Los días se van sucediendo, y antes de que me entere, ya es Acción de Gracias. Nadie lo celebra en Rusia, claro, es una festividad puramente norteamericana, pero no puedo evitar pensar en la gran comida casera que estaría compartiendo con mi madre de no ser porque ella está en el centro de tratamiento mientras yo estoy a medio mundo de distancia. Lo que es peor, puede que no la vea por Navidad.
Álex debe de haber percibido mi estado de ánimo, porque me anima a llamar a mi madre esa noche, algo que siempre estoy más que contenta de hacer. Le pide a Lena que me haga una taza de chocolate caliente y luego, delicadamente, me concede privacidad.
En este punto, confía lo bastante en mí para creer que no le pediré a mi madre que contacte con la embajada ni nada de ese tipo.
Una vez me he acomodado en el sofá con la taza de chocolate caliente entre las manos, marco el número de mi madre.
—Hola, cariño —me saluda ella, sin aliento—. ¿Cómo estáis?
—Estamos bien. Lo que es más importante, ¿tú cómo estás?
—Genial. Acabo de terminar una sesión de aerobic en la piscina climatizada. El agua es maravillosa. Oh, y ¿adivinas qué? Estoy perdiendo más peso. Los pantalones me quedan tan grandes que pronto tendré que ir de compras.
Su entusiasmo me saca una sonrisa.
—¿Cómo va el tratamiento? ¿Estás notando alguna mejoría?
—Por supuesto. La dieta supone una gran diferencia. Me encanta el enfoque holístico que tienen aquí. Tiene mucho más sentido que solo engullir un puñado de pastillas. Me estoy desintoxicando de la electrónica también, y dejar las redes sociales por un tiempo me está sentando estupendamente. —Baja el tono de voz—. Pero me atrevería a decir que lo que más me encanta es mi médico. El Dr. Hendricks es un hombre encantador, además de brillante. Ha hecho muchísimo por toda la gente que sufre mi enfermedad.
—Sí, bueno, está bien que lo admires. Pero no lo lleves más allá de lo profesional.
Ella suelta una tosecilla forzada.
—¡Mamá! —Me llevo una mano a la frente—. Por favor, dime que no lo has hecho.
—No hemos llegado al plano físico si es lo que te preocupa. Creemos que debemos esperar hasta después del tratamiento. No sería profesional, ya sabes, ir más lejos ahora.
Dejo mi bebida en la mesita de café y me acerco al borde de mi asiento.
—Tal como lo cuentas, suena a algo serio.
—No te preocupes, cariño. Estamos los dos disfrutando de nuestra mutua compañía y pasándolo bien. No estoy planeando casarme con él.
—Aun así, no creo que sea buena idea flirtear con el personal.
—Solo nos estamos conociendo. —Se aclara la garganta—. De hecho, a él le encantaría conoceros a Álex y a ti cuando vengáis por Navidad.
Yo respiro hondo.
—Sobre eso... puede que al final no volvamos antes de Navidad.
La línea se queda en silencio un instante.
—Pues sí que te estás tomando un descanso largo de tu trabajo —dice mamá por fin—. ¿Sucede algo malo?
Cruzando los dedos, respondo:
—En absoluto. Álex tiene mucho lío con varios proyectos por aquí y yo no quiero volver a Nueva York por mi cuenta.
—Ah. Bueno, no te preocupes por eso, cielo. Lo entiendo perfectamente, aunque estaba deseando ver a mi futuro yerno.
Me da un escalofrío.
—¡Mamá!
—Va en serio contigo, Katie. Cualquiera sería capaz de verlo.
—¿Necesitas alguna cosa? —pregunto, ansiosa por cambiar de tema—. ¿Algo de comer? ¿Productos de belleza o de baño? Puedo organizarlo por internet para que te las entreguen allí.
—Eres un encanto, pero tengo todo lo que necesito.
—Vale. Llámame si... —me interrumpo a mí misma—. Envíale un mensaje de texto a Álex si se te empieza a terminar alguna cosa.
—Lo haré. Te echo de menos, cariño.
Yo sofoco un inoportuno sollozo.
—Yo también, mamá.
Antes de que ella pueda percibir las emociones que me desgarran el pecho, cuelgo.
Según pasan los días y la Navidad se va acercando, me siento cada vez más nostálgica. Sin importar lo que esté haciendo, mi mente a menudo regresa a mis recuerdos nostálgicos de las fiestas. En Nochebuena, mi madre y yo tomábamos un taxi para Manhattan. Desafiábamos el frío para admirar las luces navideñas y el gigantesco árbol del Rockefeller Center antes de celebrar una cena especial en casa e intercambiar nuestros regalos.
Por suerte, el espíritu de esas festividades invernales no está ausente de la casa de Álex, aunque he averiguado que los rusos celebran la Navidad el 7 de enero, según la traducción de la Iglesia Ortodoxa. Como se considera una festividad puramente religiosa, muchas de las tradiciones navideñas que yo conozco —el árbol, los regalos, la decoración...— forman parte de las celebraciones del Año Nuevo en Rusia. Así, las galletas que Tima ha estado cocinando, esas que llenan la cocina con aromas de canela, pasas y vainilla, son para las celebraciones de Año Nuevo, no de Navidad. Lo mismo pasa con el árbol decorado con delicados adornos de cristal que Lena ha puesto en el recibidor, y con las ramas de pino con lazos rojos que ha atado por las barandillas. La despensa está bien provista con carnes curadas y pescado en escabeche para la fiesta de Nochevieja de los hombres en vez de estarlo para la comida de Navidad. También han puesto adornos en las calles, pero no son visibles desde las ventanas del dormitorio de Álex. Tengo que subir hasta el piso de arriba para poder ver un poquito de las guirnaldas de luces que decoran la calle que bordea el río. Las luces no son multicolores, como las de casa, sino blancas, y tienen forma de copos de nieve, árboles de navidad y renos.
Como no quiero empeorar los problemas de Álex cargándole con mi humor depresivo, me guardo mis emociones para mí misma. No puedo decir que él no esté siendo amable conmigo. Me deja hablar con Joanne, June y mamá por teléfono cada semana. Eso ayuda, pero sigo echándolas de menos. No puedo librarme de este extraño sentimiento de tristeza.
Y no es que esté aburrida. Hay un montón de cosas en la casa para entretenerme, y los guardias de Álex me mantienen ocupada. La mayoría de las veces, sus males son menores, pero yo agradezco las visitas. Me proporcionan contacto humano, a pesar de que al hablar distintos idiomas no nos permita comunicarnos siempre. Por desgracia, mi ruso no está mejorando mucho. Le pedí a Tima que me enseñara unas cuantas palabras, pero con todas esas conjugaciones y los nombres masculinos o femeninos, el idioma es mucho más difícil de dominar de lo que yo imaginaba. Intento mantenerme positiva, pero hasta las paredes de un palacio pueden resultar agobiantes después de varias semanas.
Álex llega tarde a cenar casi todas las noches. Es un adicto al trabajo, pero también está haciendo grandes esfuerzos por encontrar al hombre que está amenazando su vida. Se niega a contarme demasiado y siempre responde con vaguedades a mis preguntas. Como también está centrando una gran parte de su atención en los preparativos de la cena de gala, no le molesto con peticiones egoístas de salir fuera. Pronto asistiremos al baile.
Mientras tanto, me contento con dar paseos por el jardín. Al principio los hombres armados hasta los dientes me inquietaban. Sus armas me ponían nerviosa. Con el tiempo, me he acostumbrado a ellas. Los rifles automáticos que llevan colgando del hombro no me impresionan tanto como lo hacían al principio.
Tres días antes de la fiesta, un equipo de personas aparece al punto de la mañana para probarme el vestido y también para hacer pruebas de peluquería y maquillaje. Muy a mi pesar, Lena está presente para hacer de traductora, sin quitarse ni un segundo esa sonrisa condescendiente suya.
La modista, una mujer de mediana edad con rasgos exóticos, me muestra tres trajes de noche para elegir. El primero es blanco y ajustado, con detalles de diamante y el segundo es un vestido rojo con espalda baja y falda de vuelo. Los dos son preciosos, pero el tercero es mi favorito. El corte es sencillo. La falda es larga y tiene una raja lateral que termina justo sobre la rodilla. Es un vestido sin hombros. La tela rosa pálido tiene un bonito brillo perlado. Han cosido en el corpiño unas cuentas de cristal, creando un diseño de flores delicadas.
La modista me sugiere que me pruebe los tres, pero yo ya sé cuál quiero. Me ayuda a ponerme el vestido rosa y me coloca delante del espejo de cuerpo entero. El vestido parece haber sido hecho para mí. El único ajuste necesario es subirle el dobladillo unos centímetros. Ella combina el traje con un par de sandalias plateadas de tacón alto y un bolsito de mano a juego. El modelo es perfecto.
Después de poner alfileres en el dobladillo, me ayuda a quitarme las sandalias y el vestido. Me pongo un albornoz encima de la ropa interior y me instalo delante el espejo del vestidor de Álex para las pruebas de maquillaje que vienen a continuación.
El maquillaje es algo más pesado que lo que suelo llevar, pero el perfilador de ojos negro, la sombra ahumada y el pintalabios color nude son apropiados para una velada formal. La peluquera me recoge el pelo con unos suaves rizos, y deja unos cuantos mechones colgando junto a mi cuello. Cuando la maquilladora y la peluquera han terminado y me preguntan si estoy satisfecha con el resultado final, Lena les traduce mi respuesta, diciéndoles que estoy muy contenta. Las dos lucen sendas sonrisas de oreja a oreja mientras guardan sus utensilios.
Lena se queda firme como una majorette tamborilera en el vestidor mientras ellas cierran sus maletines. Observa mi reflejo en el espejo mientras yo me quito el maquillaje con bolitas de algodón. No quiero ser borde, pero la forma en que me está estudiando me hace sentirme incómoda.
—No quiero entretenerte más —le digo, intentando echarla con educación—. Gracias por traducir.
Ella levanta la barbilla.
—Supongo que la elegancia es una cuestión de genética y que no se puede aprender.
Me quedo paralizada, con la mano a medio camino de mi cara.
—¿Perdona?
Las señoras dicen adiós con la mano y se van. Un guardia las espera al otro lado de la puerta para escoltarlas escaleras abajo. Si les resulta insultante que las registren a ellas y as sus maletines antes de entrar y salir de la casa, no lo demuestran.
Cuando solo quedamos Lena y yo, ella prosigue:
—El vestido blanco y un maquillaje más sutil habrían sido más apropiados.
Yo me pongo muy derecha.
—Me ha gustado como me quedaba.
—Bueno —resopla—. Solo asegúrese de no avergonzar al Sr. Volkov. —añade, con intención—: Toda Rusia estará observando el evento.
—Puedes irte —le digo con un tono más firme, sin intentar ya hacer un esfuerzo para sonar educada.
—No ha terminado aún. —Ella señala la puerta con la mano—. ¿Y la esteticista?
Mi sonrisa es tensa.
—Me las apañaré.
—Como desee —replica ella. Se gira sobre sus talones y se va.
Decididamente, no soy la pareja que ella elegiría para Álex. Supongo que no ser de linaje real no es de ayuda.
La esteticista ya ha instalado su improvisado salón en el jardín interior junto a la piscina. Me hace la cera y me exfolia todo el cuerpo antes de premiarme con un masaje. Después de una manicura y una pedicura, estoy preparada para la fiesta inminente.
No es mediodía aún, pero el cielo es gris y está nevando fuera. Una vez sola de nuevo en la enorme casa sin pacientes que tratar, me pongo el bañador y hago unos cuantos largos en la piscina. Cuando salgo a por aire después de bucear, me topo de frente con un par de elegantes zapatos negros de vestir.
Levanto la vista desde los zapatos y recorro unos pantalones oscuros de traje y una camisa abotonada hasta que llego a la atractiva cara de Álex. Está en una postura relajada, con las manos en los bolsillos, pero la tensión que se oculta debajo está siempre presente en su cuerpo.
Apoyo los antebrazos en el borde de la piscina y le sonrío.
—Eh, ¿te estás escaqueando del curro hoy?
La sonrisa que me devuelve es poco intensa.
—¿Te diviertes?
—Solo me mantengo en forma. O lo intento, al menos.
Su sonrisa no mejora con mi intento de bromear. Me tiende su mano y dice:
—Estoy seguro de que estás físicamente genial.
Mis dedos rodean los suyos y le dejo sacarme del agua. Él coge una toalla que he dejado en la tumbona y me la pone sobre los hombros.
Frotándome para secarme los brazos, me dice:
—Katyusha, ha habido un incidente con tu madre.
Me quedo helada.
—¿Qué?
—No tienes que preocuparte. Ella está bien. Solo ha sufrido un ligero contratiempo.
—¿Contratiempo? —Doy un paso hacia un lado, escapándome de su mano—. ¿Qué clase de contratiempo?
—Se mareó un poco y se cayó pero no se ha hecho daño y no tiene nada roto. El doctor la ha examinado. Su tensión arterial es normal.
Una sensación de vacío se apodera de mi estómago.
—¿Por qué no me han informado?
—Te estoy informando ahora —dice él con tono razonable.
La angustia y la impotencia se combinan y se convierten en rabia.
—¿Cuándo te has enterado?
—Hace una hora. Por eso he vuelto a casa. Me fui de la oficina en cuanto recibí las noticias.
Doy otro paso hacia un lado, creando más distancia entre nosotros.
—Podrías haberme llamado. Deberías haberme llamado. Inmediatamente.
—Katyusha. —Levanta las manos—. Creí que sería mejor decírtelo en persona.
—Si yo tuviese un maldito teléfono eso no habría sido ningún problema. Me habría enterado hace una hora. —Salgo en tromba hacia la puerta—. Quiero hablar con ella.
Antes de que haya recorrido ni medio camino hacia la puerta, él me agarra por la muñeca y me hace girar para que le mire.
—Tienes que calmarte, Katerina. Sé que esto es un disgusto para ti...
Yo me suelto de golpe.
—No tienes ni idea de lo que esto es para mí.
Sus ojos se entornan.
—Como iba diciendo, sé que esto es un disgusto para ti, pero ella está en buenas manos. Probablemente fuese una pequeña bajada de azúcar durante la adaptación a la nueva dieta.
—Eso no lo sabes. Podría tratarse de algo más serio. Quiero hablar con ella, Álex. —Endurezco mi tono de voz—. Ahora.
Él aprieta la mandíbula.
—No son ni las cinco de la mañana allí ahora mismo. Estará durmiendo. Ya hablaras con ella más tarde.
—Ahora —repito. No poder ir con mi madre ni ser de ayuda es ya bastante malo. Su intento de evitar que hable con ella me hace ponerme un poco histérica.
—¡Katerina! —me dice él con brusquedad, sujetándome por los hombros—. ¡Contrólate!
—¡No! —Yo me retuerzo y me suelto—. Quiero verla. Es mi madre. ¿Es que no te enteras? Es la única familia que tengo.
—Katyusha —dice él con un tono más suave, intentando volver a agarrarme—. No te disgustes tanto, mi amor.
Yo me alejo hacia la puerta caminando de espaldas.
—Está enferma. Se ha desmayado. Se ha caído, por todos los santos. No pienso quedarme aquí sentada como una princesita mientras mi madre me necesita.
El azul de sus ojos se endurece como si fuesen dos gemas brillantes.
—Te quedarás aquí o donde yo decida tenerte para que estés a salvo, y harás lo que yo te diga. Esa es la única elección que tienes en esta ecuación, kiska.
Sus duras palabras son como un puñetazo en mi cabeza. Estábamos tan bien, llevándonos genial, fingiendo que todo era normal... Pero no lo es. Y no puedo hacer nada al respecto.
Me doy la vuelta y corro hacia la puerta. Para mi alivio, él no me persigue. Me permite la pausa temporal de la soledad cuando me encierro en la biblioteca para enfrentarme a la verdad. Una y otra vez, me enfrento a ella. Esto no es ninguna luna de miel. Da igual lo genial o atrevido que sea el sexo, o lo bien que él me trate. Existen límites en este arreglo y solo uno de los dos dicta las reglas.
Álex. Él tiene todo el poder.
Ahora que estoy algo más calmada, sin embargo, tengo que admitir que tiene razón sobre la hora. No voy a llamar a mi madre y despertarla a las cinco de la mañana si está durmiendo. No tengo otra elección que esperar hasta que sea más tarde en los Estados Unidos, al menos hasta las nueve o así.
Llaman a la puerta.
—¿Katyusha? —me llama Álex—. Ven a almorzar. Tienes que comer.
Pienso seriamente en lanzar un jarrón contra la puerta, pero de nuevo, tiene razón. Matarme de hambre no cambiará nada.
Respiro hondo unas cuantas veces, y trato de controlar mis emociones antes de abrir la puerta. Él está allí de pie en el umbral, como un monarca, regio y grandioso, dominando el espacio con su gran cuerpo.
—Quiero verla, Álex —digo con tono tranquilo—. Quiero examinarla yo misma.
—Eso es tarea del doctor y les estoy pagando para que lo hagan —dice él con tono intransigente—. Fin de la discusión. —Él me ofrece una mano—. Ahora ven a vestirte y a comer conmigo.
No me está dando elección. Nada ha cambiado desde que llegamos a San Petersburgo. Tal vez nunca lo haga.
No acepto su mano tendida. Apretando los dientes, subo arriba, me cambio y me reúno con él para comer en el comedor.
Nuestro almuerzo se desarrolla en silencio. Él intenta embarcarme en una conversación un par de veces, preguntándome sobre la prueba del vestido y si me gusta mi traje de baile, pero como no consigue sacarme una respuesta, acaba por callarse.
Se queda conmigo esperando en su estudio hasta que el reloj suena marcando las cuatro. Mientras yo camino arriba y abajo, él trabaja. En el preciso instante en que el carrillón anuncia la hora, él conecta el portátil y activa una videollamada.
Cuando el rostro de mi madre aparece en pantalla, yo me dejo caer sobre el sofá, aliviada de lo bien que parece estar. Sus mejillas muestran un saludable tono rosado, y su pelo rubio luce un bonito peinado. Lleva su jersey azul favorito y un pañuelo de un azul más claro que hace destacar el color de sus ojos. A juzgar por el cuadro que hay en la pared de detrás, está en la sala de estar.
—¡Hola, mamá! —Trago saliva para reprimir mis emociones—. ¿Cómo estás?
—Katie —responde ella con una amplia sonrisa—. Álex. Es estupendo veros.
Miro de reojo y veo a Álex detrás de mí, apoyándose con los brazos en el respaldo del sofá.
—Entonces —dice mi madre—. ¿Qué tal lo lleváis vosotros dos?
Hago un gesto de quitarle importancia con la mano.
—Olvídate de nosotros. ¿Tú estás bien? Me he pegado un buen susto. ¿Qué ha pasado?
Ella suelta una risita avergonzada.
—No quería preocuparte. No ha sido nada. Le dije al doctor que no tenía ni que haberte llamado.
—¡Por supuesto que tenía que hacerlo! —exclamo.
—Me levanté a hacer pis por la noche y tropecé con la cómoda, eso es todo.
Yo entorno los ojos y miro su cara fijamente. Parece más delgada. Ha perdido parte del perfil redondeado de sus mejillas.
—Me han dicho que fue un mareo. ¿Estás comiendo lo suficiente?
—El dietista es fantástico. —Mi madre se recoloca el pañuelo—. Estoy comiendo más que suficiente y la comida es deliciosa. El doctor ya me ha hecho unos cuantos análisis de sangre y todo parece normal.
—Vale —digo despacio, incapaz de librarme de mi preocupación.
—Esas cosas pasan —prosigue mi madre—. Me había dado un baño caliente esa noche y puede que comiese un poquito de menos en la cena. Es posible que tuviese la tensión un poco baja. De cualquier modo, me están controlando como a un bebé, así que puedes seguir disfrutando de tus vacaciones sin preocuparte por nada. —Me dirige una gran sonrisa—. Hablando de tus vacaciones, ¿qué tal van?
—Geniales —dice Álex—. Aunque no hemos conseguido ir a ver tantos sitios turísticos como nos hubiese gustado.
Mi madre guiña un ojo.
—Lo entiendo. No estáis saliendo mucho del dormitorio, ¿verdad?
—¡Mamá!
—Todavía tengo mucho que mostrarle a Katerina —dice Álex, sin perder comba un segundo—. Quiero que conozca mi país.
—Es comprensible. —Mamá mira su reloj—. Me temo que me tengo que ir. Tengo revisión con el médico en cinco minutos.
—Dime cómo va —le pido—. Y por favor, cuídate.
—Lo haré. —Nos lanza un beso—. Gracias por llamar para preguntar. Hablaremos más tarde, niños.
Al escuchar lo de niños, a Álex se escapa una risita. Ella es mi madre, pero solo tiene siete años más que Álex.
Cuando la pantalla se queda en negro, él se inclina por encima de mí para cerrar el portátil.
—Gracias —le digo, frotándome las piernas con las manos—. No tenías por qué haberte quedado para esto. —Podría haber vuelto a la oficina a trabajar en paz.
—Era lo mínimo que podía hacer —replica él, dándome un apretón en el hombro—. Ahora voy a trabajar un poco más y después cenamos algo.
Mi madre envía un mensaje después de su chequeo y nos informa alegremente de que está sana como una manzana. Aun así, sigo preocupada durante la cena, y luego por la noche no consigo dormirme. Álex hace lo posible para agotarme con sexo explosivo, pero por una vez, ni eso me ayuda. Así que después de dar vueltas dos horas seguidas, me levanto. Para mi sorpresa y haciendo caso omiso a mis protestas, él se levanta también, y luego se queda levantado conmigo, trabajando en silencio en su ordenador mientras yo veo Downtown Abbey para intentar evadir mi mente de todo.
Para las tres de la mañana estoy completamente exhausta, pero mi mente sigue agitada. Para calmarme, le pido a Álex que vuelva a escribirle a mi madre para comprobar si ha tenido algún otro mareo y él lo hace. Mamá responde al instante, asegurándome que está perfectamente y que ha pasado un gran día.
Álex me observa con aire compasivo.
—Ahora que ya has visto por ti misma que no hay nada de qué preocuparse, durmamos un poco.
Él no va a dormir mucho. Se levanta cada mañana a las seis para hacer ejercicio hasta las siete antes de salir para su oficina a las siete y media. A veces, se ejercita en el gimnasio, y otras veces, pelea con sus hombres en los barracones. Cada vez que él entrena con ellos, yo tengo el corazón en un puño, sabiendo lo fácil que puede resultar tener un accidente con un arma afilada.
Él rodea el sofá y se sienta a mi lado.
—Katyusha. —Espera a que le mire antes de continuar—. Sé que esto no es fácil para ti.
—Mi madre... —Me trago el nudo que tengo en la garganta—. Ella no tiene a nadie más que a mí.
—Lo sé —dice él mientras me coloca un mechón de pelo detrás de la oreja—. Por eso voy a llevarte a verla en Navidad.
—¿Eso vas a hacer? —pregunto yo sorprendida.
—Sí, kiska.
—¿Cuándo lo has decidido?
Él me mira sin más.
Ah. Ha tomado una decisión espontánea para suavizar mis sentimientos heridos. La ha tomado él solo, sin discutirlo conmigo... aunque no es que yo esté descontenta con la idea. Mi ego vapuleado no quiere que acepte la rama de olivo que él me está ofreciendo, pero si eso significa ver a mi madre, estaré encantada de dejar a un lado mi orgullo.
—Gracias —digo con tono poco emocionado, poniéndome en pie—. Es muy generoso por tu parte.
El mensaje de respuesta de mi madre me ha tranquilizado, pero sin embargo algo dentro de mí sigue pareciéndome roto. Es como si me hubiesen violado, que es exactamente lo que ha pasado. He sido despojada de mi libre albedrío, y Álex no dejará que lo olvide. Sus actos siguen recordándome el lugar inferior que ocupo en su vida.
Él me sigue con una mirada oscura mientras salgo de la habitación, pero igual que antes, no viene detrás de mí. Me deja irme sola a la cama. Y cuando me despierto a la mañana siguiente, ya se ha marchado.