22

Residencia de Vladimir Stefanov, San Petersburgo

Vladimir mueve nervosamente la pierna por debajo de la mesa. Está especialmente tenso esta noche. Álex Volkov sabe que él está detrás de su intento de asesinato. Ese es el mensaje que Volkov le envió al dejar la cabeza de Vadim metida en una taza de váter llena de mierda. Por eso Volkov está vigilando su casa. La única razón de que no haya atacado aún es porque no sabe por qué Vladimir intentó meterle una bala en el cerebro. Los únicos en el mundo que lo saben son Oleg y el mismo Vladimir.

Oleg es el eslabón más débil. ¿Por qué si no ha salido corriendo como un perro con el rabo entre las piernas a esconderse con su familia en California? Lo único que tranquiliza a Vladimir es que este lío pronto terminará. Antes de que el reloj dé las doce, una preocupación más acuciante será cosa del pasado. Al fin, será capaz de cerrar ese armario lleno de esqueletos y dejar que se hunda hasta el fondo del río Neva junto con los cuerpos que planea tirar ahí.

Parece ser que Oleg Pavlov ha llegado hace solo una hora al aeropuerto y debería estar llamando a su puerta justo...

Ding dong.

Ahora.

Por dentro, Vladimir sonríe.

Por motivos de seguridad, su estudio esta insonorizado, pero ha dejado la puerta abierta para poder seguir el sonido de los pasos según se aproximan.

La voz de Oleg resuena en el techo abovedado de la mansión de Vladimir.

—¿Qué tal la familia?

—Bien, gracias —dice la esposa de Vladimir, Galina—. ¿Y qué tal Annika y los niños?

—Todos bien —responde Oleg con tono tenso.

Galina entra en el estudio, seguida de Oleg.

—Os dejo con vuestros negocios.

—Galina —ordena Vladimir—. Ve a comprarnos un poco de ese pastel Napoleón que tanto le gusta a Oleg. Ese de la pastelería de Nevsky Prospekt.

La sonrisa de ella es vacilante.

—Pero eso está muy lejos. Me costará una hora o más con este tráfico. Iré a Lastochka y ya está.

—No —la doble papada de Vladimir tiembla cuando él menea la cabeza—. Esa no sirve. Ve a la otra que te he dicho. Dile al dueño que te he enviado yo.

—Está bien —asiente ella. Sale de la estancia dedicándole a Oleg una tensa sonrisa.

Oleg deja caer los hombros con visible alivio. Vladimir sabe cómo funciona la mente de Oleg. Piensa que si Vladimir está enviando a su mujer a comprar tarta, no tiene nada de qué preocuparse. Está menos nervioso sobre por qué Vladimir le ha ordenado volar todo el camino desde California hasta aquí. Se siente exactamente como Vladimir quiere que se sienta: a salvo.

—Siéntate —le invita con tono jovial, señalando la silla frente a su escritorio.

Oleg tira del nudo de su corbata mientras se sienta.

—¿Qué es eso tan urgente que no podía esperar hasta que volviese de mis vacaciones?

¡Vacaciones, su zhopa! Después de venderle a Bes, Oleg se estaba escondiendo en un agujero como la rata que es.

Vladimir le estudia con una mirada taimada.

—Tenemos un problema.

Oleg se endereza en la silla como si tuviese un resorte.

—¿Qué problema?

—Volkov va detrás de nosotros.

Oleg vuelve a tirar de su corbata.

—¿En serio? ¿Cómo sabes eso?

Vladimir desliza la foto del cadáver de Vadim por encima de la mesa. Con el propósito de poner en marcha el plan de hoy, Vladimir se había guardado para él las noticias del asesinato de Vadim. Mejor pillar a Oleg desprevenido.

Oleg se queda lívido al mirar la foto. No es una visión agradable.

—¿Cómo sabes que ha sido Volkov? —pregunta, poniendo la foto boca abajo.

Vladimir la señala con el dedo.

—Porque ese es el hombre al que envié a atrapar a Katherine Morrell.

—Lo sabía. —Oleg se mueve hasta el borde de su asiento, y empieza a levantar la voz—. Fue un error interferir.

Vladimir adopta la mirada dura apropiada.

—¿Me estás criticando?

—No, pero...

—¿Pero qué? —pregunta Vladimir con rudeza.

Oleg carraspea.

—¿Cuándo ha ocurrido esto?

—No hace mucho —responde Vladimir—. Te he hecho venir en el mismo instante en que me he enterado. Pero eso no es todo. Mientras hablamos, Volkov tiene tu casa vigilada. Probablemente también tenga a algún hombre siguiéndote en California.

—¿Qué? —La voz de Oleg se torna aguda—. ¿Cómo lo ha descubierto?

—¿Quién sabe? —Vladimir se encoge de hombros—. Lo que importa es porqué volvió a San Petersburgo.

La nuez de Oleg sube y baja cuando él traga saliva.

—¿Y por qué fue?

—Para iniciar una guerra. Tenemos que prepararnos. Necesitamos que nuestros hombres estén listos.

Mudak. —Oleg se pasa una mano por su cráneo en proceso de quedarse calvo y con la piel llena de manchas por la edad—. ¿Cuándo crees que piensa atacar?

A Vladimir no se le escapa el leve temblor de la mano de Oleg.

—Hoy. Mis informantes me han dicho que sus hombres se están armando. Tienes que llamar a tus hombres de más confianza para que vengan a una reunión aquí. No hay tiempo que perder.

—¿Y qué hay de Bes? Necesito contarle los planes de Volkov.

—Bes está malgastando su tiempo yendo tras la mujer. No hizo bien el trabajo a la primera. Y tampoco a la segunda, por cierto. Todo depende de nosotros ahora.

Vladimir casi puede ver los engranajes girando en el cerebro de Oleg. Piensa que Vladimir no sabe que es un traidor. Piensa que Bes quiere joderlos a los dos, pero no puede contárselo a Vladimir sin admitir su traición. Piensa como Vladimir espera que lo haga, y cuando abre la boca, suelta las palabras que Vladimir había previsto.

—Tenemos que encargarnos de Bes. Nos ha insultado. No es bueno para nuestra reputación.

Por dentro, Vladimir sonríe.

—Cuando sea el momento. Nuestra prioridad ahora es Volkov. Si no actuamos deprisa, los dos estaremos muertos esta noche.

La frente de Oleg se perla de sudor. Se lo enjuaga con un pañuelo que se saca del bolsillo.

—¿Cuánto crees que sabe Volkov?

Vladimir adopta una expresión seria.

—Es difícil de decir.

—¿Cómo lo ha descubierto? —Vuelve a preguntar Oleg, parpadeando un par de veces—. Solo tú y yo sabemos la verdad. Eso quiere decir que el traidor es Bes. —Intenta tomarlo como un hombre, y dice con bravuconería—: Eso dobla los motivos para cargarnos ahora mismo a es asesino a sueldo de pacotilla. —Al decir esto, Oleg casi parece aliviado. En su cabeza, matar al asesino solucionará todos sus problemas. Si supiera...

—Necesitamos destruir toda la evidencia que pueda incriminarnos —dice Vladimir—. Yo ya he me encargué de lo mío el mismo día en que Volkov se fugó del sistema de acogida. —Por supuesto, no hizo tal cosa. Igual que Oleg, conservó las pruebas en su caja fuerte como seguro para el día en que necesitase algo con lo que chantajear a Oleg. El único que sabe que Vladimir nunca quemó las pruebas es él mismo—. ¿Tienes tú algo que pueda incriminarnos?

—No —dice Oleg, apartando los ojos brevemente antes de volver a sostenerle a Vladimir la mirada de nuevo.

Vladimir sonríe. Oleg acaba de darle una razón válida para liquidarle. Nadie en la bratva le culpará por ejecutar a un traidor.

—Llama a tus hombres. —Vladimir mira su reloj para darle más dramatismo—. Necesitamos preparar una emboscada para Volkov antes de que salga de su casa. Si nos pilla aquí, estamos jodidos.

Oleg estruja los brazos de su silla.

—Entre tus hombres y los míos, le superamos en número.

—Tiene a Turgenev de su parte, ¿recuerdas?

Mudak —repite Oleg, sudando tanto ahora que empiezan a aparecer unos parches oscuros en las axilas de su camisa.

Oleg se pone en pie, se saca el móvil del bolsillo y llama a su segundo al mando, dándole unas breves instrucciones para que traiga a los hombres de mayor rango de su organización a la fortaleza que es la casa de Vladimir. Y rápido.

—Brindemos por nuestra victoria —dice Vladimir cuando Oleg cuelga, sacando una botella de vodka.

Oleg parece horrorizado.

—Sabes que trae mala suerte brindar antes de que la cosa esté hecha.

—Vamos —dice Vladimir con una sonrisa burlona—. Tenemos que comportarnos como vencedores, no como perdedores. Además, pillaremos a Volkov por sorpresa. No se esperará que ataquemos su casa en tromba. Se esperará que nos escondamos en nuestras fortalezas, donde estamos más protegidos.

Oleg se humedece los labios. Titubeando, coge el vaso que le ofrece Vladimir.

Hacen un brindis y luego otro. Los hombres de Oleg llegan justo cuando se están terminando la tercera copa. Los cinco hombres de más rango de su organización son sus primos, un tío y un sobrino.

Vladimir se levanta con esfuerzo. Sus articulaciones crujen bajo su peso. Sus palabras están cargadas de significado. Elige el gesto adecuado que va con ellas, disfrutando del pequeño drama que está organizando.

—Vamos a hablar donde sea más seguro.

Los hombres asienten al unísono. Vladimir comprueba su estudio cada día en busca de micrófonos, pero sus oponentes y los agentes no corruptos de las fuerzas policiales siempre encuentran nuevas maneras. Su menos favorita son los drones.

Vladimir guía al resto. Sus hombres esperan fuera de la puerta de su estudio. Dejan pasar a Oleg y a sus hombres, cubriendo discretamente las espaldas de Vladimir antes de seguir hacia el sótano.

Al igual que el estudio, el sótano está insonorizado, pero por motivos diferentes.

Vladimir baja por las escaleras bien iluminadas hasta el final, donde le espera un guardia. Se saca la pistola del cinto y se la da al guardia, quien la deja sobre una mesa donde hay dispuestos una botella de vodka y unos vasos, como para aparentar el preludio de una celebración.

—Caballeros —dice Vladimir, señalando hacia la mesa para que los demás se desarmen también.

Uno por uno, van dejando sus armas en la mesa.

Cuando el guardia los ha cacheado en busca de pistolas y cuchillos escondidos, Vladimir dice:

—Mis disculpas por todas las precauciones necesarias, pero ya sabéis lo calientes que nos ponemos los hombres a veces cuando nos suben los niveles de testosterona.

Todos se ríen, excepto el tío de Oleg. Este le echa una mirada a Oleg.

—Esto no me gusta.

Vladimir inclina la cabeza hacia la oreja de Oleg y le susurra con tono conspirativo:

—No hace falta que te recuerde que Volkov ya podría estar viniendo para aquí mientras hablamos. Solo tenemos una oportunidad para eliminarlo. Si la jodemos... —deja la frase a medias, para que Oleg se imagine lo peor.

Oleg le hace un gesto a su tío con la cabeza. Como el resto de los hombres, su tío se desarma y entrega la pistola que lleva sujeta al tobillo.

—Por aquí. —Vladimir señala la puerta al fondo del pasillo que su guardia abre—. Tengo una sorpresa para ti.

Oleg se tensa al oír la palabra sorpresa.

—¿Qué hay ahí dentro?

Vladimir le da una palmadita en la espalda.

—Ven a verlo por ti mismo.

El tío de Oleg es el cordero que se entrega al sacrificio, entrando el primero. Saca la cabeza por el umbral y dice con el ceño fruncido:

—Es una mujer.

—¿Una mujer? —pregunta Oleg, sonando confuso.

Igualmente extrañado, el tío responde.

—Esposada.

—Adelante —dice Vladimir, apenas incapaz de contener la llamita de excitación que se ha prendido dentro de él.

Oleg detecta esa llamita. Sus ojos brillan con intenciones malvadas cuando se olvida de estar asustado y entra a ver qué puta les está regalando Vladimir a él y a sus hombres. Ya lo ha hecho otras veces. Es natural que Oleg se trague la mentira.

Cuando Oleg y toda su gente están dentro, los hombres de Vladimir cogen sus armas y les siguen. El guardia cierra la puerta.

Oleg pestañea frente a la mujer atemorizada, vestida con la ropa barata y provocativa, que está esposada al cabecero de metal de la cama. Sus brazos y piernas delgados están sucios y su pelo teñido está grasiento. Normalmente, van a por putas de alto standing y les gusta disfrazarlas. El disfraz favorito de Oleg es un uniforme de dominatrix con látigo.

—¿Por qué está vestida así? —pregunta Oleg, arrugando la nariz—. Parece una puta sacada de alguna esquina. —Se da la vuelta—. ¿Qué está pasando, Vlad?

Los hombres de Vladimir le apuntan con sus armas.

Oleg levanta las manos con las palmas hacia afuera.

—Vladimir. —Le tiembla la voz—. ¿Qué estás haciendo?

—De rodillas —masculla Vladimir entre dientes—. Todos.

Cuando no reaccionan, Vladimir le quita una pistola a uno de sus hombres y golpea con ella la cabeza de Oleg.

Oleg cae de rodillas.

—Abajo —ordena Vladimir, apuntando con el cañón de la pistola entre los ojos de Oleg.

Uno por uno, los hombres de Oleg se arrodillan.

Bien. Tendrían que estar arrastrándose en el polvo bajo sus pies.

—Puto traidor —exclama Vladimir—. ¿Creías que no iba a enterarme?

—Por favor. —Oleg se encoge con las manos en la cara—. Bes me chantajeó. Dijo que mataría a mi familia si no le daba la información. —Cuando Vladimir solo sonríe, Oleg grita—:¡Me engañó!

Vladimir resopla.

—Ya lo sé, estúpido imbécil hijo de puta.

—Él te lo ha contado —dice Oleg, pronunciando las palabras con dificultad— Ha sido Bes el que te lo ha dicho. Está jugando con nosotros, Vladimir. Está jugando con los dos.

—¿En serio crees que soy tan idiota? —Vladimir acaricia el gatillo con el dedo—. Esto era una prueba. Mi prueba. Y has fallado miserablemente.

—Vladimir —suplica Oleg.

Y esa, apropiadamente, es la última palabra que dice.

Vladimir aprieta el gatillo.

La puta chilla cuando Oleg cae hacia atrás como el peso muerto que es.

Se desatan todos los infiernos. Los hombres de Oleg intentan desarmar a los guardias de Vladimir, pero eso no es más que una demostración fútil de valentía. Mueren como deben hacerlo, con un balazo en la nuca.

Ejecutados.

Mientras se limpia la mano de salpicaduras de sangre, Vladimir le dice a su hombre al mando:

—Limpia todo esto y ciérrale la boca a esa mujer.

—Será un placer —dice el hombre. Apunta entre los ojos de ella y aprieta el gatillo.

Los agudos gritos se detienen.

Por fin. El dulce silencio.

Vladimir pasa por encima de los cuerpos de camino hacia la puerta.

—El siguiente —se dice a sí mismo, volviéndose a contemplar la masacre desde el umbral— será Volkov.