El club vibra al ritmo de la música y de los cuerpos sudorosos. Unas camareras desnudas se contonean sobre sus tacones vertiginosos, ofreciendo bebidas y mamadas u otros servicios en los reservados de la parte de atrás. Oficialmente, la prostitución es ilegal, pero el club pertenece a Vladimir Stefanov, uno de los hombres más ricos de Rusia, y por el precio adecuado, las autoridades hacen la vista gorda.
Esta noche, Vladimir apenas echa una mirada a los cuerpos esculturales de las mujeres. Se abre paso a empujones entre la gente de la pista de baile y se dirige a la sala privada reservada para los vips.
Por debajo de la chaqueta y del chaleco que comprimen su barriga, está sudando. Lleva en vilo dos horas, desde que le llegaron noticias de que Álex Volkov estaba en la ciudad. Oleg Pavlov, como el cobarde que es, ya ha saltado a un avión privado y se ha largado de San Petersburgo con su familia, para esconderse en los Estados Unidos. Si piensa que Vladimir se cree su excusa de llevar a su mujer y a sus hijos a un clima más cálido, está insultando su inteligencia. Oleg es débil. Que haya salido corriendo con el rabo entre las piernas es prueba de ello.
Vladimir siempre ha sabido que Oleg podría convertirse en un problema. Solo haría falta un poco de presión para hacerle cantar. Está seguro de que Oleg tiene escondidas algunas de las pruebas, igual que el mismo Vladimir. Vladimir ha guardado fotos como seguro, en caso de que tenga que chantajear a Oleg con ellas algún día, y Oleg seguramente tenga algo parecido. Si esas pruebas salieran a la luz, nadie sería capaz de decir lo que podría pasar.
La situación en la que Vladimir se encuentra ahora mismo es una jodienda de proporciones épicas. Jamás debería de haber confiado en Oleg para encargarse de Álex Volkov. Si Vladimir se hubiese ensuciado las manos desde el principio, las cosas habrían ido mucho mejor. Pero él quiso dejar una puerta abierta por si todo se iba la mierda, para poder cargarle el asesinato de Volkov a Oleg. El problema es que no puedes confiar en nadie más que en ti mismo para encargarse de tus putos trapos sucios.
Sus guardaespaldas, después de rodear la estancia, apartan a los clientes para abrirle paso. Una joven pierde el equilibrio tras recibir un fuerte empujón en el hombro. Tropieza y cae de morros contra el suelo. Un hombre vestido con un traje a medida se empotra contra su pareja y esta derrama su cóctel sobre por todo su vestido de lentejuelas.
Nadie dice una palabra. Nadie se atreve. Los clientes se apartan, dejando el paso libre hasta la sala trasera para Vladimir.
Un portero con un auricular y una pistola colgando de su cartuchera le abre la puerta de la sala vip. Iván Besov, «Bes», ya está allí, reclinado en una chaise longue con un brazo en cabestrillo y una taza de café en su mano sana. Una puta taza de café. Después de joderla, ¿cómo osa sentarse allí y tomarse un café como si fuese el dueño del local? Con solo ver eso, a Vladimir le entran ganas de romperle los dedos al asesino y dejar que se le curen torcidos para que nunca jamás vuelva a ser capaz de sostener una taza ni apretar un gatillo.
Dos de los guardias de Vladimir entran en el cuarto por delante de él. Bes deja la taza sobre la mesa y se levanta, sabiendo lo que viene ahora. Después de que cacheen al sicario en busca de armas sin encontrar ninguna, Vladimir entra. El portero de fuera cierra la puerta. Sus hombres se quedan firmes en las esquinas del cuarto. Si Bes se ha ofendido ante ese abierto despliegue de desconfianza, lo oculta bien.
—Siéntate —ordena Vladimir, señalando el asiento que Bes ya ha calentado.
Bes cumple la orden con una sonrisa carente de alegría.
—¿Por qué estoy aquí?
Vladimir se acerca a una bandeja de licores y selecciona su marca de vodka favorita. Podría haber pedido a una camarera que les sirviera las bebidas pero necesita distraerse. Si Bes nota lo nervioso que está, su imagen se resentirá. Es importante —esencial— que le teman.
Después de servir dos vasos, Vladimir le acerca uno a Bes y se lo ofrece con gesto de anfitrión generoso.
—No, gracias —dice el asesino sin aceptar la bebida—. El alcohol no es aconsejable para un hombre que necesita tener el pulso firme.
Que nada menos que Vladimir Stefanov en persona te sirva un trago es un honor. Rechazarlo es todo un insulto. Vladimir va a disfrutar mucho del placer de hacer que Bes sufra por esta bofetada en la cara. Pronto.
Vladimir hace un gesto con la barbilla hacia el cabestrillo y le pregunta:
—¿Qué tal la muñeca?
—Casi curada. —El asesino le sostiene la mirada sin pestañear con unos ojos vacíos de emoción alguna—. Me quitan el yeso en un par de días.
Vladimir se bebe el licor de un trago mientras pondera su respuesta. Un guardia corre a cogerle el vaso vacío.
—¿Serás capaz de sostener un arma? —pregunta Vladimir.
Los ojos de Bes se entrecierran de forma casi imperceptible.
—Seré capaz de darle al objetivo, si es lo que me pregunta.
Vladimir se bebe el licor del segundo vaso, estira el brazo y lo deja caer.
—Eso es lo que dijiste cuando Oleg te pagó para que eliminaras a Volkov.
El guardia que corre hacia Vladimir coge el vaso justo antes de que llegue al suelo.
La línea de la mandíbula de Bes se endurece, pero su mirada sigue siendo inexpresiva.
—Como le expliqué a Oleg, Volkov se movió. Un segundo más, y le habría tenido.
Vladimir se balancea sobre sus talones.
—Por desgracia, un segundo es lo único que hace falta para hacer añicos un plan.
Un músculo vibra en la sien de Bes.
—En mi negocio hay errores a veces, pero jamás he dejado de terminar un encargo. No tengo intención de empezar a hacerlo ahora.
—Errores. —Vladimir suelta una risa suave y cruza la estancia, hasta que llega a la pared de cristal que forma uno de los lados de una piscina de metacrilato.
Las aguas turquesas están iluminadas. La bomba de filtrado genera una suave corriente, y el movimiento dibuja suaves ondas de luz en las paredes.
—Una vez puede ser un error —dice Vladimir, estudiando la forma en que el agua distorsiona la imagen de la mujer que camina por el escenario hasta el borde de la piscina—. ¿Pero dos veces?
—Resbalar y romperme la muñeca fue un accidente desafortunado —dice Bes—. De no ser por eso, usted ya tendría a Katherine Morrell ahora mismo.
La mujer mira directamente hacia Vladimir. Desde detrás de la pared de agua, él no puede distinguir sus rasgos, pero ella sabe para quién está actuando. Estira los brazos por delante y salta grácilmente de cabeza. Su cuerpo desnudo adquiere más detalle mientras ella se desliza por el agua y gira como una cinta de seda, dibujando un asombroso retrato en directo en el marco de metacrilato.
—La verdad es, Bes —dice Vladimir, fijándose en cómo sus pezones se contraen en duros montículos a causa del agua fría—, que me estoy hartando cada vez más de las excusas.
La bailarina dobla una rodilla y salta elegantemente sobre sus puntas. Su postura es regia. Con los ojos del color del agua y los labios de un rojo natural, como cerezas maduras, su delicado rostro es de una belleza clásica.
—No habrá ningún otro error —dice Bes con tono neutro.
—Sin embargo, has cometido uno.
Por ese error, el asesino se merece una bala en la cabeza. Solo pensarlo hace que las manos de Vladimir tiemblen sin control. Las ganas de coger una pistola son tan fuertes que tiene que cerrar los dedos en forma de puños para evitar hacerlo de verdad. Nada le gustaría más que destrozar el cráneo de Bes y pintar las paredes con su sangre, pero todavía no puede librarse de él. Tiene planes más importantes para el sicario.
—¿De qué está hablando? —pregunta Bes.
Vladimir deja que los gráciles movimientos de la mujer le calmen. Natasha es una bailarina de ballet magnífica pero ya retirada. Es uno de los tesoros nacionales rusos. Ahora ya está demasiado vieja para actuar en un escenario, pero tiene el culo todavía firme, y las tetas respingonas. La gente acude en manada al club para ver sus espectáculos. El favorito de Vladimir es uno en el que actúa junto a serpientes acuáticas.
—Cometiste un grave error al entregarle a Volkov la tarjeta llave de Katherine Morrell. —explica Vladimir.
—Eso fue intencionado. Hice que se preocupara —dice Bes, mirando a Vladimir a los ojos en a través del reflejo en el cristal—. Los hombres preocupados cometen errores.
El bailarín desnudo salta al agua. Su fuerte cuerpo es terso y de músculos bien definidos, su polla gruesa y larga. Agarra a la mujer y la levanta siguiendo una coreografía de baile.
Vladimir sigue el ballet submarino de los bailarines, y mueve la cabeza hacia un lado y hacia arriba cuando suben a por aire.
—También vino corriendo a casa para proteger a su amante, y ambos sabemos que aquí es poco menos que intocable.
—Se presentará la oportunidad. Siempre se presenta —prosigue Bes, con tono de estar aburrido.
Su arrogancia hace que Vladimir se estremezca de furia. Le resulta difícil controlarlo. Se centra en la pareja que se sumerge hasta el fondo. El hombre aprisiona a la mujer contra la pared directamente frente al cuerpo de Vladimir. Solo les separa el cristal cuando el hombre le abre las piernas y la empala desde atrás.
Ni siquiera ese momento cumbre de la actuación basta para aplacar la ira de Vladimir. Los pechos de Natasha se aplastan contra el cristal. Ella retuerce los brazos hacia el cuello del hombre y cierra las piernas por detrás de su trasero, haciendo que su ágil cuerpo adquiera una artística forma de C mientras el hombre golpea su coño abierto para el deleite visual de Vladimir. Una llamarada de calor lame el vientre de Vladimir y hace despertarse a su polla, pero con la preocupación constante en el fondo de su mente, la chispa de la excitación no llega a prender.
—Esto es lo que vas a hacer —dice Vladimir, sin apartar los ojos del espectáculo—. De ahora en adelante, vas a seguir mis órdenes.
La mujer echa la cabeza hacia atrás. Una burbuja se escapa de sus labios y flota hasta la superficie.
—¿Y qué pasa con Oleg? —pregunta Bes.
—Oleg ya ha tenido su oportunidad.
El bailarín se encuentra con los ojos de Vladimir a través del agua en una petición sin palabras de permiso para terminar el show. Él niega con la cabeza.
—¿Qué es lo que quiere que haga? —pregunta Bes con un tono exasperantemente carente de interés.
Vladimir rechina los dientes. La mujer abre los ojos. Ella dibuja una línea con la palma de la mano en su garganta, indicando que se ha quedado sin aire y que necesita emerger.
—Tengo motivos para creer que Oleg se encuentra en posesión de ciertas pruebas —dice Vladimir—. Tú vas a conseguírmelas.
La mujer empieza a luchar. El rostro del hombre se convierte en una máscara concentrada mientras mueve las caderas más deprisa para poder terminar el espectáculo.
—¿Cómo se supone que voy a hacer eso? —pregunta Bes.
Vladimir se vuelve hacia él y responde:
—Las instrucciones están encriptadas en una memoria USB.
Un guardia da un salto hacia adelante, dándole a Bes el envoltorio de plástico con la memoria.
—Dejaré que averigües cómo hacerlo —dice Vladimir con una sonrisa helada—. Tu expediente afirma que tienes un CI alto. Estoy seguro de que te pondrás creativo. Tú haces esto y yo paso por alto tus errores.
Unos fuertes golpes hacen temblar el cristal por detrás de Vladimir.
Bes sostiene la cajita en su mano. Es lo bastante listo para no rechazar el trato.
—¿Para cuándo necesitaría esas pruebas?
Vladimir se vuelve de nuevo hacia el espectáculo. Llega justo a tiempo de ver como la vida abandona los ojos de la mujer. Por fin, el hombre se corre y sale para que Vladimir pueda ver los chorros de semen en el agua.
—Cuanto antes, mejor.
El hombre patalea y sube a la superficie, con su pesada polla ondeando flácidamente entre sus piernas. Por fin, Vladimir consigue una erección. Tal vez le pida al bailarín que suba a su cuarto esta noche.
—Bien —dice Bes—. Pero eso hace que mi tarifa se doble.
El cuerpo de Natasha queda flotando en el agua como una estrella de cuatro puntas, con su largo cabello rubio extendido alrededor de su cara. Es una imagen que transmite paz.
Por primera vez en semanas, Vladimir vuelve a respirar. Solo necesitaba volver a tomar el control. Se vuelve hacia Bes y le ordena:
—Consigue las pruebas y acaba con Volkov, y tendrás tu dinero.
El asesino se pone en pie.
—Si Oleg averigua lo que pasa, si simplemente se huele algo, eres hombre muerto —dice Vladimir—. ¿Queda claro?
La mirada de Bes pasa por encima del hombro de Vladimir en dirección a la piscina.
—Como el cristal.
—Estupendo —concluye Vladimir, sintiéndose mucho mejor.