Algo va mal. Lo sé.
Me quito los zapatos de tacón que me aprietan en los dedos de los pies y me paseo arriba y abajo por la biblioteca. El fuego se ha consumido. Es casi medianoche.
¿Dónde está Álex? ¿Qué está llevándole tanto rato?
Sea lo que sea lo que signifique ese tatuaje, se trata de algo importante, o si no él no habría salido corriendo de aquí como si su vida dependiera de ello. Está claro que esperaba problemas porque se fue con los hombres suficientes para llenar cuatro coches mientras yo observaba su partida desde la ventana sin poder hacer nada.
Pienso por décima vez en llamarle pero no cojo el teléfono de encima de la mesa. Si está en medio de algo peligroso, lo último que yo querría hacer sería distraerle. En vez de eso, sigo vigilando las ventanas. He abierto todas las cortinas para poder echar un ojo al camino de entrada.
Estar encerrada en esta casa y no saber qué está pasando me está volviendo loca. Tengo el estómago hecho un nudo.
Un movimiento en las puertas atrae mi atención. Dos guardias corren a los puestos de la verja y se quedan a la espera mientras uno de ellos habla por una radio. Aparecen los faros de un coche. Brillan a través de los barrotes cuando el coche se detiene delante de las puertas. Corro a la ventana, me sujeto al alfeizar y estiro el cuello para ver mejor. Las grandes puertas se abren y dejan entrar a un convoy de coches.
Sin molestarme en ponerme los zapatos, corro hacia el vestíbulo. Como siempre, hay un guardia delante de la puerta. Es otro recordatorio de que Álex no se fía de mí. Saber eso me escuece como cuando una cuerda áspera es arrancada súbitamente de unas manos suaves. Si bien él ha traicionado mi confianza, yo no merezco estas medidas de cautela. No soy tan estúpida como para escapar y poner en riesgo mi propia vida y las vidas de todos a los que amo. Puede que no me fíe más de él en cuanto a mi libertad, pero sé que le puedo confiar mi vida. Si hay alguien lo bastante despiadado y poderoso como para protegerme, ese es Álex Volkov. Pero es humano, un hombre de carne y hueso, y por tanto vulnerable a las balas y los cuchillos.
Mis nervios están causando estragos en mis emociones. Necesito asegurarme de que Álex está bien.
—Abre la puerta, por favor —le pido al guardia.
Él mira hacia el frente.
—¡Abre la puerta! —ordeno con voz más firme.
Justo cuando estaba a punto de esquivarle y hacerlo yo misma, la puerta se abre hacia adentro, dejando pasar un remolino de copos de nieve y viento. El guardia se echa a un lado. Cuando Álex entra, mi pecho se desinfla al soltar el aire que yo estaba reteniendo. Mi alivio es tan grande que durante unos segundos me invade la debilidad física, de idéntica manera a como me suele ocurrir después de una descarga de adrenalina.
Igor, Leonid y Dimitri pasan por detrás de Álex, yendo a rodear la casa, pero toda mi atención está centrada en él. Por un instante, el tiempo se detiene y nos quedamos paralizados, mirándonos a los ojos con el conocimiento y la conciencia corriendo entre nosotros como corrientes eléctricas.
Podrían haberle matado.
Cada minuto que ésta ahí fuera, existe la posibilidad de que no vuelva más. ¿Quiero desperdiciar el tiempo que tenemos juntos en acunar mi furia y proteger mi orgullo? El hombre que conocí en Nueva York era solo una pieza del complejo rompecabezas que es Álex Volkov. Es mucho más que el sofisticado magnate del petróleo con un inesperado lado tierno. Hay capas en él que solo he empezado a descubrir. El hombre de pie frente a mí es cien por cien el oligarca ruso que despierta tanto temor como admiración. Esta es su casa. Su historia reside en este palacio, en esta ciudad, junto con todo aquello que le ha convertido en el hombre que es hoy. Aquí tengo una oportunidad de conocer de verdad a este hombre peligroso a quién he entregado mi corazón. Lo único que he de hacer es abrazar la retorcida oportunidad que el destino me ha dado.
Mi garganta se cierra por el miedo. La ignorancia es una bendición. Por mucho que Álex me importe, hay una gran probabilidad de que no me guste la verdad completa sobre él. Si me empeño en eso, estaré caminando al borde de un precipicio, sobre un abismo de oscuridad. No tengo ni idea de lo que me espera, pero cuando abra esa puerta, no habrá vuelta atrás. O bien le amaré más o bien odiaré lo que encuentre.
Esto podría ser un nuevo principio, o el fin.
La idea es aterradora. Si conseguimos superar esto, seremos capaces de superar cualquier cosa. Si él quiere confiar en mí con mi libertad y yo puedo hacer las paces con todas sus partes ocultas, nuestra relación estará construida sobre una roca. Juntos, seremos invencibles. Sin embargo, si nuestros cimientos se resquebrajan, no tendré otra elección que marcharme. Ya lo hice una vez, y seré lo bastante fuerte como para hacerlo de nuevo.
Solo hay un problema con ese escenario. Ahora que conozco mejor a Álex, sospecho que nunca me marché de verdad en Nueva York. Él siempre estuvo manejando los hilos. Cada uno de sus movimientos estuvo perfectamente orquestado. Hasta cuando me dio libertad, solo estaba dejando que tirara del sedal. Esa libertad no fue nada más que una ilusión.
No, él no me dejará marchar jamás. Si nuestra relación se desmorona, solo habrá una cosa que podré hacer.
Tendré que escapar.
Tiemblo mientras idea tras idea me va golpeando como un tornado y la realidad se asienta como un montón de ramas quebradas en la destrucción que deja a su paso.
—Puedes marcharte —le dice Álex al guardia, sosteniéndome la mirada mientras se quita un par de guantes de cuero negro.
El guardia saluda y cierra la puerta tras de sí al marcharse. Se escucha el clic de la cerradura electrónica. La puerta debe de estar equipada con un mecanismo de cierre automático.
Álex me estudia con enervante atención mientras se quita las botas.
—¿Por qué no estás en la cama?
Sus modales son fríos, mi rechazo anterior resuena como un picotazo de abeja en su tono. La distancia que mantiene es lo que yo quería hace unas horas, pero ahora todo es diferente. Mis reflexiones me han conducido hasta otra elección.
Me froto los brazos.
—Estaba muerta de preocupación.
El frio azul de su mirada se caldea unos cuantos grados.
—Como puedes ver, estoy bien. —Una sonrisa trepa hasta sus labios mientras se desabrocha el abrigo—. Pero tu preocupación me halaga, aunque no es que quiera que te preocupes.
Me acerco un poco más y le estudio buscando señales de heridas cuando se quita el abrigo. Aparte de por su pelo ligeramente revuelto, tiene el mismo aspecto que cuando sale para la oficina un día normal.
—¿A dónde has ido?
—A encargarme de unos asuntos —me dice, dándome la espalda para colgar el abrigo en el armario.
—¿Tiene algo que ver con eso del tatuaje? ¿Has averiguado algo?
Se vuelve despacio hacia mí y me dice:
—A decir verdad, un montón de cosas.
—¿Qué? —pregunto con los labios resecos.
Él solo continúa mirándome.
—¿El qué, Álex? Cuéntamelo. Por favor, no me dejes así, sin saber nada. No puedo soportarlo. No tienes ni idea de cómo es sentirse encerrada aquí dentro sin saber qué diablos está pasado y volviéndote loca de preocupación.
Él me pone las manos sobre los hombros con un gesto tranquilizador.
—Tienes un ejército de hombres para protegerte. No va a pasarte nada. No tienes que preocuparte por nada.
Me escurro para liberarme de sus manos.
—Deja de ser condescendiente. ¿Cómo te sentirías si estuvieses en mi lugar? ¿Te gustaría que te encerrase aquí y me fuese ahí fuera donde alguien está intentando matarme sin contarte nada de lo que ocurre? ¿Serías capaz de irte a la cama y dormir toda la noche de un tirón sin saber si yo estoy bien?
—Katyusha. —No vuelve a tocarme pero me implora con la mirada—. Siento hacer que te preocupes. Entiendo que esta situación no es fácil para ti.
Cojo aire, intentando contener las lágrimas. Normalmente no soy nada llorona, pero ahora mismo no estoy siendo yo misma. Las circunstancias actuales se están llevando lo mejor de mí.
—Espérame en la biblioteca —me pide—. Necesito una ducha. Después hablaremos.
No discuto. Vuelvo a la biblioteca y me paseo por allí mientras espero. Ni diez minutos después, él se reúne conmigo. Tiene el pelo húmedo todavía y se ha cambiado, con unos pantalones oscuros y una camisa blanca.
—Ven —me dice, pasándome un brazo por los hombros y conduciéndome hasta los asientos que miran a la chimenea—. Necesitas un trago.
Me sienta suavemente en el sofá y se dirige hasta la bandeja de licores. Después de servir un chupito de vodka a palo seco, me trae el vaso.
—Toma.
Obediente, me bebo un sorbo.
—¿Qué ha ocurrido?
En un abrir y cerrar de ojos él vuelve a meterse en su concha, con una expresión impenetrable extendiéndose por sus rasgos.
—Por favor, Álex. Cuéntamelo.
—No sabes lo que me estás pidiendo.
—Te estoy pidiendo que me muestres el respeto que me merezco. —Sin vacilar, le sostengo la mirada—. Si no puedes darme libertad, al menos trátame como a una igual en esto.
Su mandíbula se mueve de lado a lado.
—Te estoy protegiendo.
—No me estás protegiendo dejándome fuera de partes de tu vida. Me estás manteniendo en la ignorancia.
En sus ojos se enciende una chispa.
—¿Estás segura de querer ir por ahí? En este viaje no hay vuelta atrás, Katerina.
Trago saliva.
—Yo ya había llegado a esa conclusión.
Silencio.
—¿No crees que me merezca tu respeto? —pregunto con voz suave.
—Está bien. —Él da un paso adelante, y se queda tan cerca de mí que nuestras rodillas se tocan. Sus ojos resplandecen mirándome desde ahí arriba—. Si quieres que te ilustre, eso es lo que haré. Solo recuerda una cosa, tu opinión no cambiará nada. —Y añade, poniendo énfasis en las palabras—: Tú te quedas.
Yo ya había llegado a esa otra conclusión, también.
Pasa un instante. Cuando no aprovecho la oportunidad que me da de echarme atrás, él asiente con resignación.
—El tatuaje que reconociste pertenece a una banda criminal que opera desde un distrito de mala reputación de San Petersburgo.
Se me seca la boca.
—Ahí es adónde fuiste.
—Sí —me responde él con tono neutro.
Nuestros dedos se rozan cuando me quita el vaso de la mano. Espero en silencio a que continúe, incapaz de apartar los ojos de su rostro cuando se lleva el vaso a los labios y toma un sorbo generoso del licor.
Después de otro sorbo, sigue sin decir nada, así que pregunto:
—¿Qué has descubierto?
Sus ojos se endurecen.
—Al hombre que te atacó.
Mi corazón atruena con sus ruidosos latidos.
—¿Está aquí, en Rusia? ¿Y qué te ha dicho?
Álex aprieta los dientes.
—Que Vladimir Stefanov fue quien le contrató para el trabajo.
—¿Para secuestrarme? —Todavía encuentro difícil de creer que alguien estuviese planeando secuestrarme a solo unas manzanas de donde trabajo. Bueno, de donde solía trabajar—. ¿Quién es Vladimir Stefanov?
Él me devuelve el vaso.
—Uno de los capos de la bratva que dirige los bajos fondos por aquí.
Bebo en piloto automático, ávida del refuerzo que me da el alcohol.
—¿Por qué?
—No tengo ni idea. —Los músculos de sus sienes se tensan—. Pero estoy trabajando para cambiar eso.
Un capo de la mafia quiere a Álex muerto. Esto es malo, mucho peor que el rival que él imaginaba. No tengo conocimientos de primera mano sobre la mafia, pero he leído suficientes artículos para saber que nadie querría estar en el punto de mira de la mafia rusa.
Me obligo a tragar saliva.
—¿Y el hombre al que interrogaste, dónde está ahora?
—Muerto —responde él, sin pestañear.
Muerto.
Esa palabra se niega a ser procesada. Soy incapaz de procesarla. Me quedo mirando sus rasgos fuertes y masculinos mientras la verdad por la que le imploré batalla con la negación en mi pecho.
Él me observa con una sonrisa burlona, retándome en silencio a expresar en palabras lo que tengo en la cabeza. Esa sonrisa me dice que esperaba mi juicio y que, aun así, no tiene remordimientos. No siente lo que ha hecho.
—Dilo, Katyusha —me dice con los ojos entornados y un tono peligroso a pesar del apelativo cariñoso.
—Tú... —Tengo la voz ronca. Estoy sin aliento por esa revelación.
—Le he matado —dice él, terminando lo que yo soy incapaz de pronunciar.
Mi shock es palpable. Es negro como el carbón, un olor a humo que cuelga en el aire por encima de las brasas del fuego apagado. Mi novio, si todavía lo es, ha matado a un hombre. Y tampoco es la primera vez. Está demasiado tranquilo para alguien que acaba de estrenarse en asesinar.
—Era un mal tipo, Katerina —me dice, con una advertencia en la mirada que hace que esta sea todavía más penetrante.
Las palabras se me escapan de la lengua antes de que pueda frenarlas.
—¿Como tú?
Sus ojos se arrugan en las comisuras cuando su sonrisa se hace más amplia.
No pretendía que eso sonase como la opinión que él esperaba que yo tuviese de él, pero el mundo en el que yo crecí está a años luz del suyo. La gente de mi mundo tiene objeciones innatas a eso de matar. Sin mencionar que el juramento que yo hice de salvar vidas no me permitiría justificarme para acabar con una.
—Dilo —repite él—. Dime que soy un asesino a sangre fría y un monstruo. Eso es lo que estás pensando.
No lo es. Mis dedos aprietan con fuerza el vaso. No sé qué es lo que estoy pensando. Creía que negocios turbios se refería a dar dinero bajo mano para asegurar unos cuantos tratos, no a esto. Sin embargo, a pesar de lo que acaba de admitir, no puedo etiquetar como monstruo al hombre que ha conquistado mi corazón. El hombre que rendía pleitesía a mi cuerpo no es un hombre de sangre fría. El hombre que está pagando el tratamiento de mi madre no es ningún psicópata sin escrúpulos.
—¿Qué es lo que pasa, Katyusha? —A pesar de su sonrisa arrogante, un breve atisbo de vulnerabilidad recorre su cara—. Si no puedes lidiar con la verdad, no deberías haberla pedido.
—¿No tendrías que habérselo entregado a la policía?
—A veces, mi hermosa kiska, puedes ser muy inocente. —Se inclina, apoyando una mano en el respaldo del sofá, y metiéndome un rizo detrás de la oreja con la otra—. Pero eso es lo que me gusta de ti.
—La policía...
—En mi país son corruptos. —Se endereza—. La bratva es su dueña.
—¿De todos?
—De la mayoría. Lo más habitual es que actúen como agentes dobles, no solo informando a los jefes de los bajos fondos sino también perdiendo oportunamente pruebas o testigos.
Se me atenaza la garganta.
—La policía en los Estados Unidos...
—La bratva tiene a funcionarios de gobiernos de todo el mundo en el bolsillo. Igual que cualquiera que tenga el dinero suficiente —dice con voz seca—. Y lo mismo se aplica a las empresas rusas de éxito. Los contactos son esenciales tanto para medrar como para sobrevivir. Yo no confío en nadie más que en mí mismo. Sería estúpido si lo hiciera. —Vuelve a inclinarse hacia mí, apoyando las manos en el sofá a ambos lados y dejándome atrapada entre sus brazos—. Maté a ese hombre, no porque fuese una amenaza para mí, sino porque te tocó. Mataré a cualquier otro hombre que te ponga la mano encima. Mataré a cualquier hijo de puta que ose intentarlo. ¿Entendido?
Doy un respingo ante ese arranque y mi corazón se derrite aun cuando unas emociones enfrentadas libran una lucha dentro de mí.
Álex mató para protegerme. Nunca aprobaré su comportamiento pero sí, entiendo lo que me está diciendo. Me dice que este es su mundo y que yo formo parte de él ahora, lo quiera o no. Me está recordando que ya no tengo elección. Que nunca la he tenido.
Es mucho que procesar, pero es lo que yo le he pedido, y los hechos reales no me echan atrás.
En el transcurso de dos días, he llegado a darme cuenta de que el ataque contra la vida de Álex no ha terminado. He averiguado que mi vida está en peligro, y con ello, las vidas de cualquiera que esté conectado conmigo. Me han arrebatado mi libertad y mi capacidad de elección. Lo que es más importante, he llegado a entender que Álex no me dejará marchar. Ni ahora, ni nunca. ¿Y la parte que me ha impactado más?
Esto suyo no es amor. No puede ser. Como mucho, es obsesión.
Álex se endereza.
—Si no tienes nada que decir, sugiero que nos vayamos a la cama. Ha sido un día largo.
Es cierto. Siento la cabeza a puntito de estallar. Pero sentir algo por otra persona es algo que no puede encenderse ni apagarse pulsando un botón. La enfermera que hay en mí no puede evitar preguntar:
—¿Y qué hay de ti? ¿Estás bien? ¿No te han herido?
Él me alisa el pelo con una mano y coge un rizo entre los dedos.
—¿Sabes por qué me sentí tan atraído por ti ese primer día cuando te vi luchando por salvar la vida de Igor? Aparte del hecho de que era imposible no notar esa cara tan bella y el atractivo cuerpo debajo de tu ropa.
Sin palabras, solo puedo mirarle fijamente.
—Estabas tan centrada, tan dedicada —prosigue—, que ni siquiera notabas si había más gente en la habitación. Tenías un solo objetivo, y ese era salvar la vida de un hombre herido en estado crítico. Las heridas de bala tienen relación con actividades delictivas, por norma general. No preguntaste qué había hecho Igor. Te daba igual si era un hombre malo que se merecía la muerte. Le salvaste sin juzgarle. Mientras te observaba, me pregunté si eras algún tipo de ángel. —Su mirada en mi cara es intensa—. Me fascinaste, Katherine Morrell. Esa clase de bondad era algo nuevo para mí. —Dibuja lentamente la línea de mi barbilla—. ¿Y quieres saber otra cosa más? Tuve celos de Igor. Estaba celoso por toda la dedicación y el cuidado que le estabas dando. Quería que tú me cuidaras a mí. Quería al ángel todo para mí. Necesitaba saber si eras auténtica. —Me sonríe suavemente—. Y luego te llevé a cenar y a la cama y descubrí que eso es exactamente quién eres tú: pura y hermosa.
Se me corta el aliento al oír esas confesiones. Me está poniendo en un pedestal, elevándome a un nivel que yo no merezco.
—No soy ningún ángel, Álex.
—Tal vez no, pero eres auténtica. —Me pasa un pulgar por los labios antes de apartar la mano—. Incluso ahora mismo, odiándome, eres auténtica. No finges ser alguien que no eres.
Quiero decirle que no le odio, pero él gira sobre sus talones y sale de la habitación, dejándome con sangre sobre mi consciencia y la más dulce de las declaraciones de obsesión.