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Devlin estaba sentado en una silla de plástico en el sendero de cemento del sórdido motel, observando a Lori, que hacía largos en la piscina. Fugarse con ella le había parecido una gran idea. Se había imaginado tomando caviar y champán en un avión privado. No porque a él le gustaran aquellas huevas de pescado. ¡Qué sabor tan repugnante! Pero la idea de que pronto tendría todo lo que deseaba había sido fantástica.

Cuando el detective privado le comunicó que la chica era nieta ilegítima de Kit Montgomery, Devlin se había sentido indescriptiblemente feliz. ¡Todos sus sueños iban a hacerse realidad! No tendría que trabajar más en la vida, no tendría que aceptar papeles inferiores a su talento, ya no le ningunearía nadie más, ni lo despreciarían como hacía Tate Landers.

Lo único que debía hacer era conseguir que la chica se fuera con él, y eso había sido fácil. Era una chica increíblemente ingenua que se moría por tener algo de independencia. Sus padres estaban fuera del país, porque su padre era una especie de diplomático. Devlin hizo una mueca al pensarlo. ¡Siendo rico se conseguían trabajos estupendos! A Lori la habían dejado con su abuela rica para que pasara el verano sana y salva.

Devlin pensó en lo mimados que eran los críos de hoy en día. Cuando él tenía dieciocho años llevaba años manteniendo a la familia, que eran su madre y él. Pero aquella cría aún vivía con sus padres, aún la supervisaban adultos.

Se protegió los ojos del sol haciendo pantalla con una mano, y observó a la chica caminando hacia el largo trampolín. Tenía buen tipo en biquini, pero se comportaba como una niña. Antes de irse, le había preguntado tres veces si tenía realmente dieciocho años y ella le había asegurado que sí. No tenía carnet de conducir, pero decía que le enseñaría el pasaporte para demostrárselo. Cuando ella había olvidado incluirlo en su equipaje, Devlin se había cabreado en serio, pero lo había dejado correr al echarse ella a llorar. Hasta que no estuvieran casados, no quería desengañarla.

Devlin había imaginado que una limusina con chófer iría a recogerlos. Por supuesto se produciría una tremenda escena. Pero Devlin sabía cómo enfrentarse con ese tipo de dramas. Lori y él se darían la mano y jurarían que no podían vivir separados. Luego, Devlin sacaría el certificado de matrimonio para mostrarlo triunfalmente.

Sin embargo, por el momento nada había salido según sus planes. Sin un documento de identificación para Lori, no habían podido casarse, de modo que Devlin había decidido ganársela de otro modo. Hasta que fuera totalmente suya, no podía arriesgarse a volver en busca del pasaporte. ¡Esa abuela suya era demasiado posesiva!

La primera noche se había metido en la cama con ella, pero Lori se había hecho un ovillo a causa de los dolores menstruales y le había explicado con detalle que «perdía» mucha sangre. ¡Más que suficiente para quitarle las ganas a cualquier hombre!

De eso hacía tres noches, y Devlin se estaba quedando sin dinero. No se atrevía a usar las tarjetas de crédito, porque las facturas se las enviaban a Landers. Devlin estaba seguro de que Kit Montgomery utilizaría sus influencias en el gobierno para encontrarlos. ¿Dónde estaba entonces?

Se recostó en el asiento y dejó volar la imaginación. La prensa cubriría la noticia del enlace entre la heredera de los Montgomery y él, y ellos hablarían de su gran amor frente a una muchedumbre de paparazzi ansiosos. ¡Acabaría siendo un ídolo romántico mayor que Tate Landers!

Pero no ocurría nada. ¡Nada! Devlin tenía siempre la radio encendida, pero no salía ninguna noticia sobre él. Ni siquiera lo mencionaban en televisiones locales. Habían hablado de la obra y de que Landers iba a participar en ella, pero nada sobre él. ¡Típico!

Y empezaba a tener problemas. Por la mañana, la chica le había dicho que quería volver a casa, que echaba de menos a su abuela.

La posibilidad de que fracasara su gran plan hizo que se apoderara de él una furia enorme. ¡Mocosa desagradecida! ¿Quién se creía que era para darle falsas esperanzas? Había tenido que pasarse horas oyéndola quejarse sobre la vida muelle que llevaba en la gran casa de su abuela, ¡y ahora estaba en deuda con él!

Lori debía de haber visto la expresión de su cara, porque inmediatamente había cambiado de tema. Había empezado a hablar muy deprisa de que se moría de ganas de hablar con todos sus amigos de Facebook sobre su gran aventura y lo maravilloso que era Devlin.

A Devlin no le gustó, pero tuvo que mostrarse muy firme y ordenarle que no se pusiera en contacto con nadie. Le había quitado ya el móvil y el portátil. Y después de encontrarla intentado usar el teléfono fijo en medio de la noche, le había cortado el cable. Incluso la había obligado a quedarse junto a la puerta del cuarto de baño mientras él se duchaba para poder oírla. ¡Ya no se podía confiar en ella!

Con el ceño fruncido, Devlin la vio zambulléndose en la piscina. Lo hacía muy bien, lo que seguramente significaba que había tenido entrenador personal desde niña.

Un chico alto adolescente se metió en la piscina y le dijo algo a Lori. Ella hizo ademán de dirigirse hacia él, pero miró a Devlin, preguntándole con los ojos si le daba permiso.

Él negó con la cabeza con brusquedad y Lori se alejó del chico. Devlin esbozó una sonrisa. ¡Al menos le había enseñado algo! Le había funcionado mejor que con Nina. Claro que su ex siempre se iba corriendo a quejarse a su hermano, y Landers iba en contra de lo que era moralmente correcto y se interponía entre un hombre y su esposa.

Devlin siguió contemplando a Lori, que reanudaba sus interminables largos por la piscina. Esta vez las cosas serían distintas. Nunca más permitiría que un abusón como Tate Landers lo intimidara. Esta vez se mantendría firme y reclamaría sus derechos. Esta vez...

El hilo de sus pensamientos se interrumpió cuando oyó la voz de su ex mujer en la radio. ¿Y ahora qué?, pensó. ¿Utilizaba Landers a la familia de Devlin para darse publicidad en aquella obra de teatro de mala muerte? ¿Es que no tenía orgullo? Si utilizaba a Emmie, ¿podría demandarlo?

Subió el volumen de la radio.

—¡Has perdido el juicio! —exclamaba Nina—. Es imposible que mi ex marido pueda vencer a Tate en nada. ¡Y menos aún actuando!

Devlin abrió los ojos con asombro. El chico de la piscina daba vueltas alrededor de Lori como un tiburón. Devlin hizo señas a Lori para que saliera del agua y lo siguiera a la habitación. No podía escuchar las mentiras de su ex mujer mientras tenía que impedir que la que era casi su segunda esposa fornicara con otro.

—¿Qué dice a eso, Jack? —preguntó el locutor.

—No quiero contradecirte, Nina, y tú sabes que Tate Landers es mi mejor amigo, pero... —Era la voz de Jack Worth.

Devlin abrió la puerta de la habitación e indicó a Lori que entrara con un gesto cortante de la mano. No tenía tiempo para andarse con chiquitas. Cerró la puerta con llave y luego se movió hacia las sombras de la habitación para seguir escuchando.

—Pero ¿qué? —preguntaba Nina.

—Quiero ser justo. Aunque lo tuyo con Devlin no funcionara, lo cierto es que es un excelente actor.

—¡Ja! —exclamó Nina—. Después de sus interpretaciones en Death Point, no merece tus falsos halagos.

—¿Falsos halagos? —dijo el locutor—. Jack, ¿está de acuerdo con...?

—¡Espera un momento! —la voz de Jack había adquirido ese tono grave y amenazador que usaba en sus películas antes de liarse a tiros con media docena de hombres—. No hay nada de falso en las interpretaciones de Devlin Haines. Había una escena en Death Point en la que el personaje de Rachael Wells moría, que casi me hizo llorar. No sé cómo no le dieron el Emmy por esa actuación. ¡Desde luego se lo merecía!

—En ese caso, a Tate deberían haberle dado un Oscar.

Jack soltó una risita burlona.

—Vamos, Nina, seamos sinceros. No se necesita mucho talento para lanzar miradas lascivas a chicas guapas. Con eso no se ganan los Oscar. Y cuando Tate salió en Death Point no logró eclipsar a Devlin. Dime, ¿no te preocupa un poco lo que dirán los críticos de Nueva York cuando se estrene la obra mañana por la noche? Puede que Devlin les guste más. ¿Qué dirás entonces?

—Amigos —les interrumpió el locutor—, están hablando sobre la obra Orgullo y prejuicio, que se estrenará en Summer Hill mañana a las ocho. Las entradas para el teatro se han agotado, pero nos comentan que se van a instalar tres grandes pantallas para seguir la obra desde el exterior, y que todo el mundo es bienvenido, sin tener que pagar entrada, aunque se aceptarán donaciones que irán destinadas a obras benéficas. Lleven sillas o mantas, cestas de picnic... ¡y la cartera!

—Si se estrena —dijo Nina con tono ominoso.

—¿Qué significa eso? —quiso saber el locutor.

—No vuelvas a empezar con eso. —La voz de Jack delataba su enfado—. No eres actriz y no sabes cómo funciona este mundillo.

—¿De qué están hablando? —preguntó el locutor.

—Devlin ha desaparecido —explicó Nina—. Seguro que ha huido. Siempre le ha tenido miedo a mi hermano mayor.

—¿Me tomas el pelo? —Jack parecía realmente furioso—. Durante los ensayos de la obra, Devlin Haines ha trabajado el doble que cualquier otro. Estuvo ahí desde el primer día. Tate ni siquiera llegó hasta que las audiciones prácticamente habían terminado. Pero Devlin estuvo allí y ayudó a los jóvenes aficionados, como a la chica que hace de Lydia. Prácticamente la llevó de la mano en cada frase. La chica se llevó el mérito, pero Devlin hizo todo el trabajo. Y todo eso mientras Tate se divertía con la cocinera del pueblo, ¡y no ayudaba a nadie!

—Bueno, ¿y dónde está Devlin ahora? —preguntó Nina.

—Recargando las pilas —le espetó Jack—. Preparándose para la obra. Haciendo lo que hizo para su serie de televisión, buceando en sus emociones más profundas.

—Y, amigos, esto es...

Nina no dejó hablar al locutor.

—Yo soy la que mejor lo conoce, y te digo que no se presentará para la función de mañana. Es demasiado cobarde para enfrentarse con mi hermano en una interpretación en directo.

—¡Diez mil dólares! —dijo Jack—. Donaré diez mil dólares a obras benéficas si mañana se presenta. ¿Hay alguien que nos escuche que quiera apostar conmigo?

—¡De acuerdo! —dijo el locutor—. Esto es todo por ahora, pero parece que el... ¿cómo llamar a esto? El gran reto interpretativo está en marcha. Si está escuchándonos, Devlin Haines, esperamos que aparezca mañana por la noche para que Jack Worth tenga que donar diez mil dólares a obras benéficas.

—Que sean cincuenta mil —dijo Jack.

—Vaya —exclamó el locutor—. Somos los primeros en enterarnos. El gran Jack Worth donará cincuenta mil dólares a obras benéficas si Devlin Haines, estrella del antiguo éxito televisivo Death Point, se presenta para actuar en el estreno de mañana por la noche. Y ahora vamos a escuchar un poco de música que a la propia Jane Austen le habría gustado.

 

 

El locutor apagó su micrófono y miró a Jack y a Nina.

—No irán a pelearse, ¿verdad? No creía que iba a provocar una riña. Yo solo...

—No pasa nada —dijo Nina, poniéndose en pie. Sonreía.

—Lo ha hecho muy bien. ¿Jack?

—Sí, genial. —Sonreía. Se levantó, se acercó a Nina y le echó un brazo por encima de los hombros—. Mereces un premio por esto.

—¿Lo he hecho bien?

—Haines no lo habría hecho mejor.

Nina se echó a reír. Se despidieron del locutor con la mano y abandonaron el edificio.

Una vez en el coche, Nina se tapó la cara con las manos.

—No me ha gustado decir todas esas cosas. Y me he enfadado de verdad cuando te has puesto en contra de Tate. Me temo que habremos herido sus sentimientos.

—Después de lo que dijeron los críticos sobre su última película, puede soportar cualquier cosa. Bueno, ¿y ahora adónde vamos?

—Tenemos que darle más publicidad a todo esto —explicó Nina—. He quedado con Gizzy en la imprenta para recoger los carteles, y tú tienes que reunirte con Josh para ir a un almacén de madera. Tiene que empezar a construir las gradas descubiertas. Tate ha hecho venir en avión a un equipo de trabajadores que montarán las pantallas.

Jack tomó la mano de Nina y le dio un apretón. Detestaba verla tan nerviosa, tan asustada.

—Lo has hecho muy bien en la radio, de verdad, y esto va a funcionar.

—Eso espero. Rezo para que así sea. Todo depende de si Devlin se entera o no. —Miró a Jack—. ¿Crees que esa pobre chica estará bien?

—Sí —contestó Jack—. Lo creo. Haines no es dado a la violencia física. Venga, vamos. —Puso el coche en marcha y abandonaron el aparcamiento. Ninguno de los dos mencionó lo que pasaba por su mente... el aspecto sexual de todo aquel asunto.