La oficina está en silencio y el edificio vacío excepto por mí, Igor, y unos cuantos guardaespaldas. Fuera, el cielo todavía sigue oscuro. Frente a la ventana de mi oficina se despliega una panorámica de las luces de la ciudad allá abajo, titilando sobre un manto de nieve. Las calles todavía no bullen con el ajetreo matinal de la hora punta. Soy el primero en llegar, lo que me da tiempo para ponerme al día antes de que todo el mundo requiera mi atención.
Me acomodo en mi escritorio y estudio el informe que tengo delante. La gala fue un gran éxito. Muchos de los participantes más influyentes del mundo empresarial aseguraron que apoyarían la energía nuclear. Ahora la presión recae en el gobierno, para que dé luz verde a la nueva tecnología. Como de costumbre, hay una burrada de burocracia, pero solo es cuestión de tiempo.
Cierro el informe y abro mi correo electrónico. Después de mirar mis mensajes, archivo los menos urgentes en una carpeta para después y abro los más importantes. El primero es de Konstantin Molotov, preguntándome cómo fue la gala e informándome de unos cuantos ajustes que sus ingenieros han conseguido en la última versión de los reactores portátiles. Konstantin es el cerebro que hay tras la tecnología, y aunque todavía tengamos que firmar formalmente los papeles para la empresa conjunta, mis ingenieros y yo llevamos varios meses trabajando con él como parte de nuestro procedimiento de diligencia debida.
Los Molotov son una familia poderosa y bien relacionada de Moscú. Su riqueza y su posición social se remontan a varias generaciones, directamente a la Rusia de los zares. Konstantin Molotov es el mayor de cuatro hermanos y se le considera un genio tecnológico, mientras que su hermano menor, Nikolai, lleva el lado empresarial de las cosas... o lo hacía hasta hace poco. El Molotov más joven de los hermanos, Valery, parece estar encargándose de la mayor parte de sus asuntos ahora, aunque Nikolai está supervisando este proyecto en particular a pesar de que recientemente se ha casado con una americana y está viviendo ahora mismo en una pequeña ciudad de montaña en Idaho, Estados Unidos.
Respondo a Konstantin que el evento fue bien, y que estamos un paso más cerca de conseguir el visto bueno del gobierno para su tecnología. Por supuesto, todo esto se sustenta sobre la base de la empresa conjunta que tenemos entre manos. Si los Molotov se echan atrás en el último momento, o intentan joderme de alguna forma, solo serán necesarias unas palabritas susurradas en el oído adecuado para asfixiar el proyecto en burocracia. Por supuesto, no le digo eso a Konstantin. No es necesario. Él comprende perfectamente cómo funcionan las cosas en nuestro mundo.
Estoy a punto de ponerme a revisar la nueva normativa de seguridad que estamos implementando en uno de mis pozos petrolíferos cuando la pantalla de mi móvil se ilumina con una llamada entrante. Normalmente envío mis llamadas al buzón de voz para contestarlas más tarde, haciendo uso constructivo del único tiempo que paso sin interrupciones de mis empleados, pero un vistazo rápido a quien llama me hace contestar.
—Álex —dice Adrian—. Mis disculpas por la hora, pero sé que sueles levantarte temprano e imaginé que querrías escuchar esto cuanto antes.
Agarro el móvil con más fuerza.
—Dime que has encontrado a Mukha.
—Lo he hecho. No ha sido fácil, pero mi hacker descubrió por fin una laguna en el rastro cibernético de Mukha. Le pusimos un localizador a la moneda electrónica que le envié como pago por la información que me dio. El localizador viajó subido en la moneda todo el camino hasta las Islas Caimán y de vuelta a Rusia. Resulta que paga por los cuidados de su madre en una residencia de ancianos de Moscú. Le hice una visita.
—Ahórrame los detalles —le espeto impaciente—. ¿Dónde está ese hijo de puta?
—Tiene una casa alquilada a las afueras de Moscú. Ahora estoy yendo hacia allí.
Me enderezo en mi asiento, con el vientre tensándose de expectación.
—Págale el precio que pida por ese archivo, y si sigue sin querer venderlo, consigue la información como sea que tengas que hacerlo —pongo énfasis en las siguientes palabras—: A cualquier precio.
—Entendido. Volveré a hablar contigo esta noche.
La línea se queda muda.
Por fin. Ya era hora. Si todo va bien, hoy al anochecer sabré la razón por la que Stefanov me quiere muerto.