En la oficina estoy igual que un oso herido. Hasta Grigori se aparta de mi camino. Es más que la falta de sueño. Mi gatita es dócil, por ahora; pero está enfadada conmigo. No está contenta por las elecciones que le estoy quitando de las manos, y cuando ella está disgustada, yo también lo estoy, especialmente porque para empezar, yo soy el motivo de que esté disgustada. Toda esta maldita situación está abriendo una grieta entre nosotros. Me preocupa que cuando esta pesadilla se termine, esa grieta tal vez no se pueda cerrar.
Da igual. Si hay algo que soy es decidido y resiliente. Trabajaré duro para recuperar su adoración. Una vez adquiera mi apellido, tendré todo el tiempo del mundo para conseguirlo. Dentro de unos meses, cuando echemos la vista atrás, ella verá que yo tenía razón. Entenderá que he actuado por su bien. Al final, me perdonará.
Mientras voy de la sala de juntas a mi despacho, me suena el móvil. Es Adrian. Igor viene justo detrás de mí, siguiendo mi paso con largas zancadas, cuando Adrian me cuenta que sigue sin tener respuesta de Mukha, y que no hay tampoco ni rastro de él. El hacker es prácticamente un fantasma, ilocalizable y según el rastro que deja, inexistente.
Cuelgo, soltando una maldición, y le doy un manotazo a la puerta de mi oficina. Igor la agarra justo antes de que golpee con fuerza contra la pared.
—Álex —dice mientras yo me dejo caer en la silla de mi mesa.
Es tan raro que use mi nombre de pila que levanto la vista para mirarle.
—¿Qué?
—No estás siendo tú mismo.
—No jodas. —Pongo mi dedo en el escáner de huellas dactilares para abrir la pared—. ¿Y con eso quieres decir...?
Él se acerca hasta mi mesa.
—Tienes que mantener la mente fría. No puedes perder la cabeza si vas a ir contra Stefanov.
Enciendo el ordenador encastrado en la pared.
—Tres putas semanas y no estamos haciendo ningún progreso.
—Es más que la falta de progreso —me dice, mirándome fijamente—. Estás disgustado por Katherine.
Yo entorno los ojos.
—Ten cuidado, Igor. Estoy en deuda contigo por salvarme la vida, pero no creas ni por un segundo que tienes derecho a meter las narices en mis asuntos privados.
Eso no le detiene.
—Su estrés se te está pegando.
Cierto. No soy ningún monstruo sin sentimientos. Sé lo duro que fue para mi kiska recibir las noticias de Laura.
—Hubo un incidente con su madre ayer —digo, pasándome una mano por la frente—. Ahora todo está bien. Ella entrará en razón.
—Esto lleva ocurriendo desde mucho antes que ayer. Ella está a oscuras, sin saber nada. Ponte en su lugar. Imagínate cómo debe sentirse.
—¿Ahora resulta que eres un experto en los sentimientos de Katerina? —pregunto con tono seco.
—Ella no es ninguna estúpida. Se da cuenta de las cosas. Me preguntó por ti el día después de que la llevaras a hacer turismo.
—¿Es eso cierto? —Si Igor está hablando de mí con mi mujer a mis espaldas, juro que le partiré la cara. Mi tono es frío. Calculador—. ¿Te preguntó exactamente qué?
—Que por qué estabas tan tenso.
Cierro los puños sobre la mesa.
—Si le contaste que hay alguien vigilando la casa...
No termino mi amenaza. Igor me conoce lo suficiente para saber lo que le pasaría de haber sido tan estúpido. Katerina tiene bastante de qué preocuparse. No pienso descargar sobre ella información que solo pueda causarle más pesadillas y noches de insomnio.
Él levanta las manos.
—No le conté nada.
—¿Pero?
—Tal vez tú debieras compartir más cosas con ella.
Me está empezando a sacar realmente de quicio.
—¿Cómo qué?
—No le has hablado de Stefanov y Pavlov. Necesitas contarle lo que está ocurriendo. ¿Y si se le mete en la cabeza escaparse?
—Hay una buena maldita razón para no contárselo —digo, golpeando la mesa con el puño—. Y no es de tu incumbencia.
Él retrocede un paso.
—Tú sabrás. Yo solo pensé...
—No vuelvas a pensar una mierda en lo que a Katerina respecta. Ese es mi trabajo.
Él baja las manos.
—Lo que tú digas.
—¿Es esta la razón por la que has insistido en acompañarme hoy a la oficina? ¿Para comerme la cabeza sobre cómo trato a mi novia?
Él menea la cabeza.
—Álex.
—Señor Volkov —mascullo entre dientes. Hay límites para lo que pienso tolerar. Katerina queda definitivamente fuera de esos límites.
—Señor Volkov —repite él, con gesto dolido—. A Leonid hacía tiempo que ya le tocaba lo de hacer de niñera.
Miro a la puerta con intención y le digo:
—Tengo trabajo que hacer.
Él asiente.
—Si me necesita usted, estaré hablando con el hombre que vigila la casa de Stefanov.
—Sí, haz eso —digo con tono gélido.
En el preciso instante en que él cierra la puerta al salir, yo me pongo mis auriculares y llamo a Krupnov, el joyero más prestigioso de Europa del Este. Katerina no va a escaparse. Es demasiado lista para intentar algo tan estúpido... sin mencionar que mi personal y los guardias no la dejarían. Sin embargo, las palabras de Igor han prendido una chispa de desasosiego en mi interior. Lo cual me da más motivos para poner en práctica antes que después la decisión que he tomado.
Justo cuando creo que Krupnov no lo va a coger, le oigo contestar con un altivo «Buenos días».
—Álex Volkov al aparato.
—Señor V-Volkov —dice él, sonando azorado—. Qué honor.
—Necesito un anillo.
—P-por supuesto —tartamudea él—.¿Qué tipo de anillo?
—Un anillo de compromiso. Envíame unos cuantos modelos.
—S-sí. Claro que sí. Como usted bien sabrá, todos mis anillos están hechos por encargo, y cada uno es una pieza única. No hay dos iguales en el mundo.
—No necesitas ningún discursito para venderme nada, Krupnov. Si te estoy llamando es porque ya me he decidido.
—B-bien, señor. Es solo que necesito conocer a la dama para diseñarle un anillo que le vaya bien tanto a su fí-fisico como a su personalidad. No tengo que decirle que las mu-mujeres pueden ser muy particulares en cuanto a sus gustos.
Abro el informe de previsión del negocio conjunto.
—Quiero un diamante, el más grande que tengas. —Me meto en el Excel y echo un vistazo a los números—. Y rubíes. De la mejor calidad que puedas encontrar. Monta las piedras en oro blanco. Te enviaré su talla.
No debería ser demasiado difícil hacer eso. Puedo medir uno de los anillos de Katerina. Tiene un anillo con forma de rosa que lleva en la mano derecha. Su dedo anular izquierdo no debería ser más de media talla más estrecho que el derecho. O mejor aún, le puedo comprar un anillo nuevo y usar la excusa para medirle el dedo.
Ansioso de repente por poner el plan en funcionamiento, pregunto:
—¿Cuánto te costará diseñarlo?
—Pa-para usted, señor, pondré su encargo el primero de la lista.
Doy a un botón para ver la hoja de costes de construcción de los nuevos reactores.
—¿Cuánto tiempo, Krupnov?
Tendré que mover algunos fondos y liquidar un par de inversiones si tengo que poner tanto capital en la empresa conjunta, pero esto es importante para mí. Sé lo que se siente cuando eres pobre y te hielas de frío. Envío un correo a mi director financiero con instrucciones de empezar con el proceso de liquidación.
—El di-diseño puede estar listo en una semana, siempre que usted lo apruebe y no qu-quiera hacer cambios, pero me costará más co-confeccionar el anillo. Todos mis diseños están hechos a mano con...
—¿Fecha de entrega?
—¿Qué tal San Valentín? —pregunta vacilante—. Siempre es un bu-buen día para un compromiso.
—Año Nuevo; ni un día después. ¿Confío en que podré fiarme de su discreción?
—S-sí Señor Volkov. Po-por supuesto, Señor Volkov.
—Ah, y... ¿Krupnov?
—Sí Señor Volkov.
—Si no es el anillo más bonito jamás forjado, te mataré.
Él suelta una risita aguda.
Cuelgo al mismo tiempo en que se abre la puerta y Dania Turgeneva entra en mi despacho.
Minimizo la pantalla y la observo acercarse, con cauta sorpresa. Lleva un traje de dos piezas rojo con zapatos a juego. Su pelo está recogido hacia atrás en una cola de caballo y su maquillaje es impecable.
No es la primera vez que ha estado aquí, pero nunca había entrado en la oficina sin anunciarse antes. También había venido siempre acompañando a su padre. El hecho de que esté aquí sola me indica que esto no es una visita de negocios.
—Álex Volkov —me dice, deteniéndose delante de mi mesa con los brazos en jarras—. Qué poco sociable con tus vecinos que ya lleves en San Petersburgo tres semanas y no te hayas molestado ni en hacernos una llamada.
La educación hace que me levante.
—He estado ocupado.
—Eso he oído. —Sus labios rojos dibujan una sonrisa—. Lena me ha contado que tienes una invitada.
—Lena, ¿eh? —Rodeo mi mesa y señalo el sofá de la zona de estar—. No sabía que vosotras dos fueseis tan amigas.
Ella se sienta con un elegante movimiento y cruza las piernas.
—Llamé a tu casa para invitarte a cenar. —Ella se encoge de hombros—. Lena cogió la llamada.
Tomo asiento en la silla frente al sofá.
—Ya veo.
—El viernes por la noche —dice ella, tamborileando con sus largas uñas rojas sobre el brazo del sofá.
—Me temo que no va a ser posible.
Ella me lanza una mirada maliciosa.
—Lena me ha dicho que no tienes ningún plan.
—Lena es mi ama de llaves. —Y añado con una sonrisa de pocos amigos—: Ella no planifica mi agenda.
—¿Yendo a lo seguro? —Ella arquea una ceja—. Todo el mundo sabe lo del intento de acabar con tu vida. ¿Por eso tienes a tu novia encerrada en tu casa?
—Obviamente, Lena habla demasiado. —Tomo nota mental de echarle una reprimenda a Lena cuando vuelva a casa.
Ella hace un gesto de quitarle importancia con la mano.
—No le eches la culpa a la pobre Lena. Prácticamente es de conocimiento general en la ciudad. Ya sabes lo rápido que se propagan las noticias, especialmente cuando reservas tiendas y restaurantes enteros para tu novia. —Hace una pausa con aire dramático—. ¿O debería decir tu casi prometida?
Si ella no fuese la hija de un socio de negocios a quien casualmente respeto y admiro, la echaría a patadas de mi oficina y haría que la escoltaran fuera del edificio.
Por contra, le lanzo una dura mirada.
—¿Has estado escuchando en la puerta, Dania?
—Estaba a punto de llamar. —Ella me mira abriendo mucho los ojos—. No pude evitar oírlo. Krupnov, ¿eh? No piensas jugártela.
—Esta visita tuya, ¿tiene algún motivo? —Mi voz tranquila no traiciona mi impaciencia—. Esta mañana tengo la agenda completa.
—Solo estoy algo sorprendida. O sea, ¿tú? ¿Prometido? —Se echa a reír—. El amor nunca ha estado muy arriba en tu lista de prioridades. ¿Eres capaz incluso de sentir eso? Te conozco mejor que nadie, Álex Volkov. Tú nunca le has dicho «te quiero» a nadie. —Me dirige una sonrisa de chica educada—. Pero tal vez esté anticuada. Tal vez, a tu modo de ver, el matrimonio no requiere amor.
Mi mandíbula se tensa.
—Amo a Katerina, y mucho, y se lo diré sin dejar lugar a dudas cuando le ponga ese anillo en el dedo.
Ella ahoga una exclamación.
—¿No se lo has dicho? —Sus ojos se estrechan a la vez que su boca se abre mucho—. Todavía no le has dicho la gran frase. Vaya, vaya. ¿Estás seguro de estar haciendo lo correcto? Si te resulta tan difícil decirlo, tal vez tus sentimientos hacia ella no sean tan fuertes como deberían.
No podría estar más equivocada, pero como yo me sienta sobre Katerina no es de su maldita incumbencia.
—Mis sentimientos no son asunto tuyo. —Me inclino hacia ella—. Y si le dices una palabra de esto a alguien y me estropeas la sorpresa, vas a sentirlo de verdad.
—Qué vergüenza, Álex. —Chasquea la lengua—. ¿Cuánto tiempo llevamos siendo amigos?
Yo me levanto.
—No lo suficiente para cruzar la línea que estás cruzando ahora mismo.
—Oh, cálmate. No pienso contárselo a nadie, si eso es lo que te preocupa. Guardaré tu secretito. Solo es que estoy sorprendida por este paso tan audaz, eso es todo. —Ella alisa una arruga invisible en su pantalón con la palma de la mano—. ¿Estás seguro de que será una buena sorpresa para...? ¿Cómo se llama, otra vez? Kate, ¿verdad?
—Katerina —digo entre dientes—. Katherine.
—¿Estás seguro de que Katherine te dirá que sí?
Mi respuesta está cargada de calculada determinación.
—Oh, lo hará.
Dania se pone en pie.
—¿Aceptas un consejito? Asegúrate de que todavía sienta lo mismo que sintió en Nueva York antes de hacerle la pregunta. —Guiñando un ojo, añade—: esto es Rusia. Las cosas aquí son distintas que en América. No todo el mundo puede adaptarse a nuestro modo de vida.
Nuestro modo de vida no se refiere a cómo hacemos las cosas en nuestro país. Se refiere a la clase de hombres que somos Mikhail y yo, a las cosas que hacemos para sobrevivir. Dania se crio en este mundo. Katerina no. Eso es lo que Dania quiere decir.
—Gregori te acompañará hasta la puerta —digo con tono neutral—. Transmítele a tu padre mis disculpas por no poder asistir a la cena.
Por un instante, la máscara bien ensayada que Dania le muestra al mundo se resquebraja, y un atisbo de preocupación asoma a sus ojos oscuros. Se pone de puntillas, y me besa en la mejilla.
—Ten mucho cuidado, Álex. Espero que estés haciendo progresos en encontrar al que te quiere muerto.
—Los hago —miento.
—Ya sabes que mi padre estaría encantado de ayudarte.
—Puedo cuidar de mí mismo.
—Prométeme que tendrás cuidado.
—Lo prometo.
Ella se muerde el labio y me mira un instante.
—Sabes, Álex, tú y yo...
—No existe ningún tú y yo, Dania.
El dinero es tan importante para ella como para su padre. Siempre ha estado más interesada en mi cartera que en mi corazón.
Ella me dedica una sonrisa falsa. Y así, sin más, su máscara vuelve a colocarse en su sitio.
—Supongo que no nos veremos antes de la fiesta, entonces. Papá está tomando medidas extremas en lo de la seguridad. Supongo que el motivo eres tú.
—Supongo —digo, metiéndome las manos en los bolsillos.
Con otra sonrisa bien ensayada, se dirige a la puerta.
—No te portes como un extraño, Álex —dice, deteniéndose en el umbral—. Papá te considera un amigo.
La sigo con la vista mientras cruza el recibidor y pasa junto a la mesa de Grigori.
En cuanto entra en el ascensor, mi ayudante viene a toda prisa.
—Lo siento, Señor Volkov. Le he dicho que estaba usted ocupado, pero no ha aceptado un no por respuesta —me dice antes de cerrar mi puerta con expresión compungida.
Suelto aire para librarme de la irritación que aún tengo y vuelvo a sentarme en mi mesa. Nadie le dice que no a la hija de Turgenev. Ciertamente, no mi ayudante, que está mucho por debajo de ella en la jerarquía de poder. Ella es la niñita de papá, una princesita mimada y acostumbrada a conseguir lo que quiere.
Sin embargo, por una vez, Dania Turgeneva no va a conseguir lo que quiere. No va a conseguir mi dinero ni mi estatus, y se lo ha tomado sorprendentemente bien. Pero por otra parte, le he dejado bien claras mis intenciones. Tal vez al final entienda que solo hay una mujer destinada a ser la Señora Volkova.