Casey volvió a mirar su móvil una vez más. Tenía emails de su madre, de Stacy y de un par de amigos de cuando trabajaba en Christie’s, pero nada de Tate. Hacía cuatro días ya que no sabía nada de él.
La víspera, durante los ensayos, Gizzy le había dicho que había recibido varios mensajes y emails de Jack. Quería preguntarle a él por Tate, pero Casey le había pedido que no lo hiciera. «Seguramente está muy ocupado», había musitado Casey, y luego había seguido ensayando.
Ahora mismo estaba sentada sobre una manta con Rachael Wells. Devlin estaba un poco más allá, corriente abajo, con una caña de pescar entre las manos. No parecía muy experto echando el sedal al agua.
Casey miró a Rachael, que era una mujer atractiva con una densa cabellera oscura y llevaba un vestido veraniego que parecía sacado de una película de la década de 1950. Llevaba los brazos desnudos, tenía las piernas bronceadas y estaba muy delgada.
—Por la cámara —le había dicho a Casey al conocerse.
Durante el trayecto hasta el lugar del picnic, Rachael le había lanzado a Devlin varias miradas de evidente desaprobación, pero él había hecho caso omiso. Una vez en el sitio, Devlin se había hecho un rápido sándwich de pan con queso y se había ido rápidamente, dejando a las dos mujeres solas.
—¿Vuelves a Los Ángeles mañana? —preguntó Casey y dio un bocado a su porción de quiche.
—Sí, pero ¡maldita sea! Ojalá hubiera sabido que Tate no estaba aquí.
—¿Lo conoces?
Rachael soltó un bufido burlón.
—Ya lo creo. Tate Landers y yo somos amigos desde hace mucho tiempo. Sé que su última película no fue bien y pensó que la publicidad que le daría esta obra le ayudaría, por lo tanto supuse que estaría aquí.
—¿Querías verlo por algo en concreto? —preguntó Casey, procurando que no se le notara la curiosidad.
—En realidad, tengo las fotos que compró Tate. —Lanzó una mirada a Devlin, que estaba muy lejos para oír algo—. Desde luego no pudo dárselas al pobre Devie. Después de todo lo que le hizo Tate, ni siquiera mencionó su nombre. —Bajó la voz—. De hecho, Devie no sabe que aún trabajo para Tate.
—¿Qué ocurrió entre ellos exactamente?
—Oh. Eso. ¿Has oído hablar de una serie llamada Death Point?
—No.
—Por supuesto que no. Ni tú ni nadie. Era la serie de Devie y Tate acabó con ella. Supongo que sentía celos de lo bien que iba. Una estrella por familia parece ser el lema de Tate, y es él. —Rachael miró a Casey con expresión de sorpresa—. ¡Oye! Tú vives cerca, así que podrías darle tú las fotos.
—No sé yo si...
—No son porno, si es lo que te preocupa. A ver, no es que a Tate no le guste el porno. —Miró en derredor para asegurarse de que estaban solas—. Entre nosotras, si alguna vez tienes la oportunidad de acostarte con Tate Landers, no lo dudes. Te aseguro que un par o tres de horas con él merecen la pena. Las recordarás toda la vida.
Casey tragó saliva.
—Entonces ¿él y tú habéis sido amantes?
—¿Habéis? Cariño, somos amantes. No creerás que me he venido a este sitio perdido solo para entregar unas fotos, ¿no? Devie ha dejado claro que quiere volver con su ex mujer, así que tengo que buscar consuelo. —Se echó a reír—. Había venido a que me consolara Landers.
Casey sintió que todo su cuerpo se ponía rígido.
—Creo que está saliendo con alguien.
Rachael hizo un gesto despectivo con la mano.
—Tate siempre está saliendo con un par de mujeres por lo menos a la vez. Cualquier mujer que se crea lo contrario, saldrá mal parada. —Rachael sacó un grueso sobre de su bolso—. Este trabajo me ha costado lo suyo. No fue fácil montar todo eso desde Los Ángeles. El niño tenía que estar sujeto al tejado, con los cables ocultos, y que después se soltaran con la magia de las películas. ¡Fue una pesadilla!
—¿Tejado? ¿De qué estás hablando? ¿Qué niño?
—¿No te enteraste? ¿El rescate ese que fingieron Tate y Jack? Me dijeron que salió perfecto. Me preocupaba el niño, pero Tate dijo que estaba bien. Cualquier cosa por relanzar la carrera, ¿no?
—¿Me estás diciendo que el niño que estaba sentado en el borde del tejado y el rescate formaban parte de un truco publicitario?
—Por supuesto. No creerás que megaestrellas como Tate Landers y Jack Worth van a hacerse los héroes sin motivo, ¿no? —Miró el rostro escandalizado de Casey—. Lo siento. Olvidaba que no estoy en Los Ángeles. Allí todo el mundo capta la publicidad. No pretendía hacer estallar tu burbuja de la América del Medio Oeste.
—¿Podrías contarme toda la historia, por favor?
—Claro. Fue Jack quien me llamó, pero claro, Tate siempre tiene un compinche. Durante un tiempo fue Devlin, pero... —Se encogió de hombros—. Pobre Devie. Tate lo echó de su matrimonio e hizo que lo despidieran de su serie, todo al mismo tiempo. No sé cómo sobrevivió.
»Bueno, el caso es que Jack me llamó y me dijo que Tate y él iban a una venta en una finca, y que necesitaban que ocurriera algo con lo que ellos pudieran quedar como héroes. No fue fácil, pero con la ayuda de un tipo de Richmond que conozco, lo montamos todo. Alquilé una camioneta, encontré a un niño mono para el tejado y a un fotógrafo profesional. Nada de vídeo, solo fotos, así parecía más real. —Tendió el sobre a Casey—. Puedes verlas si quieres.
Casey sabía que no debía hacerlo, pero no pudo evitarlo y sacó las fotos. La primera era una foto del niño sentado en el borde del tejado. Con una cuerda alrededor de la cintura, Gizzy caminaba hacia él. Ella estaba muy guapa, pero el niño parecía asustado.
—Fíjate en que los hombres se quedaron dentro, a salvo. ¡No iban a arriesgarse tanto para darse publicidad!
A continuación había dos fotos de la madre del niño. Casey se la mostró a Rachael, enarcando las cejas.
—Es una actriz de la zona, y el niño era el hijo de una vecina. ¡Esa madre va a ponerse furiosa cuando vea las fotos en la portada de las revistas!
Casey pasó a la siguiente foto. Era de ella colgando cabeza abajo sobre el tejado.
—Esa es la otra chica. Jack se reía cuando me contó que a Tate le tocó acostarse con la gorda. Pobre. Pero supongo que en un pueblo tan pequeño, incluso él tiene que conformarse con lo que hay a mano. —Miró a Casey y puso los ojos como platos—. Esa... ¡Oh, no! No me había dado cuenta de que tú eras la segunda chica a la que pusieron en peligro. Lo siento mucho. No sabía que Tate te estaba utilizando para... quiero decir, que está... Tengo que cerrar la boca. Mira, dame las fotos. Se las enviaré por correo.
—No —dijo Casey—. Me gustaría quedármelas.
—Claro. —Había simpatía en la mirada de Rachael—. Después de ver cómo te ha utilizado Tate, puedes quedarte con lo que quieras. Siento mucho todo esto. Y voy a matar a Devie por no hablarme de Tate y de ti. En Los Ángeles todo el mundo sabe cómo es, pero en este lugar apartado... De verdad que lo siento.
Rachael esperó, pero Casey no dijo nada.
—¡Mierda! Ahora me preocupa lo que me ha pedido Tate que haga a continuación. Me dijo que me pusiera ropa gruesa para atravesar unos arbustos espinosos. Me dijo que hay una... —Comprobó sus notas—. ¿Una caseta del pozo? Soy una chica de ciudad. No tengo la menor idea de qué es eso. Pero tengo que mirar por una ventana y hacerle fotos cuando él esté dentro. Quizá sean una especie de fotos artísticas. Sea lo que sea, Tate cree que, si se publican, se renovará el interés por él como héroe romántico. Le preocupa que otros actores más jóvenes lo derriben de su pedestal.
Rachael se volvió para mirar a Devlin, que seguía junto al arroyo.
—Creo que será mejor que me vaya. Tengo muchas cosas que hacer. —Se levantó, soltó un fuerte silbido y luego hizo gestos a Devlin para que volviera.
Casey seguía sentada en la manta como si estuviera congelada, o muerta. Todas las palabras de Rachael se atropellaban en su mente y apenas podía pensar con claridad. La caseta del pozo. El rescate. Aquel niño tan mono. ¿Todo para salvar la carrera de Tate Landers? ¿Un truco publicitario?
—Creo que te he disgustado —dijo Rachael, mirándola—. ¿Por qué no vuelves al coche? Nosotros recogeremos todo esto.
Casey consiguió ponerse en pie y, por primera vez en su vida, no recogió todo lo que había preparado. Entonces se dirigió al coche dando traspiés, abrió la puerta de atrás y se metió dentro.
Lo único que pensaba era que debía avisar a Gizzy. Los dos amigos actuaban juntos en todo aquello. No eran reales. Habían llegado a un pequeño pueblo y habían encontrado a dos mujeres dispuestas a irse a la cama con ellos. Y al pobre Tate le había tocado «la gorda». Era una pena que no hubiera llegado antes al teatro el primer día, para haberse quedado con la belleza del pueblo.
Casey observó a Rachael y a Devlin guardando las cosas del picnic. Daba la impresión de que ella le estaba echando una bronca. Seguramente reprendía a Devlin por no haberla avisado de que Casey era la actual compañera de cama de Tate Landers.
¡Tate había contratado a Rachael para que los fotografiara dentro de la caseta del pozo! A Casey le dio un vuelco el estómago.
Cuando Rachael y Devlin echaron a andar hacia el coche, Casey intentó recobrar la compostura. Vale, se había dejado engañar por los trucos de una estrella de cine. Podía tomárselo como una lección aprendida. Algún día quizá sería capaz incluso de reírse de su ingenuidad. A pesar de haberse creído que mantenía una distancia emocional con respecto a Tate, no lo había logrado.
Lo importante ahora era avisar a Gizzy de que también a ella la estaban utilizando. Y, además, Casey sabía que no podía contarle a nadie lo que estaba pasando. Más adelante, cuando el «rescate» copara la primera página de las revistas, podría decir: «Pues claro que sabía que era todo un truco publicitario. El niño estaba perfectamente sujeto al tejado. No, no, todo fue publicidad y yo lo sabía.»
Sacó el móvil y mandó un mensaje a Gizzy: «VEN A MI CASA DENTRO DE UNA HORA. TENGO NOTICIAS IMPORTANTES QUE CONTARTE.»
Durante el trayecto de regreso a Summer Hill con Devlin de conductor, los tres guardaron silencio. Rachael parecía demasiado enojada para decir nada y Casey no quería hablar. Cuando el coche se detuvo frente al hotel de Rachael, esta se giró hacia Casey antes de bajar.
—Siento mucho todo lo ocurrido. No sabía de qué iba todo esto. Creo que debería decirte que...
—Ya has dicho bastante por un día —dijo Devlin con severidad.
—¡Eres un cabrón! —Rachael se apeó del coche y cerró de un portazo, pero volvió a mirar atrás—. Casey, yo...
Casey no oyó nada más, porque Devlin salió disparado.
Al llegar a Tattwell, tuvieron que pasar por el guardia de la verja de entrada, y luego fueron hasta la casa de Casey.
—No tengo palabras para disculparme por lo que te ha contado Rachael. Pero me resulta muy difícil quedarme a un lado viendo lo que te hace mi ex cuñado.
—No puedo soportar nada más. He llegado al límite.
—Lo sé —dijo él con suavidad—. Pero no te preocupes. Yo te cuidaré. Te prepararé una copa o dos y podemos sentarnos a charlar y...
—No —le aseguró Casey, apartándose de él—. Mi hermana llegará en cualquier momento y, no te lo tomes como algo personal, pero puede que no quiera volver a ver ningún hombre nunca más. —Casey se metió en casa y cerró la puerta con firmeza tras ella.
Devlin se quedó un momento mirando la puerta cerrada. ¡Maldita Rachael! Se había pasado de rosca. Se suponía que haría que Casey recurriera a Devlin hecha un mar de lágrimas. Pero, claro, ¿qué podía esperarse? Rachael siempre había sido una mala actriz. Ahora que lo pensaba mejor, seguramente ella había sido la razón principal por la que su serie había fracasado.
Pero al menos Casey no volvería a recibir a Landers con los brazos abiertos. Ese objetivo estaba cumplido. Y lo había hecho él solo, sin ayuda de nadie. Si Rachael creía que iba a pagarle por su cagada, iba lista.
Sacó el móvil y llamó al detective privado.
—Estaba a punto de llamarle —dijo el tipo—. No se va a creer lo que he descubierto sobre ese tal Christopher Montgomery y la que antes era la señorita Olivia Paget. Esta vez ha dado en la diana.
—Mejor será que sea algo bueno. He tenido un día asqueroso. ¿Por qué la gente no hace nunca lo que ha de hacer?
—Se alegrará en cuanto le cuente lo que he averiguado.
Veinte minutos más tarde, Devlin sonreía de oreja a oreja. Se sentía tan bien que pensó en ir al hotel de Rachael, dejar que le gritara un poco más, y luego quitarle la ropa. Si se portaba realmente bien con él, tal vez se dejara convencer para pagarle la mitad de lo que le había prometido. Debería estarle agradecida, porque no se merecía cobrar nada.
Cuando llegó al coche, iba riendo. En poco tiempo estaría disfrutando del Jaguar que Landers se había negado a comprarle. ¡No! Después de lo que acababan de decirle, quería un Maybach.