15

Álex

La mañana es gris. Abro un poco más las cortinas del dormitorio. El cielo está cubierto por una espesa capa de nubes. El pronóstico del tiempo indica nevadas a partir de media mañana. El río aparece oscuro en la borrosa foto en blanco y negro de este día tan frío. Menos mal que saqué a Katerina por ahí ayer, cuando el cielo estaba despejado.

En el jardín, los hombres están haciendo sus rondas. Probablemente no debería quedarme en pelotas aquí al lado de la ventana.

Vuelvo la espalda a la monocromática imagen invernal y hacia una vista mucho más bonita. Mi kiska está durmiendo boca abajo con su manita apoyada en mi almohada. Las sábanas se han deslizado hacia abajo, dejando a la vista la piel dorada de su espalda desnuda. Mi polla se endurece aunque apenas hace una hora que la he poseído. La he despertado a las nueve con mi cara enterrada entre sus piernas. He sido delicado, sabiendo que estaba medio dormida. El sexo ha sido dulce. Tierno. Pero estoy lejos de estar saciado. Mi cuerpo exige más. Con ella, siempre necesito más.

Mi plan era bajar a buscar el desayuno. Tengo varias reuniones previstas en la oficina. Después de tomarme ayer el día libre, tengo un montón de trabajo que recuperar. Tendría que ir a por nuestro desayuno, de verdad, pero en vez de eso, me acerco a la cama. Con cada paso que doy, la lujuria me enciende las venas. Para cuando alcanzo el borde del colchón, mi cuerpo está desbordante de intenciones malévolas. Quiero hundirme tan adentro de ella que sea imposible cuestionar a quién pertenece. Quiero frotarle ese coñito suyo hasta que haya erradicado este deseo que me consume. La sensación de saciedad solo durará medio día, hasta que la vuelva a necesitar, pero al menos me podré permitir centrarme en el trabajo unas cuantas horas.

Le quito lentamente la ropa de cama hasta que la tengo allí tumbada y expuesta frente a mí. Tiene las piernas ligeramente abiertas, mostrándome un atisbo del delicado coño entre ellas. Oscurecido en parte, es como un tesoro oculto. La ilusión de ser inalcanzable, fuera de mi vista y lejos de mí, lo hace todavía más tentador.

Me subo a la cama y trepo por su cuerpo. Mi polla palpita de ganas. El simple roce de la sensible punta contra la piel sedosa del interior de su muslo hace que se me contraigan las pelotas. Siento un cosquilleo en la base de mi espalda mientras todo mi cuerpo se tensa de placer. Me monto sobre sus caderas y me agarro la base de la polla con el puño. Una gota de fluido preseminal se desliza desde la punta. La uso como lubricante para frotarla contra los pliegues rosados y mullidos de entre sus piernas.

Katerina se remueve. Emite un sonido adormilado, seguido de un gemido ronco cuando la hago mojarse. La respuesta de su cuerpo es pura belleza. Está resbaladiza en solo un instante. Le rodeo la cintura con el brazo y elevo la parte inferior de su cuerpo. Antes de que se haya despertado del todo, ya estoy hundiéndome dentro de ella. Está flexible y relajada por el sueño y sus músculos internos me dejan entrar con facilidad.

Exhala una exclamación muda, vuelve la cabeza y me mira sorprendida.

—¿Álex?

Le planto un solemne beso en la espina dorsal.

—Buenos días, kiska.

—¿Qué estás haciendo?

Casi salgo de ella del todo.

—¿No es evidente?

Ella se estira en torno a mí, hermosa como los melocotones con nata. Su espalda se arquea cuando doy otro empentón. El aire abandona sus pulmones con otro jadeo, pero el gemido que emite me dice que le está gustando.

Salgo lentamente y admiro la vista. Me gusta que se afeite. Me gusta verlo todo. Desde este punto de vista, ella está más abierta para mí. Puedo mirar y tocar a la vez. Tengo acceso tanto a su clítoris como al agujero de su trasero, parecido a un capullito de rosa.

Le agarro por los pechos y la pongo de rodillas. Sus pezones ya son como dos pequeños guijarros duros, una señal inequívoca de que está excitada. Le froto las puntas con las palmas de mis manos, disfrutando del ligero peso de sus curvas por unos instantes, antes de pasarle las manos por los costados y hacia la cintura para comprobar su equilibrio. Cuando me aseguro de que está estable, empiezo a mover las caderas adelante y atrás con un ritmo tranquilo. Su cuerpo se mueve adelante y atrás a mi ritmo. Ella es como un bello instrumento que me gusta tocar, y todas sus canciones me pertenecen.

Aunque aumento el ritmo solo ligeramente, el placer ya está haciendo que mi polla se ponga más dura. Crezco dentro de ella cuando sus músculos internos me estrujan como un puño de terciopelo. No voy a durar mucho. Meto una mano alrededor de su cuerpo y entre sus piernas, y aparto el capuchón del clítoris con la yema del pulgar. Uso el otro pulgar para presionar en su abertura trasera, masajeando con justamente la presión necesaria para añadir estimulación sin hacerle daño sin querer ni penetrar el tenso anillo de músculo.

—¡Álex! —grita ella suavemente, a medio camino entre el pánico y la euforia.

—Shh. —Le froto el clítoris y el ano con círculos lentos—. No voy a tomar tu culo. Todavía no.

Se le corta el aliento cuando se vuelve a mirarme, con los ojos muy abiertos por la incertidumbre.

Si es virgen en el plano anal, necesitará un montón de preparación antes de ser capaz de tenerme dentro. Se me acelera el pulso ante la idea de reclamar ese agujerito tan prieto, con la lujuria desatada y fuera de control, pero por ahora, solo la dejo acostumbrarse a ser estimulada en ese punto prohibido.

Cuando sus gemidos se hacen más fuertes, y la tengo aferrándose a las sábanas con los puños, acelero el pulso y le froto sus puntos eróticos con más intensidad. Nuestros cuerpos se mecen en tándem mientras yo me hundo tan adentro que mi ingle le golpea el trasero. Me muevo más rápido y con más fuerza hasta que el sonido de nuestra carne palmeando entre sí ahoga sus gemidos.

La forma en que todos sus músculos se tensan es mi señal de que está a punto de correrse. Mi propio alivio amenaza convertirse en una explosión cuando ella me aprieta la polla, ordeñándome, empujándome más adentro. Aprieto los dientes, ignorando la furiosa necesidad de soltarme ya, y la cabalgo en su orgasmo sin perder el ritmo. Solo cuando ella se queda floja y cae hacia abajo con la parte superior del cuerpo desparramada sobre el colchón, me dejo ir. El clímax me golpea igual que un ciclón. Un calor incandescente hace erupción en mi cuerpo y yo lo vacío en su interior. Bombeo hasta que me quedo seco y luego me estiro por encima de ella, apoyado en los codos.

Sus jadeos son erráticos y sus costillas se expanden y contraen a toda velocidad. Le aparto la melena por encima del hombro y le beso la nuca y el arco de su cuello. Ella huele a melocotones. No me puedo resistir a chupar el punto donde su cuello se junta con su hombro, y dejarle una marca. Mi marca. Si pudiera, me quedaría metido allí dentro y me dormiría así mismo, pero ya llego tarde al trabajo.

A mi pesar, salgo. Ella gime.

Yo le beso la parte de arriba de la oreja.

—No te muevas.

La dejo en medio de un lío de sábanas revueltas y empapadas por el sexo, humedezco un guante de ducha con agua tibia en el baño y lo traigo junto con una toalla. Cuando la he limpiado, saco algo que le he comprado del cajón de mi cómoda.

Me siento a su lado y le enseño la cajita y el lubricante.

—¿Qué es eso? —pregunta ella con el ceño fruncido, apoyándose en sus codos para erguirse.

Una sonrisa maléfica se dibuja en mis labios.

—Quiero tu culo, Katyusha. Quiero todas las partes de ti. —Levanto la tapa de la caja y le enseño la silicona con forma de bala y con un brillante en la parte ancha—. Pero necesitaré que te prepares antes de que puedas conmigo.

Sus ojos chispean.

—¿Es eso lo que creo que es?

Mi sonrisa se hace más amplia.

—Un tapón anal. Tendrás que llevarlo todo el día. Hará que te estires.

—Yo... —Se humedece los labios con la punta de la lengua—. Yo nunca he hecho eso.

Le aparto el pelo de la frente.

—¿Y quieres?

Ella lo piensa un instante.

—No tenemos que hacer nada que no te apetezca —le digo—. Podemos probar, y si a ti no te gusta, paramos.

—Vale —dice ella con cautela—. Supongo.

Hasta así de exhausta, mi polla da un saltito.

—Arrodíllate para mí, Kiska.

Obediente, ella se apoya en sus manos y sus rodillas.

—Estupendo. —Acaricio levemente la firme curva de su trasero con la mano—. Apoya el tronco sobre la cama.

Doblando la cabeza para mirarme, ella dobla los codos y apoya la cara en un brazo.

—Perfecto —le digo, acariciando la otra mejilla.

Esa postura eleva su culo en el aire. Sus nalgas están abiertas, dándome mejor acceso a su entrada virgen. Destapo el tubo y lubrico bien el tapón anal.

—Vas a notar un poco de frío. —Apoyo una mano en la parte de abajo de su espalda—. Respira hondo y contén el aire hasta que te diga que lo sueltes.

Ella inhala profundamente, con pinta de estar algo asustada.

—No te dolerá —digo con voz ronca, empujando con la punta del tapón contra su abertura y dejándola acostumbrarse a la presión—. Suelta el aire ahora, lento y tranquilo.

Cuando saca el aire de los pulmones, yo extiendo los dedos sobre su trasero y la abro más mientras aplico un poco más de presión.

—¿Cómo vas? —murmuro, presionando más fuerte, lento pero seguro.

Mordiéndose el labio, ella asiente.

—Palabras, Katerina.

—Voy bien —dice sin aliento.

—¿Quieres que siga?

—Sí.

Con suavidad, giro el tapón de forma circular, estirando su esfínter hasta que el anillo de músculos cede y el juguete entra dentro. La gema blanca queda muy mona en su trasero, una joya adornando otra joya.

—¿Qué tal lo notas? —pregunto, acariciando sus nalgas con las palmas de las manos.

—Raro. —Su voz tiene un tono curioso—. Lleno.

El calor que se está reuniendo en la base de mi polla me hace hablar con voz ronca.

—Espera a que te tome llevando eso puesto.

Sus mejillas se sonrojan un poco.

—Es tan sexy, joder. —Dibujo con el dedo el contorno de la brillante piedra—. ¿Quieres verlo?

Ella asiente.

Voy otra vez al baño y regreso con un espejo. Ella estira el cuello para mirar, y su rubor se acentúa mientras estudia la piedra brillante que le adorna el ano. No me va el sadomaso ni nada de eso, pero soy un hombre anal, y sin esta preparación, me arriesgo a hacerle daño, o peor aún, a desgarrarla.

Después de apartar el espejo, vuelvo a la cama y le estiro las piernas para que se quede tumbada sobre el estómago. Ignorando mis deseos renovados, me paso los siguientes diez minutos masajeando sus hombros, espalda y nalgas para ayudarla a relajarse. Cuando está toda suave y relajada, le planto un beso al principio de la raja del culo.

—Quédate aquí —le ordeno—. Enseguida vuelvo con el desayuno.

Como de costumbre, el desayuno me está esperando en el calientaplatos. Tima ha hecho syrniki. Servidas con crema agria, miel y frutos del bosque, estas tortitas de requesón son mis favoritas. Después de darle de comer Katerina en la cama, me ducho a toda prisa y me visto con rapidez. Ella está durmiéndose de nuevo y yo me despido con un beso. Preciso de toda mi fuerza de voluntad para apartarme a mala gana de ella y salir del cuarto.

Cuando bajo las escaleras, Igor y Leonid me están esperando en el recibidor. Dimitri y Yuri ya están en el coche, con el motor en marcha.

—Protégela con tu vida —le digo a Igor. Sus órdenes son proteger a Katerina cuando yo no estoy aquí.

Él asiente con gesto de determinación.

—¿Preparado? —le pregunto a Leonid.

Él aparta su chaqueta y me enseña la pistola que lleva al cinto.

Conducimos hasta mi oficina en un convoy de cinco coches. Espero una emboscada cada vez que nos movemos. Casi la estoy deseando, tengo ganas que estalle la batalla ya y de poder acabar con esos hijos de puta, pero no ocurre nada, y media hora después llegamos a mi edificio de oficinas sin incidentes.

Grigori me recibe con un café y una pila de informes. Hay una montaña de contratos en mi mesa a la espera de ser firmados. Una vez me ha puesto al día de todo lo que me he perdido en mi ausencia, me paso la primera hora haciendo las tareas pendientes de mi lista de prioridades.

A las doce en punto, Adrian me llama por la línea segura.

—¿Qué tienes para mí? —le pregunto, haciendo girar la silla hacia la ventana.

—Algo gordo.

Mi cuerpo se tensa de expectación.

—Continúa.

—He estado siguiendo los pasos de Oleg Pavlov, tal como me pediste. Recientemente, se ha transferido una gran cantidad de dinero de su cuenta bancaria, que se ha distribuido entre diversas cuentas. Algunas están en paraísos fiscales y otras son locales. A partir de ese punto, los fondos se esfuman. Mi experto financiero ha conseguido seguirles la pista a algunos. Una parte de ellos terminó en Bitcoins y otra en empresas tapadera. De verdad que es un puto laberinto. Quien diseñara ese sistema se aseguró de que nos haría perseguir fantasmas. —Hace una pausa—. Resulta que todos esos desvíos conducen a un solo lugar, o mejor dicho, a una sola persona.

—¿A quién? —exijo saber.

—A un hacker de Moscú. Se hace llamar Mukha. Se ha tomado mucho trabajo para mantener su identidad oculta. Me temo que todavía no tengo su auténtico nombre para ti.

Un copo de nieve cae lentamente y se pega a la ventana.

—¿Qué quería Pavlov de un hacker?

—Eso mismo me preguntaba yo. Así que estuve removiendo las aguas. Ofrecí el dinero que me habías proporcionado. Y el pez ha mordido el anzuelo. Al parecer, Pavlov le pagó para que encriptara y enviara un archivo.

—¿Qué archivo?

—Él no ha querido decírmelo.

—Entonces, ¿qué información ha pagado mi dinero? —pregunto, impaciente.

—Me ha dado el nombre de la persona a la que ha enviado la encriptación. Cierto Iván Besov.

Me vuelvo hacia mi mesa y tecleo un mensaje para Nelsky, ordenándole que investigue los antecedentes de Iván Besov.

—¿Adivinas qué descubrió mi hacker cuando seguía el rastro cibernético de Mukha? —continua Adrian—. Que Besov le mandó el archivo a Vladimir Stefanov.

Me quedo helado.

—Eso hizo, ¿verdad?

—Con toda certeza.

—En otras palabras, Pavlov le pagó a un hacker para que le entregara el archivo encriptado a Besov, y Besov se lo envió a Stefanov.

—Correcto.

Medito sobre el significado de todo esto.

—¿Y qué sabemos de Besov?

—Es un ex-militar. Lo expulsaron tras acusarlo de torturar a un preso político. Parece que él pagó el pato por todo su equipo. Los cargos se retiraron, pero después de eso, se fue por libre.

—¿De qué división?

—Spetsnaz. Francotirador.

La nieve empieza a caer con más fuerza.

—Eso lo convertiría en un buen asesino a sueldo.

—Lo mismo pienso yo. Le apodan Bes.

Bes. En ruso, eso significa Demonio o espíritu maligno. Qué sutil. Me meto un dedo entre el cuello de la camisa y la corbata y tiro del nudo para aflojarlo.

—¿Algún compañero de equipo a quién podamos interrogar?

—No. —Oigo de fondo el ruido de papeles moviéndose—. Trabaja solo.

Escucho un sonidito en mi oído.

—Acabo de mandarte un adjunto con la información que he conseguido reunir acerca de Besov —dice Adrian. Tiene una dirección en Moscú. Si ha estado viajando últimamente, lo habrá hecho con un pasaporte falso. Según su historial, está retirado, vive de unas pagas por discapacidad y no ha salido de Rusia desde su última misión con el ejército.

Un mensaje de Nelsky aparece en la pantalla de mi ordenador. Hago clic en el adjunto. Es una foto de Besov. Tiene los ojos verdes y el pelo rubio. La información que la acompaña dice que tiene cuarenta y dos años.

Envío otro mensaje rápido a Igor, para que ponga un hombre tras Besov y le eche un vistazo a su casa.

—Lo has hecho bien —digo, guardando el archivo en una carpeta oculta—. Quiero saber lo que hay en ese archivo que Pavlov hizo que Mukha le enviara a Besov.

—Mukha no nos dará el archivo. Tiene miedo de Pavlov y Stefanov. Es comprensible.

—¿Dónde estás ahora? —pregunto.

—Sigo en Moscú.

—¿Puedes localizar al hacker?

—Será complicado, pero puedo intentarlo.

—Hazlo. Entretanto, ofrécele el doble de dinero por el archivo. Prométele todo lo que quiera, pero consíguemelo. Lo necesito sin encriptar.

—¿Estás seguro de que quieres seguir por aquí? Pavlov y Stefanov son hombres peligrosos.

Una lenta sonrisa curva mis labios.

—También yo.