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Nasha, Nuria, Lucía y Carlos se sentaron en la escalera que había junto a la cafetería del patio para comerse tranquilos los enormes bocadillos que vendían allí. Nasha, acostumbrada a pasar sola los primeros días en cada nuevo centro en el que había estudiado, se sentía cómoda con sus compañeros. Aunque hubiese empezado con la idea fija de no llamar la atención de nadie, Nuria directamente había asumido que formaría parte de su grupo de amigos esperándola al tocar la campana del recreo para que no se quedase sola. Quería saber más cosas sobre ellos, así que aprovechó para sacar el tema de las reseñas que tanto le había llamado la atención.
—Nuria, antes en clase has dicho que conoces a muchos autores, ¿cómo es eso?
—Bueno, mi madre siempre ha tenido muchos libros en casa y no ha parado de hacer cosas relacionadas con la literatura. Muchos amigos suyos son escritores, así que desde que soy pequeña siempre han venido a casa o hemos ido a sus presentaciones. Cuando abrió la librería, me resultó más fácil todavía conocerlos, porque vienen con frecuencia.
—Espera, ¿tu madre tiene una librería? Yo flipo, me encanta leer, ¡sería un sueño hecho realidad para mí!
—Sí, sí, tiene una muy chula en el Sector Foresta, ¿la conoces? —intervino Carlos.
—Emmm, no, lo siento, es que nos hemos mudado hace un par de semanas a Tres Cantos y la verdad es que no termino de entender muy bien cómo se distribuyen las calles en esta ciudad…
—¡Ja! No eres la única, tranquila —contestó Carlos guasón—. Tres Cantos es el terror de los repartidores, nunca encuentran las calles. No sé en qué cabeza brillante surgió la idea de ordenar todo en sectores peatonales, cada vez que mis padres piden algo por internet tenemos que rezar para que llegue…
—¡Eh! Que no pidan libros en cierta web matanegocios que todos conocemos, que para eso están las librerías pequeñas como las de mi madre, que se lo merecen mucho más —le recordó Nuria sonriendo—. ¿Quién te asesora en la web, eh? ¡Nadie! Los libreros son necesarios, son…
—¡Cómo voy a pedir libros online teniendo la librería de tu madre! —le cortó Carlos—. No, mujer, que lo que han pedido han sido chorradas de teletienda, nunca comprarían libros allí, te lo aseguro.
—Por si acaso, por si acaso…
—Bueno, dejemos el tema de internet y centrémonos en el notición del verano —cortó Lucía por lo sano—. ¿Sabéis que quedé con mi prima Glauca y con Alberto en Londres en agosto?
—¡Qué dices, tía! ¡Qué guay! ¿Estaban felices? ¿Te dijeron algo? ¡Cuenta, cuenta! —quiso saber Nuria.
—Sí, sí, estaban muy contentos, se enamoraron tanto de Londres hace tres años que no pararon hasta conseguir estudiar allí. Se han metido los dos a estudiar cine y están la mar de felices. Después de todo lo que le pasó a Glauca, parecía otra. Me dijo que estaba escribiendo todo lo que le ocurrió y que tenía título y todo para la historia: Bajo el paraguas azul. ¿Os imagináis que se publica? ¡Sería una pasada!
—¿Quiénes son Glauca y Alberto? —preguntó Nasha pensando que si no se enteraba pronto, se quedaría fuera de la conversación.
—Bueno, Glauca es prima de Lucía, y todos la conocemos porque hace unos años fue víctima de ciberacoso. Otra chica de clase le robó una foto que compartió por todas partes y bueno, se lio parda —le explicó Nuria.
—¿Parda? Eso se queda corto —interrumpió Carlos—. La verdad es que fue un dramón, lo que hizo Andrea fue cruel no, lo siguiente. Casi se cargó a la prima de Lucía. Fue una movida impresionante. Como no había cumplido los catorce, no pudieron condenarla, solo una multa que el padre pagó encantado y se la llevó a un centro de EEUU para que viviese más tranquila y la tratasen. No hemos vuelto a saber nada de ella, y la verdad es que mejor así.
—¡Qué fuerte! Pero me alegro de que la acosadora no se saliese con la suya, la verdad.
Y así, sin apenas darse cuenta, se terminó el recreo. Las clases pasaron volando y pronto llegó el momento de volver a casa.
—Hola, cariño, ¿qué tal tu primer día de clase? —preguntó la madre de Nasha al verla entrar.
—¡Muy bien! La verdad es que he hecho nuevos amigos y parecen muy simpáticos. Los profesores que tengo de momento me han gustado bastante, especialmente mi tutor, Fermín, que es el profesor de Literatura.
—¿Ves? No deberías tener ese pánico irracional a los nuevos comienzos. ¡Si puedes reinventarte todo el tiempo! ¿No es divertido?
Nasha miró a su madre con la boca abierta. ¿De verdad pensaba que perder amigos constantemente era divertido? ¿Que pasar una y otra vez por el duro trabajo de conocer gente, de ganarse el respeto de compañeros y profesores era algo por lo que le encantaba pasar? ¿En qué mundo vivía? Prefirió callarse y no contestarle porque sabía que, si lo hacía, acabarían discutiendo y no quería terminar el día con un sabor agridulce.
—Sí, mamá, divertidísimo. ¿Qué tal tu día? ¿Has vendido mucho hoy? —preguntó para cambiar de tema. Su madre trabajaba desde casa en una empresa que había montado en internet para vender objetos de arte que recolectaba por todo el mundo. Era muy buena en su trabajo, pero a Nasha no le gustaba cuando tenía que viajar tanto.
—¡Sí! Justo hace media hora me han comprado el busto que traje de Alemania el mes pasado de Florian Thalhammer, y tengo a dos clientes pujando por el cuadro de la maltesa Marilyn Navarro. Si sale como espero, esta noche cenamos fuera. Bueno, qué narices, cenamos fuera sí o sí, porque tu padre llega tarde y si él no cocina, ya sabes que yo quemo todo, así que mejor no tentar a la suerte… Para comer sí dejó algo hecho, así que no hay problema.
—¿Puedo elegir yo el sitio? Me apetece japonés, y una de mis nuevas amigas me ha dicho que hay uno muy bueno, Kashiwa, cerca de la librería de su madre.
—¡Excelente! Así vamos conociendo los restaurantes de esta ciudad. Mándale la ubicación a tu padre por el móvil y esta noche quedamos con él allí.
Suspiró. Su madre era un absoluto desastre en la cocina, al contrario que su padre, que hacía comidas maravillosas de la nada, como el día que le dio por preparar arroz con sardinillas con tomate en lata porque a su madre, que había quedado en hacer la compra, se le había olvidado por completo. Lo llamó «arroz a la Sergi», y tuvo tanto éxito que se convirtió en uno de sus platos recurrentes cuando estaban vagos para hacer otra cosa.
Tras comer la comida que había preparado su padre la noche anterior para que ellas solo tuviesen que calentarla, fue a su habitación y se pasó el resto de la tarde escuchando música y leyendo; pronto empezarían a mandarles deberes y no se podría permitir ese lujo. Se sentía feliz, parecía que ese curso por fin iba a encajar en algún sitio. Cogió su ejemplar de El secreto del amor de Daniel Blanco y continuó conociendo a ese boticario tan encantador que lo protagonizaba.
Bip. Bip. Bip. En su móvil, un mensaje de WhatsApp apareció en su pantalla:
+34606…….
Nena, no puedo vivir sin ti, ¿dónde estás? El pasado es pasado, sabes que eres toda mi vida, ¿puedo ir a verte?
Nasha se quedó mirando el mensaje con la boca abierta. No tenía el número en sus contactos, pero sabía perfectamente a quién pertenecía. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Tardó unos segundos en tomar la decisión, pero consiguió hacerlo: pulsó borrar y siguió leyendo, aunque le costó mucho concentrarse en lugar de dejarse llevar por los recuerdos.