaba ese resultado. Estaba seguro de que él le gustaba a Nasha también. ¿Qué podía hacer ahora?

—Lo siento, Carlos, de verdad. Ay, que vas a llorar por mi culpa; no, no, no quiero que pase eso, por favor.

—No, Nasha, no lloro por tu culpa —contestó Carlos sorbiendo el moquillo que empezaba a aparecer por culpa de las lágrimas—. Lloro por culpa de Óscar, por culpa de todos aquellos que te han hecho daño, que no han sabido ver lo especial y fantástica que eres. Lloro porque por culpa de ese cabrón de mierda no vamos a poder estar juntos. Y lo entiendo, de verdad.

—¿Lo entiendes?

—Nasha, te he dicho que te quería, ¿verdad? Pues es que el amor es también aceptar cuando una persona necesita espacio, necesita libertad. Se puede querer de muchas maneras y, mientras tú lo necesites, yo te voy a querer como el mejor amigo que va a estar a tu lado, si me dejas y crees que es adecuado.

—¡Claro que te dejo! El amor es complicado, o más bien, lo hacemos complicado nosotros. Siento haberte hecho llorar, karateka.

—Nada, tranquila —contestó intentando restarle importancia—. La verdad es que creo que debe ser un resto de la tiza que me ha tirado don Gabino a la cabeza cuando me he reído de sus calcetines, que parecían los de un bebé, azules y rositas.

—Espera, ¿has dicho que don Gabino llevaba calcetines azules y rosas? Pero, ¿todo junto o cada uno de un color?

—Pues junto, ¿por qué lo preguntas?

—Espera, que te enseño una cosa y me dices si era como esto —contestó sacando su móvil de debajo de la almohada y buscando la bandera trans en su buscador—, ¿así?

—¡Justo como eso! ¿Pero de qué es esa bandera?

—Ay, madre, Carlos. ¿Hablasteis ayer con Esther?

—Sí, ¿por? ¿Qué tiene que ver? Ay, espera —contestó relacionando las dos cosas—. ¿Me estás diciendo que don Gabino es trans? ¡Pero si no se le nota nada!

—¡Tío, no seas cazurro! ¿Pero por qué se le tiene que notar? O mejor dicho, ¿qué quieres que se le note? Es que es un hombre, igual que Esther es una mujer. Quizá se haya enterado por el director de lo ocurrido con Esther y quiera darle su apoyo. Mira que al final el que parecía el profe más duro es el que tiene más corazón, quién iba a decirlo.

—Madre mía, a ver si te dan el alta pronto, no puedes perderte tantas cosas como están pasando. Además, me ha pedido Esther que te diga que tenéis que terminar lo de los autores de Fermín, que vienen los primeros en tres semanas.

—Vale, me pondré buena pronto, lo prometo —contestó Nasha sonriendo. La verdad es que tenía ganas de volver a su casa y olvidarse de hospitales, había visitado demasiados el último año—. ¿Me prometes que estarás bien, Carlos?

—Claro que sí, ya te he dicho que para mí lo más importante eres tú, solo si algún día consideras que te encuentras mejor, y se da la oportunidad de que volvamos a estar disponibles los dos, pues oye… porque tengo mis admiradoras, ¿eh?

—Ajá…

—Es broma, no hay nadie a la vista. Pero como te he dicho, tu amistad para mí es un tesoro, cuenta con él y con el amor de Colate, que te quiere más que yo todavía.

—Y mira que sé que eso es imposible. Muchas gracias por entenderlo, Carlos, de verdad. Algún día sé que me encontraré mejor, y espero que para entonces nuestros destinos decidan que podemos estar juntos.

—Serían serendipias, como diría Nuria.

—Pues sí, las mejores.