Pasa una semana sin novedades en el frente de la seguridad. Seguro que Stefanov recibió mi mensaje, el que le envié a través de ese ublyudok fiambre, Vadim, pero no ha hecho ningún movimiento. Está ganando tiempo, posiblemente esperando alguna debilidad de la que poder aprovecharse. Estamos atrapados en un frustrante duelo a dos, vigilándonos mutuamente.
Tampoco llega ninguna información nueva por parte de Adrian. Sigue intentando localizar al hacker que se oculta bajo el nombre de Mukha. Ese tipo, Mukha, es bueno. Tengo que concederle eso. Nelsky y mi equipo también van tras su pista, pero de momento no han sacado ni papa. Adrian triplicó mi oferta original al hacker por el archivo que encriptó para Pavlov, y esa maldita mosca cojonera le ha dicho que se lo tendrá que pensar. Le dijo que si le entregase el archivo, tendría que adoptar una nueva identidad y desaparecer. No podría volver a poner los pies en Rusia nunca más. Sea lo que sea lo que contiene ese archivo, es la hostia de importante, lo bastante para que ese insecto tenga canguelo sobre venderlo, ni siquiera por tres millones de euros, y lo bastante para que Stefanov quiera matarme.
Lo que todavía no sé es cómo está Pavlov conectado a nada de todo esto. Como Stefanov, está reforzando su ejército. Podrías pensar que se están preparando para la guerra. Mis informantes me dicen que ambos han comprado más armas en el mercado negro y han contratado a más hombres.
En cuanto a Besov, estoy seguro casi al cien por cien de que es el cabrón que me disparó, aunque no puedo probar que estuviera en los Estados Unidos en el momento del ataque. Según los registros de vuelos que he conseguido de mis contactos, Besov lleva años sin moverse de suelo ruso. Lo que no significa que no haya podido viajar con un pasaporte falso. El hombre al que he pedido que vigilase el apartamento de Besov me informó que Besov no está en casa. Los vecinos dicen que es reservado y que nunca habla con nadie, pero no le han visto hace al menos dos meses.
Mientras espero, utilizo mis energías para asegurarme de que el próximo evento sea seguro. La cena de gala tendrá lugar en la sala de baile del Hotel Lion Palace. El coordinador del evento me ha facilitado la lista de invitados. Stefanov y Pavlov no asistirán. Los jefes de la bratva no son la clase de personas influyentes con los que el gobierno quiere aparecer asociado cuando se trata de energía nuclear.
Como sí asistirán muchos funcionarios gubernamentales y hombres de negocios de prestigio, la seguridad ya es de lo mejorcito, pero yo insisto en aplicar medidas extraordinarias. Por ejemplo, quiero que registren a cada persona antes de que se les permita la entrada al lugar de la gala. La sala tiene una entrada separada del hotel, lo cual juega a mi favor. Hace considerablemente más fácil controlar quién entra y quién sale. Soy un invitado lo bastante importante para que mis especificaciones se cumplan hasta la última coma. Al fin y al cabo, mi dinero unta los bolsillos de muchos de los asistentes. El hecho de que Mikhail Turgenev y su familia estén presentes también ayuda a que mis esfuerzos surtan efecto. Turgenev, que es muy quisquilloso con la seguridad, ha secundado mis sugerencias. Incluso ha pedido que además se instalaran arcos detectores de metales en la entrada.
También tendremos puestos de control preparados y registraremos todos los vehículos en busca de explosivos antes de que se acerquen al lugar por una calle acordonada de un solo carril. Nuestros aparcacoches cuidadosamente seleccionados aparcarán los vehículos en el parking subterráneo, que estará vigilado por un equipo de guardias antes, durante y después del evento.
Además de eso, Mikhail y yo tendremos rodeado el edificio. Nuestros hombres estarán colocados por toda la manzana, armados con rifles automáticos, bombas de humo y granadas. Por supuesto, serán discretos. El público en general ni siquiera sabrá que están ahí. Mi jefe de seguridad, Nelsky, monitorizará los movimientos de las proximidades del hotel vía satélite. También tendremos drones colocados en coordenadas estratégicas, tanto como para tener ojos extra sobre el lugar como para que sirvan de armamento adicional si hace falta. Esos drones están cargados con misiles capaces de derribar un edificio de diez plantas. Finalmente, tendré hombres dentro que estarán conectados con Nelsky y conmigo a través de un sistema de comunicaciones aparte. Cualquier enemigo lo bastante estúpido como para ir a por alguien de la gala resultará aplastado igual que un insecto antes de acercarse a menos de cinco kilómetros del edificio.
Eso no significa que vayamos a dejar la casa desprotegida. Aunque Katerina y yo asistiremos a la gala junto a un ejército de hombres, dejaremos los suficientes en mi residencia para que mantengan el fuerte a salvo. También he puesto más hombres a vigilar las casas de Stefanov, Pavlov y Besov. Si se mueven, aunque solo sea un metro, yo lo sabré.
Katerina está siendo sorprendentemente comprensiva con todas las precauciones. Esperaba que se quejase y se enfurruñase por su pérdida de libertad, pero está cargando valientemente con el peso no merecido que le he puesto sobre los hombros. A cambio, yo pierdo el culo por cumplir con todos sus deseos y caprichos, aun cuando van en contra de todos mis instintos. No me resulta fácil dejar que juegue a las enfermeras con mis hombres. Le expliqué con detalle por qué eso me molesta, pero ella hace un esfuerzo por no preocuparse cada vez que pongo un pie fuera de la casa, o simplemente no me demuestra lo mucho que le afecta la preocupación, y por eso yo intento mantener mis celos bajo control.
Mis hombres acuden a la casa en tropel, como si Katyusha estuviese viviendo allí solo por su puto beneficio. Igor y Leonid han transformado uno de los salones en una enfermería, con todo el equipo médico necesario, incluyendo una cama para los exámenes físicos. Mis hombres la consultan por cualquier cosa, desde una torcedura de tobillo hasta un dolor de cabeza. Como mi kiska parece contenta de verdad por ayudar y se estresa menos cuando está ocupada, yo rechino los dientes y tolero la presencia de esos quejicas en la casa. Nunca antes se habían quejado por cortarse en un dedito. Supongo que la novedad de la presencia de Katerina pasará a su debido tiempo.
Jamás me había comprometido así por alguien, pero Katerina está siendo la primera para mí en muchos aspectos. Además, la recompensa por mis sufrimientos es de lo más efectiva. Ha estado más receptiva conmigo durante los últimos días, y sus avances han sido tanto dulces como sexis.
Haré cualquier cosa que haga falta para que ella me dé acceso a su cuerpo y a su corazón.
Al regresar a casa de la oficina el viernes por la noche, voy directamente a la clínica improvisada. Cuando abro la puerta, la habitación huele a desinfectante. Está vacía. Por una vez, no hay ningún paciente con una astillita clavada buscando mimos.
Mis pasos se vuelven urgentes mientras voy recorriendo la casa. Estoy ansioso por verla. Esta mañana me marché mientras ella todavía estaba durmiendo, y no tuve ocasión de darle un beso de despedida. Su risa me llega desde el final del pasillo, con un sonido hermoso y claro. Tima dice algo con su voz de barítono que la hace reírse aún más.
Sigo el ruido de su parloteo hasta la cocina. Tima está fregando ollas en el fregadero, y Katerina está con el trasero apoyado en la mesa. Lleva un jersey ajustado y una falda que le marca las caderas. Junto con unas botas de tacón alto, su atuendo es la hostia de sexi. Ha estado poniéndose faldas o vestidos toda la semana, y el motivo de eso me hace arder las venas y envía sangre hacia mi entrepierna.
—Álex —me saluda con una sonrisa—. Tima me estaba hablando de vuestros platos locales menos apetecibles.
Tima vuelve la cabeza y me saluda con un gesto. A pesar del hecho de que estoy celoso de la atención que Katerina le presta, también estoy agradecido con él por hacerle compañía cuando trabajo hasta tarde. Él no tiene que quedarse rondando por la cocina. Hace rato que ha pasado ya la hora en que normalmente termina de trabajar.
Me acerco hasta ella, admirando su hermosa figura.
—¿Ah, sí?
—Keeshka —me dice con un acento adorable, arrugando la nariz—. ¿Intestinos rellenos de carne y harina? ¿O de sangre de cerdo? —Se estremece—. Él me ha dicho que es uno de tus favoritos.
—Soy un comensal atrevido —digo, deteniéndome cerca de ella.
El tono ronco de mi voz debe traicionar mi lujuria porque su garganta se mueve cuando traga saliva silenciosamente mientras me mira.
Tima se seca las manos en un trapo.
—Yo ya he terminado por esta noche, ¿o me necesitáis para alguna otra cosa?
Yo no rompo el contacto visual con Katerina.
—No necesitamos nada.
—Entonces, buenas noches —dice él de camino hacia la puerta.
Se cierra tras él con un ruido sonoro, dejándonos rodeados de silencio.
—¿Qué tal tu día? —pregunta ella después de un breve instante, con la voz algo ronca.
—Bien. —Apoyo las palmas de las manos sobre la mesa a ambos lados de su cuerpo—. ¿Y el tuyo?
Ella se humedece los labios.
—Lo normal.
Yo entorno los ojos al notar su gesto. Inocente o no, hace que desee besarla.
—Espero que no te hayas cansado por exceso de trabajo.
—Haría falta un montón más que eso —dice ella, pasando por debajo de mi brazo y escapando hasta la otra punta de la habitación.
Camina sin prisas, pero al mismo tiempo está corriendo. Además de notar mi deseo, debe de haber sabido de forma instintiva que he hecho planes especiales para esta noche.
Se pone de puntillas y abre el armario de arriba.
—Iba a hacerme un té. ¿Te apetecería un poco?
Sonriendo interiormente ante su fútil intento de distracción, acecho a mi pequeña e inocente presa. Ella se estira para coger la lata de té. Yo estiro el brazo por encima y la cojo, haciendo una nota mental de pedirle a Tima que guarde esas cosas en un estante más bajo. Mi movimiento hace que nuestros cuerpos se junten. Su espalda presiona mi pecho y sus nalgas contra mis muslos. Dejo el té a un lado y me inclino para acercarme más, atrapándola entre mi cuerpo y la encimera.
Como un conejo acorralado que se hace el muerto, ella se queda totalmente inmóvil. Solo su pecho se expande con rápidas respiraciones. Sabe lo que quiero, y le asusta.
Bajo la cabeza e inhalo la fragancia de su piel antes de besarla en el cuello. Huele igual que mi postre favorito, melocotones con nata. A pesar de su temor, ella inclina la cabeza dándome mejor acceso. Yo le pongo una mano abierta sobre el estómago y la otra en la curva de su pecho, y la sostengo contra mí mientras le beso el cuello lenta y meticulosamente. Presto especial atención a la parte en que su cuello se une con su hombro, porque sé que esta es una de sus zonas erógenas. Cuando su piel se vuelve roja a causa de mi barba mal afeitada, me muevo hacia arriba, besando todo el camino hasta el punto sensible de detrás de su oreja. Ella gime cuando le rozo el lóbulo con los dientes. Cuando bajo la mano de su estómago y la meto entre sus piernas, el pezón del pecho que sostengo en la otra se endurece bajo mi palma.
Cuando alcanzo mi destino, ella se deja caer hacia mí con los ojos cerrados y los labios ligeramente entreabiertos. La cojo por el coño y la sostengo en posición mientras meto la otra mano entre nuestros cuerpos para explorar la raja de su culo. Noto la dura punta del enjoyado tapón anal bajo mi palma.
—Buena chica —le susurro al oído, y le planto un beso de recompensa en la mandíbula.
Ella gimotea cuando pongo dos dedos contra el tapón y le aplico una ligera presión. He sido paciente. Llevamos ya una semana jugando con los tapones anales, usando un tamaño más grande cada día. La he estirado con cuidado y me la he follado en plan duro, y a ella le ha encantado todo lo que le he hecho. Está lista para que le meta la polla.
Le acaricio el clítoris con el talón de la mano para hacer que se moje. Ella arquea la espalda, apretando su trasero con más fuerza contra mi mano. Uso las dos manos para jugar con ella por delante y por detrás, masajeando su clítoris y su ano en círculos. Su respiración se acelera cuando aumento el ritmo. Justo antes de que se corra, me detengo.
Le rodeo la cintura con los dedos y digo:
—Ven.
Ella me sigue hasta el dormitorio sin decir palabra. Nadie va a molestarnos, pero giro la llave en la cerradura por si acaso. Me gusta tener mi privacidad.
—Desnúdate —digo con voz ronca por el deseo, mientras me quito la chaqueta.
Ella me sostiene la mirada mientras se desviste, tirando las ropas al suelo en un montón a sus pies. Yo hago lo mismo, y me quito la camisa y los pantalones tan deprisa como puedo.
Cuando los dos estamos desnudos, ella se vuelve hacia el baño, seguramente para quitarse el tapón.
—Solo será un minuto.
La observo atravesar la habitación, admirando el contoneo de su trasero y la gema de color rojo que asoma entre sus cachetes.
La espera casi me mata. Mi polla dura y dispuesta es un gran peso colgando entre mis piernas. La agarro y la froto un par de veces. Cojo la gota de fluido preseminal y lubrico la punta. Cuando Katerina vuelve a entrar en el cuarto, sus ojos se agrandan de aprensión al notar el rastro del trabajo de mi mano.
—No voy a hacerte daño —le digo, recordándole mi promesa previa—. Si me pides que pare, lo haré.
Ella traga saliva cuando abro el cajón de la mesilla y saco el tubo de lubricante.
—Arrodíllate sobre la cama como te he enseñado, Katyusha.
Su obediencia me llena de calor en todos los lugares adecuados cuando ella se sube a la cama y se arrodilla con el trasero en pompa y los codos apoyados en el colchón.
Yo me subo a la cama detrás de ella y le coloco las piernas abiertas como me gusta. En esta posición, tengo acceso a todo su cuerpo. Su ano está agradablemente distendido: una apetecible tentación. La excitación hace relucir sus pliegues desnudos. Para estar seguro, hundo un dedo entre esos turgentes labios. Está resbaladiza, tan a punto como yo.
Agarro mi polla con el puño, coloco la punta contra su coño y la penetro con cuidado. Su cuerpo me rodea y se estira, aceptándome con facilidad, y yo me deslizo dentro hasta el fondo. Me quedo quieto un instante, dándole tiempo para ajustarse, mientras abro el tubo de lubricante y le pongo una cantidad generosa en la raja del culo.
Usando un dedo, extiendo la crema alrededor de su agujero negro antes de meterlo dentro. Ella se tensa ante esa intrusión, y sus músculos internos me aprietan el dedo con fuerza. Casi me corro aquí y ahora, imaginándome lo que esa tensión va a hacerle a mi polla. Mientras empiezo a moverme dentro y fuera de ella, hago lo mismo con el dedo, sincronizando el paso para tomar su culo y su coño con empentones poco profundos.
Ella gime, lo que me hace saber que le gusta la doble estimulación. Se lo he hecho las veces suficientes mientras llevaba puesto un tapón anal para que se sienta cómoda con la sensación de estar llena por todas partes, y he usado los dedos para enseñarle a disfrutar de que yo juegue con su trasero. Siguiendo mi paso poco extremo, ella empuja hacia atrás con cada empentón hasta que le meto dos dedos. Sigo así un rato, acelerando ligeramente el ritmo pero manteniendo las embestidas de ambos agujeros suaves hasta que ella tiene tantas ganas que su culo se aprieta contra mi entrepierna.
Solo acelero el paso cuando estoy follando su entrada trasera con tres dedos. Imitando el movimiento adentro y afuera de mi polla, me meto más adentro y con más intensidad para prepararla. Cuando ella arquea la espalda y emite un sonido que me indica que está cerca de correrse, se lo doy todo, sin contenerme. Ella llega al orgasmo con un grito, y sus músculos internos me aprietan fuerte la polla y los dedos.
Cuando está toda suave por dentro y con el subidón de la euforia del orgasmo, salgo y alineo mi polla contra el bonito agujero de entre sus nalgas. Voy cuidadosamente despacio, aplicando una presión constante en el tenso anillo de músculo hasta que empieza a ceder. Ella se estira a la perfección, dejándome entrar sin mayor dificultad. Antes de que se haya recuperado de su clímax, yo tengo la punta de mi polla metida en su trasero.
—¿Cómo lo llevas, kiska? —le pregunto con voz ronca, frotando las palmas de mis manos contra ambos cachetes. Me cuesta toda mi fuerza de voluntad reprimirme, pero me moriría antes de hacerle daño.
Ella vuelve la cabeza y me mira con sus grandes ojos castaños nublados por las endorfinas y las pupilas ya dilatándose con un nuevo deseo.
—Bien.
Respiro hondo y me meto unos centímetros más. Su trasero me aprieta como un puño. Es suave como el terciopelo por dentro, y el calor resbaladizo de su cuerpo me ordeña tan fuerte que tengo que apretar los dientes para no eyacular antes de entrar del todo. La seductora visión de su entrada prohibida tragándose mi polla no ayuda. Es una de las imágenes más eróticas que he visto en mi vida.
Los preparativos han valido la pena. Está aceptándome dentro excepcionalmente bien. Con la mejilla apoyada en un brazo, está ahí en silencio y me deja hacer todo el trabajo como una buena chica. Ya tengo la piel resbaladiza de sudor por todo el esfuerzo de contenerme, cuando ella cierra los ojos y suelta un pequeño suspiro de satisfacción. Bien. No podría haber deseado una reacción mejor. Quiero que su primera vez sea perfecta. Quiero que disfrute de esto tanto como yo.
A cada centímetro que la penetro, mis pelotas se ponen más duras. El placer es insoportable. La necesidad de moverme dentro y fuera de su cuerpo me consume. Paso una mano por la delicada línea de su columna y acaricio su espalda mientras me tomo mi tiempo para tomar posesión de esta parte de ella. Cuando tengo dentro tres cuartas partes, la cosa se pone imposiblemente tirante. Meto una mano entre sus piernas y trabajo su clítoris como a ella le gusta. Ella se suaviza con un gimoteo, y consigo entrar del todo.
Joder. Tengo la entrepierna pegada a su culo. Es tan erótico. Tan bonito. Ojalá pudiese filmarlo para enseñarle a mi gatita lo hermosa que se ve. Si la privacidad no fuese algo tan importante para mí, lo haría. Pero en lo que a mí concierne, he grabado la imagen a fuego en mi memoria. Tendré sueños húmedos con esto el resto de mi vida.
Le rodeo la cintura con las manos y la mantengo quieta mientras retrocedo un centímetro y vuelvo a entrar lentamente.
Ese movimiento la hace jadear. Ahora es cuando la cosa se pone intensa.
Me inclino para plantarle un beso en la espalda.
—¿Quieres más?
—Sí —responde con voz temblorosa.
—Abre los ojos para mí, kiska. Quiero mirarte.
Ella me obedece, levantando las pestañas y dándome un atisbo de esas suaves lagunas castañas con salpicaduras color miel.
Salgo un par de centímetros antes de volver a entrar. Su respiración se acelera y sus gemidos se hacen más fuertes. Podría ahogarme en los ruidos que hace. El sexy sonido dispara mi excitación, y necesito echar mano de hasta la última gota de mi autocontrol para no moverme más rápido. Avanzo con paciencia hercúlea, intentando no desgarrarla ni herirla. Soy muy consciente de mi tamaño y de la pequeñez de su cuerpo.
Después de unos cuantos movimientos suaves, ya estoy poseyendo su culo con empentones largos y lentos. Ella está jadeando ahora, y su deseo se evidencia en el crescendo que imprime a sus gemidos. Podría hacer que se corriese más rápido si jugara con su coño, lanzarla al infinito haciéndole una paja con los dedos en el clítoris, pero para su primera vez, quiero que se corra solo por estimulación anal.
Cuando estoy seguro de que ella está lista, muevo las caderas más rápido y la poseo con más fuerza. Ella se muerde el labio y se traga sus gemidos mientras me observa obedientemente. Sus ojos son igual que espejos. Un respingo me dice que frene. Un aleteo de sus pestañas, que me mueva más rápido. Cuando esas lagunas color avellana se agrandan, noto que está llegando.
También yo.
Voy a por el sprint final, sujetándola con las manos en las caderas mientras aumento el ritmo. Mis movimientos son extenuantes pero controlados. Leo su rostro mientras mi entrepierna golpea contra su culo. Su expresión es de placer, no de dolor. De intenso placer. Hay más de un millón de terminaciones nerviosas en esa parte de su cuerpo, y yo sé exactamente cómo moverme para activarlas todas.
Un último empentón y ella se corre con un jadeo silencioso. Sus preciosos labios se abren y todo su rostro dibuja una mueca de éxtasis. Es mi señal para dejarme ir. Unos chorros calientes de semen hacen erupción de la sensible punta de mi polla, llenándole el trasero. El orgasmo es tan poderoso que por un momento me fallan las fuerzas.
El tronco de Katerina cae sobre el colchón. La sigo, cuidando de no salir demasiado deprisa y hacerle daño. Apoyo mi peso en los brazos, cubro su cuerpo con el mío y la beso en el hombro. Hacen falta unos instantes antes de que nuestras respiraciones empiecen a calmarse, y mientras tanto, me quedo dentro de ella, gozando de la posesión. La he marcado de otra manera más. Podéis llamarme primitivo, pero es algo enormemente satisfactorio.
Le doy un ligero beso en la sien.
—¿Cómo lo llevas, mi amor?
—Mm.
Su aletargada respuesta me hace sonreír.
—Respira hondo y contén el aire. Suéltalo cuando te diga. —Me levanto usando mis brazos—. Suelta el aire despacio, kiska.
Salgo con suavidad mientras ella exhala. El aire frío me rodea la polla. Ya echo de menos el calor de su cuerpo.
—No te muevas —le pido, y acaricio sus firmes nalgas antes de ponerme de pie.
Necesitamos una ducha, pero puede esperar unos minutos. La he dejado realmente hecha polvo.
En el baño, humedezco una toallita y cojo otra seca. La limpio con suavidad. Hasta me quedan neuronas suficientes para llamar a Lena y pedirle que ponga la cena en una bandeja y la deje en la puerta del dormitorio.
Mientras me tumbo en la cama al lado de Katerina y la acerco contra mí, no puedo evitar regocijarme de saber que es mía en todos los niveles físicos. Es de justicia, ya que ella es mi dueña, de mi corazón y de mi alma. Las palabras que pensé que nunca le diría a ninguna mujer están en la punta de mi lengua, amenazando por derramarse y brotar de mis labios, pero ella ya está quedándose dormida y este no es realmente el momento.
No digo nada que no quiera decir de verdad. No hago promesas a la ligera. El día en que le diga a Katerina que la amo será el día en que le ponga un anillo en el dedo. Esas palabras son sagradas. Merecen ser reservadas para una ocasión especial. Y como puede que ella no esté de acuerdo con hasta dónde planeo llevar nuestra relación, puede que necesite el consuelo de esas palabras cuando se dé cuenta de que en cuanto a ese tema, tampoco voy a darle elección.