Después de ducharnos juntos, Álex me deja para que me arregle mientras él se ocupa de los preparativos para nuestro almuerzo y visita turística de la ciudad.
Cuando me cepillo el pelo frente al espejo, se me ponen rojas las mejillas al recordar cómo nos hemos pasado una hora en la cama después del desayuno. El sexo ha sido totalmente bestial. Ha incluido un montón de palabras guarras en ruso y de gemidos ruidosos. Espero que las paredes sean gruesas.
No he perdonado a Álex, pero no puedo negar que le necesito, ahora más que nunca. No puedo evitar disfrutar de su compañía tanto dentro como fuera de la cama. ¿Qué sentido tiene intentar huir de la verdad? No puedo fingir que él no me afecta emocionalmente.
Lo que me contó de su pasado me conmovió. No puedo ni imaginar lo duro que debió de ser sobrevivir por su cuenta siendo tan joven. Conseguir todo lo que tiene, y sin ayuda, le debió de suponer una gran cantidad de iniciativa. El respeto que yo sentía por él se ha multiplicado por diez. Solo puedo admirar su determinación, inteligencia y habilidades. No hay demasiada gente que, contando con las mismas cartas, hubiese terminado donde él está. Su historia, triste pero de superación, solo me confirma lo que ya sé.
Álex jamás se rinde. Siempre consigue lo que quiere.
Me tiembla un poco la mano cuando aparto el cepillo. Estoy tanto emocionada como nerviosa por salir de la casa. Vivir presa de un miedo constante es algo nuevo para mí, y todavía tengo que aprender a lidiar con ello.
Unos golpes en la puerta me sacan de golpe de mis pensamientos.
—¿Katyusha? —me llama Álex—. Podemos salir un poco más temprano. Nos iremos en cuanto estés lista.
—Bajo en diez minutos.
—Tómate tu tiempo.
Como no quiero hacerle esperar, cojo rápidamente algo de ropa. En cinco minutos, ya estoy vestida con unos vaqueros, un jersey de lana y unas botas. Mientras bajo las escaleras, oigo a Álex hablando por teléfono en ruso en el recibidor. Unos cuantos guardias se afanan por allí, llevando fuera varios portátiles y otro equipo. Lena está de pie en silencio junto al armario de los abrigos.
Álex me da la espalda, lo que me concede tiempo para estudiar lo bien que le sienta la ropa que lleva puesta. Una camisa abotonada negra se tensa sobre sus anchos hombros, y unos pantalones oscuros le marcan el escultural trasero. Su bíceps se flexiona por debajo de la manga de la camisa cuando se pone el auricular en la oreja con la mano izquierda. El puño de su manga se levanta, dejando ver un valioso reloj y un grueso brazalete de plata. Parece un anuncio ambulante de alguna marca de ropa de diseño pija. Un aroma a cardamomo y cedro me alcanza al llegar al pie de la escalera. Es una combinación tan perfecta de todo lo que es deliciosamente masculino que casi hace daño mirarle.
A juzgar por su tono profesional, está hablando de negocios. Pronunciadas con su voz profunda y su actitud autoritaria, las palabras extranjeras suenan sexis, aun cuando estén relacionadas con el trabajo. Álex Volkov no solo exuda poder: rezuma sex appeal. No sucede a menudo que tenga ocasión de observarle sin que se dé cuenta. Normalmente soy yo la que se encuentra atrapada y soy diseccionada por su mirada. Aprovechando la oportunidad al máximo, me grabo a fuego en la memoria lo increíble que se ve, se oye y huele, para poder disfrutar más tarde de esos instantes robados.
Mis pasos no hacen ruido sobre la moqueta. Me detengo a cierta distancia para darle la privacidad que necesita para terminar su llamada. Como si notase mi presencia, él se da la vuelta. Una mirada de acero choca con la mía. El azul de sus ojos se caldea varios grados mientras él me examina de arriba abajo. Su evaluación visual hace que mi piel se estremezca, como si lo que pasara por mi cuerpo fuesen sus dedos. La fogosa apreciación que demuestra, visible para cualquiera de los presentes, envía chispas a mi vientre. Él termina la conversación dando unas cuantas órdenes breves, sonando tan en control como siempre mientras me devora a la vez con los ojos.
Solo Álex es capaz de dirigir su atención a dos sitios a la vez y controlarlos ambos con precisión y poder.
Cuelga y se guarda el móvil en el bolsillo.
—¿Preparada?
La tensión sexual hace que el aire se torne denso. Los dos reaccionamos a la presencia del otro de forma visceral. Siempre ha sido así, desde el principio. Álex es una enfermedad incurable. Pase lo que pase, nunca podré librarme de ella. Se ha metido demasiado debajo de mi piel.
No me fío de mi propia voz, así que asiento.
Lena saca mi abrigo del armario y se lo entrega a Álex. Él me ayuda a ponérmelo antes de coger el suyo.
Cuando terminamos de ponernos las bufandas y los guantes, él me ofrece su brazo.
—Vámonos.
El guardia de la puerta la abre para que salgamos. Hay cinco coches en la entrada. Unos hombres con abrigos oscuros están esperando junto a los coches. Van vestidos con un estilo informal, supuestamente para no llamar la atención en la calle, pero cuando el hombre de la parte delantera del coche se sube a él, se le abre el abrigo y puedo entrever una pistola en una cartuchera colgada de su hombro.
Álex y yo nos subimos en el del medio. Yuri está en el asiento del conductor. Me saluda con la cabeza por el retrovisor al tiempo que pone en marcha el motor. Álex le dice algo en ruso, y él empieza a mover el coche.
Hay dos vehículos encabezando el convoy y otros dos en la retaguardia. Álex me coge mi mano enguantada en la suya y se la pone en el regazo, acariciando mis nudillos con el pulgar, pero su atención está en otro sitio. El coche se inunda de tensión mientras él vigila con atención los alrededores. Mis músculos se tensan. No estuvo tan preocupado en el trayecto del aeropuerto a la casa.
—¿Ocurre algo? —pregunto.
Él se vuelve a mirarme y hace un visible esfuerzo por relajar sus facciones.
—Todo va bien.
Le miro fijamente a los ojos.
—¿En serio?
—Solo estoy siendo cuidadoso. ¿Cómo es eso que decís vosotros? Más vale prevenir que curar.
¿Por qué tengo la sensación de que hay algo que no me está contando?
—Si el riesgo es demasiado grande, podemos quedarnos en casa. No me importa.
Su gesto se suaviza.
—Estaremos bien. Hace un día precioso para estar fuera. Te lo mereces.
¿Ah, sí? Entonces, ¿por qué de repente me siento tan culpable? No quiero ser la razón por la que Álex arriesgue nuestras vidas. No quiero que le maten solo porque yo no haya sido capaz de manejar un poquito de claustrofobia.
—¿Álex? —Le rodeo la mano con los dedos—. Volvamos. Hay un montón de cosas que hacer en casa. Hay un gimnasio, una piscina y una sauna. Ni siquiera he explorado todavía la sala de cine. Y la cocina de Tima es mejor que la de cualquier restaurante, ¿verdad?
—Oye. —Él me roza la mejilla con el dorso de la mano—. No te preocupes, kiska. Nunca tomo riesgos no calculados, sobre todo estando tu vida en juego.
—No necesito salir y ver los sitios turísticos. Me contentaría con...
—Shh. —Se inclina y me besa los labios—. Quiero hacer esto. Ahora relájate y disfruta del día. Eso me haría muy feliz.
Como no quiero tirarle a la cara su enorme sacrificio, me callo la boca e intento demostrarle la gratitud que se merece.
—Disculpa —dice él, sacándose el teléfono del bolsillo. Tengo que hacer un par de llamadas.
Durante el resto del viaje, Álex está ocupado con el móvil. A juzgar por el tono firme de su voz, suena como si estuviese dando instrucciones. Puede que hable con alguien de su oficina, pero mi suposición es que las llamadas tienen algo que ver con garantizar nuestra seguridad.
Cuando aparcamos en el barrio antiguo, los hombres que nos acompañan se bajan primero. La mitad de ellos nos despeja el camino y la otra mitad nos rodea mientras Álex me ayuda a salir del coche.
A pesar de todo ese ejército y del desconcertante significado de su presencia, me detengo en la acera para admirar la escena.
El límpido cielo azul crea un fondo perfecto para los edificios históricos. Leí algo de San Petersburgo después de la primera vez que Álex me sugirió traerme aquí. Las torres rematadas con cúpulas son la característica distintiva del resurgimiento del estilo arquitectónico ruso. Los colores son tan vibrantes que parecen como la cobertura de azúcar de los cupcakes. San Petersburgo en un día soleado de invierno resulta mágico.
Me rodeo a mí misma con los brazos y me aventuro a enfrentarme a la brisa helada mientras Álex me protege contra su cuerpo y me conduce calle abajo. Mientras yo miro asombrada los maravillosos edificios, él hace un barrido con los ojos alerta de todo lo que nos rodea.
Después de un breve paseo, llegamos a la Iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada. Con la nieve cubriendo sus cúpulas, se parece a un pastel arcoíris sobre el que hubiesen espolvoreado azúcar glas. Es tan hermoso que se te corta la respiración. Álex hace un selfi de los dos juntos delante de la iglesia y se lo manda a Joanne y a mi madre antes de que sigamos explorando. Para la hora de comer, ya hemos visitado la Plaza del Palacio, el Museo del Hermitage y la Catedral de San Isaac. Como tengo la cara y los pies congelados, lo agradezco cuando entramos en un restaurante calentito y nos sentamos en una mesa junto a la ventana. No me sorprende que el restaurante esté vacío.
—¿Has reservado el local entero? —pregunto a Álex cuando me saca la silla.
Él me sonríe mientras se sienta en la silla de enfrente.
—Aprecio mi privacidad.
—Eso me habías dicho —le comento, observándole coger el menú.
Lo de que comamos solos tiene más que ver con la seguridad que con un deseo de privacidad, de eso estoy segura, y el hecho de que él le esté quitando importancia para hacer que me relaje tiene el efecto de que yo aprecie todavía más sus esfuerzos.
—¿Te gustaría que pidiera por ti? —me pregunta—. Podríamos compartir una selección de entrantes si te apetece.
Yo estiro la mano y digo:
—Me gustaría probar a hacerlo yo misma.
Su cara se ilumina con una ancha sonrisa al pasarme el menú.
—Admiro tu entusiasmo por aprender.
El doble sentido de sus palabras hace que se me calienten las mejillas. Esta mañana me ha enseñado palabras guarras en ruso, y todavía me maravilla cuánto poder ha tenido la frase ya hochu tvoy chlen, «quiero tu polla», hasta mal pronunciada, sobre él. Cuando yo he repetido la frase que me ha susurrado al oído, se ha puesto como una bestia. Solo con recordarlo es suficiente para que se me humedezca la ropa interior, a pesar del hecho de que estemos en un restaurante.
Haciendo un esfuerzo, aparto a un lado el flashback erótico y le echo un vistazo a los platos del menú. He estudiado suficientes palabras rusas cuando estaba en Nueva York para poder pedir pelmeni de champiñones, que son unas empanadillas servidas con crema agria.
Él me dedica una mirada de aprobación.
—Excelente elección. Ignoraba que estabas mejorando tu ruso a escondidas.
Yo le quito importancia diciendo:
—He pillado unas cuantas palabras. —No le cuento que estaba planeando comprarme un curso para aprender por mi cuenta antes de que nos fuéramos de Nueva York. No estoy preparada para admitir lo en serio que me había tomado lo nuestro antes de que él me empujase dentro de un avión. Tal como están las cosas, él ya tiene suficiente poder sobre mí. No necesita que le dé otro impulso más a su ego.
—De cualquier modo, estoy impresionado —dice él, pidiendo los pelmeni de carne cuando el camarero viene a nuestra mesa.
Las empanadillas al vapor son suaves por fuera y esponjosas por dentro. La ácida crema agria complementa el sabroso sabor de los champiñones a la perfección. Después de una humeante taza de té Earl Grey ruso, siento que he recuperado mis fuerzas y que estoy lista para aventurarme de nuevo en el frío.
Nos pasamos el resto de la tarde de compras. Álex me lleva a unas cuantas boutiques, todas ellas sospechosamente vacías de clientela. Me obliga a permitirle que me compre ropa para mí y regalos para mi madre y mis amigos de casa. Ante su insistencia, elijo una réplica en miniatura de un huevo de Fabergé con rubíes incrustados para mi madre y otro con esmeraldas para Joanne... aunque no tenga ni idea de cuándo podré dárselos. Él llena los brazos de uno de nuestros guardias de una montaña de matrioskas pintadas a mano para mis colegas del hospital y lo paga todo con su tarjeta de crédito. Cuando por fin salimos a la calle cargados de paquetes, el sol casi se está poniendo.
Los conductores nos han venido siguiendo y los coches han estado siempre aparcados cerca, junto a la acera. Álex me lleva hasta el coche que conduce Yuri y me ayuda a subirme al asiento trasero mientras sus hombres meten nuestros paquetes en el maletero.
Cuando estamos instalados dentro, me vuelvo hacia él.
—Gracias, Álex. Ha sido una experiencia asombrosa.
—De nada. —Me rodea los hombros con un brazo y me atrae hacia él—. Estoy encantado de que lo hayas disfrutado.
Su sonrisa es cálida, pero la tensión no abandona del todo sus rasgos. Hasta cuando me besa en la frente, su atención está dirigida hacia afuera, como si esperase algún problema en cualquier momento.
Por fortuna, el viaje de vuelta transcurre sin incidentes. Lena nos recibe al entrar, diciéndonos que Tima nos ha dejado algo de picar en la biblioteca para que aguantemos hasta la hora de la cena.
—Ve tú —me dice Álex—. Estaré contigo enseguida.
Me lo quedo mirando mientras me quito el abrigo, incapaz de reprimir mi preocupación. Igor y Leonid entran con nuestros paquetes y los suben escaleras arriba. No he visto demasiado a los guardias desde que llegamos a Rusia. Permanecen en los barracones y no hablan conmigo cuando estoy con Álex. Yo remoloneo, tomándome mi tiempo para quitarme la bufanda y los guantes. Cuando vuelven a bajar me entretengo guardándolo todo en el armario.
Leonid sale primero. Justo antes de que Igor cruce la puerta, le pongo una mano en el brazo, reteniéndole.
Él se suelta con cuidado.
—¿Hay algo que pueda hacer por ti, Kate?
—Álex lleva muy tenso toda la tarde —digo, con voz queda—. ¿Ha pasado algo?
Él echa una rápida mirada hacia lo alto de las escaleras.
—No, no ha pasado nada. Solo es que él estaba tomando las medidas necesarias para que siguiera sin pasar.
—Ha ido todo bien hoy, ¿verdad?
—Sorprendentemente.
Trago saliva.
—¿Esperabas que hubiese problemas?
—Habría sido estúpido no hacerlo.
—Entonces, ¿por qué se ha arriesgado Álex a salir?
—Ha sido un riesgo calculado —responde él con tono neutro—. Si hubiese llegado a pasar algo, tú habrías estado bien protegida.
—Pero a ti no te gustaba la idea —digo, intentando leer su expresión.
—Es mi trabajo protegeros a ambos. No me gusta correr riesgos, da igual lo pequeños o bien controlados que estén.
—¿Qué es lo que quieres decir en realidad, Igor?
—Esta casa es el sitio más protegido en el que puedes estar. Si yo fuera tú, no le pediría a Álex salir para otra aventura.
—¡Yo no se lo he pedido! —Exclamo con un susurro—. Fue idea de Álex.
—Sí, bueno, pues tal vez tú deberías disuadirle de tales ideas. Estoy seguro de que puedes encontrar maneras efectivas de mantenerle ocupado aquí.
Yo me pongo muy recta.
—Eso ha sido un comentario inapropiado.
—Si no quieres mi opinión, no me la pidas.
Hace un gesto con la cabeza hacia el guardia, quien abre la puerta.
—Igor —le digo cuando está cruzando la puerta—. ¿Qué mosca te ha picado?
Él se detiene en el umbral.
—Mira, todos estamos tensos por lo que está pasando. Está haciendo mella en nosotros, eso es todo. Como ya he dicho, Álex no se habría arriesgado de no haber estado la hostia de seguro que podría protegerte. Solo es que han hecho falta un puto montón de recursos y de energía que podrían haberse aprovechado de mejores maneras.
—Vale.
—Ay, demonios. —Él levanta las manos en el aire—. No he querido decir eso.
—No pasa nada —le digo yo, retrocediendo hacia el pasillo—. Lo pillo.
—Kate. —Mira al cielo. Cuando por fin vuelve a mirarme a la cara, ha recompuesto su expresión—. No he querido decir que tú no seas lo bastante importante para hacer ese esfuerzo. Solo me refería a que nuestra prioridad debe ser atrapar al hijo de puta que quiere a Álex muerto.
—No podría estar más de acuerdo contigo —le digo, y se me hace un nudo en el estómago de pensar en el problema al que nos enfrentamos.
—Olvídate de que he dicho eso. Estás atrapada en medio de una guerra, y ni siquiera sabemos de qué va. No es ni tu problema ni tu lucha. Nosotros nos ocuparemos.
—Te equivocas —replico yo, con tal vez un poco demasiada intensidad—. Formo parte de la vida de Álex, y eso lo convierte en mi lucha también, me guste o no.
—Déjanos a nosotros el trabajo sucio. Cogeremos a ese cabrón. —Se da la vuelta sobre sus talones y se aleja.
El guardia cierra la puerta tras él y adopta su posición de vigilancia delante de ella, haciendo una declaración silenciosa pero potente.
Ponderando las palabras de Igor, voy a la biblioteca. Es cierto que he disfrutado del día y que estoy más que agradecida por la consideración mostrada por Álex. Sin embargo, no puedo evitar estar de acuerdo con Igor. Deberíamos mantener un perfil bajo hasta que volvamos a estar a salvo.
Hay una bandeja con té y unos delicados pastelillos en la mesa frente a la chimenea. Alguien ha encendido el fuego. Las llamas bailotean hacia arriba, irradiando un bienvenido calor. Me sirvo una taza de té y estoy a punto de sentarme cuando entra Álex con su portátil.
—Joanne está disponible ahora —me dice—. ¿Te gustaría charlar con ella?
En mi entusiasmo, casi dejo caer la taza.
—Me encantaría.
Él pone el ordenador en la mesa y activa la conexión. Un segundo después, la cara de mi amiga aparece en la pantalla. A juzgar por el logo de la pared del fondo, está en una de las salas de reuniones de su oficina. Aquí son casi las seis, lo que significa que ella debe de estar en su pausa para el café de las once. Sus rizos rojos forman un marco cobrizo alrededor de su rostro. Sus mejillas están radiantes y le chispean los ojos al acercarse más a la pantalla.
—¡Eh, hola! —me saluda—. ¡Ahí estáis, fugados!
—¡Jo! —Tomo asiento en el sofá. Con todo lo que ha ocurrido, me parece llevar semanas, y no días, sin verla—. ¿Cómo estás?
Álex se sienta a mi lado.
—Sin novedad en el frente. La pregunta es ¿cómo estáis vosotros? —Sus ojos nos miran a Álex y a mí alternativamente—. ¿Qué tal es Rusia? Gracias por el selfi, por cierto. El fondo es espectacular. —Guiñando un ojo, añade—: Podrías haberme contado tus planes.
—Fue una sorpresa para Katerina —dice Álex, apoyando una mano en mi rodilla—. Ella no lo sabía.
—¡Guau! —Joanne abre mucho los ojos—. Eso sí que es fuerte. Ten cuidado, Álex. Podrías llevarte el premio al novio del año.
Él carraspea.
—¿Qué tal Ricky?
—Liado. Tiene una exhibición prevista para principios de año. Esperamos que podáis venir.
—Haremos lo que podamos por ir —dice Álex.
Ella dirige su atención hacia mí.
—¿Cuándo tenéis planeado volver a casa?
Yo miro a Álex.
—Estamos improvisando —dice él—. Katerina ha estado trabajando demasiado. Se está tomando una excedencia que le hacía mucha falta.
—¿En serio? —pregunta Joanne, sin ocultar su sorpresa—. ¿Y los del hospital te han dejado?
—Estaba a punto de quemarme —digo, encogiéndome por dentro al mentir—. O me daban una excedencia o aceptaban mi dimisión.
Ella parpadea. Es la primera que está oyendo mi historia de quemarme. Casi puedo ver los engranajes que giran en su cerebro, generando sus sospechas. Pero entonces debe de decidir que sencillamente me he enamorado hasta las trancas, porque dice con una sonrisa maléfica.
—Estoy segura de que no quieren perderte. Y tienes razón. Te mereces una pausa. ¿Qué hay de Acción de Gracias y Navidad? ¿Vais a pasar las vacaciones allí?
—Todavía no lo hemos hablado —dice Álex.
Si ella nota lo vagas que son sus respuestas, no hace ningún comentario. Supongo que ha decidido que estamos locamente enamorados y no quiere entrometerse en eso. En cambio, aletea con las manos y pregunta en tono alegre:
—Entonces, ¿os lo estáis pasando bien?
Intentando que mi tono esté cargado de todo el entusiasmo que soy capaz de conjurar, le hablo de los sitios turísticos que hemos visto y de la comida que hemos probado.
Joanne sonríe.
—Haces que suene tan bonito... Decididamente, voy a poner a Rusia en mi lista de destinos.
—Ricky y tú tendréis que venir de visita. —Álex dibuja con la yema de su dedo alrededor de mi rodilla—. Hay mucho sitio para que os podáis quedar.
Se me pone la piel de gallina, y me estremezco.
Su sonrisa se hace más grande.
—Eres muy amable. Ten por seguro que lo tendremos en cuenta. —Entonces echa un vistazo a algo que tiene a un lado y se le muda el rostro—. Oh, jolín, tengo que ir a una reunión. Te llamaré pronto.
—Claro —le digo, ya lamentando tener que despedirme—. No trabajes demasiado.
—Mándame más fotos. —Me lanza un beso antes de que la pantalla se vuelva negra.
Hay un instante de silencio, durante el cual yo proceso un extraño sentimiento de pérdida. Una parte de mí se siente ya desconectada de mi antigua vida.
Álex cierra el portátil.
—Gracias —le digo, intentando mantener un tono despreocupado. Ya tiene demasiado de lo que preocuparse. No necesita una novia emocional, además. Probablemente solo se trate de tensión premenstrual.
—De nada, mi amor.
Nos quedamos sentados así un momento, sin que ninguno de los dos diga nada.
—¿Te apetece una taza de té? —pregunto, para romper el silencio.
—No, gracias. He de volver al trabajo. —Él se levanta—. Tengo que asistir a un evento dentro de un par de semanas. Será una ocasión formal. Me gustaría que vinieras.
Las palabras de Igor siguen resonando claramente en mis oídos.
—No lo sé, Álex. ¿Crees que eso será buena idea?
—No lo hubiese sugerido de haber creído que era una mala idea —dice, y sus labios se arquean mínimamente.
Dejo mi té sin tocar en la bandeja.
—Tal vez sea mejor que me quede en casa.
Él entorna los ojos y me lanza una de esas miradas penetrantes que ven directamente en el fondo de mi alma.
—Si voy solo, estaré enviando el mensaje incorrecto.
—¿Qué mensaje?
—Que no te respeto.
Yo pestañeo.
—¿Por qué iba nadie a pensar eso?
—Cuando un hombre tiene a una mujer en su casa pero no la luce en público, está diciéndole al mundo qué lugar ocupa sin lugar a dudas en su vida.
—¿Que es su querida?
—Exacto. Tú no eres ningún sucio secreto que tenga que ocultar.
—Mi reputación no tiene ni mucho menos tanto valor como tu vida. —O mejor dicho, nuestras vidas—. A grandes rasgos, ¿tú tienes que ir?
Él asiente.
—No ir me haría parecer un cobarde. No podemos permitir que nuestro enemigo piense que estamos asustados. Eso es lo que él quiere. Pondré mucha seguridad en el lugar de la gala. Tendré a mis hombres vigilando allí antes, durante y después del evento. Además, asistirá un montón de gente poderosa del gobierno y líderes del sector privado. La seguridad será de primer nivel. —Cuando yo no le respondo, él añade—: Aparte del hecho de que me niego a esconderme con el rabo entre las piernas, mi presencia es fundamental.
Empiezan a sudarme las manos cuando pienso en todo lo que podría ocurrir en un evento público.
—¿Por qué? ¿Qué quieres decir?
—Estoy en proceso de entrar en un negocio conjunto con una compañía que fabrica pequeños reactores nucleares portátiles. Si el gobierno ruso da luz verde a esta tecnología, podremos suministrar energía limpia y barata a muchas de las comunidades aisladas de aquí y de los países cercanos. En esta gala se reunirán algunos de los actores principales del sector energético y sus homólogos con poder de decisión dentro del gobierno. Si todo va bien, la aprobación de esta tecnología se acelerará.
Por supuesto. Ahora que sé que él creció en las calles, comprendo lo importante que esto es para él. Este evento implica algo más que cumplir con sus planes de expansión comercial. Es evidente por la manera apasionada en la que habla de ello.
—Está bien —digo, aunque no es que tenga elección en realidad. Fingir que me la está dando es solo una forma de hacer un pequeño mimo a mis sentimientos lastimados. Es como darle a alguien un tajo y luego intentar curarlo con una tirita.
—Bien. —Me dedica una sonrisa de esas que te desarman—. Me aseguraré de que tengas el vestido adecuado.