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Casey no miró al público. Claro que la mayoría eran mujeres del pueblo que habían ido a babear por una estrella de cine. Aparte de ellas, había unos cuantos obreros que todavía estaban trabajando en el jardín y algunos electricistas en las vigas, colocando las luces. No sabía si Josh andaba por allí. Y Kit estaba en su escritorio, observando, y Olivia no lejos de él.

Casey se tomó un momento para alisarse la falda y tranquilizarse. Se sabía bien las frases, ya que Stacy y ella habían ayudado a escribirlas. Y durante las últimas horas las había oído muchas veces.

En ese momento no podía pensar más que lo que acababa de contarle Devlin sobre su querida hijita. ¿Por qué Tate Landers había hecho algo así? En realidad ella creía conocer ya la respuesta. Ya había visto su celoso sentido de la propiedad. Era el dueño de Tattwell, por lo tanto creía que eso le daba derecho a entrar en la casa de Casey cuando ella estaba ausente.

En cuanto a su sobrina, era casi como si la llevara en el bolsillo. ¿Acaso creía que su hermana y su sobrina también eran de su propiedad, que él era su dueño? ¿Por eso había usado su dinero y su prestigio para librarse del padre de Emmie?

Casey notaba que se encolerizaba mientras estaba allí de pie. En ese momento, Tate parecía regodearse haciendo esperar a todo el mundo por él.

«Debo recordar que soy Elizabeth Bennet —pensó—. Se supone que vivo en una época en la que las mujeres no se enfrentan a los hombres ni les cantan las cuarenta.»

A su derecha había gente esperando, una vez más, a que apareciera en escena Su Alteza Real.

—Silencio —gritó la directora de escena.

Y Casey comprendió que Tate estaba a punto de aparecer. ¿Cómo era posible? ¿Sin redoble de tambores? ¿Sin trompetas tocando el Dios salve al rey?

Cuando Tate Landers apareció por fin, se produjo una oleada de suspiros femeninos y Casey tuvo que esforzarse para no poner los ojos en blanco. Lo cierto era que tenía el proverbial aspecto de Darcy, alto, moreno y apuesto, pero, como había señalado Devlin, era lo bastante perceptiva como para ver más allá de las apariencias.

Cuando él vio a Casey no reaccionó como ella esperaba. Creía que iba a fruncir el ceño y a emitir una exclamación de fastidio. Pero lo que hizo fue sonreír un poco, como si se alegrara de ver a alguien familiar.

«Apuesto a que me considera de su propiedad», pensó Casey, y su expresión se volvió casi amenazadora.

—Siento el retraso —susurró él cuando estaba a corta distancia—. Problemas de vestuario. Mi...

—¿Podemos acabar con esto? —replicó ella con cierta sequedad.

—Claro. —Tate dio un paso atrás—. ¿Por dónde quiere empezar?

—Por cuando me dice que soy inferior a usted.

Él la miraba como si tratara de averiguar alguna cosa.

—Siento mucho todo lo que ha ocurrido hoy. Quizás esta noche podríamos...

—Ya podéis empezar —dijo Kit en voz alta.

Tate se volvió hacia él. El escenario estaba tan iluminado que en contraste el auditorio estaba casi a oscuras.

—Claro —dijo Tate—. Dame solo un segundo, ¿quieres? Tengo que canalizar a Darcy. —Les dio la espalda, pero Casey lo veía de perfil... y no estaba intentando meterse en el papel—. Déjeme que la lleve a cenar esta noche y le explique lo que ha ocurrido.

—No, gracias —replicó ella con una sonrisa—. Tengo una cita con un hombre llamado Devlin Haines. —Casey tuvo la enorme satisfacción de ver cómo la miraba él horrorizado. Ni siquiera le dio tiempo para recobrar la compostura—. ¡Señor! —exclamó en voz alta—. ¿Qué es lo que desea decirme?

Al instante él pasó de parecer horrorizado a adoptar la expresión enamorada de Darcy, que se había hecho familiar para todos. Se encaró entonces con Casey.

—«He luchado contra mis sentimientos. —La voz de Tate era anhelante—. Pero aunque su nacimiento, sus circunstancias y su familia sean inferiores, no han conseguido cambiar lo que siente mi corazón. Debe permitirme que le diga cuán ardientemente la admiro y la amo. Le pido que se case conmigo.»

Casey se alegró de haber ensayado la escena cuando Kit la escribía. Miró a Tate con conmiseración.

—«Veo por su expresión que espera una respuesta favorable, y me gustaría dársela. Pero, señor, no puedo aceptar su propuesta. Siento causarle pena, pero seguro que no tendrá gran dificultad en superarlo.»

Tate retrocedió como si le hubiera golpeado.

—«¿Esta es su respuesta? ¿No va a decirme el motivo por el que me rechaza con tan escasa cortesía?»

Casey perdió su expresión de piedad y un destello de ira brilló en sus ojos. Le ayudó el hecho de sentir auténtica furia contra él.

—«¿Y puedo preguntarle yo por qué me ofende y me insulta declarando que me ama contra su voluntad, contra su buen juicio? ¡Incluso en contra de su naturaleza! ¡Si antes usted me gustaba, desde luego no me gusta ahora!»

—«No ha interpretado bien mis palabras. Desearía explicarme. Yo...» —dijo Tate, pero no era lo que ponía en el guion.

Casey no pensaba darle ocasión de disculparse con excusas por lo que había hecho.

—Tengo todas las razones del mundo para que me desagrade. Ha invadido mi intimidad, me ha acusado en falso. Me ha robado lo que es mío. —Ahora sus ojos lanzaban llamaradas de ira—. Ha intentado alejar a un padre de su hija.

—¡Que he hecho qué!

Ahora era Tate Landers quien hablaba, no el señor Darcy, y Casey no pudo evitar la sensación de triunfo por haber traspasado su autocomplacencia.

—¿Niega que usó su riqueza y su poder para obtener asistencia legal para su hermana?

Casey observó por su expresión que por fin lo comprendía y se envaraba.

—¿Se refiere al que fue mi cuñado?

—Sí. Al hombre que será Wickham. ¿Qué tiene que decir a eso? ¿Interfirió o no interfirió usted en lo que era un asunto privado?

En el público, todo el mundo se había quedado paralizado. Los electricistas se sentaron sobre las vigas del techo con las piernas colgando, para mirar lo que ocurría en el escenario. Uno de ellos ajustó un foco para que iluminara mejor a los dos intérpretes. Las mujeres que iban a hacer la prueba después se quedaron quietas con la vista fija. ¿Quién se atrevía a hablar así a una estrella de cine?

El único que no parecía sorprendido era Kit. Sonreía detrás de su escritorio como si fuera eso exactamente lo que esperaba que ocurriera.

—¿Wickham? —dijo Tate por lo bajo, luego echó los hombros hacia atrás—. Sí, lo hice. —Su tono era orgulloso—. Utilicé todo lo que tenía para alejar a mi hermana de un hombre al que no amaba.

—¿Entonces admite que utilizó a su sobrina como peón para controlar a su familia? Parece que asumió la propiedad de los que le rodeaban, igual que en mi caso.

Una vez más el semblante de Tate cambió, pero esta vez pasó de la ira a lo que parecía ser regocijo.

—Usted no ha sido nunca de mi propiedad, aunque la primera vez que apareció ante mí llevaba un pijama que era de cuento de hadas infantil. ¿Tenía intención de seducirme para entablar una relación ilícita?

La indignación de Casey aumentó.

—¿Seducirle? Es usted vano, arrogante... —Le lanzó una mirada asesina. ¡No iba a conseguir hacerle olvidar dónde estaba—. Usted, señor, es el villano en esto. Cuando se mostró por primera vez ante mí estaba tan desnudo como el día en que nació. Conjuró la lluvia y se enjabonó partes del cuerpo que una mujer soltera no debería ver.

Tate estuvo a punto de sonreír.

—Entonces ¿por qué no dio a conocer su presencia? ¿Por qué no huyó del lugar?

—Fue por miedo. ¿Acaso no teme una doncella a su atacante?

—El hecho de que permaneciera quieta en absoluto silencio para ver cómo me enjabonaba me hace dudar de su condición de doncella.

Los labios de Casey se torcieron en una mueca.

—¿Quiere que comparemos pérdidas de virtud física? Tal vez bastaría con una lista de nombres. ¿Habrá suficiente papel en este pequeño pueblo para una lista tan larga como sería la suya?

Tate dio la espalda al público unos instantes. Solo Casey pudo ver que realmente se estaba divirtiendo. Cuando volvió a darse la vuelta, el público vio esa expresión, la que usaba en el cine. Sus oscuros ojos parecían exudar lujuria y deseo. Su voz fue un susurro seductor.

—Tal vez sus protestas tengan como objetivo entrar también en esa lista. —Alargó una mano para acariciarle la mejilla.

Pero Casey alzó las manos para impedírselo.

—No le aceptaría aunque...

Tate se había apoderado de sus muñecas. Lenta y seductoramente, le besó las palmas de las manos. La miró con los ojos entornados como si esperara que Casey cayera en sus brazos y se lo perdonara todo.

Casey no sintió nada. La acción de Tate era tan falsa, se notaba tanto que quería impresionarla, que ella no reaccionó. Se limitó a lanzarle una mirada glacial.

—¡Señor! Le exijo que me suelte.

Tate se sorprendió tanto que Casey se dio cuenta de que había dado en la llaga. La estrella de cine había utilizado sus mejores maniobras seductoras de actor y había fracasado.

Dejó caer las manos y se quedó mirándola, sin respuesta al parecer.

Casey no pudo resistirse a asestarle un golpe más.

—Esta noche cenaré con el cuñado del que se deshizo. —Cuando vio que lo había dejado mudo, volvió al guion... y su voz llevaba auténtico veneno—. «Desde el primer momento en que le oí hablar, vi su arrogancia, su soberbia y su egoísta desdén hacia los demás, todo lo cual ha hecho crecer en mí una inquebrantable antipatía hacia usted.»

Ella se acercó tanto a él que sus senos casi le tocaban el pecho, y entonces lo miró a los ojos. Se alegró de ver que había borrado de ellos la expresión de petulancia.

—«¡Señor! Aunque fuera el último hombre sobre la tierra, no me casaría con usted.»

Tate retrocedió.

—«¡Es suficiente! Entiendo sus sentimientos y ahora me avergüenzo de los míos. Discúlpeme por haberle robado tanto tiempo. Le deseo salud y felicidad en la vida.» —Dio media vuelta y abandonó el escenario.

Casey se quedó donde estaba, viéndolo marcharse con paso airado; luego echó a andar hacia el otro extremo para irse también ella.

Fue entonces cuando estallaron los vítores. Sobresaltada, se volvió hacia el público y vio que todo el mundo aplaudía y gritaba. Los electricistas en las vigas, los jardineros desde el exterior, todas las mujeres, todos lanzaban vítores entre aplausos.

—¡Así se hace, Casey! —exclamaban.

—¡Has hablado por todos!

—¡Brillante!

Casey notó que se sonrojaba. Durante el... la... lo que fuera, se había olvidado de que había gente observando. Solo era consciente de las pullas que había intercambiado con aquel hombre tan detestable.

No obstante, le gustaron los aplausos y los vítores. Hizo una leve reverencia y luego salió corriendo del escenario.