4
Daniel volvió a casa sabiendo que su madre le estaría esperando para comer juntos. Siempre lo hacía el primer día de cada nuevo curso, era una pequeña tradición que tenía con la esperanza de que alguna vez le dijese que todo había ido bien. Por fin, después de tantos años, podría decírselo, y eso le ponía de muy buen humor. Al salir del ascensor, un aroma inconfundible a manzana y canela se había adueñado del descansillo, dándole la bienvenida. Sonrió y abrió la puerta decidido a darle una alegría.
—¡Mamá! No te lo vas a creer… No ha estado tan mal como esperaba.
—¿En serio? ¡Eso es genial! ¡Quiero que me cuentes todo! —pidió alborozada mientras le daba un abrazo gigante y lo llenaba de besos. Eso de ser hijo único tenía sus ventajas, todos los mimos eran para él, no se podía quejar.
—Sí, sí, en clase hay un imbécil que se cree muy gracioso, como todos los años, y sé que aguantarlo va a ser mi mayor reto. He conocido a una chica que parece muy simpática, Montse, que se sienta cerca de mí, y opina lo mismo que yo respecto a Rodrigo. Ah, por cierto, la orientadora quiere hablar contigo.
—Ay, madre, pero si ha sido el primer día, ¿ya empiezan?
—No, no, es que no te lo vas a creer: quiere ayudarme. Se ha escandalizado al ver que nadie me había adaptado nada nunca, así que quiere que os veáis para que este año tenga toda la ayuda que necesito. Yo al principio estaba escéptico, pero oye, ¿y si es verdad?
—Pero ¿qué me dices? ¿Será verdad? Mañana mismo llamo para concertar una cita con ella y nos ponemos manos a la obra. Ahora vamos a comer, que he hecho además tu postre favorito…
—¡Apple crumble! Ay, cómo me conoces, jajaja, pero ya lo sabía, huele hasta en el descansillo, era imposible no descubrirlo.
Comieron contándose cómo había sido su día y después se pusieron a ver una serie a la que su madre se había enganchado, Lucifer. A Daniel le hacía mucha gracia observarla cuando la veían. Porque de repente se convertía en una quinceañera totalmente encandilada por ese diablillo británico que era Tom Ellis. Era todo un puntazo poder compartir crush con ella, se peleaban de broma para ver quién se quedaría a Lucifer si apareciese un día por casa. Les pasaba lo mismo con el Capitán Garfio en la serie Once Upon a Time, se ve que los malotes les molaban. Quizá por eso su madre se enamoró de su padre cuando lo conoció, aunque por desgracia él no se redimió como los de las series, les abandonó cuando él era apenas un bebé y no sabían nada de él desde hacía años, así que para él solo había existido su madre, a la que quería con locura.
Tras ver tres episodios, se acordó de que tenía que comprar el libro de lectura que había pedido Fermín en clase, así que le pidió a su madre dinero para ir a una librería. No llevaban mucho tiempo viviendo en Tres Cantos, se habían mudado durante el verano porque a su madre le habían ofrecido un puesto en una agencia de viajes allí, así que buscó en internet dónde podría encontrar una. Vaya nombrecito tenía la que encontró: Serendipias. Iba muy justo de tiempo, pero esperaba que estuviese abierta todavía.
Cuando llegó vio que en la entrada tenían una pizarra anunciando clubes de lectura para todas las edades, lo que llamó su atención. Abrió la puerta y le sorprendió gratamente la cantidad de libros que había y el olor, ese olor a libro nuevo que tanto les gusta a los bibliófilos. Vio a Nuria, la chica que estaba en su clase que conocía a autores, explicándole a una señora algo sobre su libro favorito, La noche más oscura de Ana Alcolea. Tenía buen gusto, desde luego, él también lo había leído y le había gustado mucho.
—Hola, ¿puedo ayudarte? —preguntó la librera, sonriéndole.
—Eh, sí, por favor, tenemos que leer en el instituto Cordeluna, ¿lo tenéis?
—¡Claro! ¿Tú también vas a cuarto? ¡Como mi hija Nuria! A lo mejor vais a la misma clase —comentó mientras iba en busca del libro.
—Efectivamente, vamos a la misma clase. Soy nuevo y no conozco a muchas personas todavía, no sabía que esta librería era de su madre, la verdad.
—¿Y te gusta leer? Lo digo porque si es así, estás en el sitio adecuado, tenemos clubes de lectura muy chulos y vamos a empezar este mes. Además, en cada reunión siempre vienen los autores de los libros que leemos para poder hablar con ellos sobre sus novelas.
—¿En serio? Eso es genial, precisamente iba a preguntarte por ellos, lo he visto en la pizarra.
—¡Hola! Tú eres el nuevo, ¿verdad? —preguntó Nuria, que justo había terminado de hablar con la otra clienta y se dirigía hacia donde estaba su madre—. Soy Nuria, hoy en clase no he podido presentarme debidamente.
—Hola, sí, encantado, soy Daniel. La verdad es que lo de los clubes de lectura me interesa bastante, ¿qué tal están de asistencia?
—¡Son geniales! Por lo general a la gente le encanta venir precisamente para conocer a los autores, mola poder comentar los libros con ellos. No hay un número fijo de asistentes, a veces depende del libro que leamos.
—Oye, pues me interesa, ¿me puedes apuntar? ¿Qué libro tocaría leer este mes?
—Claro, voy a coger el boletín de inscripción y te traigo el libro, es Dos instantes, de Anabel Botella. Que además es como mi tía, porque, aunque vive en Valencia, viene mucho a nuestra casa. Te va a encantar. Por cierto, ¿no te gustará escribir también?
—Hago mis pinitos, no es que sea especialmente bueno, pero me sirve para desahogarme, ¿por?
—Es que tenemos un taller de escritura juvenil, igual te interesaba apuntarte, para mí es el mejor día de la semana, la verdad.
—Pues hablo con mi madre y te lo digo, porque depende de si lo puede pagar o no, es que como vivo solo con ella y solo tiene su sueldo…
—¿Qué me vas a contar? Mis padres se divorciaron cuando yo era un bebé y no sé nada de él desde que tenía tres años, todo depende de mi madre, por eso se curra tanto todo lo que hace, todo recae sobre ella.
—¡Exactamente igual que la mía!
Mientras Daniel llamaba a su madre, se abrió la puerta y entró otra chica de clase. Nuria se giró para saludarla.
—¡Nasha! Qué bien que has venido, mira, te voy a presentar a Daniel, que también está en nuestra clase.
—Hola, Daniel, encantada. ¿También has venido a por Cordeluna?
—Sí, creo que vamos a venir todos los de clase estos días —contestó Daniel, que había colgado a su madre ya. Normalmente no era muy social y la conversación con la dicharachera Nuria le había dejado ya un poco exhausto, pero Nasha parecía simpática y no quería cortarla. —Nuria, dice mi madre que sí puedo, así que me apunto también.
—Mira, Nasha, justo le estaba contando a Daniel lo de los clubes de lectura y el taller de escritura, ¿por qué no te apuntas tú también?
—¡Claro! Cuenta conmigo, the more the merrier que decían cuando vivía en Londres.
—¿Has vivido en Londres? —preguntó Daniel interesado, pues era una ciudad que le encantaría visitar.
—Sí, vivimos allí hasta que cumplí ocho años. Somos una familia muy internacional, mi madre es de Sudáfrica, pero vivió en Londres veinte años, donde conoció a mi padre cuando este se fue allí de erasmus. Al parecer le deprimía mucho el tiempo de Inglaterra y consiguió un trabajo bueno en Barcelona, de donde es él, luego hemos ido mudándonos durante los siguientes años hasta llegar aquí, a ver si ya nos quedamos en Tres Cantos por un tiempo, que me gusta, es una ciudad muy tranquila. En fin, chicos, os dejo, que me esperan mis padres para cenar en el japonés de aquí al lado.
—¡Dile a Asun que te he mandado yo! ¡Y no te olvides de pedir las Gyozas, son mis favoritas! —le gritó Nuria desde la puerta, a lo que Nasha contestó con el pulgar hacia arriba como afirmación.
Y así se despidió y fue cuando Daniel se dio cuenta de la hora que era y de que la madre de Nuria había empezado a hacer caja hacía tiempo y los miraba divertida detrás del mostrador. Daniel pagó y se dirigió a casa contento con los libros que se llevaba. Le durarían poco, pero le encantaba ese sentimiento de anticipación que le embargaba cada vez que comenzaba una nueva novela, la alegría de conocer a los personajes, emocionarse y sufrir con ellos. Estaba seguro también de que esa tarde marcaba el principio de muchas otras que pasaría por allí.