Oleg Pavlov se aprieta el teléfono contra la oreja y va hasta el borde de la terraza, donde no pueden oírle. Sus dedos tamborilean en la barandilla mientras espera que su llamada se conecte. Sin que se note mucho, comprueba si sus guardaespaldas están en sus sitios. Cuando se asegura de que sí, se saca un pañuelo del bolsillo y se seca el sudor de la frente.
¿Por qué está tardando tanto el asesino? El ácido le quema en el estómago. Esta puta úlcera va a matarle.
Por fin, Bes contesta.
Oleg se tira directamente al cuello.
—¿Qué has hecho?
—Hago un montón de cosas cada día —dice el sicario, sin inmutarse—. Tendrás que ser más específico.
Oleg mira por encima de su hombro, hacia donde su familia está desayunando. Bajando la voz, dice entre dientes.
—Álex Volkov ya tendría que estar muerto. En vez de eso está correteando por San Petersburgo, vivito y coleando. —A pesar de esforzarse por controlarla, su voz se eleva de volumen—. Y haciendo grandes esfuerzos para averiguar quién está detrás de su intento de asesinato.
Cuando su esposa, Annika, levanta la vista, él le sonríe para hacer ver que todo va bien cuando nada podría estar más lejos de la realidad.
—¡Oleg! —le llama ella—. ¡Se te está enfriando el desayuno!
Él levanta un dedo para indicar que necesita otro minuto y le da la espalda.
—Explícame en qué cojones estabas pensando cuando robaste la tarjeta de acceso de Katherine Morrell en lugar de secuestrarla a ella. Todo lo que conseguiste fue que Volkov volviese a los brazos de su ejército en Rusia.
—Paciencia, viejo —dice Bes—. Todo en su debido momento.
Oleg se vuelve hacia el paisaje de los viñedos y dice:
—Mi paciencia se está agotando. Igual que tu tiempo.
—Ocurrirá cuando yo esté preparado. La última vez nos movimos demasiado deprisa. Por eso fallaste.
—Querrás decir que tú fallaste —dice Oleg.
Bes se echa a reír.
—Tú diste la orden. Ese error corre de tu cuenta, amigo mío.
Oleg aprieta los dientes.
—¿Tienes alguna idea de lo que es capaz Vladimir?
Ya ha ignorado dos de las llamadas de Vladimir, con la excusa de que estaba en un sitio público y no podía hablar, pero Vladimir espera que él se las devuelva, y pronto. Querrá un informe de qué cojones ha ido mal esta vez.
—De hecho, sí —dice Bes secamente—. Si no quieres que alguien le corte el cuello a tu adorable familia, te sugiero que vuelvas a tu desayuno como te ha mandado tu mujer y me dejes que yo siga con mi trabajo.
Oleg mira a su alrededor, y el ácido trepa por su garganta mientras escanea las caras de los turistas. ¿Está ese asesino hijo de puta vigilándole a él? Es Oleg quien paga a Bes. Él es el que está al mando. ¿Cómo se atreve ese gusano pistolero ruso a espiarle a él, igual que si fuese el puto objetivo?
—¿He sido lo bastante claro para ti? —pregunta Bes.
—Yo soy quien te paga —dice Oleg, luchando por mantener su voz libre de miedo.
—Sí. Pero siempre hay alguien dispuesto a subir el precio —dice Bes, remarcando cada palabra.
Oleg se agarra con fuerza a la barandilla.
—Escúchame, asqueroso...
—Yo tendría cuidado con los insultos si fuese tú. Estoy seguro de que Volkov pagaría generosamente por saber quién ha encargado el golpe contra él.
Oleg se queda helado en medio del calor del día. ¿Cómo cojones ha pasado esto? ¿Cómo se ha inclinado el equilibrio de poder de él hacia el hombre que ha contratado? Bes es una rata, un gusano, un sucio traidor hijo de puta. Si Vladimir averigua que Bes está amenazando con irse de la lengua, él, Oleg, está muerto. Contratar a un limpiador que no es de fiar es algo que Vladimir no dejará pasar sin castigo.
—¿Qué es lo que quieres? —pregunta al final Oleg.
—Pruebas.
Oleg se pasa el pañuelo por la cara.
—¿Pruebas de qué?
—Pruebas del crimen que cometisteis Vladimir Stefanov y tú.
Oleg se queda paralizado con la mano en el aire.
—¿Qué has dicho?
—Ya me has oído.
Imposible.
—No sé de qué me hablas.
Bes suelta otra carcajada.
—Sabes exactamente de lo que hablo.
—Escucha, tú… —Oleg se traga el insulto, recordando la amenaza de Bes—. Tú sabes cómo funciona el negocio. Vladimir y yo hemos colaborado en muchas cosas.
—Estoy hablando de la razón por la que queréis muerto a Volkov.
Oleg aprieta los dedos alrededor del teléfono para evitar que le tiemblen.
—¿Cómo lo has descubierto?
—Un hombre como yo tiene sus recursos.
—¡Dímelo! —ordena Oleg, soltando a la vez un espray de saliva.
—Eso da igual. Lo único de lo que debes preocuparte es de entregarme las pruebas de la culpabilidad de Stefanov.
Oleg está poco menos que temblando ahí de pie. No puede creer lo que escuchan sus oídos.
—Tienes que estar de broma.
—Yo nunca bromeo, Oleg. Ya deberías de saber eso acerca de mí.
—¿Tienes alguna puta idea de lo que Vladimir te hará si lo averigua? ¿Y a mí?
—¿Qué te importa lo que me pase a mí? —pregunta Bes—. En lo que a ti respecta, Stefanov nunca lo sabrá. Estará fuera de escena antes de que tenga ocasión de intentarlo.
—¿Quieres cargarte a Vladimir? —Oleg echa una mirada hacia su familia y vuelve a hacer un gesto con la mano a su esposa enfurruñada—. ¿Por qué?
—Deja de hacerme preguntas que no te importan.
Sí que le importan, porque si Vladimir cae, también lo hará él. Oleg traga saliva.
—¿Quién te está pagando por la información?
—No te preocupes —dice Bes—. Mantendré tu nombre fuera de esto. Dame lo que quiero, y podrás continuar tu tour de los viñedos con tu familia perfecta.
Oleg siente que está a punto de vomitar.
—¿Y qué hay de Álex Volkov?
—Si tú mantienes tu parte del trato, yo mantendré la mía. Entrégame la información y yo te entregaré la cabeza de Volkov en bandeja.
La línea se queda muda.
Oleg baja el teléfono y se queda mirando la pantalla. Está temblando de ira. ¿Cómo se atreve ese asesino a sueldo a amenazar a su familia? Piensa despellejarlo vivo. La única razón por la que no toma represalias ahora mismo es porque no puede dejar que Vladimir averigüe que Bes sabe la verdad. Si Oleg mata a Bes, tendrá muchos problemas para explicárselo a Vladimir. Vladimir es un hombre muy inteligente e intuitivo. Pillará cualquier mentira al vuelo. Además, seguirle la pista a Bes podría llevar meses. No, la mejor opción de Oleg es seguirle la corriente. Le entregará las pruebas a Bes y le dejará cargarse a Vladimir. Una vez Vladimir esté fuera de la ecuación, matará a Bes.
Coge un paquete de antiácidos del bolsillo, saca una pastilla y se la pone en la lengua. Cuanto más lo piensa, más cree Oleg que no solo esto va a ser la mejor solución, sino una bendición camuflada. Que Bes le haga el favor de librarse de la amenaza perenne de Vladimir. Y una vez que Bes mismo sea eliminado, nadie sabrá la verdad jamás.
Cuando Oleg regresa con su esposa y sus hijos, su acidez de estómago ya está desapareciendo.